Canción de verano

por | Jun 25, 2020 | Blog | 4 Comentarios

verano, mariposa

Imagen de Krzysztof Niewolny en Pixabay

La calle  dormía un sosiego extraño. Desnuda de voces impacientes y de pasos urgentes, holgazaneaba al sol con la placidez que regala la soledad cuando su aliento suena a canción de cuna. Solo las hojas cotorreaban, alegres, sacudidas por un viento cálido que se columpiaba en las copas de los árboles.

Perfumado de una primavera bulliciosa, el mes de mayo se despidió encaramado a los tejados, dejando tras de sí su estribillo de flores: Rojos, azules, amarillos, violetas, verdes y nacarados parpadeaban con los pétalos como pupilas rivalizando por el color más extraordinario. La huella de su voz seductora quedó cautiva en las ventanas en pompa, en los pies descalzos, en las noches de risas sin prisa y en el pelo mojado.

De aquel cielo matizado de luz blanca irrumpe el verano a lomos de un junio taciturno que llueve su pereza en el asfalto. Recoge el silencio enganchado en las cornisas, la nostalgia enraizada a las fachadas, los recuerdos que habían crecido bajo el sol de unos meses extraños. Y estalla en una tormenta que enjuaga los corazones de emociones turbias, los deja listos para ese calor sedante donde la paz se muestra sin envoltorios, donde duerme, fuera de peligro, la ira de los bárbaros.

Con las golondrinas perfilando el horizonte se abre la ventana a un julio que llega de puntillas, telonero de un agosto con mil promesas bajo el brazo. Esos días de horas detenidas, de reencuentros añorados, de música encendida que se tatúa en el tiempo y viste nuestra memoria con retoños de esperanza ávidos de paisajes en los que extender su mano.

Sube la temperatura, el alma se desnuda y mueve la cintura con los ojos cerrados. Huele a hierba recién cortada, a rosas caminando, a mar arrullando pensamientos sobre crepúsculos inabarcables de matices dorados. La brisa canta suave, cosquillea bajo las rodillas mientras se escucha el cortejo de los pájaros. Se oyen risas tejiendo recuerdos, susurros de madrugada callejeando, corazones latiendo a hurtadillas por amores aún no destapados. Se oye el eco de la luna tarareando su hechizo eterno al son de una nueva canción de verano.

 

 «Casi deseo que fuésemos mariposas y viviéramos solo tres días de verano» 

John Keats

 

 

verano, mariposa

Imagen de Krzysztof Niewolny en Pixabay

La calle  dormía un sosiego extraño. Desnuda de voces impacientes y de pasos urgentes, holgazaneaba al sol con la placidez que regala la soledad cuando su aliento suena a canción de cuna. Solo las hojas cotorreaban, alegres, sacudidas por un viento cálido que se columpiaba en las copas de los árboles.

Perfumado de una primavera bulliciosa, el mes de mayo se despidió encaramado a los tejados, dejando tras de sí su estribillo de flores: Rojos, azules, amarillos, violetas, verdes y nacarados parpadeaban con los pétalos como pupilas rivalizando por el color más extraordinario. La huella de su voz seductora quedó cautiva en las ventanas en pompa, en los pies descalzos, en las noches de risas sin prisa y en el pelo mojado.

De aquel cielo matizado de luz blanca irrumpe el verano a lomos de un junio taciturno que llueve su pereza en el asfalto. Recoge el silencio enganchado en las cornisas, la nostalgia enraizada a las fachadas, los recuerdos que habían crecido bajo el sol de unos meses extraños. Y estalla en una tormenta que enjuaga los corazones de emociones turbias, los deja listos para ese calor sedante donde la paz se muestra sin envoltorios, donde duerme, fuera de peligro, la ira de los bárbaros.

Con las golondrinas perfilando el horizonte se abre la ventana a un julio que llega de puntillas, telonero de un agosto con mil promesas bajo el brazo. Esos días de horas detenidas, de reencuentros añorados, de música encendida que se tatúa en el tiempo y viste nuestra memoria con retoños de esperanza ávidos de paisajes en los que extender su mano.

Sube la temperatura, el alma se desnuda y mueve la cintura con los ojos cerrados. Huele a hierba recién cortada, a rosas caminando, a mar arrullando pensamientos sobre crepúsculos inabarcables de matices dorados. La brisa canta suave, cosquillea bajo las rodillas mientras se escucha el cortejo de los pájaros. Se oyen risas tejiendo recuerdos, susurros de madrugada callejeando, corazones latiendo a hurtadillas por amores aún no destapados. Se oye el eco de la luna tarareando su hechizo eterno al son de una nueva canción de verano.

 

 «Casi deseo que fuésemos mariposas y viviéramos solo tres días de verano» 

John Keats

 

 

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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