Donde nace la risa

por | Feb 20, 2020 | Blog | 6 Comentarios

 Imagen de ATDSPHOTO en Pixabay

Atiende, como si fuera un cuento. Es un domingo de febrero, de luz blanca columpiándose en la cara y mar de cuarzo acariciando el cielo.

Cientos de espíritus, liberados de sus corsés de diario, hacen surf más allá de la frontera del miedo; donde la belleza se deletrea con hilos de seda y la vida, flanqueada por un séquito de perspectivas doradas, te ofrece mil promesas en concierto.

En ese escenario manso se hace visible un actor secundario. Un niño, a lomos de su caballo rodado, quiebra esa perfecta postal con su mundo imaginario. Portador del secreto de la infancia, que empolvada de recuerdos guardamos en el armario, cabalga con su Don Quijote en las venas a la conquista de sueños de molinos y de gigantes legendarios.

Tan sediento va de aventuras que no observa, ya muy cerca, una Dulcinea desenvuelta, rompiendo la gravedad a bordo de unos pies motorizados y rápidos, que se deslizan con mucha destreza. Se me antoja que esta pelirroja no sabe de cuentos ni princesas, es dueña del universo y enarbola, audaz, la bandera de su propia gesta.

El choque ofrece un lance más aparatoso que comprometido, un estruendo mecánico interrumpe la hazaña y pone un punto y seguido. No hay sangre, solo el orgullo está malherido. El estrépito deja un extraño silencio entre los dos jinetes que se retan con ojos aguerridos, ninguno quiere doblegarse a un llanto insultante y ofensivo.

El indomable caballero andante aprecia el valor de la heroína del fuego, que se mantiene digna, sin emitir un solo gemido. Permanece solemne con esa mirada brillante al frente, con los labios apretando algún juicio contenido. Entonces ella comienza a reírse, a trompicones al principio, pero el sonido se hace grande, como una ola, (No, no la de Rocío) una ola de risotadas que contagia al hombre más impasible y frío

Arrollados por algún tipo de influencia mágica ríen en avalancha, sin complejos, se desata una alegre batalla sonora de gimoteos y carcajadas, de voz exhausta que se queda sin aliento, que llega en forma de catarata musical y detiene a la gente, curiosa, en su paseo. 

Es fácil unirse a esa fiesta de algazaras y pataleo, no hay nada más sencillo que apropiarse de una felicidad prestada para regar con ella el jardín secreto de nuestros propios deseos.

Yo también soy intrusa en este festín de almas exaltadas, mi risa se une sin querer a sus cánticos y devaneos. No renuncio a esta embriaguez forastera, a esta adrenalina inocente, vitamina contra  la necedad y el desespero. Sé que me ayudará a atrapar las estrellas cuando anochezca, y consolará mi espíritu con un pedacito de cielo.

Mientras decae el festival de estómagos doloridos de contento, y el corazón cose la secuencia con sencillas hebras de afecto, yo me pregunto si el lugar donde nace la risa no será tal vez un vasto campo de amapolas, y pensamientos, cuyas flores crecen por encima de las malas hierbas, a pesar de todos los inviernos, y regalan su néctar con generosidad, cuando son mecidas por el viento.

 

“En nada se revela mejor el carácter de las personas,
como en los motivos de su risa».

Goethe

 

 Imagen de ATDSPHOTO en Pixabay

Atiende, como si fuera un cuento. Es un domingo de febrero, de luz blanca columpiándose en la cara y mar de cuarzo acariciando el cielo.

Cientos de espíritus, liberados de sus corsés de diario, hacen surf más allá de la frontera del miedo; donde la belleza se deletrea con hilos de seda y la vida, flanqueada por un séquito de perspectivas doradas, te ofrece mil promesas en concierto.

En ese escenario manso se hace visible un actor secundario. Un niño, a lomos de su caballo rodado, quiebra esa perfecta postal con su mundo imaginario. Portador del secreto de la infancia, que empolvada de recuerdos guardamos en el armario, cabalga con su Don Quijote en las venas a la conquista de sueños de molinos y de gigantes legendarios.

Tan sediento va de aventuras que no observa, ya muy cerca, una Dulcinea desenvuelta, rompiendo la gravedad a bordo de unos pies motorizados y rápidos, que se deslizan con mucha destreza. Se me antoja que esta pelirroja no sabe de cuentos ni princesas, es dueña del universo y enarbola, audaz, la bandera de su propia gesta.

El choque ofrece un lance más aparatoso que comprometido, un estruendo mecánico interrumpe la hazaña y pone un punto y seguido. No hay sangre, solo el orgullo está malherido. El estrépito deja un extraño silencio entre los dos jinetes que se retan con ojos aguerridos, ninguno quiere doblegarse a un llanto insultante y ofensivo.

El indomable caballero andante aprecia el valor de la heroína del fuego, que se mantiene digna, sin emitir un solo gemido. Permanece solemne con esa mirada brillante al frente, con los labios apretando algún juicio contenido. Entonces ella comienza a reírse, a trompicones al principio, pero el sonido se hace grande, como una ola, (No, no la de Rocío) una ola de risotadas que contagia al hombre más impasible y frío

Arrollados por algún tipo de influencia mágica ríen en avalancha, sin complejos, se desata una alegre batalla sonora de gimoteos y carcajadas, de voz exhausta que se queda sin aliento, que llega en forma de catarata musical y detiene a la gente, curiosa, en su paseo. 

Es fácil unirse a esa fiesta de algazaras y pataleo, no hay nada más sencillo que apropiarse de una felicidad prestada para regar con ella el jardín secreto de nuestros propios deseos.

Yo también soy intrusa en este festín de almas exaltadas, mi risa se une sin querer a sus cánticos y devaneos. No renuncio a esta embriaguez forastera, a esta adrenalina inocente, vitamina contra  la necedad y el desespero. Sé que me ayudará a atrapar las estrellas cuando anochezca, y consolará mi espíritu con un pedacito de cielo.

Mientras decae el festival de estómagos doloridos de contento, y el corazón cose la secuencia con sencillas hebras de afecto, yo me pregunto si el lugar donde nace la risa no será tal vez un vasto campo de amapolas, y pensamientos, cuyas flores crecen por encima de las malas hierbas, a pesar de todos los inviernos, y regalan su néctar con generosidad, cuando son mecidas por el viento.

 

“En nada se revela mejor el carácter de las personas,
como en los motivos de su risa».

Goethe

 

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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