Nada nuevo al regresar

por | Jun 4, 2020 | Blog | 6 Comentarios

Nada nuevo al regresar

Imagen de Piqsels

Existe un pedregal inhóspito, sembrado de desencanto, que crece en la oscuridad como maleza quebrando el reflejo de la luna. Domina en su cielo el olvido, embarrado de un insondable vacío que se enmascara en ocasos cenicientos y albas taciturnas. Un lugar donde el sabor amargo chirría en las sienes y no importa si vas o vienes, porque siempre te alcanzan las excusas.

En este agreste desierto, florecido de hastío y de sobredimensionada cordura, las piedras son tentaciones umbrosas que ennegrecen los sentidos y en secreto confabulan. Con ese miedo que anula, y estrangula, que nadie sabe dónde nace y dónde hace fortuna, se tejen laberintos sibilinos dispuestos para el naufragio, oasis de incertidumbre ciegos a cualquier plan de fuga.

Un día aquel aire empolvado de insidiosa tortura cantó en mi cara y me arrastró a un baile pegajoso con la muerte, hambrienta de almas vulnerables perdidas en aguas profundas. Su música macilenta cubrió de invierno mi memoria y rasgó mi corazón en retales, y quedé a la deriva en ese mar pétreo de tragedia, de soledad y de culpa.

Y cuando el tiempo se corrompió en la arena, indefenso y vencido, llegó un día la alondra presta a despejar el cielo de ponzoña y de grietas tozudas. Me dejó otear desde sus alas el mapa de los afectos de primaveras antiguas, la promesa de palabras enhebradas con un nuevo sol generoso en bondades y complaciente en amaneceres sin quebrantos ni rupturas.

Nada era nuevo al regresar, pero mi piel no reconocía el pálpito que ahora gritaba, y tuvo que cambiar de muda. Y así, igual que los árboles se tiñen de verde antes de madurar la fruta, me vestí con esa paz que regalan los mares desbocados en tormentas de ternura, me puse unos zapatos nuevos, escuderos fieles de un horizonte libre de armaduras, me tatué el alma con el buen querer y lo amarré a una memoria comprensiva y sin lagunas.

 «Mantén las manos abiertas y todas las arenas del desierto podrán pasar a través de ellas. Mantenlas cerradas, y todo lo que podrás sentir será un poco de arena.»

 Taisen Deshimaru

 

Nada nuevo al regresar

Imagen de Piqsels

Existe un pedregal inhóspito, sembrado de desencanto, que crece en la oscuridad como maleza quebrando el reflejo de la luna. Domina en su cielo el olvido, embarrado de un insondable vacío que se enmascara en ocasos cenicientos y albas taciturnas. Un lugar donde el sabor amargo chirría en las sienes y no importa si vas o vienes, porque siempre te alcanzan las excusas.

En este agreste desierto, florecido de hastío y de sobredimensionada cordura, las piedras son tentaciones umbrosas que ennegrecen los sentidos y en secreto confabulan. Con ese miedo que anula, y estrangula, que nadie sabe dónde nace y dónde hace fortuna, se tejen laberintos sibilinos dispuestos para el naufragio, oasis de incertidumbre ciegos a cualquier plan de fuga.

Un día aquel aire empolvado de insidiosa tortura cantó en mi cara y me arrastró a un baile pegajoso con la muerte, hambrienta de almas vulnerables perdidas en aguas profundas. Su música macilenta cubrió de invierno mi memoria y rasgó mi corazón en retales, y quedé a la deriva en ese mar pétreo de tragedia, de soledad y de culpa.

Y cuando el tiempo se corrompió en la arena, indefenso y vencido, llegó un día la alondra presta a despejar el cielo de ponzoña y de grietas tozudas. Me dejó otear desde sus alas el mapa de los afectos de primaveras antiguas, la promesa de palabras enhebradas con un nuevo sol generoso en bondades y complaciente en amaneceres sin quebrantos ni rupturas.

Nada era nuevo al regresar, pero mi piel no reconocía el pálpito que ahora gritaba, y tuvo que cambiar de muda. Y así, igual que los árboles se tiñen de verde antes de madurar la fruta, me vestí con esa paz que regalan los mares desbocados en tormentas de ternura, me puse unos zapatos nuevos, escuderos fieles de un horizonte libre de armaduras, me tatué el alma con el buen querer y lo amarré a una memoria comprensiva y sin lagunas.

 «Mantén las manos abiertas y todas las arenas del desierto podrán pasar a través de ellas. Mantenlas cerradas, y todo lo que podrás sentir será un poco de arena.»

 Taisen Deshimaru

 

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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