Nada nuevo al regresar
Imagen de Piqsels
Existe un pedregal inhóspito, sembrado de desencanto, que crece en la oscuridad como maleza quebrando el reflejo de la luna. Domina en su cielo el olvido, embarrado de un insondable vacío que se enmascara en ocasos cenicientos y albas taciturnas. Un lugar donde el sabor amargo chirría en las sienes y no importa si vas o vienes, porque siempre te alcanzan las excusas.
En este agreste desierto, florecido de hastío y de sobredimensionada cordura, las piedras son tentaciones umbrosas que ennegrecen los sentidos y en secreto confabulan. Con ese miedo que anula, y estrangula, que nadie sabe dónde nace y dónde hace fortuna, se tejen laberintos sibilinos dispuestos para el naufragio, oasis de incertidumbre ciegos a cualquier plan de fuga.
Un día aquel aire empolvado de insidiosa tortura cantó en mi cara y me arrastró a un baile pegajoso con la muerte, hambrienta de almas vulnerables perdidas en aguas profundas. Su música macilenta cubrió de invierno mi memoria y rasgó mi corazón en retales, y quedé a la deriva en ese mar pétreo de tragedia, de soledad y de culpa.
Y cuando el tiempo se corrompió en la arena, indefenso y vencido, llegó un día la alondra presta a despejar el cielo de ponzoña y de grietas tozudas. Me dejó otear desde sus alas el mapa de los afectos de primaveras antiguas, la promesa de palabras enhebradas con un nuevo sol generoso en bondades y complaciente en amaneceres sin quebrantos ni rupturas.
Nada era nuevo al regresar, pero mi piel no reconocía el pálpito que ahora gritaba, y tuvo que cambiar de muda. Y así, igual que los árboles se tiñen de verde antes de madurar la fruta, me vestí con esa paz que regalan los mares desbocados en tormentas de ternura, me puse unos zapatos nuevos, escuderos fieles de un horizonte libre de armaduras, me tatué el alma con el buen querer y lo amarré a una memoria comprensiva y sin lagunas.
«Mantén las manos abiertas y todas las arenas del desierto podrán pasar a través de ellas. Mantenlas cerradas, y todo lo que podrás sentir será un poco de arena.»
Taisen Deshimaru
Imagen de Piqsels
Existe un pedregal inhóspito, sembrado de desencanto, que crece en la oscuridad como maleza quebrando el reflejo de la luna. Domina en su cielo el olvido, embarrado de un insondable vacío que se enmascara en ocasos cenicientos y albas taciturnas. Un lugar donde el sabor amargo chirría en las sienes y no importa si vas o vienes, porque siempre te alcanzan las excusas.
En este agreste desierto, florecido de hastío y de sobredimensionada cordura, las piedras son tentaciones umbrosas que ennegrecen los sentidos y en secreto confabulan. Con ese miedo que anula, y estrangula, que nadie sabe dónde nace y dónde hace fortuna, se tejen laberintos sibilinos dispuestos para el naufragio, oasis de incertidumbre ciegos a cualquier plan de fuga.
Un día aquel aire empolvado de insidiosa tortura cantó en mi cara y me arrastró a un baile pegajoso con la muerte, hambrienta de almas vulnerables perdidas en aguas profundas. Su música macilenta cubrió de invierno mi memoria y rasgó mi corazón en retales, y quedé a la deriva en ese mar pétreo de tragedia, de soledad y de culpa.
Y cuando el tiempo se corrompió en la arena, indefenso y vencido, llegó un día la alondra presta a despejar el cielo de ponzoña y de grietas tozudas. Me dejó otear desde sus alas el mapa de los afectos de primaveras antiguas, la promesa de palabras enhebradas con un nuevo sol generoso en bondades y complaciente en amaneceres sin quebrantos ni rupturas.
Nada era nuevo al regresar, pero mi piel no reconocía el pálpito que ahora gritaba, y tuvo que cambiar de muda. Y así, igual que los árboles se tiñen de verde antes de madurar la fruta, me vestí con esa paz que regalan los mares desbocados en tormentas de ternura, me puse unos zapatos nuevos, escuderos fieles de un horizonte libre de armaduras, me tatué el alma con el buen querer y lo amarré a una memoria comprensiva y sin lagunas.
«Mantén las manos abiertas y todas las arenas del desierto podrán pasar a través de ellas. Mantenlas cerradas, y todo lo que podrás sentir será un poco de arena.»
Taisen Deshimaru
Miedo q anula y estrangula. Se lo q se siente. Pero por suerte siempre llega la alondra q nos ayuda y nos despeja la oscuridad en la q estamos inmersos.
Da igual lo que nos atormenta o nos disgusta. La respuesta siempre está en nosotros…
¡Hola, Matilde! Un hermoso texto poético del que destaco primero el título, Nada nuevo al regresar. Y es que la realidad nunca cambia o como reza aquel dicho, nunca hay nada nuevo bajo el sol. Dicho esto, también es verdad que nunca es la misma, lo que parece un sinsentido. Un sinsentido que logras explicarlo de maravilla en tu texto. Somos nosotros los que damos forma a la realidad, podemos verla con zapatillas viejas o con relucientes zapatos. Nada nuevo al regresar, salvo si somos nosotros lo que cambiamos la manera de interpretar y dar forma a lo que nos rodea. ¡Saludos!
Gracias David. Veo que has interpretado a la perfección el mensaje de mi texto, y me alegra que hayas hecho el viaje conmigo con esa predisposición abierta y sin prejuicios. No estaba muy segura de haber sabido transmitir lo que llevaba dentro, pero tú has captado a la perfección el mensaje. Un saludo
Me ha encantado como siempre.
Yo creo que en nuestro interior siempre hay un lugar para el cambio, una ilusión, una esperanza aunque a veces se quede solo en eso por diferentes circunstancias.
Gracias por ayudarnos a reflexionar y hacerlo de forma tan bonita
Gracias a vosotras siempre por estar ahí. He de confesar que esta vez me habéis tirado de las orejas (algunos) por el tono un poco decadente del artículo. He querido transmitir la soledad que se siente cuando la vida te lleva a escenarios de imprevisible dolor, tristeza, etc… Quizás me ha quedado gris pero es como lo sentía. Me alegra en todo caso que os permita reflexionar….