Agosto

por | Ago 30, 2024 | Blog | 4 Comentarios

Agosto, girasoles

Languidece agosto al calor de sus últimos atardeceres, sedado bajo ese terco sopor que duerme panza arriba y, disfrazado de calma, traza telarañas atónitas entre los árboles.
Camufla su trastorno con mediodías aún infernales, pero le cuesta carburar, y la gradual racanería del sol aletarga su obsesión por calcinar los átomos del aire. 

Bajo tu aliento tórrido has dado alas a las locuras del loco que vive sin pensar, agitado sólo por el pulso atropellado de su sangre. Y nos has lanzado a la aventura de morder la vida sin especular, sintiendo cómo se graba en el pecho la partitura original, la única crónica que vale. Hay quien se queda simplemente a mirar, el que quiera pasar, que pase.

Agosto se recrea en el apabullante silencio matinal y en la pereza de la tarde, y perfila noches sin red con precipicios de placer a los que la fantasía se tira de cabeza, para burlarse luego de la sed que entona la piel cuando se da cuenta de que, con el amanecer, nos aclimatamos al bostezo que la sensatez reparte.

El aullido inicial de su luz, ensalzado por esas chicharras insolentes que arañan la quietud con su agotador lenguaje, ha mutado ahora a balada ligera, a himno singular que devana el cielo en infinitos abismos de paz y atrapan la mirada en sus infranqueables paisajes.

Agosto envejece sin prisa, como el sabio que otea el horizonte gozoso de su latido y negocia en soledad cómo reinventarse, y sin rencor alumbra el camino al tormentoso septiembre, mes incitador e indiferente a nuestra apatía que azuza con el látigo de la urgencia porque trae la mochila llena de planes.

Llévame, agosto, al hogar de las almas sin recuerdos, donde pueda nacer como flor de un día al son de un viento que arrulle mi talle. Perfuma mis pétalos con la sal del mar que se oye a lo lejos, y déjame morir en el regazo de la ausencia mientras el ocaso suspira, sin miedo, su adiós imperturbable.

Agosto, girasoles

Languidece agosto al calor de sus últimos atardeceres, sedado bajo ese terco sopor que duerme panza arriba y, disfrazado de calma, traza telarañas atónitas entre los árboles.
Camufla su trastorno con mediodías aún infernales, pero le cuesta carburar, y la gradual racanería del sol aletarga su obsesión por calcinar los átomos del aire. 

Bajo tu aliento tórrido has dado alas a las locuras del loco que vive sin pensar, agitado sólo por el pulso atropellado de su sangre. Y nos has lanzado a la aventura de morder la vida sin especular, sintiendo cómo se graba en el pecho la partitura original, la única crónica que vale. Hay quien se queda simplemente a mirar, el que quiera pasar, que pase.

Agosto se recrea en el apabullante silencio matinal y en la pereza de la tarde, y perfila noches sin red con precipicios de placer a los que la fantasía se tira de cabeza, para burlarse luego de la sed que entona la piel cuando se da cuenta de que, con el amanecer, nos aclimatamos al bostezo que la sensatez reparte.

El aullido inicial de su luz, ensalzado por esas chicharras insolentes que arañan la quietud con su agotador lenguaje, ha mutado ahora a balada ligera, a himno singular que devana el cielo en infinitos abismos de paz y atrapan la mirada en sus infranqueables paisajes.

Agosto envejece sin prisa, como el sabio que otea el horizonte gozoso de su latido y negocia en soledad cómo reinventarse, y sin rencor alumbra el camino al tormentoso septiembre, mes incitador e indiferente a nuestra apatía que azuza con el látigo de la urgencia porque trae la mochila llena de planes.

Llévame, agosto, al hogar de las almas sin recuerdos, donde pueda nacer como flor de un día al son de un viento que arrulle mi talle. Perfuma mis pétalos con la sal del mar que se oye a lo lejos, y déjame morir en el regazo de la ausencia mientras el ocaso suspira, sin miedo, su adiós imperturbable.

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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