Invisible

por | Jun 11, 2024 | Blog | 0 Comentarios

Invisible

Lo confieso. Estoy total y absolutamente enamorada de Paul Auster.

En nuestra primera cita nos dimos un tímido revolcón, satisfactorio, pero sin la apoteosis pergeñada por mis expectativas. Me sedujo su sentido del humor y el brillo con el que concibió al melancólico Baumgartner. Pero me faltó algo.

Herido en su amor propio y desde el balcón de alguna estrella dirigió su segunda cita a un punto “Invisible”. Y esta vez sí, como buena soñadora de quimeras, he caído rendida a sus pies, a su creatividad y, sobre todo, a esa forma de merodear por su historia en una espiral narrativa de inquietante suspense que te mantiene pegado a ella sin descanso. Hasta el final.

¿Y el principio?

Pues el principio es Adam Walker, un joven estudiante de literatura y el perverso juego que da comienzo cuando conoce a la turbadora pareja (mayor que él) formada por el inclasificable Rudolf Born y la silenciosa y seductora Margot. Un triángulo oscuro y misterioso al que sucumbes a ciegas hasta que Auster decide dar un giro, distorsionar la voz narrativa, cambiar el punto de vista y montarnos en una noria de estrepitosas sensaciones.

¿Quién decía que la estructura no es importante en una novela?

He aquí un magistral modo de hacer única una trama cualquiera. Una novela en la que Auster camufla tanto a sus narradores como a los pecados que narran, los invisibiliza, y da entidad a la historia a través de personajes vulnerables, urdidores, caóticos, provocativos, sensuales. Inmensos. Y tú te vuelves loco girando por la rueda del delirio tratando de saber quién es quién; quién miente, por qué, y dónde narices está la pieza que haga que todo encaje.

Hasta que te das cuenta que no, que solo te vas a llevar un mareo superlativo por esa vía. Que tienes que parar y cambiar la perspectiva. Porque es en tu propia memoria donde hallarás la solución, en cómo contorsiona y se adapta a tus necesidades vitales; en cómo creas nebulosas de realidad fundadas en fantasías, en cómo el olvido relaja la memoria para hacer de la existencia un entorno habitable.

Entonces suspiras, exhausto, y te dices ¡Chapeau, Paul, lo has clavado!

 

 

 

Invisible

Lo confieso. Estoy total y absolutamente enamorada de Paul Auster.

En nuestra primera cita nos dimos un tímido revolcón, satisfactorio, pero sin la apoteosis pergeñada por mis expectativas. Me sedujo su sentido del humor y el brillo con el que concibió al melancólico Baumgartner. Pero me faltó algo.

Herido en su amor propio y desde el balcón de alguna estrella dirigió su segunda cita a un punto “Invisible”. Y esta vez sí, como buena soñadora de quimeras, he caído rendida a sus pies, a su creatividad y, sobre todo, a esa forma de merodear por su historia en una espiral narrativa de inquietante suspense que te mantiene pegado a ella sin descanso. Hasta el final.

¿Y el principio?

Pues el principio es Adam Walker, un joven estudiante de literatura y el perverso juego que da comienzo cuando conoce a la turbadora pareja (mayor que él) formada por el inclasificable Rudolf Born y la silenciosa y seductora Margot. Un triángulo oscuro y misterioso al que sucumbes a ciegas hasta que Auster decide dar un giro, distorsionar la voz narrativa, cambiar el punto de vista y montarnos en una noria de estrepitosas sensaciones.

¿Quién decía que la estructura no es importante en una novela?

He aquí un magistral modo de hacer única una trama cualquiera. Una novela en la que Auster camufla tanto a sus narradores como a los pecados que narran, los invisibiliza, y da entidad a la historia a través de personajes vulnerables, urdidores, caóticos, provocativos, sensuales. Inmensos. Y tú te vuelves loco girando por la rueda del delirio tratando de saber quién es quién; quién miente, por qué, y dónde narices está la pieza que haga que todo encaje.

Hasta que te das cuenta que no, que solo te vas a llevar un mareo superlativo por esa vía. Que tienes que parar y cambiar la perspectiva. Porque es en tu propia memoria donde hallarás la solución, en cómo contorsiona y se adapta a tus necesidades vitales; en cómo creas nebulosas de realidad fundadas en fantasías, en cómo el olvido relaja la memoria para hacer de la existencia un entorno habitable.

Entonces suspiras, exhausto, y te dices ¡Chapeau, Paul, lo has clavado!

 

 

 

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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