Mis historias en la librería Lagun
Una vieja compañera, una vieja “amiga” como reza el nombre de la librería “Lagun” (amigo en euskera) cerrará sus puertas este verano tras 55 años de intensa y convulsa actividad.
Recuerdo mis años de universitaria, cuando visitaba el establecimiento buscando las lecturas exigidas por mis profesores (excusa) y perdía la noción del tiempo entre esas estanterías atestadas de conocimiento y tentación. La recuerdo como refugio y templo al mismo tiempo. Como protectora y venerada diosa de aquellos tiempos en los que empezaba a ser «mayor». Allí mi introvertida naturaleza se sentía a salvo entre miles de historias por descubir.
En aquel local de la Plaza de la Constitución (en la Parte Vieja) compré La Metamorfosis de Kafka y leí aquello de “Dios ha muerto” que un tal Nietzsche estampó en las páginas de su “Así habló Zaratustra”. Ejemplar que también me llevé a casa y que hoy, recordando esta anécdota, me he dado cuenta de que cuando hice la mudanza de San Sebastián a Barcelona decidió quedarse en mi tierra. Al menos aquí no lo tengo. Jamás volví a releerlo, supongo que por eso no lo había echado de menos hasta hoy.
En mi último año de carrera (periodismo) conseguí mi primer trabajo en la capital donostiarra. O no, depende cómo se mire y quién lo juzgue, porque en realidad fueron unos meses que trabajé voluntariamente gratis. Yo adoraba, adoro, la radio y me sirvió para conseguir después mi primer contrato en la ya desaparecida Radio Miramar.
La librería Lagun me daba cobijo cuando llegaba de la universidad temprano desde Bilbao (trayecto que hacía en autobús a diario) y tenía mi turno en la radio a partir de las ocho de la tarde. Allí hacía tiempo, me escondía tras miles de libros que, como pretenciosos galanes, me echaban el ojo desde sus variopintas cubiertas. Yo me dejaba seducir, me acercaba a la tribuna silenciosa desde la que prometían tesoros inimaginables y caía en sus tentáculos en la medida que mi presupuesto lo permitía.
Sé que Madame Bovary salió de la librería Lagun y que allí descubrí a Eduardo Mendoza, que también me tentaron los Doce Cuentos Peregrinos de García Márquez, y que Daniel el Mochuelo sopló su inocencia en mi oreja desde una portada ilustrada con una bicicleta y con el nombre de Delibes sobre un fondo azul. Es curioso cómo la mente fija las imágenes en la memoria. Ese ejemplar de El Camino, que no compré porque ya lo había leído, reposando en mis manos con su inolvidable historia alimentando mi sed, es como una penitencia eterna a mi tacañería. Daniel el Mochuelo es uno de mis personajes favoritos de la literatura universal. Adoro a ese niño de sublime candor a quien su padre decide poner en camino de una supuesta vida de oportunidades. Lo amo profundamente.
Jamás me he comprado ese libro. Eso sí, lo he releído varias veces, en digital, y recientemente, incluso, he escuchado una versión en audiolibro que me ha encantado por lo bien narrado que estaba. Creo que me castigo inconscientemente (o muy conscientemente) sin un ejemplar físico por no haberlo comprado aquella vez. Aquel día. Y lo peor es que no me perdono.
Hoy la librería Lagun se ha quedado sin “amigos” suficientes para mantener el negocio. No hay suficientes compradores y el oficio de librero se desvanece en la bruma de la era digital. He de reconocer que yo misma hace años que no paso por allí. No vivo en Donosti, pero cuando viajo a mi tierra tampoco visito la librería situada ahora en la calle Urdaneta. Cuando he conocido la noticia del cierre de la librería Lagun, lo confieso, me he sentido culpable. Y creo que esto tampoco me lo voy a perdonar…
Una vieja compañera, una vieja “amiga” como reza el nombre de la librería “Lagun” (amigo en euskera) cerrará sus puertas este verano tras 55 años de intensa y convulsa actividad.
Recuerdo mis años de universitaria, cuando visitaba el establecimiento buscando las lecturas exigidas por mis profesores (excusa) y perdía la noción del tiempo entre esas estanterías atestadas de conocimiento y tentación. La recuerdo como refugio y templo al mismo tiempo. Como protectora y venerada diosa de aquellos tiempos en los que empezaba a ser «mayor». Allí mi introvertida naturaleza se sentía a salvo entre miles de historias por descubir.
En aquel local de la Plaza de la Constitución (en la Parte Vieja) compré La Metamorfosis de Kafka y leí aquello de “Dios ha muerto” que un tal Nietzsche estampó en las páginas de su “Así habló Zaratustra”. Ejemplar que también me llevé a casa y que hoy, recordando esta anécdota, me he dado cuenta de que cuando hice la mudanza de San Sebastián a Barcelona decidió quedarse en mi tierra. Al menos aquí no lo tengo. Jamás volví a releerlo, supongo que por eso no lo había echado de menos hasta hoy.
En mi último año de carrera (periodismo) conseguí mi primer trabajo en la capital donostiarra. O no, depende cómo se mire y quién lo juzgue, porque en realidad fueron unos meses que trabajé voluntariamente gratis. Yo adoraba, adoro, la radio y me sirvió para conseguir después mi primer contrato en la ya desaparecida Radio Miramar.
La librería Lagun me daba cobijo cuando llegaba de la universidad temprano desde Bilbao (trayecto que hacía en autobús a diario) y tenía mi turno en la radio a partir de las ocho de la tarde. Allí hacía tiempo, me escondía tras miles de libros que, como pretenciosos galanes, me echaban el ojo desde sus variopintas cubiertas. Yo me dejaba seducir, me acercaba a la tribuna silenciosa desde la que prometían tesoros inimaginables y caía en sus tentáculos en la medida que mi presupuesto lo permitía.
Sé que Madame Bovary salió de la librería Lagun y que allí descubrí a Eduardo Mendoza, que también me tentaron los Doce Cuentos Peregrinos de García Márquez, y que Daniel el Mochuelo sopló su inocencia en mi oreja desde una portada ilustrada con una bicicleta y con el nombre de Delibes sobre un fondo azul. Es curioso cómo la mente fija las imágenes en la memoria. Ese ejemplar de El Camino, que no compré porque ya lo había leído, reposando en mis manos con su inolvidable historia alimentando mi sed, es como una penitencia eterna a mi tacañería. Daniel el Mochuelo es uno de mis personajes favoritos de la literatura universal. Adoro a ese niño de sublime candor a quien su padre decide poner en camino de una supuesta vida de oportunidades. Lo amo profundamente.
Jamás me he comprado ese libro. Eso sí, lo he releído varias veces, en digital, y recientemente, incluso, he escuchado una versión en audiolibro que me ha encantado por lo bien narrado que estaba. Creo que me castigo inconscientemente (o muy conscientemente) sin un ejemplar físico por no haberlo comprado aquella vez. Aquel día. Y lo peor es que no me perdono.
Hoy la librería Lagun se ha quedado sin “amigos” suficientes para mantener el negocio. No hay suficientes compradores y el oficio de librero se desvanece en la bruma de la era digital. He de reconocer que yo misma hace años que no paso por allí. No vivo en Donosti, pero cuando viajo a mi tierra tampoco visito la librería situada ahora en la calle Urdaneta. Cuando he conocido la noticia del cierre de la librería Lagun, lo confieso, me he sentido culpable. Y creo que esto tampoco me lo voy a perdonar…
Es una pena. Las librerías, como antaño los videoclubes, son lugares donde podría pasarme la vida entera, y en los que nunca encuentro la hora de irme. La tecnología, los tiempos que corren, nuestra agitadas vidas, nos han convertido en culpables…
Me resultan muy simbólicos sucesos como estos. Tengo la impresión de que al cerrarse esa librería también «clausuro» de algún modo una parte de mi vida….Es absurdo, lo sé, porque el recuerdo seguirá ahí, pero me da la sensación de que ya no será lo mismo y que la memoria lo disolverá como se ha esfumado la librería…
Perdona… estoy un poco nostálgica
Hola, Matilde, me ha encantado leer tu relación con la librería Lagun. «Una librería que, sin comerlo ni beberlo, se convirtió en un símbolo de resitencia y libertades», dijo el autor de Patria. Sí, yo la recuerdo también, y no precisamente por los ratos que pasé en su interior. Se merece que los lectores le hagan un homenaje, pero también se merece que no caiga en el olvido. Es conveniente recordar la historia para que no se repita.
Un fuerte abrazo, Matilde.
Hola, Maria Pilar,
Sí, la librería Lagun se convirtió en centro de ataques de uno y otro lado que hacían bandera del odio para justificar sus injustificables actos. Por eso se erigió en símbolo de resistencia y de defensa de nuestras libertades.
Es una pena que haya tenido que cerrar.
Un abrazo, compañera