Aquellos presentes eternos…

por | May 28, 2020 | Blog | 10 Comentarios

Aquellos presentes eternos

Imagen de Peter H en Pixabay

En tu casa, que fue la mía, perdura la inocencia de aquellos veranos de amapolas que tenían por costumbre prender mi piel de poesía. Un tiempo que dormía en presentes eternos, a la sombra de un entramado de sueños almidonados en fantasía. Entonces las horas bailaban libres al viento con una cadencia furtiva, los días eran noches que en la mañana languidecían.

Entre aquellos muros de adobe, que aún preservan tu poco convincente genio y tus muchas confidencias  tibias, germinó la tentación de atarme a tu falda, cobijarme bajo tus manos, y regalarte para siempre mi  voz de niña. Porque en tus ojos no había precipicio, ni desaire ni miradas extraviadas, solo un otoño diestro en afectos silenciosos y en hacerle quiebros a las cosas de la vida.

Por el desván corretean recuerdos deslenguados que, cargados de memoria, se perfuman con el jabón que dejabas al oreo, tesorero de tus palabras distraídas. En aquella torre de luz abreviada y de cosquillas en el vientre, cuchichean hoy viejas historias entre baúles que crujen un reposo centenario, y telarañas que columpian su desdén, consentidas.

Voy tras tu sombra de la panera a la gloria y de la gloria a la cocina, persiguiendo pensamientos que se gestaban en tu mente y, de repente, desaparecían.  Asoma tu domesticada mansedumbre por las paredes cuarteadas,  y los hilvanes de tu resignación se balancean por el techo, abrazando la soledad que lustra las vigas.

Tropiezo con la infancia en los pliegues de las colchas donde soñaba historias hasta el mediodía. Me la encuentro, en pijama, entre fotos desgastadas de tanto usarlas y llenando de eternidad el aroma de tus rosquillas. Se pasea, desconcertada, por las emociones tiernas que deshojaba tras las esquinas cuando el futuro descansaba entre algodones su mejilla.

Y regresan los veranos de los cálidos reencuentros y las noches frías,  de los alientos conmovidos apretujados  en conversaciones de familia. Y me cruzo con mi niñez tirando del mandil de aquella abuela compasiva, que trastabillaba con mi nombre en su regazo y con la luz de sus ojos siempre encendida.

Y te veo en aquella casa, que fue la mía, sonriente en el umbral del portal, dándome la bienvenida…

 «Lo que uno ama en la infancia se queda en el corazón para siempre»

Jean Jacques ROUSSEAU

 

Aquellos presentes eternos

Imagen de Peter H en Pixabay

En tu casa, que fue la mía, perdura la inocencia de aquellos veranos de amapolas que tenían por costumbre prender mi piel de poesía. Un tiempo que dormía en presentes eternos, a la sombra de un entramado de sueños almidonados en fantasía. Entonces las horas bailaban libres al viento con una cadencia furtiva, los días eran noches que en la mañana languidecían.

Entre aquellos muros de adobe, que aún preservan tu poco convincente genio y tus muchas confidencias  tibias, germinó la tentación de atarme a tu falda, cobijarme bajo tus manos, y regalarte para siempre mi  voz de niña. Porque en tus ojos no había precipicio, ni desaire ni miradas extraviadas, solo un otoño diestro en afectos silenciosos y en hacerle quiebros a las cosas de la vida.

Por el desván corretean recuerdos deslenguados que, cargados de memoria, se perfuman con el jabón que dejabas al oreo, tesorero de tus palabras distraídas. En aquella torre de luz abreviada y de cosquillas en el vientre, cuchichean hoy viejas historias entre baúles que crujen un reposo centenario, y telarañas que columpian su desdén, consentidas.

Voy tras tu sombra de la panera a la gloria y de la gloria a la cocina, persiguiendo pensamientos que se gestaban en tu mente y, de repente, desaparecían.  Asoma tu domesticada mansedumbre por las paredes cuarteadas,  y los hilvanes de tu resignación se balancean por el techo, abrazando la soledad que lustra las vigas.

Tropiezo con la infancia en los pliegues de las colchas donde soñaba historias hasta el mediodía. Me la encuentro, en pijama, entre fotos desgastadas de tanto usarlas y llenando de eternidad el aroma de tus rosquillas. Se pasea, desconcertada, por las emociones tiernas que deshojaba tras las esquinas cuando el futuro descansaba entre algodones su mejilla.

Y regresan los veranos de los cálidos reencuentros y las noches frías,  de los alientos conmovidos apretujados  en conversaciones de familia. Y me cruzo con mi niñez tirando del mandil de aquella abuela compasiva, que trastabillaba con mi nombre en su regazo y con la luz de sus ojos siempre encendida.

Y te veo en aquella casa, que fue la mía, sonriente en el umbral del portal, dándome la bienvenida…

 «Lo que uno ama en la infancia se queda en el corazón para siempre»

Jean Jacques ROUSSEAU

 

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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