Canción llorona del columpio
Imagen de Pixabay
Mientras la voz oxidada del columpio chirría su hastío, yo vuelo en su regazo a la caza de unos sueños que deshilvanan sus enigmas en el aire. Ahora el viento silba en mis labios mientras despeina mi vestido, a la deriva, como un barco en mitad del oleaje. Ahora un batallón de hormigas desfila bajo mis pies, y sincronizan su huida pensando que, en la bajada, voy al abordaje.
Asciendo de nuevo al reclamo de las hojas que murmuran acertijos en brazos de los árboles. Se mecen al son de una música que se oye en algún sitio, que canta una voz de tarde en tarde. Me ovacionan con un redoble de susurros cuando el columpio se acerca y enreda mi sombra en su sonajero ramaje.
Lloriquea el columpio a cada impulso que le pido, pero se queja de abandono si no voy a columpiarme. Es como un acordeón que desafina con buen ritmo y sabe camuflarse en el paisaje, sus originales arpegios van al compás de mi enardecido corazón en este viaje libre de peajes.
Miro hacia la ventana por la que me vigila mi madre. La saludo con la mano. Grito con todas mis fuerzas: ¡mamá! ¿Vienes a columpiarme? Ella, como ayer, como siempre desde que el tiempo quedó detenido en un interrogante, mira al cielo con sus ojos tristes, y luego corre las cortinas, despacio, como si no hubiera nadie.
«Tu ausencia me suelta una piel imposible que solo vivía en la temperatura que se fue con tus manos»
Roberto Juarroz
poeta, crítico y ensayista argentino
Imagen de Pixabay
Mientras la voz oxidada del columpio chirría su hastío, yo vuelo en su regazo a la caza de unos sueños que deshilvanan sus enigmas en el aire. Ahora el viento silba en mis labios mientras despeina mi vestido, a la deriva, como un barco en mitad del oleaje. Ahora un batallón de hormigas desfila bajo mis pies, y sincronizan su huida pensando que, en la bajada, voy al abordaje.
Asciendo de nuevo al reclamo de las hojas que murmuran acertijos en brazos de los árboles. Se mecen al son de una música que se oye en algún sitio, que canta una voz de tarde en tarde. Me ovacionan con un redoble de susurros cuando el columpio se acerca y enreda mi sombra en su sonajero ramaje.
Lloriquea el columpio a cada impulso que le pido, pero se queja de abandono si no voy a columpiarme. Es como un acordeón que desafina con buen ritmo y sabe camuflarse en el paisaje, sus originales arpegios van al compás de mi enardecido corazón en este viaje libre de peajes.
Miro hacia la ventana por la que me vigila mi madre. La saludo con la mano. Grito con todas mis fuerzas: ¡mamá! ¿Vienes a columpiarme? Ella, como ayer, como siempre desde que el tiempo quedó detenido en un interrogante, mira al cielo con sus ojos tristes, y luego corre las cortinas, despacio, como si no hubiera nadie.
«Tu ausencia me suelta una piel imposible que solo vivía en la temperatura que se fue con tus manos»
Roberto Juarroz
poeta, crítico y ensayista argentino
Muy sentido. Me ha gustado mucho.
Muchas gracias
Por pasarte y por animarte a dejar un comentario.
¡Un abrazo!
Que Bonito, Mati
Lo leo y vuelvo a leerlo y así saboreo doblemente esas palabras que dicen tanto .Me hacen sentir lo que tu sientes y te siento cerca.
Gracias Mati ❤️
Gracias a ti, Rosa
No se si es prosa, no se si es poesía, lo que se es que haces , que los que te leemos, nos columpiemos mecidos por tus palabras.
Precioso, Matilde.
Saludos.
Muchísimas gracias Pedro.
Algunos dicen que es prosa poética… No sé, no soy muy partidaria de los clichés pero entiendo que nos guste saber el estilo con el que nacen nuestros textos.
Son relatos en los busco cierta musicalidad narrativa, pero no me obsesiono con la rima, solo con que suene rítmico…
Te agradezco muchísimo tus palabras Pedro.
Un abrazo
¡Hola, Matilde! Una prosa bella y elegante, pero que cuenta una historia que me erizó la piel. Tremenda la imagen de ese niño columpiándose llamando a su madre, la de ella corriendo las cortinas resignada a su ausencia y al abismo de realidades que la muerte provocó. No se puede narrar con tanta belleza algo tan sombrío.
Por otra parte, no sé qué tienen los columpios, pero desde luego es un icono de las historias de fantasmas. Un fuerte abrazo y enhorabuena por este relato que nos ofreces en dos dimensiones: voz y texto.
Es cierto. No había caído en el tema de los columpios y los fantasmas. Y tienes razón en que la historia es sombría y definitivamente triste. Supongo que uno nunca deja de vaciarse por las pérdidas que sufrió…
Gracias por tus palabras, David.
Un abrazo
Precioso y muy emotivo.
El último párrafo me ha llegado al alma.Yo también miro la ventana en la que ella estaba y le saludaba con la mano, me sonreía y la alegría me inundaba…
Gracias por regalarnos algo tan hermoso, Matilde.
Gracias María Pilar
La verdad es que a veces me pregunto por qué la inspiración me lleva a lugares tan tristes y me alegro de servirme de la escritura para vaciarme y seguir adelante.
Gracias por tus palabras
Un abrazo