De tanto correr
Imagen de Myriams-Fotos en Pixabay
De tanto correr a ciegas las flores están en vilo, oscilan en sus tallos temerosas del ninguneo, de acabar en el territorio de los vencidos, aniquiladas sin remedio por necedad. Se amarran al silencio de las piedras, se enredan entre las zarzas, la maleza y las malas hierbas, y entre astillosos crujidos de guijarros gritan su olvido; sus pétalos se convierten en sal.
De tanta urgencia urgente se colapsan los sentidos, tropezamos en los pasos que concienzudamente repetimos, ofuscados en las técnicas de arrastre al caminar. No molesten, por favor, no hagan ruido, estamos concentrados en ser más rápidos, más guapos, más famosos, más modernos y atrevidos. Si no sale a la primera no hay problema, Google nos da la contraseña para reiniciar.
De tanto perseguir las horas el reloj toma aire en nuestro ombligo, da vueltas en círculos como un ratón convencido de que la rueda gira sola sin parar. Que la inercia siga su curso trepidante, compulsivo, que muerda con sus dientes incisivos, cuanto más rápido más vértigo nos dará el vacío, más argumentos para no saltar.
De tantos amaneceres erráticos, constreñidos, el sol flamea renegado, como si tuviera frío, desentendiéndose de horizontes hambrientos de ocasos y de todo punto cardinal. Ya no sabe cómo broncear esas tinieblas que llevamos a cuestas, ni cómo llevar el verano a nuestras puertas, desde que le dimos portazo se siente enjaulado, se declara en huelga de identidad.
De tantas prisas prisioneras la vida se nos queda en casa urdiendo telarañas de pereza en el desván. Dibuja sueños en el polvo, con un trazo fino, que igual que llegaron, se han ido, disueltos entre bucles de mediocridad. Una vida de rutinas cicateras y agenda de bolsillo, de atracones de horarios 5G con mucho estilo que prescriben antes de empezar.
Y así nos vamos quedando ciegos, de tanto correr sonámbulos, de tanta urgencia por llegar, de tanto perseguir las prisas sin mirar lo que dejamos atrás. Abandonamos el tiempo en el descansillo, envanecidos, como si fuera un pretendiente dispuesto a esperar.
Mientras, el sol se ha cambiado de traje y ahora viste un calor suavecito, se ha desnudado de inviernos, busca sitios nuevos donde campar. He abierto claraboyas y ventanas, le he dicho al futuro que se quede con sus remilgos tras las mamparas, el presente y yo nos vamos a pasear. Le he quitado al corazón el pestillo, que ahora palpita a la intemperie, bajito, y concentrada en el éxtasis que canta la piel, solo me dedico a escuchar.
«¿Es la prisa la pasión de los necios?
Blaise Pascal
Imagen de Myriams-Fotos en Pixabay
De tanto correr a ciegas las flores están en vilo, oscilan en sus tallos temerosas del ninguneo, de acabar en el territorio de los vencidos, aniquiladas sin remedio por necedad. Se amarran al silencio de las piedras, se enredan entre las zarzas, la maleza y las malas hierbas, y entre astillosos crujidos de guijarros gritan su olvido; sus pétalos se convierten en sal.
De tanta urgencia urgente se colapsan los sentidos, tropezamos en los pasos que concienzudamente repetimos, ofuscados en las técnicas de arrastre al caminar. No molesten, por favor, no hagan ruido, estamos concentrados en ser más rápidos, más guapos, más famosos, más modernos y atrevidos. Si no sale a la primera no hay problema, Google nos da la contraseña para reiniciar.
De tanto perseguir las horas el reloj toma aire en nuestro ombligo, da vueltas en círculos como un ratón convencido de que la rueda gira sola sin parar. Que la inercia siga su curso trepidante, compulsivo, que muerda con sus dientes incisivos, cuanto más rápido más vértigo nos dará el vacío, más argumentos para no saltar.
De tantos amaneceres erráticos, constreñidos, el sol flamea renegado, como si tuviera frío, desentendiéndose de horizontes hambrientos de ocasos y de todo punto cardinal. Ya no sabe cómo broncear esas tinieblas que llevamos a cuestas, ni cómo llevar el verano a nuestras puertas, desde que le dimos portazo se siente enjaulado, se declara en huelga de identidad.
De tantas prisas prisioneras la vida se nos queda en casa urdiendo telarañas de pereza en el desván. Dibuja sueños en el polvo, con un trazo fino, que igual que llegaron, se han ido, disueltos entre bucles de mediocridad. Una vida de rutinas cicateras y agenda de bolsillo, de atracones de horarios 5G con mucho estilo que prescriben antes de empezar.
Y así nos vamos quedando ciegos, de tanto correr sonámbulos, de tanta urgencia por llegar, de tanto perseguir las prisas sin mirar lo que dejamos atrás. Abandonamos el tiempo en el descansillo, envanecidos, como si fuera un pretendiente dispuesto a esperar.
Mientras, el sol se ha cambiado de traje y ahora viste un calor suavecito, se ha desnudado de inviernos, busca sitios nuevos donde campar. He abierto claraboyas y ventanas, le he dicho al futuro que se quede con sus remilgos tras las mamparas, el presente y yo nos vamos a pasear. Le he quitado al corazón el pestillo, que ahora palpita a la intemperie, bajito, y concentrada en el éxtasis que canta la piel, solo me dedico a escuchar.
«¿Es la prisa la pasión de los necios?
Blaise Pascal
¡Hola, Matilde! Magnífico texto que es toda una invitación para pausarnos y reflexionar. En esta sociedad, parece que solo es importante lo que se pueda medir, cuando lo importante es lo que no tiene medida. Lo último ya son esos relojes que miden tus pasos, tu presión, tus logros físicos y no sé cuántas gilipolleces más. Es medirnos, programarnos y… ejecutarnos. Parece que hay alguien empeñado en que nuestro ocio ya no sea nuestro, como si el tiempo laboral no fuera suficiente. En fin… Me encantó eso de las prisas prisioneras, me recordó aquello de tanto correr para no llegar a ningún lado.
Así que, con tu permiso, me tumbo sobre mi sofá para leer el nuevo capítulo de Alicia que veo que has publicado. Un fuerte abrazo!!
Ja, ja…. Aunque nos conocemos de hace solo unos cuantos retos estoy convencida de que no eres de los que te vendes al reloj. Tú lo has dicho, nos gusta sentirnos prisioneros de gilipolleces, y lo peor es que cuando disponemos del tiempo ya no sabemos qué hacer con él. Se nos olvida qué es lo que nos hace disfrutar, sentir, emocionarnos… En fin
No se me ocurre mejor modo de seguir las peripecias de Lucía que «repanchingado» en el sofá…
Un abrazo
Hermoso, a la vez te hace reflexionar. Me quedo pensando que mi querer desacelerar será problemático en un mundo que casi vuela.
Sustraerse de la inercia es difícil, pero posible. A mí también me costó. Y a veces me dejo enredar de nuevo sin darme cuenta.
Pero una vez que somos conscientes de que deseamos desacelerar y vivir de otro modo, solo es cuestión de voluntad.
Un abrazo Estefanía
Muchas gracias por la visita