¿Derechos o privilegios?
Refugiada tras las paredes de una casa de campo castellana, a la espera de que caiga un poco el sol de la enésima ola de calor de este verano, leo reseñas para mis próximas lecturas y me detengo en un título: “Mil soles espléndidos” de Khaled Hosseini. Me llama la atención por cómo le ha impactado a su reseñadora y lo bonito que describe los sentimientos que le han provocado.
El libro gira en torno a una conmovedora historia de amistad y supervivencia entre dos mujeres afganas de orígenes muy dispares, pero cuyos destinos se entrelazan por azar. Mariam, la hija ilegítima de un hombre rico de negocios, que a los 15 años es obligada a casarse con un zapatero treinta años mayor; y Laila, una joven sin hogar a quien el zapatero recoge y da cobijo en su casa. La necesidad de afrontar las terribles circunstancias que las rodean hará que Mariam y Laila vayan forjando un vínculo indestructible necesarios para su propia supervivencia.
Hasta aquí el argumento de una novela que narra lo complicado de ser mujer en un país como Afganistán, donde los derechos de la mitad de su población son pisoteados bajo los límites de la ley Sharia, la ley islámica de los talibanes que excluye sistemáticamente a la mujer de la vida pública haciéndola rehén de su propio hogar, sin voz ni voto.
Y entro en la causa que ha dado lugar a mi titular. La reseña, en un momento dado y supongo que llevada por la sinrazón de los hechos que se narran en el libro, habla de que las mujeres europeas somos unas “privilegiadas”, una afirmación que me ha chirriado sobremanera. Porque lo execrable y aborrecible de una situación no debe cegarnos hasta el punto de desenfocar la realidad.
Las mujeres occidentales estamos donde estamos gracias a la lucha por la igualdad que muchas otras iniciaron hace ya tantos años que a veces se nos olvida. El feminismo, ese ahora tan denostado bajo pretextos e hipérboles políticas que nada hacen en nuestro favor, el que defendieron nuestras abuelas para que nuestras madres pudieran trabajar y nosotras pudiéramos ser quienes deseáramos ser, lo que nos ha dado a las mujeres son derechos. No privilegios. Cuando Clara Campoamor defendió nuestro derecho a votar y precursoras como Marie Curie, Virginia Woolf, Frida Kahlo, Simone de Beauvoir y tantas otras lucharon por distintas causas lo que buscaban era dotarnos de derechos.
No de privilegios. Exactamente los mismos que los de nuestros congéneres masculinos.
No creo que ningún hombre se considere un privilegiado por poder decidir con quién casarse, o acostarse, por elegir sus estudios, por llevar el pelo largo o por sacarse el carnet de conducir.
Los derechos fundamentales de todo ser humano son derechos. No privilegios.
A las mujeres afganas (y a otras sometidas a las estrecheces de la ley sharía o de cualquier otra excusa vestida de religión, costumbre o cultura) de lo que se les priva y despoja es de derechos. No de privilegios.
Entiendo que a veces, influenciadas por ese patriarcado tan asentado en nuestras raíces, nos broten estas afirmaciones casi sin pensar. Estoy segura de que así fue en este caso. No es mi intención polemizar y por eso no menciono nombres. Pero creo que debemos ser cuidadosos con el lenguaje precisamente para eso, para no olvidar de dónde venimos, porque si las mujeres occidentales vamos alcanzando cada vez más cotas de igualdad es gracias a la conquista de derechos de nuestras antecesoras. Derechos. No privilegios.
Refugiada tras las paredes de una casa de campo castellana, a la espera de que caiga un poco el sol de la enésima ola de calor de este verano, leo reseñas para mis próximas lecturas y me detengo en un título: “Mil soles espléndidos” de Khaled Hosseini. Me llama la atención por cómo le ha impactado a su reseñadora y lo bonito que describe los sentimientos que le han provocado.
El libro gira en torno a una conmovedora historia de amistad y supervivencia entre dos mujeres afganas de orígenes muy dispares, pero cuyos destinos se entrelazan por azar. Mariam, la hija ilegítima de un hombre rico de negocios, que a los 15 años es obligada a casarse con un zapatero treinta años mayor; y Laila, una joven sin hogar a quien el zapatero recoge y da cobijo en su casa. La necesidad de afrontar las terribles circunstancias que las rodean hará que Mariam y Laila vayan forjando un vínculo indestructible necesarios para su propia supervivencia.
Hasta aquí el argumento de una novela que narra lo complicado de ser mujer en un país como Afganistán, donde los derechos de la mitad de su población son pisoteados bajo los límites de la ley Sharia, la ley islámica de los talibanes que excluye sistemáticamente a la mujer de la vida pública haciéndola rehén de su propio hogar, sin voz ni voto.
Y entro en la causa que ha dado lugar a mi titular. La reseña, en un momento dado y supongo que llevada por la sinrazón de los hechos que se narran en el libro, habla de que las mujeres europeas somos unas “privilegiadas”, una afirmación que me ha chirriado sobremanera. Porque lo execrable y aborrecible de una situación no debe cegarnos hasta el punto de desenfocar la realidad.
Las mujeres occidentales estamos donde estamos gracias a la lucha por la igualdad que muchas otras iniciaron hace ya tantos años que a veces se nos olvida. El feminismo, ese ahora tan denostado bajo pretextos e hipérboles políticas que nada hacen en nuestro favor, el que defendieron nuestras abuelas para que nuestras madres pudieran trabajar y nosotras pudiéramos ser quienes deseáramos ser, lo que nos ha dado a las mujeres son derechos. No privilegios. Cuando Clara Campoamor defendió nuestro derecho a votar y precursoras como Marie Curie, Virginia Woolf, Frida Kahlo, Simone de Beauvoir y tantas otras lucharon por distintas causas lo que buscaban era dotarnos de derechos.
No de privilegios. Exactamente los mismos que los de nuestros congéneres masculinos.
No creo que ningún hombre se considere un privilegiado por poder decidir con quién casarse, o acostarse, por elegir sus estudios, por llevar el pelo largo o por sacarse el carnet de conducir.
Los derechos fundamentales de todo ser humano son derechos. No privilegios.
A las mujeres afganas (y a otras sometidas a las estrecheces de la ley sharía o de cualquier otra excusa vestida de religión, costumbre o cultura) de lo que se les priva y despoja es de derechos. No de privilegios.
Entiendo que a veces, influenciadas por ese patriarcado tan asentado en nuestras raíces, nos broten estas afirmaciones casi sin pensar. Estoy segura de que así fue en este caso. No es mi intención polemizar y por eso no menciono nombres. Pero creo que debemos ser cuidadosos con el lenguaje precisamente para eso, para no olvidar de dónde venimos, porque si las mujeres occidentales vamos alcanzando cada vez más cotas de igualdad es gracias a la conquista de derechos de nuestras antecesoras. Derechos. No privilegios.
Me ha gustado este post, creo que el comentario(somos privilegiadas) hubiera pasado desapercibido para mi, si no haces este post, el cual me ha hecho reflexionar y como siempre te doy toda la razón, no son privilegios, son derechos conseguidos y luchados anteriormente y no podemos olvidarnos de eso. Un abrazo .
Es que en ocasiones utilizamos expresiones casi en automático, sin pensar, o tal vez pensando poco en la trascendencia de lo que se dice. Y es importante poner en valor que todos nuestros derechos llegaron tras la lucha de muchos hombres y sobre todo mujeres para que pudiéramos hacer uso de ellos.
Me gusta eso de haberte llevado a la reflexión.
Un abrazo