En su voz rota

por | May 10, 2020 | Blog | 10 Comentarios

Imagen de Sabine van Erp en Pixabay

Escucho en  su voz rota, al otro lado del teléfono, palabras que endulzan el aire, porque lo llena de buenos augurios donde reposa su paciencia inquebrantable. Hace 51 días que no salgo, me dice orgullosa, y la imagino con su domesticada soledad trajinando por el piso, vistiendo con su calor unas paredes que, abrigando un espacio tan pequeño, a veces se hace muy grande.

Me baja la basura el vecino, explica, y enhebra las palabras con hilos de neón para que deslumbre el mensaje.  Me regala trozos de rutina que sazona alegremente con la festividad de un domingo, y hace de la conversación un trueque de propósitos: yo te ofrezco una cucharadita de ánimo, otra de cuídate, y tú me concedes un tazón de alivio.

Me cuenta que bien temprano, cuando la luz es un presagio tierno en el aire, abre las ventanas para sentir el pulso de la calle. Al principio el barrio holgazaneaba sin el brío de la gente, desnudo de esas voces que cada día se enredaban en los árboles.  Ahora respira hondo cuando los juegos de los niños irrumpen con su música, y aletea el eco de sus travesuras en los cristales. Ya falta menos, murmura para sí, y reconforta su solitaria clausura mirando hacia adelante.

No me aburro, confiesa, mientras el tiempo se desliza bajo la puerta y lo viste con su mejor traje. Cuando el silencio compromete su espíritu canta boleros de Dyango, o de Machín; y apacigua los nervios engalanando el pasillo con una agenda repleta de planes. A veces el reloj juega al despiste, traza rumbos de cansancio, de dudas o incertezas razonables, pero el sol, disciplinado, llega puntual con sus sombras descifrando las mañanas de las tardes.

Con un suave paño repasa los cuadros de sus nietos, deja en sus rostros la promesa de mil caricias que duermen en sus manos ansiosas por despertarse. Busca en los libros que relee, en los platos que cocina, en el dobladillo que coser, la huella sólida de los hijos que atesoran su energía vital inagotable. Que no os pase nada a vosotros proclama al viento, eso es para ella lo más importante.

Cuando por fin haya amnistía, y esa nueva normalidad nos atrape, ahí estará ella con su vitalidad, deshaciendo de preocupaciones el equipaje. Cubrirá de hospitalidad el umbral y callará el eco del vacío que rebotaba en las cortinas cuando no había nadie.  La mesa espera con 86 velas que soplar, y con una familia preparando tu homenaje.

 

Para todos los mayores que han vivido en soledad el confinamiento
Especialmente dedicado a Paula

Imagen de Sabine van Erp en Pixabay

Escucho en  su voz rota, al otro lado del teléfono, palabras que endulzan el aire, porque lo llena de buenos augurios donde reposa su paciencia inquebrantable. Hace 51 días que no salgo, me dice orgullosa, y la imagino con su domesticada soledad trajinando por el piso, vistiendo con su calor unas paredes que, abrigando un espacio tan pequeño, a veces se hace muy grande.

Me baja la basura el vecino, explica, y enhebra las palabras con hilos de neón para que deslumbre el mensaje.  Me regala trozos de rutina que sazona alegremente con la festividad de un domingo, y hace de la conversación un trueque de propósitos: yo te ofrezco una cucharadita de ánimo, otra de cuídate, y tú me concedes un tazón de alivio.

Me cuenta que bien temprano, cuando la luz es un presagio tierno en el aire, abre las ventanas para sentir el pulso de la calle. Al principio el barrio holgazaneaba sin el brío de la gente, desnudo de esas voces que cada día se enredaban en los árboles.  Ahora respira hondo cuando los juegos de los niños irrumpen con su música, y aletea el eco de sus travesuras en los cristales. Ya falta menos, murmura para sí, y reconforta su solitaria clausura mirando hacia adelante.

No me aburro, confiesa, mientras el tiempo se desliza bajo la puerta y lo viste con su mejor traje. Cuando el silencio compromete su espíritu canta boleros de Dyango, o de Machín; y apacigua los nervios engalanando el pasillo con una agenda repleta de planes. A veces el reloj juega al despiste, traza rumbos de cansancio, de dudas o incertezas razonables, pero el sol, disciplinado, llega puntual con sus sombras descifrando las mañanas de las tardes.

Con un suave paño repasa los cuadros de sus nietos, deja en sus rostros la promesa de mil caricias que duermen en sus manos ansiosas por despertarse. Busca en los libros que relee, en los platos que cocina, en el dobladillo que coser, la huella sólida de los hijos que atesoran su energía vital inagotable. Que no os pase nada a vosotros proclama al viento, eso es para ella lo más importante.

Cuando por fin haya amnistía, y esa nueva normalidad nos atrape, ahí estará ella con su vitalidad, deshaciendo de preocupaciones el equipaje. Cubrirá de hospitalidad el umbral y callará el eco del vacío que rebotaba en las cortinas cuando no había nadie.  La mesa espera con 86 velas que soplar, y con una familia preparando tu homenaje.

 

Para todos los mayores que han vivido en soledad el confinamiento
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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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