La delicadeza
Historia de sentimientos, de deleite sensorial sobre una narrativa profundamente elegante. “La Delicadeza”, David Foenkinos (Seix Barral) nos trae esas cosas del alma: un amor que nace, un destino maldito que lo malogra, la amargura, la resiliencia, y la magia de la vida con el renacer. Nathalie es la protagonista enamorada que pierde al marido y quien nos mostrará su evolución desde el duelo a la reconquista de la esperanza.
Muy astuto el autor dejando en el cuerpo de la trama la definición de “Delicadeza” según el diccionario Larousse:
Delicado, a- (del lat. Delicatus)
Muy fino; exquisito; refinado. (Un rostro de rasgos delicados. Un perfume delicado)
Que manifiesta fragilidad (Salud delicada)
Difícil de manejar; escabroso. (Situación, maniobra delicada)
Que manifiesta gran tacto o sensibilidad. (Un hombre delicado. Una atención delicada)
Difícil de contentar (peyorativo)
Y digo muy astuto porque de forma inteligente recorremos el significado de todas estas acepciones, todas, durante la novela. Foenkinos se recrea en una delicadeza visual, casi tangible para el lector a quien le va estallando en la cara la versión frágil de la palabra, la escabrosa, la peyorativa, la refinada, la tierna o la solo considerada.
Y muy acertados, en mi opinión, los incisos argumentales. Esa forma de interrumpir el relato con capítulos breves que nos aclaran aspectos a veces importantes, otras veces irrelevantes de la trama pero que llena de matices la narración.
Me ha gustado cómo brotan las casualidades en la novela, variopintas y a veces inverosímiles, pero que funcionan como una buena salsa en la que aderezar la historia. Me han gustado las múltiples referencias culturales: a los Beatles, a Woody Allen, a Cortázar…, y en general me ha gustado más la primera que la segunda parte del libro.
Pero hay un aspecto que predomina por encima de todo en esta obra, y cuya ejecución me ha parecido prodigiosa: su sencillez. Una sencillez instintiva, bella y a veces incluso insultante de puro natural. Por ejemplo, la imagen con la que Foenkinos nos describe lo que supone la muerte a través de un libro en dos mitades: la que Nathalie leyó mientras su marido vivía y la que quedaría para siempre del lado de su muerte. Una hermosísima metáfora del antes y el después. O decir de alguien: “Tan discreto como un punto y coma en una novela de ochocientas páginas”. Delicioso.
Y luego el final. No te lo voy a contar, no me perdonaría semejante atropello, pero sí te diré que es un cierre inconmensurablemente bello. Inocente. Tierno. Y sublime.
Historia de sentimientos, de deleite sensorial sobre una narrativa profundamente elegante. “La Delicadeza”, David Foenkinos (Seix Barral) nos trae esas cosas del alma: un amor que nace, un destino maldito que lo malogra, la amargura, la resiliencia, y la magia de la vida con el renacer. Nathalie es la protagonista enamorada que pierde al marido y quien nos mostrará su evolución desde el duelo a la reconquista de la esperanza.
Muy astuto el autor dejando en el cuerpo de la trama la definición de “Delicadeza” según el diccionario Larousse:
Delicado, a- (del lat. Delicatus)
Muy fino; exquisito; refinado. (Un rostro de rasgos delicados. Un perfume delicado)
Que manifiesta fragilidad (Salud delicada)
Difícil de manejar; escabroso. (Situación, maniobra delicada)
Que manifiesta gran tacto o sensibilidad. (Un hombre delicado. Una atención delicada)
Difícil de contentar (peyorativo)
Y digo muy astuto porque de forma inteligente recorremos el significado de todas estas acepciones, todas, durante la novela. Foenkinos se recrea en una delicadeza visual, casi tangible para el lector a quien le va estallando en la cara la versión frágil de la palabra, la escabrosa, la peyorativa, la refinada, la tierna o la solo considerada.
Y muy acertados, en mi opinión, los incisos argumentales. Esa forma de interrumpir el relato con capítulos breves que nos aclaran aspectos a veces importantes, otras veces irrelevantes de la trama pero que llena de matices la narración.
Me ha gustado cómo brotan las casualidades en la novela, variopintas y a veces inverosímiles, pero que funcionan como una buena salsa en la que aderezar la historia. Me han gustado las múltiples referencias culturales: a los Beatles, a Woody Allen, a Cortázar…, y en general me ha gustado más la primera que la segunda parte del libro.
Pero hay un aspecto que predomina por encima de todo en esta obra, y cuya ejecución me ha parecido prodigiosa: su sencillez. Una sencillez instintiva, bella y a veces incluso insultante de puro natural. Por ejemplo, la imagen con la que Foenkinos nos describe lo que supone la muerte a través de un libro en dos mitades: la que Nathalie leyó mientras su marido vivía y la que quedaría para siempre del lado de su muerte. Una hermosísima metáfora del antes y el después. O decir de alguien: “Tan discreto como un punto y coma en una novela de ochocientas páginas”. Delicioso.
Y luego el final. No te lo voy a contar, no me perdonaría semejante atropello, pero sí te diré que es un cierre inconmensurablemente bello. Inocente. Tierno. Y sublime.