La hoguera de las vanidades

por | Mar 23, 2023 | Blog | 5 Comentarios

Narciso

Cómo  nos gusta ver el relumbrón de nuestro ego rebotando por el asfalto y brillando en el universo, el metaverso y todos los espacios siderales que nos dé por inventar.

Si teníamos poco con el postureo de las redes sociales, con el happy day de Instagram y el ruidoso golpe en el pecho de twitteros entregados al deporte nacional de ese insulto gratuito bendecido por el anonimato, ahora llega el señor Tamames con todos sus años en perfecto estado de revista para darnos una lección de narcisismo sin precedentes.

Recuerdo cuando en la universidad nos obligaron a leer, imberbes estudiantes de periodismo queriendo ser más papistas que el papa, aquel “Estructura económica de España” del catedrático de economía. Tremendo rollazo del que no recuerdo absolutamente nada, algo, por otra parte, que no es atribuible al mayor o menor talento del prestigioso erudito, sino a la falta de interés de mi yo pretérito por asuntos económicos.

¡Quién me iba a decir a mí que aquel señor a quien yo no discutía su inteligencia pero que prejuzgué como endiabladamente aburrido se iba a prestar al final de su vida a un esperpento mediático solo para satisfacer su vanidad!

A la vejez viruela, dice ese refrán al que el señor Tamames ha dotado de sentido estricto con una moción de censura infumable en la que nos ha privado, incluso, de las razones para la exhibición de tal ego. El resuelto anciano hizo una exposición desnortada de todo lo que no le gustaba, pero ni pío del país que quería construir.

¿Por qué has aceptado presentarte por Vox? Le preguntó un periodista. Porque no me lo ha pedido nadie más. Esto es lo que viene a llamarse un derroche de yoismo de magnitudes épicas. Nuestro imperdonable olvido para con su persona le obligó a aceptar cualquier proposición. ¡La culpa es nuestra…, caramba!

Escuchando a Enric Juliana, adjunto al director de ‘La Vanguardia’, siempre cabal en sus juicios, aconseja no ser tan severos con el señor Tamames como con la gente que le quiere y no ha sabido aconsejarle bien, porque cuando uno es mayor, dice el periodista, igual que cuando se es muy joven, es necesario tener cerca a esas personas que evitan nuestro traspiés y nuestro ridículo.

Y digo yo, ¿la edad nos aboca irremediablemente a tal impúdica manifestación de nuestros vicios? Vanidad, egoísmo, megalomanía, idiotez supina…

Ciertamente, la experiencia y el tiempo corrigen excesos de contención y prudencia que antaño amordazaban nuestra espontaneidad. Nos volvemos audaces, desacomplejados, impúdicos y cuanto más mayores más nos la trae al pairo lo que digan los demás de lo que hacemos, decimos o dejamos de decir. ¿Hasta qué punto es bueno, o malo, mostrarnos sin filtros? Un debate muy interesante.

En este caso, ya que nos ponemos a opinar, este narcisismo barnizado a cepillo para deslumbrar al más descreído me ha resultado patético, bochornoso y deshonroso para él. Toda la credibilidad cosechada con su trabajo a lo largo de su vida doblegada por un aplauso efímero.

¿Valía la pena?

Narciso

Cómo  nos gusta ver el relumbrón de nuestro ego rebotando por el asfalto y brillando en el universo, el metaverso y todos los espacios siderales que nos dé por inventar.

Si teníamos poco con el postureo de las redes sociales, con el happy day de Instagram y el ruidoso golpe en el pecho de twitteros entregados al deporte nacional de ese insulto gratuito bendecido por el anonimato, ahora llega el señor Tamames con todos sus años en perfecto estado de revista para darnos una lección de narcisismo sin precedentes.

Recuerdo cuando en la universidad nos obligaron a leer, imberbes estudiantes de periodismo queriendo ser más papistas que el papa, aquel “Estructura económica de España” del catedrático de economía. Tremendo rollazo del que no recuerdo absolutamente nada, algo, por otra parte, que no es atribuible al mayor o menor talento del prestigioso erudito, sino a la falta de interés de mi yo pretérito por asuntos económicos.

¡Quién me iba a decir a mí que aquel señor a quien yo no discutía su inteligencia pero que prejuzgué como endiabladamente aburrido se iba a prestar al final de su vida a un esperpento mediático solo para satisfacer su vanidad!

A la vejez viruela, dice ese refrán al que el señor Tamames ha dotado de sentido estricto con una moción de censura infumable en la que nos ha privado, incluso, de las razones para la exhibición de tal ego. El resuelto anciano hizo una exposición desnortada de todo lo que no le gustaba, pero ni pío del país que quería construir.

¿Por qué has aceptado presentarte por Vox? Le preguntó un periodista. Porque no me lo ha pedido nadie más. Esto es lo que viene a llamarse un derroche de yoismo de magnitudes épicas. Nuestro imperdonable olvido para con su persona le obligó a aceptar cualquier proposición. ¡La culpa es nuestra…, caramba!

Escuchando a Enric Juliana, adjunto al director de ‘La Vanguardia’, siempre cabal en sus juicios, aconseja no ser tan severos con el señor Tamames como con la gente que le quiere y no ha sabido aconsejarle bien, porque cuando uno es mayor, dice el periodista, igual que cuando se es muy joven, es necesario tener cerca a esas personas que evitan nuestro traspiés y nuestro ridículo.

Y digo yo, ¿la edad nos aboca irremediablemente a tal impúdica manifestación de nuestros vicios? Vanidad, egoísmo, megalomanía, idiotez supina…

Ciertamente, la experiencia y el tiempo corrigen excesos de contención y prudencia que antaño amordazaban nuestra espontaneidad. Nos volvemos audaces, desacomplejados, impúdicos y cuanto más mayores más nos la trae al pairo lo que digan los demás de lo que hacemos, decimos o dejamos de decir. ¿Hasta qué punto es bueno, o malo, mostrarnos sin filtros? Un debate muy interesante.

En este caso, ya que nos ponemos a opinar, este narcisismo barnizado a cepillo para deslumbrar al más descreído me ha resultado patético, bochornoso y deshonroso para él. Toda la credibilidad cosechada con su trabajo a lo largo de su vida doblegada por un aplauso efímero.

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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