La hoguera de las vanidades
Cómo nos gusta ver el relumbrón de nuestro ego rebotando por el asfalto y brillando en el universo, el metaverso y todos los espacios siderales que nos dé por inventar.
Si teníamos poco con el postureo de las redes sociales, con el happy day de Instagram y el ruidoso golpe en el pecho de twitteros entregados al deporte nacional de ese insulto gratuito bendecido por el anonimato, ahora llega el señor Tamames con todos sus años en perfecto estado de revista para darnos una lección de narcisismo sin precedentes.
Recuerdo cuando en la universidad nos obligaron a leer, imberbes estudiantes de periodismo queriendo ser más papistas que el papa, aquel “Estructura económica de España” del catedrático de economía. Tremendo rollazo del que no recuerdo absolutamente nada, algo, por otra parte, que no es atribuible al mayor o menor talento del prestigioso erudito, sino a la falta de interés de mi yo pretérito por asuntos económicos.
¡Quién me iba a decir a mí que aquel señor a quien yo no discutía su inteligencia pero que prejuzgué como endiabladamente aburrido se iba a prestar al final de su vida a un esperpento mediático solo para satisfacer su vanidad!
A la vejez viruela, dice ese refrán al que el señor Tamames ha dotado de sentido estricto con una moción de censura infumable en la que nos ha privado, incluso, de las razones para la exhibición de tal ego. El resuelto anciano hizo una exposición desnortada de todo lo que no le gustaba, pero ni pío del país que quería construir.
¿Por qué has aceptado presentarte por Vox? Le preguntó un periodista. Porque no me lo ha pedido nadie más. Esto es lo que viene a llamarse un derroche de yoismo de magnitudes épicas. Nuestro imperdonable olvido para con su persona le obligó a aceptar cualquier proposición. ¡La culpa es nuestra…, caramba!
Escuchando a Enric Juliana, adjunto al director de ‘La Vanguardia’, siempre cabal en sus juicios, aconseja no ser tan severos con el señor Tamames como con la gente que le quiere y no ha sabido aconsejarle bien, porque cuando uno es mayor, dice el periodista, igual que cuando se es muy joven, es necesario tener cerca a esas personas que evitan nuestro traspiés y nuestro ridículo.
Y digo yo, ¿la edad nos aboca irremediablemente a tal impúdica manifestación de nuestros vicios? Vanidad, egoísmo, megalomanía, idiotez supina…
Ciertamente, la experiencia y el tiempo corrigen excesos de contención y prudencia que antaño amordazaban nuestra espontaneidad. Nos volvemos audaces, desacomplejados, impúdicos y cuanto más mayores más nos la trae al pairo lo que digan los demás de lo que hacemos, decimos o dejamos de decir. ¿Hasta qué punto es bueno, o malo, mostrarnos sin filtros? Un debate muy interesante.
En este caso, ya que nos ponemos a opinar, este narcisismo barnizado a cepillo para deslumbrar al más descreído me ha resultado patético, bochornoso y deshonroso para él. Toda la credibilidad cosechada con su trabajo a lo largo de su vida doblegada por un aplauso efímero.
¿Valía la pena?
Cómo nos gusta ver el relumbrón de nuestro ego rebotando por el asfalto y brillando en el universo, el metaverso y todos los espacios siderales que nos dé por inventar.
Si teníamos poco con el postureo de las redes sociales, con el happy day de Instagram y el ruidoso golpe en el pecho de twitteros entregados al deporte nacional de ese insulto gratuito bendecido por el anonimato, ahora llega el señor Tamames con todos sus años en perfecto estado de revista para darnos una lección de narcisismo sin precedentes.
Recuerdo cuando en la universidad nos obligaron a leer, imberbes estudiantes de periodismo queriendo ser más papistas que el papa, aquel “Estructura económica de España” del catedrático de economía. Tremendo rollazo del que no recuerdo absolutamente nada, algo, por otra parte, que no es atribuible al mayor o menor talento del prestigioso erudito, sino a la falta de interés de mi yo pretérito por asuntos económicos.
¡Quién me iba a decir a mí que aquel señor a quien yo no discutía su inteligencia pero que prejuzgué como endiabladamente aburrido se iba a prestar al final de su vida a un esperpento mediático solo para satisfacer su vanidad!
A la vejez viruela, dice ese refrán al que el señor Tamames ha dotado de sentido estricto con una moción de censura infumable en la que nos ha privado, incluso, de las razones para la exhibición de tal ego. El resuelto anciano hizo una exposición desnortada de todo lo que no le gustaba, pero ni pío del país que quería construir.
¿Por qué has aceptado presentarte por Vox? Le preguntó un periodista. Porque no me lo ha pedido nadie más. Esto es lo que viene a llamarse un derroche de yoismo de magnitudes épicas. Nuestro imperdonable olvido para con su persona le obligó a aceptar cualquier proposición. ¡La culpa es nuestra…, caramba!
Escuchando a Enric Juliana, adjunto al director de ‘La Vanguardia’, siempre cabal en sus juicios, aconseja no ser tan severos con el señor Tamames como con la gente que le quiere y no ha sabido aconsejarle bien, porque cuando uno es mayor, dice el periodista, igual que cuando se es muy joven, es necesario tener cerca a esas personas que evitan nuestro traspiés y nuestro ridículo.
Y digo yo, ¿la edad nos aboca irremediablemente a tal impúdica manifestación de nuestros vicios? Vanidad, egoísmo, megalomanía, idiotez supina…
Ciertamente, la experiencia y el tiempo corrigen excesos de contención y prudencia que antaño amordazaban nuestra espontaneidad. Nos volvemos audaces, desacomplejados, impúdicos y cuanto más mayores más nos la trae al pairo lo que digan los demás de lo que hacemos, decimos o dejamos de decir. ¿Hasta qué punto es bueno, o malo, mostrarnos sin filtros? Un debate muy interesante.
En este caso, ya que nos ponemos a opinar, este narcisismo barnizado a cepillo para deslumbrar al más descreído me ha resultado patético, bochornoso y deshonroso para él. Toda la credibilidad cosechada con su trabajo a lo largo de su vida doblegada por un aplauso efímero.
¿Valía la pena?
Yo creo que no la valía. Pero en fin, lo que hacen los años con nosotros…
Así es…
¡Quién me iba a decir a mi que el gran profesor Tamames…! ¿Valía la pena? No, no la valía, más bien, ha dado pena. Henchido de orgullo intentaba pavonearse (su movilidad no se lo permitía) como un pavo real sin plumas.
¡Hola, Matilde! Bueno, en realidad tampoco desentonó, dado que el Congreso es el templo de la Vanidad, la Mentira, la Desfachatez, la Egolatría, el Narcisismo, la Manipulación, el Mangoneo… Si soy sincero reconozco que siento repugnancia por los políticos y los partidos, me da igual que sean de derechas, izquierdas o alienígenas o cibernéticos. Un abrazo!
Estando de acuerdo en que en el Congreso proliferan todas esas actitudes, no me gusta generalizar. A mí, que me gusta la política, esa que es vocacional y que sirve para construir y mejorar la vida de la gente, me parece que también hay buenos políticos, tanto de derechas como de izquierdas, independientemente de la ideología que pueda profesar yo. Podemos no estar de acuerdo con alguien y, sin embargo, respetar su compromiso y su dedicación. Esta desafección que tú manifiestas viene dada, precisamente, por actitudes como la del señor Tamames y sus valedores que utilizan herramientas constitucionales para conseguir lo que no logran por méritos propios. Entonces todo el mundo se une a la fiesta del espectáculo y así surge la hoguera de vanidades que vimos en la tribuna de oradores del Congreso. Patético.
Conozco muchos políticos, más del ámbito local y regional, que se dejan la piel en sus quehaceres. Que tienen interés verdadero en cambiar las cosas y que no se merecen ser metidos en el mismo saco de la banalidad y el postureo por quienes nos representan en el Congreso.
Disculpa David mi rollo…. y gracias, como siempre, por pasarte por aquí.
Un abrazo