La voz del deseo

por | Feb 4, 2021 | Blog | 8 Comentarios

Deseo

Imagen de Gustavo Rezende en Pixabay

Si se enciende la luna, dispón el cuerpo para el bolero, porque se cuenta que bajo su influjo se pierde esa entidad nuestra ponderada, abanderada del intelecto, y toma el mando un instinto, sin edad, sin razón y sin género, que hormiguea en la sangre, hierve hasta donde el alma pierde su nombre con su indescifrable misterio, se erige en voz dominante a las órdenes de Don Deseo.

Un murmullo que nace suave y suspira fuego, que cimbrea entre besos que se descubren, se reconocen, se repliegan y empiezan de nuevo.
Que fluye febril, entre almohadones sedientos, se enreda en apetitos que quiebran el silencio y, tenaz en su objetivo,  se desprende de grilletes absurdos para asistir desbocado a la sala de juegos.

Baila la piel los secretos de un seísmo discorde que convulsiona de fuera hacia adentro, que empieza con manos pianistas afinando caricias, tocando las teclas que provocan incendios; una música genuina que, siendo siempre original, suena desde tiempos añejos, se interpreta en la intimidad a temperatura ardiente, con desespero, se aconseja en buena compañía y sin complejos.

Los pies se enmarañan, se aprisionan, se calzan las risas que genera el deseo, se emborracha la voz de lujuria, las feromonas presentan sus armas en plena batalla de alientos.
Una llama férvida calienta la conciencia, se instala en el cerebro, libera un ejército de vasallos cargados con una sensorial dopamina para relajar el terreno.

Ondula la cintura al calor de unos labios virtuosos que arrasan con el invierno; corretean alegres, impacientes, necesitados, embravecidos y tiernos. Anidan en la garganta, en la clavícula, dejan su abrasadora humedad en los senos, inician un excitante campo a través por donde van floreciendo petunias que perfuman el aire con algún verso suelto.

Culebrean los cuerpos enzarzados en una contienda de voraz desenfreno, mordiscos caníbales levantando ovaciones, lenguas chismosas en jardines secretos; la pasión, voluptuosa, contoneándose por un territorio franco de puro deseo. La sensualidad realiza una ofensiva final con toda su réplica de estremecimientos; la luz entonces suspende su viaje, el mundo se contrae un momento, enmudece la luna, el sol igual de quieto, una conmoción de fuerzas estalla con el éxtasis atronador de un millón de espasmódicos destellos.

Uno de esos instantes en que el ser humano vence su mediocridad y consigue detener el tiempo.

 «La relación entre erotismo y poesía es tal que, puede decirse sin afectación que el primero es una metáfora de la sexualidad, y la segunda una erotización del lenguaje»

Octavio PAZ

 

Deseo

Imagen de Gustavo Rezende en Pixabay

Si se enciende la luna, dispón el cuerpo para el bolero, porque se cuenta que bajo su influjo se pierde esa entidad nuestra ponderada, abanderada del intelecto, y toma el mando un instinto, sin edad, sin razón y sin género, que hormiguea en la sangre, hierve hasta donde el alma pierde su nombre con su indescifrable misterio, se erige en voz dominante a las órdenes de Don Deseo.

Un murmullo que nace suave y suspira fuego, que cimbrea entre besos que se descubren, se reconocen, se repliegan y empiezan de nuevo.
Que fluye febril, entre almohadones sedientos, se enreda en apetitos que quiebran el silencio y, tenaz en su objetivo,  se desprende de grilletes absurdos para asistir desbocado a la sala de juegos.

Baila la piel los secretos de un seísmo discorde que convulsiona de fuera hacia adentro, que empieza con manos pianistas afinando caricias, tocando las teclas que provocan incendios; una música genuina que, siendo siempre original, suena desde tiempos añejos, se interpreta en la intimidad a temperatura ardiente, con desespero, se aconseja en buena compañía y sin complejos.

Los pies se enmarañan, se aprisionan, se calzan las risas que genera el deseo, se emborracha la voz de lujuria, las feromonas presentan sus armas en plena batalla de alientos.
Una llama férvida calienta la conciencia, se instala en el cerebro, libera un ejército de vasallos cargados con una sensorial dopamina para relajar el terreno.

Ondula la cintura al calor de unos labios virtuosos que arrasan con el invierno; corretean alegres, impacientes, necesitados, embravecidos y tiernos. Anidan en la garganta, en la clavícula, dejan su abrasadora humedad en los senos, inician un excitante campo a través por donde van floreciendo petunias que perfuman el aire con algún verso suelto.

Culebrean los cuerpos enzarzados en una contienda de voraz desenfreno, mordiscos caníbales levantando ovaciones, lenguas chismosas en jardines secretos; la pasión, voluptuosa, contoneándose por un territorio franco de puro deseo. La sensualidad realiza una ofensiva final con toda su réplica de estremecimientos; la luz entonces suspende su viaje, el mundo se contrae un momento, enmudece la luna, el sol igual de quieto, una conmoción de fuerzas estalla con el éxtasis atronador de un millón de espasmódicos destellos.

Uno de esos instantes en que el ser humano vence su mediocridad y consigue detener el tiempo.

 «La relación entre erotismo y poesía es tal que, puede decirse sin afectación que el primero es una metáfora de la sexualidad, y la segunda una erotización del lenguaje»

Octavio PAZ

 

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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