Las turbulencias del desamor
Leo en una entrevista a Jabois que un lector amigo suyo le dijo: “empecé a leer esta novela con tu voz y acabé leyéndola con la mía”, y ese es el éxito de Mirafiori (Alfaguara), que nos perfora sutilmente para acabar despeinando esa zona oscura que habita en nosotros. Y es que los fantasmas del libro, los que todos llevamos a cuestas, se hacen protagonistas aquí con su múltiple caja de resonancias.
El autor gallego nos sube a lomos de una relación rota narrada por el marido, tan insignificante ante el destello de su mujer, Valentina Barreiro, que por no tener, no tiene ni nombre. Él mismo se encarga de ponernos de parte: “la consideraba una chica del montón, pero un montón en el que solo estaba ella…, yo también era del montón, pero era el montón en el que estábamos casi todos”. Y no le quito razón al pobre. Cada vez que Valen asoma por las esquinas de esta historia se enciende ese sol incontestable que acompaña a los elegidos, en contraste con el tono inmisericorde y autodestructivo que adopta para hablar de sí mismo: “mis sueños se diluían sin saber cuáles eran, que es la forma más perversa de perderlos”.
Mirafiori, como el ascenso a un pico de gran desnivel, es una lectura que te priva de oxígeno en algunas de sus páginas y te deslumbra en casi todo el recorrido. No por los personajes o el argumento, que no dejan de ser paisaje de esa Galicia de embrujo popular, sino por la prosa de Jabois, increíblemente bien armada para impresionar.
Es capaz de asfixiarnos con la soga del desquerer, de aturdirnos con las turbulencias de unos porqués que nunca son respuesta, con la misma intensidad que nos idiotiza al recrearse en lo inefable del amor.
Ahí está su ejercicio principal, el de recorrer de uno a otro los extremos de la cuerda, del amor al desamor, sin trucos de magia de por medio, por mucho que los fantasmas se cuelguen de las hebras: “Tú y yo nos quisimos tanto que, al ver que no podíamos querernos más, ni mantener por más tiempo ese amor, empezamos a darnos poco a poco la espalda como se la dan los duelistas, y fue entonces cuando decidimos que el primero que se diese la vuelta se salvaría, pero nunca se salva nadie”.
Leído el fin, tengo una petición para Manuel Jabois al que me dirijo con la desfachatez justificada solo por mi admiración.
Por favor, déjame conocer a Valen sin el filtro de su vampírico marido. Su versión, no. No quiero eso. Quiero su vida, su forma de ser, su desparpajo y sus fantasmas en una historia, la que tú quieras contarme, en la que ella tenga su propia voz. En la que ella sea algo más que la nebulosa que nos ha dibujado el hombre que amó. Quiero conocer a Valen en toda su inteligencia e imperfección, sin las mutilaciones ni los excesos de un narrador obsesionado con ella.
Muchas gracias
Qué es la vida?
Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
Con la cita de Calderón de la Barca salpicándonos los ojos viajamos por La última función, una novela que juega con los límites de la realidad, con los cantos de sirena de la ficción para construir, al fin y al cabo, una fantasía ilusionante del gran teatro de la vida.
Tenemos un pueblo, San Albín, «abandonado de Dios y de los hombres»; sus habitantes, que muchas veces hacen de narradores, y dos protagonistas principales: Tito (vecino del pueblo que regresa) y Paula (de cualquier otro lugar) cuyas vidas son dibujadas en tiempos paralelos e independientes hasta que, inevitablemente, convergen. El fuego que arde en el centro de la historia es la gran obra de teatro que Tito prepara para revitalizar el pueblo.
Luis Landero deshilvana la historia con una pulcrísima y afinada prosa, en mi opinión más plana cuando deambula de un protagonista a otro, a tono con el relato de unas vidas “desvividas”, rutinarias y sin lustre, y mucho más dinámica y vivaz cuando por fin confluyen los personajes.
El autor extremeño nos hace transitar inteligentemente por una neblina espesa que poco a poco, como si fuera el telón de un escenario, se va abriendo para descubrirnos la magia de los sueños en una humeante taza de café. ¡Mira! ¿Ves? Ahí está el pálpito vital del que estabas huyendo, tuya es la decisión de darle un sorbo. Puede que te sepa a poco o que te quemes, pero ese sabor no lo olvidarás en la vida.
Es en este último acto es cuando el Premio Nacional de las Letras 2022, sin alardear de maestría, pero dejando su talento en el precipicio de cada línea, nos descubre el precioso alegato de la novela en torno a la heroicidad del fracaso y la belleza de la derrota.
Qué buena pinta, me encanta tal y como lo describes. Tomo nota. Un abrazo
Jabois escribe divinamente, con imágenes líricas muy potentes.
Gracias