Me duele la Tierra

por | Dic 5, 2019 | Blog | 0 Comentarios

Imagen de Mystic Art Design

Una duda de hielo me nubla los ojos cuando observo el velo gris que flota en la ciudad. No es para menos mi escepticismo, el cielo amaneció hoy huérfano de aves que, quizás, se olvidaron de volar.
Los girasoles ya no giran, permanecen impávidos recostados sobre sus tallos, han perdido la sonrisa pues viven de memoria, y no pueden recordar.

Políticos, eruditos y grandes sabios dicen que nos vienen a salvar. Que van a sofocar la desesperanza agria que llora la Tierra, que esta vez sí, en la Cumbre del Clima, se van a poner a trabajar. Ya hemos asistido a obligaciones incumplidas y a buenos propósitos que se quedaron en palabras huecas tras su fecha de caducidad, a declaraciones baldías y promesas sin fundamento por falta de voluntad.

Tal vez ahora les sonroje que una niña esté movilizando el planeta y que sean los jóvenes los que lideren actuaciones de más responsabilidad; tal vez lo que antes eran voces apocalípticas y agoreras son ya hechos irrebatibles de un futuro sombrío, que ya es presente, y cuyo precio es inabordable porque algunos daños ya no tienen vuelta atrás.

¿No oyes las preguntas airadas del viento cuando se vuelve huracán? 
¿No ves que las nubes se retuercen de lluvia ácida al descargar sobre el mar?
¿No sientes el dolor de tripas de la Tierra cuando escupe ira a través del volcán?
¿No oyes a los icebergs derramándose en el océano, gritando que ya no regresarán?

Sordos durante tanto tiempo, por incapacidad para escuchar, nos hemos puesto por delante de todas las especies, somos los reyes de la vanidad. Desde esa atalaya fortificada de egoísmo, desprovista de humanidad, descubrimos con asombro un aire sucio escaso de oxígeno, una flora devorada, una fauna menguada, abrimos los ojos como platos como si acabara de sorprendernos nuestra impúdica voracidad.

No tengo palabras de consuelo ni excusas bajo el brazo, tampoco es honesto imputar la deuda solo a unos pocos con el fin de expiarnos el resto; si unos lo hicieron mal por pasividad los demás somos culpables de encubrimiento.

La Tierra se ha quedado afónica de gritar y la fiebre sigue subiendo. Naufragan las estrellas en olas letales que se ahogan en su propio sufrimiento. El arco iris resbala por la lluvia, sale en blanco y negro, quiere que lo volvamos a pintar de esperanza dulce, y que de nuevo lo llevemos al cielo.

“La Tierra no es una herencia de nuestros padres
sino un préstamo de nuestros hijos»
Proverbio indio

Imagen de Mystic Art Design

Una duda de hielo me nubla los ojos cuando observo el velo gris que flota en la ciudad. No es para menos mi escepticismo, el cielo amaneció hoy huérfano de aves que, quizás, se olvidaron de volar.
Los girasoles ya no giran, permanecen impávidos recostados sobre sus tallos, han perdido la sonrisa pues viven de memoria, y no pueden recordar.

Políticos, eruditos y grandes sabios dicen que nos vienen a salvar. Que van a sofocar la desesperanza agria que llora la Tierra, que esta vez sí, en la Cumbre del Clima, se van a poner a trabajar. Ya hemos asistido a obligaciones incumplidas y a buenos propósitos que se quedaron en palabras huecas tras su fecha de caducidad, a declaraciones baldías y promesas sin fundamento por falta de voluntad.

Tal vez ahora les sonroje que una niña esté movilizando el planeta y que sean los jóvenes los que lideren actuaciones de más responsabilidad; tal vez lo que antes eran voces apocalípticas y agoreras son ya hechos irrebatibles de un futuro sombrío, que ya es presente, y cuyo precio es inabordable porque algunos daños ya no tienen vuelta atrás.

¿No oyes las preguntas airadas del viento cuando se vuelve huracán? 
¿No ves que las nubes se retuercen de lluvia ácida al descargar sobre el mar?
¿No sientes el dolor de tripas de la Tierra cuando escupe ira a través del volcán?
¿No oyes a los icebergs derramándose en el océano, gritando que ya no regresarán?

Sordos durante tanto tiempo, por incapacidad para escuchar, nos hemos puesto por delante de todas las especies, somos los reyes de la vanidad. Desde esa atalaya fortificada de egoísmo, desprovista de humanidad, descubrimos con asombro un aire sucio escaso de oxígeno, una flora devorada, una fauna menguada, abrimos los ojos como platos como si acabara de sorprendernos nuestra impúdica voracidad.

No tengo palabras de consuelo ni excusas bajo el brazo, tampoco es honesto imputar la deuda solo a unos pocos con el fin de expiarnos el resto; si unos lo hicieron mal por pasividad los demás somos culpables de encubrimiento.

La Tierra se ha quedado afónica de gritar y la fiebre sigue subiendo. Naufragan las estrellas en olas letales que se ahogan en su propio sufrimiento. El arco iris resbala por la lluvia, sale en blanco y negro, quiere que lo volvamos a pintar de esperanza dulce, y que de nuevo lo llevemos al cielo.

“La Tierra no es una herencia de nuestros padres
sino un préstamo de nuestros hijos»
Proverbio indio

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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