Me he bebido un trocito de mar

por | Nov 5, 2020 | Blog | 4 Comentarios

mar, ojos

Me he bebido un trocito de mar y sus olas surfean plácidas a la orilla de mis ojos. Pasea de puntillas por la avenida de la intuición, inunda de candor la vereda de los sueños y de paciencia el barrio donde se ocultan mis tesoros. Todavía no acierto a adivinar su intención, pero ha anegado de sal mis legañas y con ellas se ha hecho un trono.

La mirada clavada allá donde el cielo se sienta a descansar, sin una distracción, sin un parpadeo, ese pedacito de mar me invita a perderme en el centelleante titilar de su titubeo, en esa forma de bailar con las estrellas cuando estas han decidido descender de las alturas y compartir con el océano su misterio.

Veo nubes de coral nadando sobre la pausa de su lecho y un sol que se recrea, se contrae y aligera, proyecta en su destello el crucigrama de mis pensamientos: enredados, deshilvanados, libres de presidios infundados vuelan sobre la luz de esas aguas emborrachándose de una libertad esquiva que, cuando no miras, se posa en las manos.

Imposible ignorar tal festival de belleza que descalza su modestia en la sublime quietud de un horizonte de sentimientos preñado. Es tan tangible la paz, tan imperturbable la voz con la que otorga amparo, que la soledad acude a la fiesta, se acurruca en silencio con las ventanas abiertas, y concede la plenitud de sentir corretear la vida en mitad de ese letargo.

Rompen las olas en aquel infinito donde duermen las hadas, donde las brujas barren el cielo de sobresaltos, y escriben con letra mojada el nombre de la luna, se insinúan ante los truenos que rugen en la nuca de los rayos, lanzan espuma al solsticio de invierno, y al final se repliegan empapadas de calma, encendiendo de luz su sobrecogedor abrazo.

Me he bebido un trocito de mar que construye pirámides con las lágrimas de mis ojos, desde ese pedestal veo alondras nómadas que en su vuelo deletrean el reposo. Con vistas a un infinito azul que estremece cada latido de un infantil alborozo, el  sol prende el presente de cálida magia, en sus brazos me abandono.

 

 

 «Tal vez la felicidad sea eso, no sentir que debes estar en otro lado, haciendo otra cosa, siendo nadie más»

Isaac ASIMOV

 

mar, ojos

Me he bebido un trocito de mar y sus olas surfean plácidas a la orilla de mis ojos. Pasea de puntillas por la avenida de la intuición, inunda de candor la vereda de los sueños y de paciencia el barrio donde se ocultan mis tesoros. Todavía no acierto a adivinar su intención, pero ha anegado de sal mis legañas y con ellas se ha hecho un trono.

La mirada clavada allá donde el cielo se sienta a descansar, sin una distracción, sin un parpadeo, ese pedacito de mar me invita a perderme en el centelleante titilar de su titubeo, en esa forma de bailar con las estrellas cuando estas han decidido descender de las alturas y compartir con el océano su misterio.

Veo nubes de coral nadando sobre la pausa de su lecho y un sol que se recrea, se contrae y aligera, proyecta en su destello el crucigrama de mis pensamientos: enredados, deshilvanados, libres de presidios infundados vuelan sobre la luz de esas aguas emborrachándose de una libertad esquiva que, cuando no miras, se posa en las manos.

Imposible ignorar tal festival de belleza que descalza su modestia en la sublime quietud de un horizonte de sentimientos preñado. Es tan tangible la paz, tan imperturbable la voz con la que otorga amparo, que la soledad acude a la fiesta, se acurruca en silencio con las ventanas abiertas, y concede la plenitud de sentir corretear la vida en mitad de ese letargo.

Rompen las olas en aquel infinito donde duermen las hadas, donde las brujas barren el cielo de sobresaltos, y escriben con letra mojada el nombre de la luna, se insinúan ante los truenos que rugen en la nuca de los rayos, lanzan espuma al solsticio de invierno, y al final se repliegan empapadas de calma, encendiendo de luz su sobrecogedor abrazo.

Me he bebido un trocito de mar que construye pirámides con las lágrimas de mis ojos, desde ese pedestal veo alondras nómadas que en su vuelo deletrean el reposo. Con vistas a un infinito azul que estremece cada latido de un infantil alborozo, el  sol prende el presente de cálida magia, en sus brazos me abandono.

 

 

 «Tal vez la felicidad sea eso, no sentir que debes estar en otro lado, haciendo otra cosa, siendo nadie más»

Isaac ASIMOV

 

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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