Soldadito de arena en papel de celofán

por | Feb 27, 2020 | Blog | 6 Comentarios

Imagen de Lothar Dieterich en Pixabay

Te recuerdo con una capa improvisada y una cuchara por espada jugando a derrotar al enemigo; cuando la fantasía te llevaba a ser rey magnánimo de aquel territorio inexpugnable en el que hacías, de la cocina, tu castillo.  Una sonrisa vivaracha dormía en tu cara y te sabías con ventaja cuando había que sofocar dislates y zanjar desatinos. La despertabas, presumido, porque con ella apaciguabas regañinas y ganabas batallas que, de otra forma, hubieras perdido.

Te veo cuando la esperanza nadaba desnuda en tus ojos y su voz de sirena cantaba un futuro sin candados ni pestillos. Eras frasquito de cristal expuesto en una estantería sin visillos, derramabas esencia de nobleza sin necesidad de destaparte, calentara el sol o hiciera frío. Planeabas libre como céfiro sobre la espuma del mar, para regresar raudo a tu fortaleza si las nubes amenazaban torbellino.

Fuiste navegante solitario de océanos hostiles que te ahogaban en sus fauces bajo falsas promesas de olvido; en tu barquito precario empaquetaste tus sueños y los dejaste a la deriva, los liberaste por derribo. Con las manos en llagas te quitabas de encima las espinas que tatuaban tu espíritu de un dolor mezquino.

Quisiste enamorar al tiempo con tu sonrisa canela y dejarle un rastro secreto de miguitas de pan. Lo seducías con besos tiernos trenzados de mimos y en sus alas prestadas te dejaba volar. Ascendías a la cima del mundo a patinar sobre hielo, a pintar el boceto de tu propia realidad, y sin un reproche, sin un solo quejido, te preguntabas desde esa atalaya si ya se había trazado el camino, o cuál era el plan.

Traías las noches de fin de año tu cariño embalado en paquetes llenos de bondad, abrazos infinitos que prendían en la mesa y se servían en cada plato, al calor del hogar familiar. Silenciabas los remiendos de tu vida en nudos marineros que por falta de ahínco, acababan raídos en el desván. Tu corazón herido flotaba en almíbar, eras pirata granuja con alma de capitán.

Soldadito de arena en papel de celofán, desplegaste el vuelo con la lluvia púrpura y ahora eres agua de manantial. Tu voz duerme eterna entre valles de bandera blanca y crepúsculos de ternura.  Caballero liberado ya de su armadura, has vuelto a tu castillo junto a la reina que te cantaba canciones de cuna; ella te habla en arrullo, te abriga, te escucha, te quiere y te cuida.

Te hace cosquillas para que despierte esa sonrisa de ángel que todas las noches eclipsa a la luna.

A mi hermano

 

Imagen de Lothar Dieterich en Pixabay

Te recuerdo con una capa improvisada y una cuchara por espada jugando a derrotar al enemigo; cuando la fantasía te llevaba a ser rey magnánimo de aquel territorio inexpugnable en el que hacías, de la cocina, tu castillo.  Una sonrisa vivaracha dormía en tu cara y te sabías con ventaja cuando había que sofocar dislates y zanjar desatinos. La despertabas, presumido, porque con ella apaciguabas regañinas y ganabas batallas que, de otra forma, hubieras perdido.

Te veo cuando la esperanza nadaba desnuda en tus ojos y su voz de sirena cantaba un futuro sin candados ni pestillos. Eras frasquito de cristal expuesto en una estantería sin visillos, derramabas esencia de nobleza sin necesidad de destaparte, calentara el sol o hiciera frío. Planeabas libre como céfiro sobre la espuma del mar, para regresar raudo a tu fortaleza si las nubes amenazaban torbellino.

Fuiste navegante solitario de océanos hostiles que te ahogaban en sus fauces bajo falsas promesas de olvido; en tu barquito precario empaquetaste tus sueños y los dejaste a la deriva, los liberaste por derribo. Con las manos en llagas te quitabas de encima las espinas que tatuaban tu espíritu de un dolor mezquino.

Quisiste enamorar al tiempo con tu sonrisa canela y dejarle un rastro secreto de miguitas de pan. Lo seducías con besos tiernos trenzados de mimos y en sus alas prestadas te dejaba volar. Ascendías a la cima del mundo a patinar sobre hielo, a pintar el boceto de tu propia realidad, y sin un reproche, sin un solo quejido, te preguntabas desde esa atalaya si ya se había trazado el camino, o cuál era el plan.

Traías las noches de fin de año tu cariño embalado en paquetes llenos de bondad, abrazos infinitos que prendían en la mesa y se servían en cada plato, al calor del hogar familiar. Silenciabas los remiendos de tu vida en nudos marineros que por falta de ahínco, acababan raídos en el desván. Tu corazón herido flotaba en almíbar, eras pirata granuja con alma de capitán.

Soldadito de arena en papel de celofán, desplegaste el vuelo con la lluvia púrpura y ahora eres agua de manantial. Tu voz duerme eterna entre valles de bandera blanca y crepúsculos de ternura.  Caballero liberado ya de su armadura, has vuelto a tu castillo junto a la reina que te cantaba canciones de cuna; ella te habla en arrullo, te abriga, te escucha, te quiere y te cuida.

Te hace cosquillas para que despierte esa sonrisa de ángel que todas las noches eclipsa a la luna.

A mi hermano

 

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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