Suspiros
Imagen de Stefan Keller
Vendo suspiros a precio de saldo: media docena por un par de caricias, hasta doce por un gran abrazo, si los quieres por unidades, ofrezco sonrisas a cambio. Los tengo acumulados en el diafragma, esperando turno para salir, de tal forma que cuando se abren compuertas se empujan, se pisan, se saltan la cola, se lanzan en desbandada grabando su impronta en el aire sabiendo que es el último aliento antes de dejar de existir.
No me harán bien si me los guardo, actúan como gas ocupa, perseverante y masificado. Nacen del exceso de presión, de tristeza, de frustración, de preocupación, de recelo, incluso de hambre. Otros, en cambio, surgen eufóricos en torrente, como burbujas bailando un vals en medio de una ovación, chisporroteando de placer, de felicidad, de la simple dicha de escuchar una canción.
La cosecha este año es abundante. Nacen de cópulas contagiosas e inagotables que lanzan algaradas de suspiros por todas partes: en la zona motor, en la cueva de las emociones, en el rincón de pensar, en todos los engranajes. No me dan las horas para darles vía de escape.
Tengo suspiros alimentándose en ese refugio adictivo llamado nostalgia, donde viven recuerdos infinitos que revolotean por la geografía de mi piel, haciéndome cosquillas en la espalda. Rebuscan en la memoria sin orden ni criterio, se vuelven avariciosos, pertinaces, filtran mi archivo con sus dedos codiciosos, y se alimentan de la cámara de mis secretos sin consultarme.
Entonces mi corazón acelera su latido, se pone en guardia, acompasa el soniquete de su tic tac para custodiar afectos, para imponer templanza, y ordena una urgente evacuación a todos los inquilinos. En la siguiente exhalación un maremoto agitado vacía el pecho de suspiros; un desahogo desnuda el alma, las aguas vuelven mansas al mar, la pausa se instala, el corazón recupera la calma.
Son como la postdata de una carta, el murmullo de la tierra cuando ha llovido, la sacudida de la piel tras un beso, el aire escribiendo tu nombre, despacio, cuando te has ido.
“Fue cuando comprobé que murallas se quiebran con suspiros y que hay puertas al mar que se abren con palabras«
Rafael Alberti
Imagen de Stefan Keller
Vendo suspiros a precio de saldo: media docena por un par de caricias, hasta doce por un gran abrazo, si los quieres por unidades, ofrezco sonrisas a cambio. Los tengo acumulados en el diafragma, esperando turno para salir, de tal forma que cuando se abren compuertas se empujan, se pisan, se saltan la cola, se lanzan en desbandada grabando su impronta en el aire sabiendo que es el último aliento antes de dejar de existir.
No me harán bien si me los guardo, actúan como gas ocupa, perseverante y masificado. Nacen del exceso de presión, de tristeza, de frustración, de preocupación, de recelo, incluso de hambre. Otros, en cambio, surgen eufóricos en torrente, como burbujas bailando un vals en medio de una ovación, chisporroteando de placer, de felicidad, de la simple dicha de escuchar una canción.
La cosecha este año es abundante. Nacen de cópulas contagiosas e inagotables que lanzan algaradas de suspiros por todas partes: en la zona motor, en la cueva de las emociones, en el rincón de pensar, en todos los engranajes. No me dan las horas para darles vía de escape.
Tengo suspiros alimentándose en ese refugio adictivo llamado nostalgia, donde viven recuerdos infinitos que revolotean por la geografía de mi piel, haciéndome cosquillas en la espalda. Rebuscan en la memoria sin orden ni criterio, se vuelven avariciosos, pertinaces, filtran mi archivo con sus dedos codiciosos, y se alimentan de la cámara de mis secretos sin consultarme.
Entonces mi corazón acelera su latido, se pone en guardia, acompasa el soniquete de su tic tac para custodiar afectos, para imponer templanza, y ordena una urgente evacuación a todos los inquilinos. En la siguiente exhalación un maremoto agitado vacía el pecho de suspiros; un desahogo desnuda el alma, las aguas vuelven mansas al mar, la pausa se instala, el corazón recupera la calma.
Son como la postdata de una carta, el murmullo de la tierra cuando ha llovido, la sacudida de la piel tras un beso, el aire escribiendo tu nombre, despacio, cuando te has ido.
“Fue cuando comprobé que murallas se quiebran con suspiros y que hay puertas al mar que se abren con palabras«
Rafael Alberti
Muchas gracias, Matilde por enlazar polisémicamente conceptos reales que tu transformas de manera muy bella en connotaciones de vida emulando a la exhalación de las respiraciones cuando sentimos una emoción. Me encanta tu poema, es un reflejo de que cuando suspiramos sentimos desahogo, o bien, mediante una pulsión expresada o a través de la verbalización de las palabras. Y todo se vuelve moderado, templado, equilibrado. Como dijo Alberti, en esa frase bonita y real, imaginada también subjetivamente, porque los suspiros no hay que guardárselos dentro, deben ser expulsados creadoramente. Me has hecho suspirar y sentir. Un fuerte abrazo
Hola Marisa,
Sigo también tus escritos porque escribes con una gran sensibilidad. Supongo que navegamos por un universo parecido y somos de las que pensamos que suspirar es un triunfo de nuestras emociones, es decir, de que todavía somos capaces de emocionarnos. Un gran abrazo
Dame suspiros y te colmare de besos
Bésame y me sentiré colmada
Gran texto, para leer despacio, a tientas… «entre suspiro y suspiro». Bendiciones para ti!!!
Gracias y… cierto. Imagino a los lectores leyéndolo despacio. Un abrazo
Emociones, suspiros, sensaciones, pensamientos y buenas o malas sensaciones. Sabes describir como nuestra materia gris es capaz fe descifrar todo eso. A mí me abres un trocito de luz para ir avanzando en mi cueva.
Si lo sientes como una cueva te sentirás atrapada. Piensa que es más bien un camino y siempre habrá un horizonte en perspectiva…. Un abrazo.
Muy bonitas expresiones. Lo llevan a uno, poco a poco, por el sendero de la inacabable pasión.
Muchas gracias…