Tiempo de encontrarnos

por | Mar 19, 2020 | Blog | 5 Comentarios

Imagen de Susann Mielke en Pixabay

Imposible sustraerse a estos tiempos de incertidumbre, histerias y paranoias colectivas. El Covid19 ha entrado en nuestras vidas como un intruso descortés y malcarado y nos reta con la petulancia propia de quien, de momento, tiene la sartén por el mango.

No ha sido fácil entender el alcance de este sujeto microscópico que, por el hecho de dotarse de corona, trae modales de rey totalitario. Desde su trono intangible practica el peor despotismo posible, pues se ha erigido en ladrón de sueños e ilusiones con su indiscriminado contagio.

Y aquí estamos en un apocalipsis surrealista, merendando cifras redondas en cada telediario, cautivos de un virus que, ¡qué le vamos a hacer!, es indemne a las armas, las bombas y los cañonazos. Sonrojados azuzamos con obscena premura a los científicos para que, una vez más y en pocos meses, obren el milagro.

Mientras tanto los ciudadanos, tan amantes de esa rutina con chinchetas en el calendario, quemamos nuestra frustración con fuego a discreción por este agravio; y cuando ya no quedan responsables a los que acusar y hemos agotado el apartado de insultos, injurias y afrentas del diccionario, no nos queda más remedio que acatar. Toca responsabilidad. Confinamiento domiciliario.

Echamos la llave en nuestros hogares confundidos con este regalo. Siempre esclavos del reloj, de las horas y minutos que se nos escapan de las manos, nos escuece que nos escupan el tiempo a la cara, sin libertad para gastarlo. Parece que el universo ríe a carcajadas y nos riñe con su dedo índice levantado: ¡Veamos si sois capaces de sacar algo positivo de esto, porque  habéis sido muy malos!
Tal vez ha llegado el tiempo de encontrarnos.

Apenas llevamos unos días aislados y nuestra piel ya sufre de ausencia por falta de contacto. Las redes sociales ofrecen un falso vínculo de comunicación pero el corazón, que es muy sabio, mendiga esas caricias que dicen que todo está bien, esos besos que silencian temores desatados, manos entrelazadas que endulzan la soledad y abrazos que nos devuelven la confianza en el ser humano.

Y entonces surge todo aquello que nos hace extraordinarios.  Abrimos la ventana a una esperanza tibia que gana temperatura en cada acto solidario. Encendemos una creatividad aparcada a la orilla de las prisas que nos ahogaban a diario y dedicamos nuestro tiempo, a tiempo completo, a la familia, a los hijos, las parejas, al vecino, al anciano, al amigo, al hermano. Porque aunque estén a más de un metro de distancia, jamás el contacto había sido tan cercano.

“Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera»

Pablo Neruda

 

Imagen de Susann Mielke en Pixabay

Imposible sustraerse a estos tiempos de incertidumbre, histerias y paranoias colectivas. El Covid19 ha entrado en nuestras vidas como un intruso descortés y malcarado y nos reta con la petulancia propia de quien, de momento, tiene la sartén por el mango.

No ha sido fácil entender el alcance de este sujeto microscópico que, por el hecho de dotarse de corona, trae modales de rey totalitario. Desde su trono intangible practica el peor despotismo posible, pues se ha erigido en ladrón de sueños e ilusiones con su indiscriminado contagio.

Y aquí estamos en un apocalipsis surrealista, merendando cifras redondas en cada telediario, cautivos de un virus que, ¡qué le vamos a hacer!, es indemne a las armas, las bombas y los cañonazos. Sonrojados azuzamos con obscena premura a los científicos para que, una vez más y en pocos meses, obren el milagro.

Mientras tanto los ciudadanos, tan amantes de esa rutina con chinchetas en el calendario, quemamos nuestra frustración con fuego a discreción por este agravio; y cuando ya no quedan responsables a los que acusar y hemos agotado el apartado de insultos, injurias y afrentas del diccionario, no nos queda más remedio que acatar. Toca responsabilidad. Confinamiento domiciliario.

Echamos la llave en nuestros hogares confundidos con este regalo. Siempre esclavos del reloj, de las horas y minutos que se nos escapan de las manos, nos escuece que nos escupan el tiempo a la cara, sin libertad para gastarlo. Parece que el universo ríe a carcajadas y nos riñe con su dedo índice levantado: ¡Veamos si sois capaces de sacar algo positivo de esto, porque  habéis sido muy malos!
Tal vez ha llegado el tiempo de encontrarnos.

Apenas llevamos unos días aislados y nuestra piel ya sufre de ausencia por falta de contacto. Las redes sociales ofrecen un falso vínculo de comunicación pero el corazón, que es muy sabio, mendiga esas caricias que dicen que todo está bien, esos besos que silencian temores desatados, manos entrelazadas que endulzan la soledad y abrazos que nos devuelven la confianza en el ser humano.

Y entonces surge todo aquello que nos hace extraordinarios.  Abrimos la ventana a una esperanza tibia que gana temperatura en cada acto solidario. Encendemos una creatividad aparcada a la orilla de las prisas que nos ahogaban a diario y dedicamos nuestro tiempo, a tiempo completo, a la familia, a los hijos, las parejas, al vecino, al anciano, al amigo, al hermano. Porque aunque estén a más de un metro de distancia, jamás el contacto había sido tan cercano.

“Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera»

Pablo Neruda

 

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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