Cartas de los NO nativos digitales
La primera vez lo leí como exigencia en una oferta de trabajo: «Se requiere nativo digital para… » Fue en el 2012, cuando al cierre de la revista en la que trabajaba, en los últimos coletazos de la crisis de 2008, tuve que enfrentarme a la ingrata tarea de buscar empleo. Este maquillado eufemismo con un tufo a prejuicio edadista que apesta, era requisito imponderable en las ofertas que me concernían entonces. En pleno boom de las redes sociales y con los diarios online en plena expansión, los directivos de recursos humanos no buscaban periodistas, sino conseguidores de clicks; la tiranía del titular comiéndose al oficio. En fin, este debate para otro día.
Descubro esta anécdota a raíz de mi última reseña, Herzog, de Saw Bellow, en la que el protagonista sortea su crisis existencial escribiendo cartas que nunca envía. La novela del Nobel no me entusiasmó especialmente, pero despertó en mí la necesidad de echar un vistazo a la prolífica correspondencia epistolar que mantuve en mi adolescencia (yo sí enviaba mis cartas) con amigas, amigos y novietes. Eso de tener pueblo, siempre lo digo, es un lujazo.
Así que levanté el canapé de mi cama y recuperé dos viejas bolsas donde un día, al mudarme a Barcelona, arrinconé al yo anterior que viajaba conmigo. Y pasé la tarde del domingo a ratos riendo, a ratos llorando y en algunos momentos sin saber si reír o llorar o haciendo ambas cosas al mismo tiempo; divirtiéndome con la edad de la inocencia, en una especie de globo atemporal desde el que me veía insultantemente joven con aquellos impresionables 15, 16 y 17 años. ¡Señores, esto no tiene precio!
El sabor de la nostalgia
Entre todas esas cartas había postales, felicitaciones navideñas y de cumpleaños, confidencias tremendistas de púberes encendidos, tiernas y acaloradas declaraciones de amor, algún que otro reproche, faltaría más, y ha aparecido, incluso, una cinta de cassette de esas antiguas que atesora la voz de un buen amigo que, aunque sé que me decía cosas muy bonitas, no puedo recordarlas. La memoria tiene estos cráteres. El caso es que, a falta de reproductor, me quedo con las ganas de subir a la noria de otro recuerdo entrañable. ¿Alguna idea?
En cualquier caso mi mayor conquista en esta tarde de nostalgia ha sido precisamente esa, la de reencontrarme con la niña que fui a través de los escritos de mi gente. Algo así como mirar por el ojo de una cerradura mágica para observar, con cierta indulgencia y muchísima ternura, a la cría que estaba poniendo los cimientos para construir a la mujer que soy. Aquellos presentes eternos en los que se movían nuestros impulsos y que apenas nos dejaban fijarnos en el día siguiente eran, sin duda, nuestro mayor patrimonio.
Los remitentes de todas esas cartas que durante años quisieron hacerme partícipe de su vida, de su sentir y su evolución, me ayudaron a crecer y a conocerme, a escuchar y acompañar, a reflexionar y a debatir. Siento un profundo agradecimiento por estas personas, por haber tenido el privilegio de cartearme con ellas y juntas haber creado extraordinarios recuerdos. Macu, Rosana, Amaya, Javi, Andrés, Jesús, Rosi, Mailu… vuestras cartas forman parte del itinerario imprescindible de mi vida. ¡Gracias!
Eso sí, tras la prolongada hibernación he dado a mi correspondencia un nuevo alojamiento VIP en una caja cinco estrellas. Las cartas comparten habitáculo, pero están perfectamente agrupadas por el individuo que las envió, separadas con gomitas y ordenadas cronológicamente. Listas para ser devoradas de nuevo cuando sea una anciana (si llego), o incluso legadas a cualquiera que un día pueda echar mano de ellas cuando los recuerdos sean territorio exclusivo de Facebook y los NO nativos digitales seamos una especia extinta.
Snail Mail
Para aquellos que se resisten a dejar morir la correspondencia epistolar os cuento que ha surgido una corriente llamada Snail Mail que en inglés viene a decir algo así como correo caracol, y que hace eferencia al correo enviado de manera tradicional en contraposición a la mensajería instantánea actual. El movimiento incentiva el envío de cartas postales decoradas de manera muy personal a las que se otorga un valor especial.
La tendencia del Snail Mail ha dado lugar a la creación de grupos y cuentas a través de las Redes Sociales para organizar estos intercambios de cartas entre sus miembros y compartir materiales y creaciones con tu Penpal (el término inglés para definir amiga por carta) o, lo que es lo mismo, con tu destinatario, es decir, con la persona con la que vas a intercambiar la correspondencia. Una forma muy especial de hacer amistades, de establecer relaciones, de conectar con personas desconocidas hasta convertirlas en íntimos, de volver a ese momento de esperar con ansiedad una respuesta.
Hoy en día existen cuentas y hashtags que se dedican a buscar con quién intercambiar cartas. Basta con buscar Penpal en internet y podrás adentrarte un un ilusionante mundo de oportunidades creativas.
En general, hay pocas reglas a la hora de elaborar un Snail Mail.
– Incluir la Carta donde nos damos a conocer y expresamos nuestras inquietudes.
– Adjuntar un Mail Tag, una tarjeta pequeña donde hacemos 4/5 preguntas a nuestro Penpal para conocerlo mejor: signo zodiacal, anécdotas, gustos literarios, gusto por los animales, gustos gastronómicos etc, en función de nuestros propios intereses.
– Hilo conductor con el que conectar con tu Penpal. Ya sea un tema, una paleta de colores o una idea concreta.
– Regalos tipo estampaciones, pegatinas, troquelados. Hay verdaderos artistas en este apartado pero, como siempre, dependerá de lo que os una.
pero es interesante que tu creación pueda manterner un hilo conductor con el que conectar con tu Penpal.
Todo esto es muy flexible y al final seréis los involucrados en el carteo quienes vayáis desarrollando vuestros propios vínculos y áreas de interés común.
Espero que te haya gustado la idea y empieces ya mismo a buscar a tu Penpal. Yo misma me ofrezco como ensayo de pruebas.
La primera vez lo leí como exigencia en una oferta de trabajo: «Se requiere nativo digital para… » Fue en el 2012, cuando al cierre de la revista en la que trabajaba, en los últimos coletazos de la crisis de 2008, tuve que enfrentarme a la ingrata tarea de buscar empleo. Este maquillado eufemismo con un tufo a prejuicio edadista que apesta, era requisito imponderable en las ofertas que me concernían entonces. En pleno boom de las redes sociales y con los diarios online en plena expansión, los directivos de recursos humanos no buscaban periodistas, sino conseguidores de clicks; la tiranía del titular comiéndose al oficio. En fin, este debate para otro día.
Descubro esta anécdota a raíz de mi última reseña, Herzog, de Saw Bellow, en la que el protagonista sortea su crisis existencial escribiendo cartas que nunca envía. La novela del Nobel no me entusiasmó especialmente, pero despertó en mí la necesidad de echar un vistazo a la prolífica correspondencia epistolar que mantuve en mi adolescencia (yo sí enviaba mis cartas) con amigas, amigos y novietes. Eso de tener pueblo, siempre lo digo, es un lujazo.
Así que levanté el canapé de mi cama y recuperé dos viejas bolsas donde un día, al mudarme a Barcelona, arrinconé al yo anterior que viajaba conmigo. Y pasé la tarde del domingo a ratos riendo, a ratos llorando y en algunos momentos sin saber si reír o llorar o haciendo ambas cosas al mismo tiempo; divirtiéndome con la edad de la inocencia, en una especie de globo atemporal desde el que me veía insultantemente joven con aquellos impresionables 15, 16 y 17 años. ¡Señores, esto no tiene precio!
El sabor de la nostalgia
Entre todas esas cartas había postales, felicitaciones navideñas y de cumpleaños, confidencias tremendistas de púberes encendidos, tiernas y acaloradas declaraciones de amor, algún que otro reproche, faltaría más, y ha aparecido, incluso, una cinta de cassette de esas antiguas que atesora la voz de un buen amigo que, aunque sé que me decía cosas muy bonitas, no puedo recordarlas. La memoria tiene estos cráteres. El caso es que, a falta de reproductor, me quedo con las ganas de subir a la noria de otro recuerdo entrañable. ¿Alguna idea?
En cualquier caso mi mayor conquista en esta tarde de nostalgia ha sido precisamente esa, la de reencontrarme con la niña que fui a través de los escritos de mi gente. Algo así como mirar por el ojo de una cerradura mágica para observar, con cierta indulgencia y muchísima ternura, a la cría que estaba poniendo los cimientos para construir a la mujer que soy. Aquellos presentes eternos en los que se movían nuestros impulsos y que apenas nos dejaban fijarnos en el día siguiente eran, sin duda, nuestro mayor patrimonio.
Los remitentes de todas esas cartas que durante años quisieron hacerme partícipe de su vida, de su sentir y su evolución, me ayudaron a crecer y a conocerme, a escuchar y acompañar, a reflexionar y a debatir. Siento un profundo agradecimiento por estas personas, por haber tenido el privilegio de cartearme con ellas y juntas haber creado extraordinarios recuerdos. Macu, Rosana, Amaya, Javi, Andrés, Jesús, Rosi, Mailu… vuestras cartas forman parte del itinerario imprescindible de mi vida. ¡Gracias!
Eso sí, tras la prolongada hibernación he dado a mi correspondencia un nuevo alojamiento VIP en una caja cinco estrellas. Las cartas comparten habitáculo, pero están perfectamente agrupadas por el individuo que las envió, separadas con gomitas y ordenadas cronológicamente. Listas para ser devoradas de nuevo cuando sea una anciana (si llego), o incluso legadas a cualquiera que un día pueda echar mano de ellas cuando los recuerdos sean territorio exclusivo de Facebook y los NO nativos digitales seamos una especia extinta.
Snail Mail
Para aquellos que se resisten a dejar morir la correspondencia epistolar os cuento que ha surgido una corriente llamada Snail Mail que en inglés viene a decir algo así como correo caracol, y que hace eferencia al correo enviado de manera tradicional en contraposición a la mensajería instantánea actual. El movimiento incentiva el envío de cartas postales decoradas de manera muy personal a las que se otorga un valor especial.
La tendencia del Snail Mail ha dado lugar a la creación de grupos y cuentas a través de las Redes Sociales para organizar estos intercambios de cartas entre sus miembros y compartir materiales y creaciones con tu Penpal (el término inglés para definir amiga por carta) o, lo que es lo mismo, con tu destinatario, es decir, con la persona con la que vas a intercambiar la correspondencia. Una forma muy especial de hacer amistades, de establecer relaciones, de conectar con personas desconocidas hasta convertirlas en íntimos, de volver a ese momento de esperar con ansiedad una respuesta.
Hoy en día existen cuentas y hashtags que se dedican a buscar con quién intercambiar cartas. Basta con buscar Penpal en internet y podrás adentrarte un un ilusionante mundo de oportunidades creativas.
En general, hay pocas reglas a la hora de elaborar un Snail Mail.
– Incluir la Carta donde nos damos a conocer y expresamos nuestras inquietudes.
– Adjuntar un Mail Tag, una tarjeta pequeña donde hacemos 4/5 preguntas a nuestro Penpal para conocerlo mejor: signo zodiacal, anécdotas, gustos literarios, gusto por los animales, gustos gastronómicos etc, en función de nuestros propios intereses.
– Hilo conductor con el que conectar con tu Penpal. Ya sea un tema, una paleta de colores o una idea concreta.
– Regalos tipo estampaciones, pegatinas, troquelados. Hay verdaderos artistas en este apartado pero, como siempre, dependerá de lo que os una.
pero es interesante que tu creación pueda manterner un hilo conductor con el que conectar con tu Penpal.
Todo esto es muy flexible y al final seréis los involucrados en el carteo quienes vayáis desarrollando vuestros propios vínculos y áreas de interés común.
Espero que te haya gustado la idea y empieces ya mismo a buscar a tu Penpal. Yo misma me ofrezco como ensayo de pruebas.
¡Hola, Matilde! Bueno, he buscado que era eso de Nativo Digital y me han venido dos cosas. La primera es que me parece una gilipollez, como bien dices, es un eufemismo para decir que buscan candidatos de 18 a 24 años. Por el otro, me he dado cuenta de que soy un Colono Analógico en un mundo digitalizado que me resulta cada vez más incomprensible, absurdo y desquiciado.
Ha elevado el usar y tirar al extremo de que diría que ya se tira antes de usarlo, como las fotos del móvil que ni siquiera se ven después de echarlas.
Un libro, un cassette, una carta, un álbum de fotos… Ningún Datos ilimitados, archivo en la nube o cualquier tontada parecida puede superarlo. Por la sencilla razón de que los formatos físicos son los tesoros de una vida, humildes para unos, verdaderas joyas de la corona para otros. Porque las emociones que nos provocan necesitan tomar cuerpo para sentir que nos acompañan.
Creo que las últimas cartas que escribí fueron mientras hacía la mili, cuando me tocaba una imaginaria y allí estaba yo con mi linterna, a las tres de la madrugada, con papel y boli, contando mis cosas a la novia, y hoy esposa. ¿Alguien puede recordar en qué momento escribe un SMS o un guasap de esos? ¿Algún nativo digital puede experimentar el abrir el buzón y encontrar una carta dirigida a ti, donde además del contenido la acompaña el tiempo dedicado a escribirla, el saber que ese papel lo ha tocado alguien muy querido?
Si un día llega esa tormenta solar que mande al cuerno tanto satelite, creo que los nativos digitales descubrirán un mundo maravilloso.
Un fuerte abrazo y mis mejores deseos para este agosto!!
Así es David. Lo analógico queda para el romanticismo pero hay tantas sensaciones irrepetibles, inigualables en todos esos gestos previos a la era digital, que a veces da miedo pensar que un día ya nadie se acuerde de ello. Al guardar de nuevo mis cartas, bien ordenaditas y agrupadas por remitente, he pensado (y soñado) en que un día tal vez alguien ajeno a mi entorno, a mi familia y mis seres queridos, lea esas cartas y se haga miles de preguntas en torno a mí. Y aquello sobre lo que tenía tanto celo ya no me causa ninguna vergüenza. Mis cartas son parte de mí y estoy orgullosa de ellas. Ah, y creo que he conseguido la forma de poder reproducir la cassette.
Gracias por pasarte y ¡feliz verano, David!
Hola, Matilde.
Me ha gustado mucho tu publicación con esas dos partes tan diferenciadas.
La primera es ese viaje a nuestro yo anterior que todos deberíamos realizar alguna vez, aunque sin mirar mucho al pasado; simplemente para (re)conocernos y tomar impulso.
La parte final sobre Penpal tiene un interés añadido al poder compaginar esa idea con la digital. Es una forma interesante de acrecentar relaciones y compartir ideas y sentimientos.
Un fuerte abrazo 🙂
Hola, Miguel Ángel
Gracias por acompañarme en este pequeño viaje al pasado. Supongo que estos itinerarios por esos «yo» anteriores siempre nos conducen a ese espacio íntimo y privado donde cada uno se reconoce. Mil gracias por tu comentarios.
Un abrazo