Debe de ser eso…

por | Feb 3, 2022 | Ficción | 4 Comentarios

mariposa

Imagen Pixabay

Hormigas. De pequeño tuve unas cuantas pesadillas con ellas.

Solía ponerme de rodillas, la barbilla rozando el suelo, el culo bien levantado y la vista fija en esos regimientos de hormigas y sus vertiginosos movimientos en busca de provisiones. Elegía a mi víctima; gorda, vistosa, con las antenas bien tiesas a ser posible. Entonces juntaba el dedo corazón con el pulgar, hacía catapulta y le pegaba un guantazo al bicho que lo mandaba a tomar vientos. Intentaba seguir el rumbo del vuelo y cuando caía, si seguía vivo, le daba una segunda oportunidad. Dejaba que se posara en mi mano y lo devolvía al hormiguero. ¡Cosas de críos!

Ahora por lo menos llevo media docena en la cara, como en aquellas pesadillas que se me metían por la nariz. Aunque a decir verdad ni siquiera las siento porque tengo congelados hasta los mocos, pero las he visto corretear por el suelo, librando los charcos de la acera, y subirse a mi mejilla aprovechando que no podía moverme. Será eso que llaman el karma y la justicia divina. Sí. Debe de ser eso…

También me gustaba atrapar mariposas en esos vasos de duralex. Mi madre me reñía, “Juan, eso es una marranada”, me decía, pero me dejaba jugar con ellas si luego limpiaba el cristal. Una vez cogí una preciosa. Tenía el contorno negro con motitas blancas y un azul increíble en las alas, con tantas tonalidades que las quise memorizar todas. La mariposa más bonita que he visto en mi vida. Estuve observándola hasta que me picaron los ojos. Al final la solté. Siempre las soltaba. Parecían algo borrachas al principio, pero enseguida se alejaban volando como si nada.

Desde entonces mi color favorito es el azul. ¿Para qué sirve tener un color favorito? Nunca me lo había preguntado. En realidad, creo que para muy poco. Me encanta mirar el mar y conocer gente con ojos azules, eso sí. Manías mías. Si yo hubiera tenido los ojos azules a lo mejor mi vida hubiera sido otra, pero los tengo marrones. Igual por eso la gente no se fija en mí. Sí. Puede ser eso…

A mi aire

Vuelve a llover. Al principio el agua me ha cabreado mucho. Si me resfrío y me sube la fiebre tendré que ir otra vez a pedir ayuda a don Aurelio, ¡y maldita la gracia! El pobre cura es un santo, pero me saca de quicio con tanta pregunta por aquí y pregunta por allá. ¡No, qué va! Prefiero andar a mi aire. Aunque no sé si podré andar cuando me levante, intento mover los pies, pero son como dos ladrillos. ¿Tendré algo roto?

En el batacazo se me ha roto un zapato, eso seguro, porque he notado el agua correteando por los callos. Igual, después de todo, le tengo que pedir al padre Aurelio que me agencie un par de botas de algún sitio y ropa que no cale hasta los huesos.

Fíjate, tanto pensar y pensar, y ni me he dado cuenta de que ha anochecido. Debe de haber un Dios en algún sitio porque ya ni siquiera tirito. O será que ya no hace frío. Sí. Debe de ser eso…

–Mamá, ¿está dormido este señor?

Veo unos piececitos frente a mi nariz. Estaba casi dormido. Eso creo. Pero al oír esa vocecita abro los ojos. ¡Qué difícil calcular la edad de alguien a través de sus pies! Nunca lo había pensado. Estos son de alguien pequeño, y están junto a unos tacones de alguien más mayor. Hasta ahí, chupado. Pero echarle la edad a cada par de pies…. Lo mismo son 7 y 35, que 12 y 48. ¡Qué se yo! Mi mano está muy cerquita de esas botas de agua rojas con un Mickey Mouse en la caña. “Repitan conmigo, las palabras mágicas son Meeska Mooska Mickey Mouse”. ¡Qué recuerdos! Veía esos dibujos de niño mientras merendaba. Mi madre me ponía un trapo sobre las rodillas para que no cayeran las migas al suelo. “No te muevas, Juan, que está recién barrido”. ¡Cómo me gustaban! Quiero tocar esas preciosas botas, pero los dedos no responden. Quiero repetir las palabras mágicas. Pero no hay forma de abrir la boca. 

–No te acerques Silvia. Estará borracho. A saber qué tiene este señor, te puede contagiar cualquier cosa.

Sí, unas cuantas pulgas como poco. Y ya me gustaría estar borracho, pero qué va, señora. Me he pegado un trompazo de esos tontos y he caído de morros sobre esta acera. Uno que ya no tiene veinte años y se ha hecho torpón con la edad. Pero comprendo que quizás me he caído en el lugar que no toca. Sí. Debe de ser eso…

Dejando huella

Huele como a gasolina. No sé si es de los coches que pasan o el olor que despide el suelo. Una vez pisé una carretera de esas recién asfaltadas y me hizo ilusión pensar que mis huellas quedarían allí para siempre. Cuando volví a los dos días lo habían vuelto a asfaltar. ¡Joder qué trauma! Pero se me pasó enseguida.

En la oreja derecha, la que tengo pegada al suelo, retumban los pasos de la gente yendo y viniendo. La verdad es que molesta un poco porque resuena así como por dentro del cuerpo. Muy raro. Se me ocurre que el sonido es como el de los caballos de esas películas del oeste que llegan al galope y se alejan a la misma velocidad, dejando esa sensación de que te gustaría ser uno de los jinetes. Ese pensamiento me gusta y abro los ojos una vez más. ¡Seré tonto! He llegado a creer que estaban ahí. Los caballos, digo. Pero solo veo la lluvia cayendo de lado en la farola y la sombra de unas luces que se apagan.

El tiempo, cuando está así de parado, es un cabrón. Parece como si dice “oye tío qué estás mirando”. Por eso tengo el coco todo el rato dale que dale a mis cosas. Diría que llevo años pensando. Pero ya me he cansado también de eso. Debe de ser ya muy tarde. Sí. Eso seguro.

No siento nada. No escucho nada tampoco. Ni pasos, ni voces, ni bocinas. Bueno sí. Escucho el silencio. ¿Cómo voy a escuchar algo que no se oye? Menudas cosas se me ocurren… Si pudiera responder a esa pregunta a lo mejor también sabría por qué la gente mira y no ve. Pero ni puñetera idea, oye. Estoy chocheando. Sí, eso también es seguro. Necesito dormir. Tengo mucho sueño.

De pronto algo cosquillea en mi cara. Abro los ojos una última vez y ahí está ella, agitando mi azul favorito en sus increíbles alas, fardando de su guapura, la presumida.

Esta vez soy yo quien sale del vaso de cristal para perseguirla…

mariposa

Imagen Pixabay

Hormigas. De pequeño tuve unas cuantas pesadillas con ellas.

Solía ponerme de rodillas, la barbilla rozando el suelo, el culo bien levantado y la vista fija en esos regimientos de hormigas y sus vertiginosos movimientos en busca de provisiones. Elegía a mi víctima; gorda, vistosa, con las antenas bien tiesas a ser posible. Entonces juntaba el dedo corazón con el pulgar, hacía catapulta y le pegaba un guantazo al bicho que lo mandaba a tomar vientos. Intentaba seguir el rumbo del vuelo y cuando caía, si seguía vivo, le daba una segunda oportunidad. Dejaba que se posara en mi mano y lo devolvía al hormiguero. ¡Cosas de críos!

Ahora por lo menos llevo media docena en la cara, como en aquellas pesadillas que se me metían por la nariz. Aunque a decir verdad ni siquiera las siento porque tengo congelados hasta los mocos, pero las he visto corretear por el suelo, librando los charcos de la acera, y subirse a mi mejilla aprovechando que no podía moverme. Será eso que llaman el karma y la justicia divina. Sí. Debe de ser eso…

También me gustaba atrapar mariposas en esos vasos de duralex. Mi madre me reñía, “Juan, eso es una marranada”, me decía, pero me dejaba jugar con ellas si luego limpiaba el cristal. Una vez cogí una preciosa. Tenía el contorno negro con motitas blancas y un azul increíble en las alas, con tantas tonalidades que las quise memorizar todas. La mariposa más bonita que he visto en mi vida. Estuve observándola hasta que me picaron los ojos. Al final la solté. Siempre las soltaba. Parecían algo borrachas al principio, pero enseguida se alejaban volando como si nada.

Desde entonces mi color favorito es el azul. ¿Para qué sirve tener un color favorito? Nunca me lo había preguntado. En realidad, creo que para muy poco. Me encanta mirar el mar y conocer gente con ojos azules, eso sí. Manías mías. Si yo hubiera tenido los ojos azules a lo mejor mi vida hubiera sido otra, pero los tengo marrones. Igual por eso la gente no se fija en mí. Sí. Puede ser eso…

A mi aire

Vuelve a llover. Al principio el agua me ha cabreado mucho. Si me resfrío y me sube la fiebre tendré que ir otra vez a pedir ayuda a don Aurelio, ¡y maldita la gracia! El pobre cura es un santo, pero me saca de quicio con tanta pregunta por aquí y pregunta por allá. ¡No, qué va! Prefiero andar a mi aire. Aunque no sé si podré andar cuando me levante, intento mover los pies, pero son como dos ladrillos. ¿Tendré algo roto?

En el batacazo se me ha roto un zapato, eso seguro, porque he notado el agua correteando por los callos. Igual, después de todo, le tengo que pedir al padre Aurelio que me agencie un par de botas de algún sitio y ropa que no cale hasta los huesos.

Fíjate, tanto pensar y pensar, y ni me he dado cuenta de que ha anochecido. Debe de haber un Dios en algún sitio porque ya ni siquiera tirito. O será que ya no hace frío. Sí. Debe de ser eso…

–Mamá, ¿está dormido este señor?

Veo unos piececitos frente a mi nariz. Estaba casi dormido. Eso creo. Pero al oír esa vocecita abro los ojos. ¡Qué difícil calcular la edad de alguien a través de sus pies! Nunca lo había pensado. Estos son de alguien pequeño, y están junto a unos tacones de alguien más mayor. Hasta ahí, chupado. Pero echarle la edad a cada par de pies…. Lo mismo son 7 y 35, que 12 y 48. ¡Qué se yo! Mi mano está muy cerquita de esas botas de agua rojas con un Mickey Mouse en la caña. “Repitan conmigo, las palabras mágicas son Meeska Mooska Mickey Mouse”. ¡Qué recuerdos! Veía esos dibujos de niño mientras merendaba. Mi madre me ponía un trapo sobre las rodillas para que no cayeran las migas al suelo. “No te muevas, Juan, que está recién barrido”. ¡Cómo me gustaban! Quiero tocar esas preciosas botas, pero los dedos no responden. Quiero repetir las palabras mágicas. Pero no hay forma de abrir la boca. 

–No te acerques Silvia. Estará borracho. A saber qué tiene este señor, te puede contagiar cualquier cosa.

Sí, unas cuantas pulgas como poco. Y ya me gustaría estar borracho, pero qué va, señora. Me he pegado un trompazo de esos tontos y he caído de morros sobre esta acera. Uno que ya no tiene veinte años y se ha hecho torpón con la edad. Pero comprendo que quizás me he caído en el lugar que no toca. Sí. Debe de ser eso…

Dejando huella

Huele como a gasolina. No sé si es de los coches que pasan o el olor que despide el suelo. Una vez pisé una carretera de esas recién asfaltadas y me hizo ilusión pensar que mis huellas quedarían allí para siempre. Cuando volví a los dos días lo habían vuelto a asfaltar. ¡Joder qué trauma! Pero se me pasó enseguida.

En la oreja derecha, la que tengo pegada al suelo, retumban los pasos de la gente yendo y viniendo. La verdad es que molesta un poco porque resuena así como por dentro del cuerpo. Muy raro. Se me ocurre que el sonido es como el de los caballos de esas películas del oeste que llegan al galope y se alejan a la misma velocidad, dejando esa sensación de que te gustaría ser uno de los jinetes. Ese pensamiento me gusta y abro los ojos una vez más. ¡Seré tonto! He llegado a creer que estaban ahí. Los caballos, digo. Pero solo veo la lluvia cayendo de lado en la farola y la sombra de unas luces que se apagan.

El tiempo, cuando está así de parado, es un cabrón. Parece como si dice “oye tío qué estás mirando”. Por eso tengo el coco todo el rato dale que dale a mis cosas. Diría que llevo años pensando. Pero ya me he cansado también de eso. Debe de ser ya muy tarde. Sí. Eso seguro.

No siento nada. No escucho nada tampoco. Ni pasos, ni voces, ni bocinas. Bueno sí. Escucho el silencio. ¿Cómo voy a escuchar algo que no se oye? Menudas cosas se me ocurren… Si pudiera responder a esa pregunta a lo mejor también sabría por qué la gente mira y no ve. Pero ni puñetera idea, oye. Estoy chocheando. Sí, eso también es seguro. Necesito dormir. Tengo mucho sueño.

De pronto algo cosquillea en mi cara. Abro los ojos una última vez y ahí está ella, agitando mi azul favorito en sus increíbles alas, fardando de su guapura, la presumida.

Esta vez soy yo quien sale del vaso de cristal para perseguirla…

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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