
Permiso para soñar
Déjame acunar en tu frente estos ojos perdidos y llévame lejos de mí mismo, como si fuéramos errantes en un paraíso de precipicios y en tus brazos conquistara el permiso para soñar.
Déjame acunar en tu frente estos ojos perdidos y llévame lejos de mí mismo, como si fuéramos errantes en un paraíso de precipicios y en tus brazos conquistara el permiso para soñar.
Víctor despertó una mañana más con la sensación de tener el tiempo enroscado en las entrañas. Los días se pisoteaban unos a otros arrojando, en su letanía de horas, unas ataduras invisibles.
Llevaba diez minutos de obnubilado espionaje. Entregado al deleite que le procuraban esas manos de finos dedos y diestra paciencia y ese rostro de perfil aniñado que en la concentración adquiría una belleza privilegiada, ajena a todo prosaísmo, Félix sintió en sus ingles un delator pellizco de su limerencia.
¿Eres de los que pierden los nervios por las prisas, por el tiempo, porque alguien te saca de quicio? ¿Hasta dónde crees que llegarías si en un momento dado pierdes el control?
A mí me parecen pedos mágicos del sol, o una lluvia de confeti de nubes juguetonas. Pero mamá dice que se pintan así, como si fueran pompas de jabón de colores flotando en busca de la luna.
Este relato es una transcripción de un hecho cotidiano. Una historia que hace buena la frase “Cuanto más conozco a la gente más quiero a mi perro», y eso que la historia está protagonizada por perros.
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Matilde Bello
Periodista y escritora
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