Emociones conscientes

por | Nov 18, 2021 | Blog | 10 Comentarios

Conscienca, emociones

Imagen de Pixabay

Eso de querer ser consciente de mi vida, de necesitar registrar en la piel mi existencia no es una excentricidad exclusivamente mía ¿verdad? Buscar aquellos estímulos que nos emocionen entiendo que es una exigencia inherente al ser humano, sin embargo, me temo que es en el hecho de hacernos conscientes de ello donde solemos perdernos porque no es lo mismo sentir, que saber que sentimos ¿cierto?

Ser consciente de la experiencia del momento, lo que algunos llaman Mindfulness, y retener todas esas sensaciones para que su impacto sea duradero puede parecer un objetivo baladí, pero no resulta nada sencillo. Al menos, a juicio de esta imberbe en la materia.

Conocimiento, percepción, sensatez, raciocinio, criterio, sentido común, entendimiento… ¿Qué es la consciencia? Sí, esa, la que lleva esa ese ahí en medio. ¿Es una actividad mental? ¿Cómo se activa? ¿No es cierto que al ser conscientes de una sensación la sentimos en todo el cuerpo?

La revista Science, en su 125 aniversario, (2005) publicó un ranking con las 125 preguntas que más se hacía la humanidad y a las que la ciencia aún no había sabido dar respuesta. La número uno fue: ¿De qué está hecho el Universo? El que quiera que se anime con ello.

La pregunta número dos fue: ¿Cuál es la base biológica de la consciencia? Más de quince años después, seguimos sin respuestas, y es que la consciencia es el mayor enigma de la ciencia, de la filosofía y de las religiones, dicen quienes estudian el tema. Y yo, inocente de mí, queriendo ser consciente de mi vida…

Consciencia humana

En el libro “La consciencia humana” (2020), José Enrique Campillo (Premio Nacional de Investigación 1989 y miembro de varias sociedades científicas españolas y europeas, nos explica que la consciencia es la actividad mental enriquecida con emociones, deseos, añoranzas, esperanzas o temores y realiza un ejercicio práctico muy gráfico para entenderlo.

Nuestra mente puede realizar operaciones matemáticas o actividades complejas sin que intervengan las emociones, igual que lo haría una máquina, por ejemplo, jugar al ajedrez. Podemos jugar una partida con un amigo haciendo que solo intervenga la razón y ser plenamente conscientes de su desarrollo. Sin embargo, si jugamos esa misma partida tras la muerte del familiar, pongamos por ejemplo nuestro padre, que nos enseñó a jugar, la cosa cambia, porque no podremos evitar rememorar en cada jugada los consejos que nos daba, el cariño que ponía, incluso cómo movía los dedos al desplazar las fichas. Esto es la actividad subjetiva de la consciencia, del cerebro, y parece que la ciencia aún no tiene explicación a cómo funciona esto, al menos, no con las leyes conocidas hasta la fecha.

Dicho de otro modo, puedo ser consciente de lo que voy experimentando, (tan inocente no era, entonces) pero parece que todavía no pueden explicarme por qué sucede esto.

El filósofo estadounidense Williams James, explica que la consciencia tiene cinco características: intimidad, cambio, intencionalidad, continuidad y selectividad. Y es así, continúa, porque la consciencia solo opera en lo más recóndito de la intimidad (resulta muy difícil de comunicar a los demás); porque está siempre en movimiento (no nos deja en paz ni un instante); no divaga, no se entretiene (por ejemplo, cuando queremos agradar a alguien nuestra consciencia buscará en su memoria la mejor forma de hacerlo); además la consciencia se desplaza a voluntad a través del tiempo y el espacio. Ahora mismo podemos imaginar que de un salto nos plantamos en el pueblo donde veraneábamos de pequeños, retroceder al último verano o a cuando llevábamos calcetines y la cara sucia, incluso podríamos salivar al percibir plenamente el sabor de las meriendas que nos hacía nuestra abuela; y por último nuestra consciencia actúa según un orden de prioridades eligiendo, a cada instante, a qué va a dedicar su atención.

Consciencia y sentimientos

Entonces, la consciencia se alimenta de nuestros sentimientos ¿no? Esto es lo que parece deducirse de las definiciones que hemos visto, al menos lo que he deducido yo. Sin embargo, son muchas las voces del mundo de la ciencia que consideran que la consciencia se genera en el cerebro, que es una actividad única y exclusivamente mental. Una afirmación a la que se opone otra corriente de científicos que hablan de la consciencia en términos más complejos. Así que ¿dónde se ubica la consciencia? ¿cómo se genera? Si te fijas, las mismas preguntas han entrado en bucle durante este artículo.

Unas declaraciones recientes del neurocientífico portugués Antonio Damasio, director del Instituto del cerebro y la creatividad en la Universidad del Sur de California (EE.UU), rompen precisamente con aquella tendencia que solo hablan del cerebro. En el libro «Sentir y saber. El camino de la consciencia» (Destino) que acaba de publicar, dice:

“La consciencia es una habilidad maravillosa que nos permite saber quiénes somos. El cuerpo no puede tener consciencia sin sistema nervioso, pero este tampoco puede tenerla sin sentimientos. A través del sentimiento uno acaba siendo capaz de saber” y esta frase me ha parecido sencillamente maravillosa porque resume de una forma muy sencilla nuestra gran complejidad como especie.

La escritora Siri Hustvedt, premio Princesa de Asturias 2019, que no es científica, pero en sus textos mezcla con gran habilidad filosofía, literatura y neurociencia, en su último ensayo ‘Los espejismos de la certeza’, cuestiona algunos paradigmas científicos como el determinismo de la genética en la personalidad o la separación entre cuerpo y cerebro: “no puedes reducir la mente a un lugar pequeño en el cerebro”, llegando a decir que “Descartes se equivoco, no somos únicamente nuestra mente”.

Lamento tener que acabar diciéndote que ninguna de las teorías expuestas en este texto se sostiene en la evidencia, porque ningún científico ha demostrado empíricamente ni una cosa, ni la contraria. Sin embargo, personalmente, me gusta pensar que mi consciencia es algo más que un complejo sistema matemático de mi cerebro. Y es con lo que me quedo. Mientras la comunidad científica da con el quid de la cuestión, prefiero pensar que no somos únicamente nuestra mente y seguir explorando “conscientemente” ese mundo tan inabarcable como es el de las emociones.

 «Lo que no se siente no se recuerda porque la emoción es memoria”

Siri Hustvedt

 

Conscienca, emociones

Imagen de Pixabay

Eso de querer ser consciente de mi vida, de necesitar registrar en la piel mi existencia no es una excentricidad exclusivamente mía ¿verdad? Buscar aquellos estímulos que nos emocionen entiendo que es una exigencia inherente al ser humano, sin embargo, me temo que es en el hecho de hacernos conscientes de ello donde solemos perdernos porque no es lo mismo sentir, que saber que sentimos ¿cierto?

Ser consciente de la experiencia del momento, lo que algunos llaman Mindfulness, y retener todas esas sensaciones para que su impacto sea duradero puede parecer un objetivo baladí, pero no resulta nada sencillo. Al menos, a juicio de esta imberbe en la materia.

Conocimiento, percepción, sensatez, raciocinio, criterio, sentido común, entendimiento… ¿Qué es la consciencia? Sí, esa, la que lleva esa ese ahí en medio. ¿Es una actividad mental? ¿Cómo se activa? ¿No es cierto que al ser conscientes de una sensación la sentimos en todo el cuerpo?

La revista Science, en su 125 aniversario, (2005) publicó un ranking con las 125 preguntas que más se hacía la humanidad y a las que la ciencia aún no había sabido dar respuesta. La número uno fue: ¿De qué está hecho el Universo? El que quiera que se anime con ello.

La pregunta número dos fue: ¿Cuál es la base biológica de la consciencia? Más de quince años después, seguimos sin respuestas, y es que la consciencia es el mayor enigma de la ciencia, de la filosofía y de las religiones, dicen quienes estudian el tema. Y yo, inocente de mí, queriendo ser consciente de mi vida…

Consciencia humana

En el libro “La consciencia humana” (2020), José Enrique Campillo (Premio Nacional de Investigación 1989 y miembro de varias sociedades científicas españolas y europeas, nos explica que la consciencia es la actividad mental enriquecida con emociones, deseos, añoranzas, esperanzas o temores y realiza un ejercicio práctico muy gráfico para entenderlo.

Nuestra mente puede realizar operaciones matemáticas o actividades complejas sin que intervengan las emociones, igual que lo haría una máquina, por ejemplo, jugar al ajedrez. Podemos jugar una partida con un amigo haciendo que solo intervenga la razón y ser plenamente conscientes de su desarrollo. Sin embargo, si jugamos esa misma partida tras la muerte del familiar, pongamos por ejemplo nuestro padre, que nos enseñó a jugar, la cosa cambia, porque no podremos evitar rememorar en cada jugada los consejos que nos daba, el cariño que ponía, incluso cómo movía los dedos al desplazar las fichas. Esto es la actividad subjetiva de la consciencia, del cerebro, y parece que la ciencia aún no tiene explicación a cómo funciona esto, al menos, no con las leyes conocidas hasta la fecha.

Dicho de otro modo, puedo ser consciente de lo que voy experimentando, (tan inocente no era, entonces) pero parece que todavía no pueden explicarme por qué sucede esto.

El filósofo estadounidense Williams James, explica que la consciencia tiene cinco características: intimidad, cambio, intencionalidad, continuidad y selectividad. Y es así, continúa, porque la consciencia solo opera en lo más recóndito de la intimidad (resulta muy difícil de comunicar a los demás); porque está siempre en movimiento (no nos deja en paz ni un instante); no divaga, no se entretiene (por ejemplo, cuando queremos agradar a alguien nuestra consciencia buscará en su memoria la mejor forma de hacerlo); además la consciencia se desplaza a voluntad a través del tiempo y el espacio. Ahora mismo podemos imaginar que de un salto nos plantamos en el pueblo donde veraneábamos de pequeños, retroceder al último verano o a cuando llevábamos calcetines y la cara sucia, incluso podríamos salivar al percibir plenamente el sabor de las meriendas que nos hacía nuestra abuela; y por último nuestra consciencia actúa según un orden de prioridades eligiendo, a cada instante, a qué va a dedicar su atención.

Consciencia y sentimientos

Entonces, la consciencia se alimenta de nuestros sentimientos ¿no? Esto es lo que parece deducirse de las definiciones que hemos visto, al menos lo que he deducido yo. Sin embargo, son muchas las voces del mundo de la ciencia que consideran que la consciencia se genera en el cerebro, que es una actividad única y exclusivamente mental. Una afirmación a la que se opone otra corriente de científicos que hablan de la consciencia en términos más complejos. Así que ¿dónde se ubica la consciencia? ¿cómo se genera? Si te fijas, las mismas preguntas han entrado en bucle durante este artículo.

Unas declaraciones recientes del neurocientífico portugués Antonio Damasio, director del Instituto del cerebro y la creatividad en la Universidad del Sur de California (EE.UU), rompen precisamente con aquella tendencia que solo hablan del cerebro. En el libro «Sentir y saber. El camino de la consciencia» (Destino) que acaba de publicar, dice:

“La consciencia es una habilidad maravillosa que nos permite saber quiénes somos. El cuerpo no puede tener consciencia sin sistema nervioso, pero este tampoco puede tenerla sin sentimientos. A través del sentimiento uno acaba siendo capaz de saber” y esta frase me ha parecido sencillamente maravillosa porque resume de una forma muy sencilla nuestra gran complejidad como especie.

La escritora Siri Hustvedt, premio Princesa de Asturias 2019, que no es científica, pero en sus textos mezcla con gran habilidad filosofía, literatura y neurociencia, en su último ensayo ‘Los espejismos de la certeza’, cuestiona algunos paradigmas científicos como el determinismo de la genética en la personalidad o la separación entre cuerpo y cerebro: “no puedes reducir la mente a un lugar pequeño en el cerebro”, llegando a decir que “Descartes se equivoco, no somos únicamente nuestra mente”.

Lamento tener que acabar diciéndote que ninguna de las teorías expuestas en este texto se sostiene en la evidencia, porque ningún científico ha demostrado empíricamente ni una cosa, ni la contraria. Sin embargo, personalmente, me gusta pensar que mi consciencia es algo más que un complejo sistema matemático de mi cerebro. Y es con lo que me quedo. Mientras la comunidad científica da con el quid de la cuestión, prefiero pensar que no somos únicamente nuestra mente y seguir explorando “conscientemente” ese mundo tan inabarcable como es el de las emociones.

 «Lo que no se siente no se recuerda porque la emoción es memoria”

Siri Hustvedt

 

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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