Emociones conscientes
Imagen de Pixabay
Eso de querer ser consciente de mi vida, de necesitar registrar en la piel mi existencia no es una excentricidad exclusivamente mía ¿verdad? Buscar aquellos estímulos que nos emocionen entiendo que es una exigencia inherente al ser humano, sin embargo, me temo que es en el hecho de hacernos conscientes de ello donde solemos perdernos porque no es lo mismo sentir, que saber que sentimos ¿cierto?
Ser consciente de la experiencia del momento, lo que algunos llaman Mindfulness, y retener todas esas sensaciones para que su impacto sea duradero puede parecer un objetivo baladí, pero no resulta nada sencillo. Al menos, a juicio de esta imberbe en la materia.
Conocimiento, percepción, sensatez, raciocinio, criterio, sentido común, entendimiento… ¿Qué es la consciencia? Sí, esa, la que lleva esa ese ahí en medio. ¿Es una actividad mental? ¿Cómo se activa? ¿No es cierto que al ser conscientes de una sensación la sentimos en todo el cuerpo?
La revista Science, en su 125 aniversario, (2005) publicó un ranking con las 125 preguntas que más se hacía la humanidad y a las que la ciencia aún no había sabido dar respuesta. La número uno fue: ¿De qué está hecho el Universo? El que quiera que se anime con ello.
La pregunta número dos fue: ¿Cuál es la base biológica de la consciencia? Más de quince años después, seguimos sin respuestas, y es que la consciencia es el mayor enigma de la ciencia, de la filosofía y de las religiones, dicen quienes estudian el tema. Y yo, inocente de mí, queriendo ser consciente de mi vida…
Consciencia humana
En el libro “La consciencia humana” (2020), José Enrique Campillo (Premio Nacional de Investigación 1989 y miembro de varias sociedades científicas españolas y europeas, nos explica que la consciencia es la actividad mental enriquecida con emociones, deseos, añoranzas, esperanzas o temores y realiza un ejercicio práctico muy gráfico para entenderlo.
Nuestra mente puede realizar operaciones matemáticas o actividades complejas sin que intervengan las emociones, igual que lo haría una máquina, por ejemplo, jugar al ajedrez. Podemos jugar una partida con un amigo haciendo que solo intervenga la razón y ser plenamente conscientes de su desarrollo. Sin embargo, si jugamos esa misma partida tras la muerte del familiar, pongamos por ejemplo nuestro padre, que nos enseñó a jugar, la cosa cambia, porque no podremos evitar rememorar en cada jugada los consejos que nos daba, el cariño que ponía, incluso cómo movía los dedos al desplazar las fichas. Esto es la actividad subjetiva de la consciencia, del cerebro, y parece que la ciencia aún no tiene explicación a cómo funciona esto, al menos, no con las leyes conocidas hasta la fecha.
Dicho de otro modo, puedo ser consciente de lo que voy experimentando, (tan inocente no era, entonces) pero parece que todavía no pueden explicarme por qué sucede esto.
El filósofo estadounidense Williams James, explica que la consciencia tiene cinco características: intimidad, cambio, intencionalidad, continuidad y selectividad. Y es así, continúa, porque la consciencia solo opera en lo más recóndito de la intimidad (resulta muy difícil de comunicar a los demás); porque está siempre en movimiento (no nos deja en paz ni un instante); no divaga, no se entretiene (por ejemplo, cuando queremos agradar a alguien nuestra consciencia buscará en su memoria la mejor forma de hacerlo); además la consciencia se desplaza a voluntad a través del tiempo y el espacio. Ahora mismo podemos imaginar que de un salto nos plantamos en el pueblo donde veraneábamos de pequeños, retroceder al último verano o a cuando llevábamos calcetines y la cara sucia, incluso podríamos salivar al percibir plenamente el sabor de las meriendas que nos hacía nuestra abuela; y por último nuestra consciencia actúa según un orden de prioridades eligiendo, a cada instante, a qué va a dedicar su atención.
Consciencia y sentimientos
Entonces, la consciencia se alimenta de nuestros sentimientos ¿no? Esto es lo que parece deducirse de las definiciones que hemos visto, al menos lo que he deducido yo. Sin embargo, son muchas las voces del mundo de la ciencia que consideran que la consciencia se genera en el cerebro, que es una actividad única y exclusivamente mental. Una afirmación a la que se opone otra corriente de científicos que hablan de la consciencia en términos más complejos. Así que ¿dónde se ubica la consciencia? ¿cómo se genera? Si te fijas, las mismas preguntas han entrado en bucle durante este artículo.
Unas declaraciones recientes del neurocientífico portugués Antonio Damasio, director del Instituto del cerebro y la creatividad en la Universidad del Sur de California (EE.UU), rompen precisamente con aquella tendencia que solo hablan del cerebro. En el libro «Sentir y saber. El camino de la consciencia» (Destino) que acaba de publicar, dice:
“La consciencia es una habilidad maravillosa que nos permite saber quiénes somos. El cuerpo no puede tener consciencia sin sistema nervioso, pero este tampoco puede tenerla sin sentimientos. A través del sentimiento uno acaba siendo capaz de saber” y esta frase me ha parecido sencillamente maravillosa porque resume de una forma muy sencilla nuestra gran complejidad como especie.
La escritora Siri Hustvedt, premio Princesa de Asturias 2019, que no es científica, pero en sus textos mezcla con gran habilidad filosofía, literatura y neurociencia, en su último ensayo ‘Los espejismos de la certeza’, cuestiona algunos paradigmas científicos como el determinismo de la genética en la personalidad o la separación entre cuerpo y cerebro: “no puedes reducir la mente a un lugar pequeño en el cerebro”, llegando a decir que “Descartes se equivoco, no somos únicamente nuestra mente”.
Lamento tener que acabar diciéndote que ninguna de las teorías expuestas en este texto se sostiene en la evidencia, porque ningún científico ha demostrado empíricamente ni una cosa, ni la contraria. Sin embargo, personalmente, me gusta pensar que mi consciencia es algo más que un complejo sistema matemático de mi cerebro. Y es con lo que me quedo. Mientras la comunidad científica da con el quid de la cuestión, prefiero pensar que no somos únicamente nuestra mente y seguir explorando “conscientemente” ese mundo tan inabarcable como es el de las emociones.
«Lo que no se siente no se recuerda porque la emoción es memoria”
Siri Hustvedt
Imagen de Pixabay
Eso de querer ser consciente de mi vida, de necesitar registrar en la piel mi existencia no es una excentricidad exclusivamente mía ¿verdad? Buscar aquellos estímulos que nos emocionen entiendo que es una exigencia inherente al ser humano, sin embargo, me temo que es en el hecho de hacernos conscientes de ello donde solemos perdernos porque no es lo mismo sentir, que saber que sentimos ¿cierto?
Ser consciente de la experiencia del momento, lo que algunos llaman Mindfulness, y retener todas esas sensaciones para que su impacto sea duradero puede parecer un objetivo baladí, pero no resulta nada sencillo. Al menos, a juicio de esta imberbe en la materia.
Conocimiento, percepción, sensatez, raciocinio, criterio, sentido común, entendimiento… ¿Qué es la consciencia? Sí, esa, la que lleva esa ese ahí en medio. ¿Es una actividad mental? ¿Cómo se activa? ¿No es cierto que al ser conscientes de una sensación la sentimos en todo el cuerpo?
La revista Science, en su 125 aniversario, (2005) publicó un ranking con las 125 preguntas que más se hacía la humanidad y a las que la ciencia aún no había sabido dar respuesta. La número uno fue: ¿De qué está hecho el Universo? El que quiera que se anime con ello.
La pregunta número dos fue: ¿Cuál es la base biológica de la consciencia? Más de quince años después, seguimos sin respuestas, y es que la consciencia es el mayor enigma de la ciencia, de la filosofía y de las religiones, dicen quienes estudian el tema. Y yo, inocente de mí, queriendo ser consciente de mi vida…
Consciencia humana
En el libro “La consciencia humana” (2020), José Enrique Campillo (Premio Nacional de Investigación 1989 y miembro de varias sociedades científicas españolas y europeas, nos explica que la consciencia es la actividad mental enriquecida con emociones, deseos, añoranzas, esperanzas o temores y realiza un ejercicio práctico muy gráfico para entenderlo.
Nuestra mente puede realizar operaciones matemáticas o actividades complejas sin que intervengan las emociones, igual que lo haría una máquina, por ejemplo, jugar al ajedrez. Podemos jugar una partida con un amigo haciendo que solo intervenga la razón y ser plenamente conscientes de su desarrollo. Sin embargo, si jugamos esa misma partida tras la muerte del familiar, pongamos por ejemplo nuestro padre, que nos enseñó a jugar, la cosa cambia, porque no podremos evitar rememorar en cada jugada los consejos que nos daba, el cariño que ponía, incluso cómo movía los dedos al desplazar las fichas. Esto es la actividad subjetiva de la consciencia, del cerebro, y parece que la ciencia aún no tiene explicación a cómo funciona esto, al menos, no con las leyes conocidas hasta la fecha.
Dicho de otro modo, puedo ser consciente de lo que voy experimentando, (tan inocente no era, entonces) pero parece que todavía no pueden explicarme por qué sucede esto.
El filósofo estadounidense Williams James, explica que la consciencia tiene cinco características: intimidad, cambio, intencionalidad, continuidad y selectividad. Y es así, continúa, porque la consciencia solo opera en lo más recóndito de la intimidad (resulta muy difícil de comunicar a los demás); porque está siempre en movimiento (no nos deja en paz ni un instante); no divaga, no se entretiene (por ejemplo, cuando queremos agradar a alguien nuestra consciencia buscará en su memoria la mejor forma de hacerlo); además la consciencia se desplaza a voluntad a través del tiempo y el espacio. Ahora mismo podemos imaginar que de un salto nos plantamos en el pueblo donde veraneábamos de pequeños, retroceder al último verano o a cuando llevábamos calcetines y la cara sucia, incluso podríamos salivar al percibir plenamente el sabor de las meriendas que nos hacía nuestra abuela; y por último nuestra consciencia actúa según un orden de prioridades eligiendo, a cada instante, a qué va a dedicar su atención.
Consciencia y sentimientos
Entonces, la consciencia se alimenta de nuestros sentimientos ¿no? Esto es lo que parece deducirse de las definiciones que hemos visto, al menos lo que he deducido yo. Sin embargo, son muchas las voces del mundo de la ciencia que consideran que la consciencia se genera en el cerebro, que es una actividad única y exclusivamente mental. Una afirmación a la que se opone otra corriente de científicos que hablan de la consciencia en términos más complejos. Así que ¿dónde se ubica la consciencia? ¿cómo se genera? Si te fijas, las mismas preguntas han entrado en bucle durante este artículo.
Unas declaraciones recientes del neurocientífico portugués Antonio Damasio, director del Instituto del cerebro y la creatividad en la Universidad del Sur de California (EE.UU), rompen precisamente con aquella tendencia que solo hablan del cerebro. En el libro «Sentir y saber. El camino de la consciencia» (Destino) que acaba de publicar, dice:
“La consciencia es una habilidad maravillosa que nos permite saber quiénes somos. El cuerpo no puede tener consciencia sin sistema nervioso, pero este tampoco puede tenerla sin sentimientos. A través del sentimiento uno acaba siendo capaz de saber” y esta frase me ha parecido sencillamente maravillosa porque resume de una forma muy sencilla nuestra gran complejidad como especie.
La escritora Siri Hustvedt, premio Princesa de Asturias 2019, que no es científica, pero en sus textos mezcla con gran habilidad filosofía, literatura y neurociencia, en su último ensayo ‘Los espejismos de la certeza’, cuestiona algunos paradigmas científicos como el determinismo de la genética en la personalidad o la separación entre cuerpo y cerebro: “no puedes reducir la mente a un lugar pequeño en el cerebro”, llegando a decir que “Descartes se equivoco, no somos únicamente nuestra mente”.
Lamento tener que acabar diciéndote que ninguna de las teorías expuestas en este texto se sostiene en la evidencia, porque ningún científico ha demostrado empíricamente ni una cosa, ni la contraria. Sin embargo, personalmente, me gusta pensar que mi consciencia es algo más que un complejo sistema matemático de mi cerebro. Y es con lo que me quedo. Mientras la comunidad científica da con el quid de la cuestión, prefiero pensar que no somos únicamente nuestra mente y seguir explorando “conscientemente” ese mundo tan inabarcable como es el de las emociones.
«Lo que no se siente no se recuerda porque la emoción es memoria”
Siri Hustvedt
Muy buena reflexión, Matilde.
Muchísimas gracias, Marta
Hola Matilde, excelente reflexión. Sin duda somos seres super complejos.
Me vino a la mente los problemas de aquellos que tienen una desconexión con sus emociones, o de plano no las tienen, o necesitan de estímulos demasiado fuertes para tenerlas, por ejemplo, los asesinos en serie. Sin emociones no funcionamos bien, son parte integral de nuestra consciencia, de nuestro ser y mientras más en contacto estemos con ellas creo que somos mejores.
No me puedo hacer una idea de qué significa vivir desconectado de tus emociones. Debe ser algo muy binario, una especie de mapa en blanco y negro de poca sustancia en la que haces las cosas como un autómata. Eso de ser conscientes de nuestra vida puede que no tenga explicación científica (de momento), pero desde luego es lo que nos hace latir con un pálpito especial, lo que nos hace conectar a unos con otros en esa dimensión única que es el universo de las emociones.
Muchas gracias por compartir tu reflexión, Ana.
Un abrazo
Algo leí hace tiempo sobre el dualismo cuerpo-mente que planteó Descartes. No supe qué pensar antes y ahora, leída tu genial entrada, tampoco. Si la mente, esa gran procesadora, deja de funcionar, ¿qué funciona entonces en nosotros?
Si la mente deja de funcionar estamos cerebralmente muertos… dicen los médicos. Encefalograma plano… ¡Buf, también he leído algo sobre este tema (precisamente al investigar sobre la consciencia) y tiene tela! Eso para otro día…
No, no se trata de hacer ascos a nuestra mente, al menos no es lo que yo he entendido, sino de aceptar que el cerebro está conectado a nuestro sistema nervioso y que este se alimenta de los sentimientos. ¡Vamos! que nuestra consciencia es algo más que la explicación de un fenómeno del cerebro. A mi personalmente me cuadra más con nuestra condición de humanos pero sin duda las opciones son abiertas.
Gracias por pasar. ¿Tengo que llamarte Cabrónidas?
Pues sí, aunque ninguna de las teorías que has expuesto se sostenga en la evidencia y no se han demostrado. Para mí la consciencia se alimenta de nuestros sentimiento.
Estoy totalmente de acuerdo que como dice el neurocientífico Antonio Damasio: “A través del sentimiento uno acaba siendo capaz de saber”
A mi me ocurre muy a menudo
Gracias Mati por seguir aprendiendo y enseñarnos tanto.
No sé si te das cuenta de lo bien que realizas el ejercicio de leer. Te estas convirtiendo en una gran lectora y eso me alegra muchísimo. Dices que tú aprendes conmigo, pero no sabes lo que aprendo y recibo yo de todos los que compartís conmigo vuestros sentimientos a través de mis textos.
Un lujazo
Besos
Un artículo la mar de interesante. Por el tema que tocas, por cómo te has documentado, la sínteis que nos regalas para facilitárnos la lectura y sobre todo por esa frase final que tanto me ha gustado: «Lo que no se siente no se recuerda porque la emoción es memoria”
Siri Hustvedt
Lo que nos emociona nos fija recuerdos y eso lo sabemos por experiencia. Pero cuánto nos reafirma que gente experta en la materia lo diga.
Feliz fin de semana, Matilde.
El blog me permite dar rienda suelta, también, a las necesidades de mi vena periodística y a veces me arranco con cosas que me apetece mucho investigar.
Me alegra que te haya gustado María Pilar.
Un abrazo