En el país de los gigantes huesudos
Imagen @noticiasdecastelldefels
-¡Ven Alexia! Vamos a escondernos aquí, a ver si los vemos.
-¿Crees que habremos llegado al país de los gigantes, Lidia? –Preguntó su hermana.
-¡Pues claro, tonta! Solo alguien muy alto y con un culo muy grande podría sentarse aquí.
Las gemelas se escabulleron tras las patas de aquel banco gigante y aguardaron expectantes, como si fuera a aparecer el sombrerero loco en busca de su Alicia.
-Niñas, ¿qué hacéis ahí? –Quiso saber la madre que venía unos pasos más atrás.
-¡Shhh…! –Exclamaron las dos al unísono-. Estamos esperando a los gigantes huesudos… –susurraron inquietas.
La noche anterior Raquel les había explicado a sus hijas que habían tenido que anular el viaje previsto en familia porque papá debía quedarse a trabajar. La cara de las niñas se apagó como un cielo al que se le extingue el sol, de modo que Raquel trato de resucitar la ilusión malherida:
-Escuchad, chicas. No haremos un viaje, pero vamos a tener vacaciones. ¿Os he hablado del país de los gigantes?
-Noooo –contestaron interesadas por el giro que había dado su madre a la conversación.
-Pues aquí, en Castelldefels, donde vivimos, está el reino de los gigantes huesudos –dijo en un tono cargado de suspense para captar su atención- y ya que nos quedamos aquí este verano, podríamos ir a conocerlo.
-¡Wow…! Sí mamá, por favor, por favor, ¿nos lo prometes, iremos? ¿Por qué son huesudos, es que no comen? –Torpedeó a preguntas Lidia que era la más decidida y parlanchina de las dos.
-Si os lo cuento se chafa la sorpresa –apuntó ella-. Mejor será que lo descubráis vosotras mismas. Y claro que iremos, mañana mismo. ¡Venga, a dormir!
Improvisar algo con lo que encender la imaginación de sus hijas de cinco años fue fácil. Al fin y al cabo ellas viajaban por el mundo hambrientas de fantasías con las que colorear su infancia. Pero no tenía tan claro que pudiera darle a la historia un desenlace digno de sus expectativas.
-¿Por qué los esperáis ahí escondidas? –Cuestionó la madre divertida al ver a las niñas tan exaltadas.
-Para que no nos pisen cuando lleguen. Tienen que ser muy grandes para poder sentarse en este banco tan enorme –replicó Alexia.
-La única manera de verlos –contradijo la madre- es subir ahí arriba, ahora mismo. ¡Vamos!
Raquel ayudó a las niñas a escalar a esa obra arquitectónica instalada en pleno Paseo Marítimo de Castelldefels, cuya zona de asiento se alzaba a más de un metro de altura del suelo. Con un esfuerzo faraónico logró ascender ella misma, contagiándose inmediatamente de la excitación de sus hijas.
-Mirad aquel barco –dijo mirando hacia el mar-. Si extendéis la mano es como si pudierais atraparlo.
-¡Es verdad, es verdad! Mira Alexia, puedo agarrar el avión que está pasando –explicaba Lidia con la cabeza mirando al cielo, la espalda apoyada en su madre y la mano derecha siguiendo la estela de la aeronave.
-¡Y yo puedo mover de sitio a los hombres voladores! –espetó Alexia intercambiando a los deportistas que hacían kitesurf, a los que cogía con el pulgar y el dedo índice como si fueran aceitunas del aperitivo.
-Entonces, niñas, -quiso saber Raquel rodeando el hombro de cada una para asegurarse de que no daban un traspié -¿dónde están los gigantes?
Alexia y Lidia miraron con curiosidad hacia el Paseo Marítimo por si estaban perdiéndose algo. Observaron a los paseantes que, caminando a ras del suelo, parecían mucho más pequeños de lo normal. Algunos viandantes sonreían al pasar, levantaban la cabeza y saludaban amistosamente. Entonces, impulsadas por esa mágica e inexplicable conexión que une a los hermanos gemelos, se les iluminó el rostro al mismo tiempo justo antes de decir:
-¡Nosotras somos las gigantes! –Gritaron emocionadas-. ¿Y somos huesudas, mamá? –Preguntó Alexia.
-Espero que sí –razonó la madre- es el único modo de que sigáis creciendo….
-¡Mamá, mamá! Mira, por allí vienen otros gigantes huesudos ¿Los ves Lidia? –Gritó Alexia.
-¡Halaaaa! Son muchísimos, y vienen hacia aquí –acompañó Lidia.
Un grupo de chicos zancudos avanzaba por el Paseo Marítimo dejando un rastro bullicioso a su paso. El sonido de los silbatos impregnaba el aire con estridencias festivas mientras realizaban sencillas pero vistosas coreografías con los zancos. Al llegar a la altura del banco gigante sobre el que, desde hacía un rato, reinaban las gemelas, uno de ellos se acercó y les hizo una reverencia quitándose el sombrero multicolor que llevaba en la cabeza.
-¿Sois los gigantes huesudos? –Pregunto Lidia sin poderse contener.
-¡Shhhh… Es nuestro nombre secreto. Si lo decís en alto podemos desaparecer –le siguió el juego el muchacho.
Las niñas abrieron mucho los ojos y se taparon la boca al mismo tiempo.
-¿Vosotras sois, tal vez, las musas del banco?
-¿Qué son musas? –Preguntó Alexia.
-Son unas diosas que, cuando están cerca, es como si se oyera música por todas partes –contestó él mirando primero a una y luego a la otra.
-¡Pues entonces sí! –Confirmó Lidia-. Si quieres te cantamos la canción de la mariquita ciega…
El muchacho le guiñó el ojo y entonó la canción con ellas mientras hacía una pirueta con los zancos.
-No dejéis de soñar, niñas, y no se apagará la música… -dijo antes de hacer otra reverencia y despedirse.
Aquella noche las gemelas se peleaban por contar a su padre la historia:
-Y antes de marcharnos, papá, hemos pasado por las dos macetas gigantes que hay junto a la playa, y mami nos ha dicho que allí debajo viven los huesudos –explicaba Lidia.
-Solo que no podemos decirlo para no descubrir su secreto –terminó Alexia.
-¡Vaya, vaya! Veo que habéis tenido un día muy aventurero. ¿Y vuestra madre no os ha hablado de la bruja granuja?
-Ahhhhhh. No. ¿Cuál es? ¡Mamá, mamaaaaa…! –Gritaron las dos a la vez.
Raquel se sentó en la cama con ellos y señalando el castillo iluminado que asomaba por la ventana dijo:
-Nos espera allí, en el país de los piratas folloneros….
«No hay teoría, simplemente escucha. La fantasía es la ley«
Claude Debussy
Imagen @noticiasdecastelldefels
-¡Ven Alexia! Vamos a escondernos aquí, a ver si los vemos.
-¿Crees que habremos llegado al país de los gigantes, Lidia? –Preguntó su hermana.
-¡Pues claro, tonta! Solo alguien muy alto y con un culo muy grande podría sentarse aquí.
Las gemelas se escabulleron tras las patas de aquel banco gigante y aguardaron expectantes, como si fuera a aparecer el sombrerero loco en busca de su Alicia.
-Niñas, ¿qué hacéis ahí? –Quiso saber la madre que venía unos pasos más atrás.
-¡Shhh…! –Exclamaron las dos al unísono-. Estamos esperando a los gigantes huesudos… –susurraron inquietas.
La noche anterior Raquel les había explicado a sus hijas que habían tenido que anular el viaje previsto en familia porque papá debía quedarse a trabajar. La cara de las niñas se apagó como un cielo al que se le extingue el sol, de modo que Raquel trato de resucitar la ilusión malherida:
-Escuchad, chicas. No haremos un viaje, pero vamos a tener vacaciones. ¿Os he hablado del país de los gigantes?
-Noooo –contestaron interesadas por el giro que había dado su madre a la conversación.
-Pues aquí, en Castelldefels, donde vivimos, está el reino de los gigantes huesudos –dijo en un tono cargado de suspense para captar su atención- y ya que nos quedamos aquí este verano, podríamos ir a conocerlo.
-¡Wow…! Sí mamá, por favor, por favor, ¿nos lo prometes, iremos? ¿Por qué son huesudos, es que no comen? –Torpedeó a preguntas Lidia que era la más decidida y parlanchina de las dos.
-Si os lo cuento se chafa la sorpresa –apuntó ella-. Mejor será que lo descubráis vosotras mismas. Y claro que iremos, mañana mismo. ¡Venga, a dormir!
Improvisar algo con lo que encender la imaginación de sus hijas de cinco años fue fácil. Al fin y al cabo ellas viajaban por el mundo hambrientas de fantasías con las que colorear su infancia. Pero no tenía tan claro que pudiera darle a la historia un desenlace digno de sus expectativas.
-¿Por qué los esperáis ahí escondidas? –Cuestionó la madre divertida al ver a las niñas tan exaltadas.
-Para que no nos pisen cuando lleguen. Tienen que ser muy grandes para poder sentarse en este banco tan enorme –replicó Alexia.
-La única manera de verlos –contradijo la madre- es subir ahí arriba, ahora mismo. ¡Vamos!
Raquel ayudó a las niñas a escalar a esa obra arquitectónica instalada en pleno Paseo Marítimo de Castelldefels, cuya zona de asiento se alzaba a más de un metro de altura del suelo. Con un esfuerzo faraónico logró ascender ella misma, contagiándose inmediatamente de la excitación de sus hijas.
-Mirad aquel barco –dijo mirando hacia el mar-. Si extendéis la mano es como si pudierais atraparlo.
-¡Es verdad, es verdad! Mira Alexia, puedo agarrar el avión que está pasando –explicaba Lidia con la cabeza mirando al cielo, la espalda apoyada en su madre y la mano derecha siguiendo la estela de la aeronave.
-¡Y yo puedo mover de sitio a los hombres voladores! –espetó Alexia intercambiando a los deportistas que hacían kitesurf, a los que cogía con el pulgar y el dedo índice como si fueran aceitunas del aperitivo.
-Entonces, niñas, -quiso saber Raquel rodeando el hombro de cada una para asegurarse de que no daban un traspié -¿dónde están los gigantes?
Alexia y Lidia miraron con curiosidad hacia el Paseo Marítimo por si estaban perdiéndose algo. Observaron a los paseantes que, caminando a ras del suelo, parecían mucho más pequeños de lo normal. Algunos viandantes sonreían al pasar, levantaban la cabeza y saludaban amistosamente. Entonces, impulsadas por esa mágica e inexplicable conexión que une a los hermanos gemelos, se les iluminó el rostro al mismo tiempo justo antes de decir:
-¡Nosotras somos las gigantes! –Gritaron emocionadas-. ¿Y somos huesudas, mamá? –Preguntó Alexia.
-Espero que sí –razonó la madre- es el único modo de que sigáis creciendo….
-¡Mamá, mamá! Mira, por allí vienen otros gigantes huesudos ¿Los ves Lidia? –Gritó Alexia.
-¡Halaaaa! Son muchísimos, y vienen hacia aquí –acompañó Lidia.
Un grupo de chicos zancudos avanzaba por el Paseo Marítimo dejando un rastro bullicioso a su paso. El sonido de los silbatos impregnaba el aire con estridencias festivas mientras realizaban sencillas pero vistosas coreografías con los zancos. Al llegar a la altura del banco gigante sobre el que, desde hacía un rato, reinaban las gemelas, uno de ellos se acercó y les hizo una reverencia quitándose el sombrero multicolor que llevaba en la cabeza.
-¿Sois los gigantes huesudos? –Pregunto Lidia sin poderse contener.
-¡Shhhh… Es nuestro nombre secreto. Si lo decís en alto podemos desaparecer –le siguió el juego el muchacho.
Las niñas abrieron mucho los ojos y se taparon la boca al mismo tiempo.
-¿Vosotras sois, tal vez, las musas del banco?
-¿Qué son musas? –Preguntó Alexia.
-Son unas diosas que, cuando están cerca, es como si se oyera música por todas partes –contestó él mirando primero a una y luego a la otra.
-¡Pues entonces sí! –Confirmó Lidia-. Si quieres te cantamos la canción de la mariquita ciega…
El muchacho le guiñó el ojo y entonó la canción con ellas mientras hacía una pirueta con los zancos.
-No dejéis de soñar, niñas, y no se apagará la música… -dijo antes de hacer otra reverencia y despedirse.
Aquella noche las gemelas se peleaban por contar a su padre la historia:
-Y antes de marcharnos, papá, hemos pasado por las dos macetas gigantes que hay junto a la playa, y mami nos ha dicho que allí debajo viven los huesudos –explicaba Lidia.
-Solo que no podemos decirlo para no descubrir su secreto –terminó Alexia.
-¡Vaya, vaya! Veo que habéis tenido un día muy aventurero. ¿Y vuestra madre no os ha hablado de la bruja granuja?
-Ahhhhhh. No. ¿Cuál es? ¡Mamá, mamaaaaa…! –Gritaron las dos a la vez.
Raquel se sentó en la cama con ellos y señalando el castillo iluminado que asomaba por la ventana dijo:
-Nos espera allí, en el país de los piratas folloneros….
«No hay teoría, simplemente escucha. La fantasía es la ley«
Claude Debussy