Estrés
—¡No me mires así! Son solo ojeras.
—Como las de un mapache —ensalza mi yo más irreverente—. ¿La has encontrado?
—¿El qué?
—La pulga que te ha dado la noche toledana —se burla.
—No te tragarás un sapo que te vomite en las tripas… ¡Qué tortura!
Descorro las cortinas. Una araña minúscula hace un esprín hasta la manilla de la ventana, cuando corona la cima cae al vidrio y empieza a ascender de nuevo. ¡Qué pena! Junto el dedo índice con el pulgar, hago catapulta y lanzo la araña a buscar el Nirvana. ¿Dónde está? Probablemente haciendo surf en mi pelo…
Sonrío, satisfecho, al ver la furia de la lluvia contra los cristales. El sabor de la venganza me da un calambrazo en la lengua y me parto el pecho. ¡Qué risa!
Alfonso, mañana dirigiré yo la comitiva con los chinos por la ciudad. Pareces estresado. Disfruta del hotel.
Disfruta tú del granizo, pequeño cabrón sin escrúpulos. Todo el mes preparando el evento, cuadrando agendas, incluso aprendiendo chino… y ¿querías que llegara haciendo la flor de loto invertida?
—Una pastillita te ayudaría.
—O una sesión de sexo tántrico.
Goro, goro, me retumba el cerebro. Flis flas, los ojos hacen chiribitas, las pupilas se quedan en blanco. ¡Qué hambre! Abro un paquetito de cacahuetes de esos “hoteleros” y los engullo de golpe. Se me hacen bola en el paladar, luego una papilla grumosa. ¡Qué asco!
—Este lo que necesita es tirarse en moto desde una avioneta colocado de «maría» hasta las cejas.
—Mejor la hipnosis.
¿Quién habla? ¡Y a mí qué cojones me importa! Cuento los metros de la habitación. Seis. No está mal. Me lanzo a una carrerilla y clavo las manos en el suelo, hago el pino, doy la vuelta al mundo, cierro los ojos y dejo las piernas apoyadas en la pared. Arriba. Bien arriba. ¡Mmmmmm…! Relajo. Que los pensamientos se caigan de los sesos y me dejen en paz un rato. No siento nada. Solo una baba escurriéndose por la boca y los huevos colgando.
Abro los ojos. ¿Y eso? ¿Cuántos hay? Uno, dos, tres y cuatro tíos igualitos mirándome complacientes del revés.
—¡Joder con los hoteles y su oferta de servicios!
¡Qué paciencia!
—¡No me mires así! Son solo ojeras.
—Como las de un mapache —ensalza mi yo más irreverente—. ¿La has encontrado?
—¿El qué?
—La pulga que te ha dado la noche toledana —se burla.
—No te tragarás un sapo que te vomite en las tripas… ¡Qué tortura!
Descorro las cortinas. Una araña minúscula hace un esprín hasta la manilla de la ventana, cuando corona la cima cae al vidrio y empieza a ascender de nuevo. ¡Qué pena! Junto el dedo índice con el pulgar, hago catapulta y lanzo la araña a buscar el Nirvana. ¿Dónde está? Probablemente haciendo surf en mi pelo…
Sonrío, satisfecho, al ver la furia de la lluvia contra los cristales. El sabor de la venganza me da un calambrazo en la lengua y me parto el pecho. ¡Qué risa!
Alfonso, mañana dirigiré yo la comitiva con los chinos por la ciudad. Pareces estresado. Disfruta del hotel.
Disfruta tú del granizo, pequeño cabrón sin escrúpulos. Todo el mes preparando el evento, cuadrando agendas, incluso aprendiendo chino… y ¿querías que llegara haciendo la flor de loto invertida?
—Una pastillita te ayudaría.
—O una sesión de sexo tántrico…
Goro, goro, me retumba el cerebro. Flis flas, los ojos hacen chiribitas, las pupilas se quedan en blanco. ¡Qué hambre! Abro un paquetito de cacahuetes de esos “hoteleros” y los engullo de golpe. Se me hacen bola en el paladar, luego una papilla grumosa. ¡Qué asco!
—Este lo que necesita es tirarse en moto desde una avioneta colocado de «maría» hasta las cejas.
—Mejor la hipnosis…
¿Quién habla? ¡Y a mí qué cojones me importa! Cuento los metros de la habitación. Seis. No está mal. Me lanzo a una carrerilla y clavo las manos en el suelo, hago el pino, doy la vuelta al mundo, cierro los ojos y dejo las piernas apoyadas en la pared. Arriba. Bien arriba. ¡Mmmmmm…! Relajo. Que los pensamientos se caigan de los sesos y me dejen en paz un rato. No siento nada. Solo una baba escurriéndose por la boca y los huevos colgando.
Abro los ojos. ¿Y eso? ¿Cuántos hay? Uno, dos, tres y cuatro tíos igualitos mirándome complacientes del revés.
—¡Joder con los hoteles y su oferta de servicios!
¡Qué paciencia!
Hola, Matilde: ¡qué bueno! Me ha encantado, lleno de expresiones con mucha carga, de todo tipo, humorística, sarcástica, irónica, jajajaja, muy bien narrado y argumentado… Y sí, yo también terminaría muchas frases hoy en día, en mi vida diaria, con la frase ¡qué paciencia! Un abrazo. 🙂
Me temo que la paciencia nos libra a muchos de todo tipo de la esquizofrenia… o ¡quién sabe! igual solo la camufla.
Gracias por pasarte, Merche, y por tus lecturas.
Un abrazo
Ja ja ja ja… Estrés, maldito estrés que nos sube el “Cortisol”
Menos mal que te tengo, para que aunque sea por un ratito, pueda adentrarme en ese mundo, donde me relajo, te leo, te escucho y me siento.
Y qué poco te cuesta emocionarme y qué bien lo haces, Rosa.
Menos mal que te tengo yo también, siempre tan dispuesta a sentir lo que escribo en tu propia piel.
Abrazo eterno
Me subo a tus relatos como si fueran míos y fluyó por ese mundo real e irreal a la vez,me encanta todo lo que escribes,en otra vida quiero ser como tú y dedicar mi tanto tiempo perdido a escribir sobre historias del pensamiento,desde que era una niña,quién sabe de viejita porque ahora el estrés y el poco tiempo nos obliga a seguir trabajando,te envío un abrazo.
¡Ay, Manoli!
Si te nace escribir no lo dejes para otra vida, que quién sabe la que nos tocará (si tal cosa es posible). Róbale tiempo a esos ratos muertos, o a esos ratos vivos que pasan a lo tonto y prueba a vaciarte sobre un papel. Aunque solo sea un día por probar. A ver qué pasa… Con tu sensibilidad seguro que te redescubres dentro de esa piel llena de energía que vistes…
Que alguien te diga que quiere ser como tú es un cumplido difícilmente superable. No sé muy bien cómo encajarlo, especialmente porque me considerado un ser humano bastante imperfecto y con mucho margen de mejora…Pero eternamente agradecida por tu confianza.
Un abrazo enorme
Estrés, escuatro, escinco… A veces pierdo la cuenta…
Hay momentos en los que ni el pino, ni flexiones, ni pasteles ni ná… 😉
Gracias por este momento entretenido en el que he perdido la cuenta de los estreses y me he puesto a cero.
Abrazo grande.
¡Qué bien lo has explicado, Amaia!
Me alegra haber sido hilo conductor para dejar tu mente a cero… aunque solo fuera por un instante.
Un abrazo
Lo de hacer el pino quizá lo pruebe algún día, pero me va muy bien la irreverencia oral para combatir el estrés. O apalizar el teclado.
Coincido contigo en lo de apalizar el teclado… De vez en cuando también me doy atracones de chocolate. No es que sirva de mucho pero al menos me doy un gustazo.
Un placer…
¡Hola, Matilde! Puff, he acabado desfallecido con tu personaje, ja, ja, ja… Has reflejado maravillosamente el estrés. Una habitación cerrada, atrapado por la lluvia, con los nervios provocando que no dejes de moverte y, lo peor, con todas las rumiaciones inconexas que se forman en nuestro cerebro. Syin duda, en momentos así lo mejor casi es salir de casa sin paraguas dejando que la lluvia nos cale hasta los huesos y ello logre, al menos, sacarnos de ese círculo vicioso de desesperación. Un abrazo!!
Sí, creo que el personaje me brotó en un momento de personal paranoia. Ojalá la lluvia estuviera más presente para mojarnos más a menudo. Lo digo en sentido totalmente literal. Aquí una que es del norte y echa de menos la lluvia que no veas pero, como dice nuestro amigo Cabrónidas, apalizaremos el teclado para mitigar esos momentos de enajenación…
Un abrazo, DAvid y gracias por pasarte.
Hola, Matilde, que angustia me ha entrado leyendo el post. ¡Lo has clavado! Ese sentirse encerrado en una habitación de hotel, cabreado por las circunstancias, para colmo un día de lluvia, hasta he sentido la araña entre mis dedos índice y pulgar , ¡qué culpa tendrá ella! Cómo manejas el lenguaje, es un placer leerte.
Un abrazo!
Es un placer tenerte de lectora y que disfrutes de mis textos.
El estrés a veces actúa de una forma tan silenciosa que consigue desequilibrarnos sin que nos demos cuenta. Yo he exagerado todos los condicionantes….
Buena semana, compañera