Estrés

por | Mar 30, 2023 | Ficción | 14 Comentarios

Estrés

—¡No me mires así! Son solo ojeras.

­—Como las de un mapache —ensalza mi yo más irreverente—. ¿La has encontrado?

—¿El qué?

—La pulga que te ha dado la noche toledana —se burla.

—No te tragarás un sapo que te vomite en las tripas… ¡Qué tortura!

Descorro las cortinas. Una araña minúscula hace un esprín hasta la manilla de la ventana, cuando corona la cima cae al vidrio y empieza a ascender de nuevo. ¡Qué pena! Junto el dedo índice con el pulgar, hago catapulta y lanzo la araña a buscar el Nirvana. ¿Dónde está? Probablemente haciendo surf en mi pelo…

Sonrío, satisfecho, al ver la furia de la lluvia contra los cristales. El sabor de la venganza me da un calambrazo en la lengua y me parto el pecho. ¡Qué risa!

Alfonso, mañana dirigiré yo la comitiva con los chinos por la ciudad. Pareces estresado. Disfruta del hotel.

Disfruta tú del granizo, pequeño cabrón sin escrúpulos. Todo el mes preparando el evento, cuadrando agendas, incluso aprendiendo chino… y ¿querías que llegara haciendo la flor de loto invertida?

—Una pastillita te ayudaría.

—O una sesión de sexo tántrico.

Goro, goro, me retumba el cerebro. Flis flas, los ojos hacen chiribitas, las pupilas se quedan en blanco. ¡Qué hambre! Abro un paquetito de cacahuetes de esos “hoteleros” y los engullo de golpe. Se me hacen bola en el paladar, luego una papilla grumosa. ¡Qué asco!

—Este lo que necesita es tirarse en moto desde una avioneta colocado de «maría» hasta las cejas.

—Mejor la hipnosis.

¿Quién habla? ¡Y a mí qué cojones me importa! Cuento los metros de la habitación. Seis. No está mal. Me lanzo a una carrerilla y clavo las manos en el suelo, hago el pino, doy la vuelta al mundo, cierro los ojos y dejo las piernas apoyadas en la pared. Arriba. Bien arriba. ¡Mmmmmm…! Relajo. Que los pensamientos se caigan de los sesos y me dejen en paz un rato. No siento nada. Solo una baba escurriéndose por la boca y los huevos colgando.

Abro los ojos. ¿Y eso? ¿Cuántos hay? Uno, dos, tres y cuatro tíos igualitos mirándome complacientes del revés.

—¡Joder con los hoteles y su oferta de servicios!

¡Qué paciencia!

Estrés

—¡No me mires así! Son solo ojeras.

­—Como las de un mapache —ensalza mi yo más irreverente—. ¿La has encontrado?

—¿El qué?

—La pulga que te ha dado la noche toledana —se burla.

—No te tragarás un sapo que te vomite en las tripas… ¡Qué tortura!

Descorro las cortinas. Una araña minúscula hace un esprín hasta la manilla de la ventana, cuando corona la cima cae al vidrio y empieza a ascender de nuevo. ¡Qué pena! Junto el dedo índice con el pulgar, hago catapulta y lanzo la araña a buscar el Nirvana. ¿Dónde está? Probablemente haciendo surf en mi pelo…

Sonrío, satisfecho, al ver la furia de la lluvia contra los cristales. El sabor de la venganza me da un calambrazo en la lengua y me parto el pecho. ¡Qué risa!

Alfonso, mañana dirigiré yo la comitiva con los chinos por la ciudad. Pareces estresado. Disfruta del hotel.

Disfruta tú del granizo, pequeño cabrón sin escrúpulos. Todo el mes preparando el evento, cuadrando agendas, incluso aprendiendo chino… y ¿querías que llegara haciendo la flor de loto invertida?

—Una pastillita te ayudaría.

—O una sesión de sexo tántrico…

Goro, goro, me retumba el cerebro. Flis flas, los ojos hacen chiribitas, las pupilas se quedan en blanco. ¡Qué hambre! Abro un paquetito de cacahuetes de esos “hoteleros” y los engullo de golpe. Se me hacen bola en el paladar, luego una papilla grumosa. ¡Qué asco!

—Este lo que necesita es tirarse en moto desde una avioneta colocado de «maría» hasta las cejas.

—Mejor la hipnosis…

¿Quién habla? ¡Y a mí qué cojones me importa! Cuento los metros de la habitación. Seis. No está mal. Me lanzo a una carrerilla y clavo las manos en el suelo, hago el pino, doy la vuelta al mundo, cierro los ojos y dejo las piernas apoyadas en la pared. Arriba. Bien arriba. ¡Mmmmmm…! Relajo. Que los pensamientos se caigan de los sesos y me dejen en paz un rato. No siento nada. Solo una baba escurriéndose por la boca y los huevos colgando.

Abro los ojos. ¿Y eso? ¿Cuántos hay? Uno, dos, tres y cuatro tíos igualitos mirándome complacientes del revés.

—¡Joder con los hoteles y su oferta de servicios!

¡Qué paciencia!

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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