Google y mi cronología
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay
Resulta que he recibido un correo de Google con mi cronología 2020. Dice, ese mismo e-mail, que tengo activado el historial de ubicaciones, lo cual ya es toda una sorpresa porque, si lo hice (lo de activar eso de estar localizada y localizable) no lo recuerdo. Así que debo de ser una de esas incautas que va aceptando las “indecentes” proposiciones de Google de forma autómata sin que me tiemble el pulso. Vamos, inconsciente total. ¡No me copies!
El caso es que esta aplicación, espontánea, considerada y generosa en los servicios del gigante de las comunicaciones, memoriza todos los sitios a los que vamos y por donde nos movemos. Nos hace un repaso como Dios manda. Los recopila, los mete en su computadora de análisis cuántico, o cósmico, o qué se yo, y luego te seduce con datos pertenecientes al ámbito de tu esfera privada que, siendo solo tuyos, solo Google sabe adornarlos, vestirlos e interpretarlos para que te apetezca desmenuzarlos y sentir que su persuasivo abrazo, después de todo, incluso te gusta.
¡Qué inocentes!
¿Qué hace con estos datos Google?
Obviamente, si le estamos abriendo la puerta a que conozca nuestros desplazamientos y ubicaciones lo va a utilizar para luego enviarnos, muy oportunamente, sus recomendaciones personalizadas (no demandadas pero que solícitamente nos proporciona): restaurantes, sugerencias de rutas, etc, etc, etc.
Además, y aquí está la parte que me ha sorprendido, más para bien que para mal, (por eso lo del persuasivo abrazo) elabora un informe anual con nuestra cronología privada que recoge información personalizada harto curiosa. Por ejemplo, en el apartado de visitas, hace un pormenorizado desglose en tres apartado: visitas geográficas, visitas a lugares de compras y a restaurantes. De cada segmento te informa del número de sitios visitados y las horas invertidas. Así, en mi caso me dice que visité 189 sitios de 34 ciudades, (no recuerdo haberme movido tanto, pero es que me hago mayor); o que durante 2020 invertí 71 horas en 41 establecimientos de comida y bebida, que yo atribuyo, básicamente, a los vermuts de fin de semana.
Después ofrece otro interesante resumen de los trayectos realizados en 2020 y aquí un dato me ha causado especial satisfacción. Parece ser que el año pasado caminé casi mil kilómetros, 937 para ser exactos, lo que dividido entre los consiguientes 365 días me sale una media de 2,56 km/día. No está mal. Podría mejorarlos, pero no me quejo. Es en esos paseos donde atrapo la inspiración, cuando la hay, si no atrapo resfriados y bichos pandémicos que, afortunadamente, no me dejaron secuelas.
Con ese talento que tienen para almacenar datos y luego extrapolarlos hasta convertirlos en números incluso divertidos, me ha causado verdadero impacto saber que en 2020 recorrí un 13% del perímetro de la Tierra. Esto me ha emocionado casi hasta el éxtasis.
En fin, que de momento guardo el informe como oro en paño, como el extraño resumen final en cifras de un extraño 2020. Mientras decido si darlo de baja o no, estoy pensando en enseñárselo a la familia. ¡Es que lo de las caminatas es un triunfo!
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay
Resulta que he recibido un correo de Google con mi cronología 2020. Dice, ese mismo e-mail, que tengo activado el historial de ubicaciones, lo cual ya es toda una sorpresa porque, si lo hice (lo de activar eso de estar localizada y localizable) no lo recuerdo. Así que debo de ser una de esas incautas que va aceptando las “indecentes” proposiciones de Google de forma autómata sin que me tiemble el pulso. Vamos, inconsciente total. ¡No me copies!
El caso es que esta aplicación, espontánea, considerada y generosa en los servicios del gigante de las comunicaciones, memoriza todos los sitios a los que vamos y por donde nos movemos. Nos hace un repaso como Dios manda. Los recopila, los mete en su computadora de análisis cuántico, o cósmico, o qué se yo, y luego te seduce con datos pertenecientes al ámbito de tu esfera privada que, siendo solo tuyos, solo Google sabe adornarlos, vestirlos e interpretarlos para que te apetezca desmenuzarlos y sentir que su persuasivo abrazo, después de todo, incluso te gusta.
¡Qué inocentes!
¿Qué hace con estos datos Google?
Obviamente, si le estamos abriendo la puerta a que conozca nuestros desplazamientos y ubicaciones lo va a utilizar para luego enviarnos, muy oportunamente, sus recomendaciones personalizadas (no demandadas pero que solícitamente nos proporciona): restaurantes, sugerencias de rutas, etc, etc, etc.
Además, y aquí está la parte que me ha sorprendido, más para bien que para mal, (por eso lo del persuasivo abrazo) elabora un informe anual con nuestra cronología privada que recoge información personalizada harto curiosa. Por ejemplo, en el apartado de visitas, hace un pormenorizado desglose en tres apartado: visitas geográficas, visitas a lugares de compras y a restaurantes. De cada segmento te informa del número de sitios visitados y las horas invertidas. Así, en mi caso me dice que visité 189 sitios de 34 ciudades, (no recuerdo haberme movido tanto, pero es que me hago mayor); o que durante 2020 invertí 71 horas en 41 establecimientos de comida y bebida, que yo atribuyo, básicamente, a los vermuts de fin de semana.
Después ofrece otro interesante resumen de los trayectos realizados en 2020 y aquí un dato me ha causado especial satisfacción. Parece ser que el año pasado caminé casi mil kilómetros, 937 para ser exactos, lo que dividido entre los consiguientes 365 días me sale una media de 2,56 km/día. No está mal. Podría mejorarlos, pero no me quejo. Es en esos paseos donde atrapo la inspiración, cuando la hay, si no atrapo resfriados y bichos pandémicos que, afortunadamente, no me dejaron secuelas.
Con ese talento que tienen para almacenar datos y luego extrapolarlos hasta convertirlos en números incluso divertidos, me ha causado verdadero impacto saber que en 2020 recorrí un 13% del perímetro de la Tierra. Esto me ha emocionado casi hasta el éxtasis.
En fin, que de momento guardo el informe como oro en paño, como el extraño resumen final en cifras de un extraño 2020. Mientras decido si darlo de baja o no, estoy pensando en enseñárselo a la familia. ¡Es que lo de las caminatas es un triunfo!
¡Hola, Matilde! Qué curioso, en mi caso lo tendrá más difícil dado que no tengo móvil y espero que no llegue el día en el que su posesión sea obligatoria. No es que le tenga fobia, pero en lo que se refiere a tecnología solo uso la que necesito, esencialmente la relacionada con el blog o un kindle para leer libros digitales. Todo lo demás que a veces me cae como regalos termino olvidándolo en un cajón… En cuanto al móvil siempre he pensado lo paradójico que resulta. Vivimos en una sociedad que tiene en mucho valor su intimidad e imagen, si un gobierno obligara a insertarnos un chip para conocer nuestros gustos, ideas, contactos, etc… seguramente faltarían calles para contener todas las manifestaciones indignadas que se opondrían a la medida. En cambio, envuelves eso en forma de móvil con sus cámaras, vídeos y demás cachivaches que en realidad tienen la misma función y la gente lo acepta como una necesidad imprescindible. En fin… Un abrazo!!
Tienes toda la razón David. Nos dejamos embaucar como niños, por desconocimiento u omisión, pero el caso es que caemos en su red de araña y prestamos nuestros datos y nuestra intimidad sin apenas reparar en su valor.
Es admirable que vivas sin el móvil. Yo me resistí bastante, pero al final la presión de mi entorno laboral de entonces me hizo claudicar. Hoy reconozco que me resulta muy útil disponer de algunas de sus aplicaciones (bancarias y de gestión sobre todo) porque me permiten gestionar mi tiempo mejor, pero también te digo que con mucha frecuencia me lo olvido en casa.
En fin, un gran debate, sin duda.
Un placer que te pases por aquí a dejar tus comentarios.
Un abrazo y espero que te encuentres mejor de ese contratiempo de salud.