Nirvana, por ti muero
Imagen Pixabay
Es curioso asomarse al calendario internacional de fiestas y festejos y descubrir celebraciones tan metafísicas como la de este 8 de febrero, Día del Nirvana, una suerte de liberación de todo sufrimiento (dukkha) que nos permite entrar en un estado supremo de felicidad.
Teniendo en cuenta que en términos intelectuales y filosóficos la felicidad es un concepto todavía pendiente de resolución, incluso de definición; y que a nivel matemático aún no han dado con la fórmula, por muchos Yellow Day que el márquetin se quiera inventar, la verdad es que es un acierto que la mente tire por el camino del medio para hacer su propio viaje y conquistar ese estado tan inalcanzable para el común de los mortales.
Por qué el 8 de febrero
Pues el Día del Nirvana es el 8 de febrero porque el alma de un tal Buda conquistó una felicidad superior más allá de su cuerpo en esta misma fecha. ¿Cómo lo hizo? Mediante unas técnicas de meditación que le permitieron despojarse de su conciencia individual y del dolor. Así explicado queda muy bonito, casi fácil, pero obviamente estamos hablando de algo que a los occidentales todavía nos queda grande.
Y aunque esté utilizando un tono jocoso no es mi intención trivializar sobre algo que realizado con la seriedad que se merece, con las técnicas adecuadas y con una disciplina metódica, ofrece resultados espectaculares. Personalmente me confieso bastante incapaz de llevar la meditación más allá de los dos minutos, supongo que me falta constancia, o tal vez un buen guía, así que de momento he renunciado al Nirvana y me conformo con las dosis de felicidad que voy conquistando poco a poco.
Nirvana de tres fuentes
Hinduismo, Budismo y Janaismo entienden el Nirvana con enfoques ligeramente diferentes. En el primero representa la fusión del alma con lo absoluto a través de la paz interior; el segundo implica la liberación del sufrimiento, mientras que en el tercer caso se logra cuando el individuo se libera de las ataduras del Karma.
Este último párrafo resulta un tanto críptico si se analiza desde un punto de vista literal y profano del tema. ¿Qué entendemos por absoluto? ¿A qué llamamos karma? Pues puede se nos escape la etimología exacta de algunas palabras pero nuestra cultura ya está occidentalizando ese léxico en busca del beneficio que reporta su significado, aunque cada uno lo entienda a su modo. También podría decirse que nos hemos ido orientalizando los ciudadanos de esta parte del mundo para trascender al modo de vida “infumable” que nos han vendido, y cada vez somos más los que necesitamos conectar con el mundo espiritual y emocional para hallar el sentido a las cosas.
Al final, a nada que pensemos un poco sobre el tipo de vida que llevamos, sobre lo que nos hace felices o desdichados, sobre lo que nos disgusta o lo que nos saca de quicio, sobre cómo sobrellevamos la frustración, el fracaso o el sufrimiento, es fácil caer en la cuenta de que sin reflexión, sin pausa y sin conocimiento de nosotros mismos el Nirvana se antoja una quimera.
De los tres enfoques antes explicados muy someramente creo que encajo mejor en el del Hinduismo. No sé si fusiono con lo absoluto, pero sé que si tengo paz interior todo funciona mejor. Hay armonía. Y puedo asegurar que ese equilibrio interno se fundamente en cosas tan sencillas que, analizado fríamente, a veces me pregunto cómo me puedo desestabilizar tan fácilmente siendo mis prioridades tan simples. En fin, esas incógnitas del ser humano…
Hace tiempo que trato de no perder energías en aquello que más las consumen: el enfado, el resentimiento, los “excesos” en cualquier cosa por las que los humanos nos sobresaltamos; así que me he fabricado un Nirvana facilón, mucho más asequible que la versión original, y me hago la ilusión de que lo toco, lo acaricio, en esos pequeños gestos que no hace falta explicar, pero que funcionan como si te pegas un atracón sensorial de plenitud.
Salud
“Hay, monjes, una condición donde no hay tierra, ni agua, ni aire, ni luz, ni espacio, ni límites, ni tiempo sin límites, ni ningún tipo de ser, ni ideas, ni falta de ideas, ni este mundo, ni aquel mundo, ni sol ni luna. A eso, monjes, yo lo denomino ni ir ni venir, ni un levantarse ni un fenecer, ni muerte, ni nacimiento ni efecto, ni cambio, ni detenimiento: ese es el fin del sufrimiento”.
-Siddhartha Gautama
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Es curioso asomarse al calendario internacional de fiestas y festejos y descubrir celebraciones tan metafísicas como la de este 8 de febrero, Día del Nirvana, una suerte de liberación de todo sufrimiento (dukkha) que nos permite entrar en un estado supremo de felicidad.
Teniendo en cuenta que en términos intelectuales y filosóficos la felicidad es un concepto todavía pendiente de resolución, incluso de definición; y que a nivel matemático aún no han dado con la fórmula, por muchos Yellow Day que el márquetin se quiera inventar, la verdad es que es un acierto que la mente tire por el camino del medio para hacer su propio viaje y conquistar ese estado tan inalcanzable para el común de los mortales.
Por qué el 8 de febrero
Pues el Día del Nirvana es el 8 de febrero porque el alma de un tal Buda conquistó una felicidad superior más allá de su cuerpo en esta misma fecha. ¿Cómo lo hizo? Mediante unas técnicas de meditación que le permitieron despojarse de su conciencia individual y del dolor. Así explicado queda muy bonito, casi fácil, pero obviamente estamos hablando de algo que a los occidentales todavía nos queda grande.
Y aunque esté utilizando un tono jocoso no es mi intención trivializar sobre algo que realizado con la seriedad que se merece, con las técnicas adecuadas y con una disciplina metódica, ofrece resultados espectaculares. Personalmente me confieso bastante incapaz de llevar la meditación más allá de los dos minutos, supongo que me falta constancia, o tal vez un buen guía, así que de momento he renunciado al Nirvana y me conformo con las dosis de felicidad que voy conquistando poco a poco.
Nirvana de tres fuentes
Hinduismo, Budismo y Janaismo entienden el Nirvana con enfoques ligeramente diferentes. En el primero representa la fusión del alma con lo absoluto a través de la paz interior; el segundo implica la liberación del sufrimiento, mientras que en el tercer caso se logra cuando el individuo se libera de las ataduras del Karma.
Este último párrafo resulta un tanto críptico si se analiza desde un punto de vista literal y profano del tema. ¿Qué entendemos por absoluto? ¿A qué llamamos karma? Pues puede se nos escape la etimología exacta de algunas palabras pero nuestra cultura ya está occidentalizando ese léxico en busca del beneficio que reporta su significado, aunque cada uno lo entienda a su modo. También podría decirse que nos hemos ido orientalizando los ciudadanos de esta parte del mundo para trascender al modo de vida “infumable” que nos han vendido, y cada vez somos más los que necesitamos conectar con el mundo espiritual y emocional para hallar el sentido a las cosas.
Al final, a nada que pensemos un poco sobre el tipo de vida que llevamos, sobre lo que nos hace felices o desdichados, sobre lo que nos disgusta o lo que nos saca de quicio, sobre cómo sobrellevamos la frustración, el fracaso o el sufrimiento, es fácil caer en la cuenta de que sin reflexión, sin pausa y sin conocimiento de nosotros mismos el Nirvana se antoja una quimera.
De los tres enfoques antes explicados muy someramente creo que encajo mejor en el del Hinduismo. No sé si fusiono con lo absoluto, pero sé que si tengo paz interior todo funciona mejor. Hay armonía. Y puedo asegurar que ese equilibrio interno se fundamente en cosas tan sencillas que analizado fríamente a veces me pregunto cómo me puedo desestabilizar tan fácilmente siendo mis prioridades tan simples. En fin, esas incógnitas del ser humano…
Hace tiempo que trato de no perder energías en aquello que más la consumen: el enfado, el resentimiento, los “excesos” en cualquier cosa por las que los humanos nos sobresaltamos; así que me he fabricado un Nirvana facilón, mucho más asequible que la versión original, y me hago la ilusión de que lo toco, lo acaricio, en esos pequeños gestos que no hace falta explicar, pero que funcionan como si te pegas un atracón sensorial de plenitud.
Salud
“Hay, monjes, una condición donde no hay tierra, ni agua, ni aire, ni luz, ni espacio, ni límites, ni tiempo sin límites, ni ningún tipo de ser, ni ideas, ni falta de ideas, ni este mundo, ni aquel mundo, ni sol ni luna. A eso, monjes, yo lo denomino ni ir ni venir, ni un levantarse ni un fenecer, ni muerte, ni nacimiento ni efecto, ni cambio, ni detenimiento: ese es el fin del sufrimiento”.
-Siddhartha Gautama
Hola!
Como bien dices, es algo que cuesta y se necesita mucha constancia. Al principio es mejor con guías y poco a poco ir por nuestra cuenta e ir incrementando el tiempo. Lo que si se puede notar, es que al meditar uno se siente mucho mejor.
Gran reflexión.
Un abrazo gigante!
Hola Yolanda,
Encantada de que te pases por mi blog y me dejes tu comentario. Como ya confieso en el texto, no domino la meditación y supongo que es algo que un día probaré con mayor seriedad de lo que lo he hecho hasta ahora. Pero me gusta la reflexión, y la paz interior, y la contemplación, y la relajación… En fin, no sé si estoy en el camino pero me hago ilusiones de que sí….
Un abrazo
¡Hola, Matilde! La verdad es que como me siente, cierre los ojos meditar no sé, pero una cabezada te aseguro que cae, je, je, je… Ahora en serio, es bueno simplificar las cosas. Nunca empieces una guerra que no puedas ganar, nunca muerdas más de lo que puedes masticar, nunca compres más de lo que puedas disfrutar y nunca te metas en discusiones o enfados de los que no saques nada en claro. A veces nos montamos un castillo de necesidades y complicaciones inventadas que solo sirven para amargarnos la vida.
Como mencionas, nada mejor que sentir la paz interior y la conciencia tranquila. Me ha hecho gracia lo de la fórmula de la Felicidad porque yo suelo decir que la misma es el resultado de una igualdad: lo que soy=lo que quiero ser=lo que debo ser. Quien sea lo que quiere y debe ser será feliz, quien tenga alguna desviación en esa igualdad tenderá a la infelicidad. Un fuerte abrazo!!
Hace tiempo que dejé de morder en hueso de forma suicida…creo. Son tan frágiles nuestras convicciones… Pero comulgo con todo lo que dices, aunque también soy consciente, como decía en mi texto, que tengo cierta tendencia a desestabilizarme por nimiedades, y eso sabiendo que mis prioridades y mis necesidades son de lo más simple, lo cual conduce a una conclusión: inseguridad (creo). Nos movemos en ese terreno, con fórmulas personalizadas, de felicidad o de lo que sea, para conquistar esos Nirvanas a la medida.
Gran placer de charlar contigo…