Reencuentro
Imagen de Alan David Robb en Pixabay
Hace unas semanas sorprendí a unas compañeras dándose un abrazo. Y el verbo sorprender, en este caso, es completamente bidireccional porque la sorpresa nos la llevamos las tres.
Lejos de sentirse incómodas ante mi inoportuna entrada en escena, se entregaron a lo que ya habían empezado con la dedicación que exige un gesto de esta categoría, sin importarles que unos ojos intrusos estuvieran ahí plantados, fisgoneando impúdicamente. ¿Qué podía hacer? Fueron tres segundos de deleite que acabaron de forma inesperada: ¿tú también quieres uno? Me preguntó una de ellas; y yo, que no estoy para escatimar afectos por muy fortuitos e intrascendentes que parezcan, me uní a la fiesta sin ningún pudor. Recibí sendos abrazos de dos personas con las que, hasta la fecha, había compartido poco más que unas austeras horas de oficina.
Tal vez debiéramos hacer del abrazo algo más cotidiano, sugerí yo poco después, a lo que una de ellas me respondió: siempre que no pierda su valor extraordinario…
Supongo que, a los abrazos, como a los besos, o a cualquier otra muestra de cariño, hay que concederles la presunción de inocencia por decreto, dejar que ostenten de serie el privilegio de su exclusividad.
Somos nosotros quienes aportamos la carga emocional y de sinceridad, los que necesariamente les asignamos su matiz mediocre o sobrenatural. Vale, puede que exagere un poco…, o no. Me resulta muy difícil saber cómo encaja y dosifica cada uno el afecto, tan difícil como que alguien pueda afirmar que es inmume a él. Pero de todo hay en esta viña que dispensa vinos para el más abstemio.
Lo cierto es que a veces vamos tan “en automático” que lo repartimos como la sal desde el otro lado del comedor: “¿me pasas un beso, por favor?”, “toma”, “gracias”, “a ti”, y el beso viaja por ese protocolario intervalo tan huérfano de calor que muere de inanición: “a ver si hay más suerte con el próximo”.
En estos días en que la pandemia parece (digo, parece, con la boca muy pequeña) estar escribiendo las notas de su epitafio, los abrazos van a la desesperada, anémicos tras una hambruna tan prolongada, en busca de receptores necesitados de sol. Se me ha despertado la vena chismosa y me detengo cada vez que observo un abrazo en la calle, y me regocijo al comprobar que, en general, como decía la compañera, se regalan con esa excelencia propia únicamente de lo extraordinario.
Puertas abiertas
Pues bien, con ese espíritu me reencuentro contigo, con la vocación de regalarnos pequeños momentos extraordinarios. No porque yo sea una fuera de serie, ni tu un/una genio de las emociones o la interpretación, simplemente porque en algún trecho del camino nuestras voluntades coinciden y disfrutan de ese pequeño instante de comunión. Así que, como reza la palabra de la imagen, abro de nuevo el chiringuito. Te juro que sin sobresueldos ni corruptelas, básicamente porque es gratis; este chiringuito permanece siempre abierto, cada uno entra cuando quiere y se sienta donde le da la gana. Si te apetece, tengo infusiones, café y pastas de té para compartir.
La palabra reencuentro, que pronuncio con el respeto más absoluto, es como una botella de cava recién abierta, con su espiritosa carga de expectativas burbujeando alrededor.
Trataré de que mis propuestas sean las alas con las que puedas volar un ratito, a ver qué pasa, a ver si somos capaces de que el mundo gire al ralentí y podamos conmovernos sin llegar tarde a ningún sitio.
Así pues, vuelvo a ponerme en manos de mi piel creativa tras varios meses ausente concentrada en las tripas de mi libro, ya entregado, afortunadamente (esta es la parte que he obligado a mi ego a dejar para el final).
He sentido esa dificultad de la que hablan los autores a la hora de deshacerse de su manuscrito, es como estar en el umbral despidiéndose de un hijo; nunca es buen momento para decirle adiós. Una extraña combinación de impotencia y frustración porque en cada corrección ves nuevos campos de mejora, y esto es desesperadamente irritante. Hasta que un día te plantas, te das dos bofetadas de realidad, y lo entregas. Y ya está. A partir de ahora solo puedo decir: seguiré informando.
De modo que mientras el libro sigue el proceso de su génesis vuelvo a mi añorado blog con ese abrazo de reencuentro sincero que, casi, es más un “apapacho”, lo que en náhuatl (propio de México y otros lugares de Centro América) tiene el profundo significado de acariciar el alma. Si me lo permites….
«No te pido que me ames siempre así, pero te pido que recuerdes. En algún lugar dentro de mí siempre estará la persona que soy esta noche»
«Suave es la noche» (1934)
F. Scott Fitzgerald
Imagen de Alan David Robb en Pixabay
Hace unas semanas sorprendí a unas compañeras dándose un abrazo. Y el verbo sorprender, en este caso, es completamente bidireccional porque la sorpresa nos la llevamos las tres.
Lejos de sentirse incómodas ante mi inoportuna entrada en escena, se entregaron a lo que ya habían empezado con la dedicación que exige un gesto de esta categoría, sin importarles que unos ojos intrusos estuvieran ahí plantados, fisgoneando impúdicamente. ¿Qué podía hacer? Fueron tres segundos de deleite que acabaron de forma inesperada: ¿tú también quieres uno? Me preguntó una de ellas; y yo, que no estoy para escatimar afectos por muy fortuitos e intrascendentes que parezcan, me uní a la fiesta sin ningún pudor. Recibí sendos abrazos de dos personas con las que, hasta la fecha, había compartido poco más que unas austeras horas de oficina.
Tal vez debiéramos hacer del abrazo algo más cotidiano, sugerí yo poco después, a lo que una de ellas me respondió: siempre que no pierda su valor extraordinario…
Supongo que, a los abrazos, como a los besos, o a cualquier otra muestra de cariño, hay que concederles la presunción de inocencia por decreto, dejar que ostenten de serie el privilegio de su exclusividad.
Somos nosotros quienes aportamos la carga emocional y de sinceridad, los que necesariamente les asignamos su matiz mediocre o sobrenatural. Vale, puede que exagere un poco…, o no. Me resulta muy difícil saber cómo encaja y dosifica cada uno el afecto, tan difícil como que alguien pueda afirmar que es inmume a él. Pero de todo hay en esta viña que dispensa vinos para el más abstemio.
Lo cierto es que a veces vamos tan “en automático” que lo repartimos como la sal desde el otro lado del comedor: “¿me pasas un beso, por favor?”, “toma”, “gracias”, “a ti”, y el beso viaja por ese protocolario intervalo tan huérfano de calor que muere de inanición: “a ver si hay más suerte con el próximo”.
En estos días en que la pandemia parece (digo, parece, con la boca muy pequeña) estar escribiendo las notas de su epitafio, los abrazos van a la desesperada, anémicos tras una hambruna tan prolongada, en busca de receptores necesitados de sol. Se me ha despertado la vena chismosa y me detengo cada vez que observo un abrazo en la calle, y me regocijo al comprobar que, en general, como decía la compañera, se regalan con esa excelencia propia únicamente de lo extraordinario.
Puertas abiertas
Pues bien, con ese espíritu me reencuentro contigo, con la vocación de regalarnos pequeños momentos extraordinarios. No porque yo sea una fuera de serie, ni tu un/una genio de las emociones o la interpretación, simplemente porque en algún trecho del camino nuestras voluntades coinciden y disfrutan de ese pequeño instante de comunión. Así que, como reza la palabra de la imagen, abro de nuevo el chiringuito. Te juro que sin sobresueldos ni corruptelas, básicamente porque es gratis; este chiringuito permanece siempre abierto, cada uno entra cuando quiere y se sienta donde le da la gana. Si te apetece, tengo infusiones, café y pastas de té para compartir.
La palabra reencuentro, que pronuncio con el respeto más absoluto, es como una botella de cava recién abierta, con su espiritosa carga de expectativas burbujeando alrededor.
Trataré de que mis propuestas sean las alas con las que puedas volar un ratito, a ver qué pasa, a ver si somos capaces de que el mundo gire al ralentí y podamos conmovernos sin llegar tarde a ningún sitio.
Así pues, vuelvo a ponerme en manos de mi piel creativa tras varios meses ausente concentrada en las tripas de mi libro, ya entregado, afortunadamente (esta es la parte que he obligado a mi ego a dejar para el final).
He sentido esa dificultad de la que hablan los autores a la hora de deshacerse de su manuscrito, es como estar en el umbral despidiéndose de un hijo; nunca es buen momento para decirle adiós. Una extraña combinación de impotencia y frustración porque en cada corrección ves nuevos campos de mejora, y esto es desesperadamente irritante. Hasta que un día te plantas, te das dos bofetadas de realidad, y lo entregas. Y ya está. A partir de ahora solo puedo decir: seguiré informando.
De modo que mientras el libro sigue el proceso de su génesis vuelvo a mi añorado blog con ese abrazo de reencuentro sincero que, casi, es más un “apapacho”, lo que en náhuatl (propio de México y otros lugares de Centro América) tiene el profundo significado de acariciar el alma. Si me lo permites….
«No te pido que me ames siempre así, pero te pido que recuerdes. En algún lugar dentro de mí siempre estará la persona que soy esta noche»
«Suave es la noche» (1934)
F. Scott Fitzgerald
Yupiiii! Por fin de regreso! Se te extrañó… A ver cuándo sale ese hijo tuyo! De momento, me apunto a tus pastas de té 😉
Alejandra guapaaaa!!!!
Tienes esa gran intuición de presentir lo que aún no he dicho. A mi hijo le he reservado un lugar de honor en el libro. Hay muchos relatos inéditos en ese proyecto mío que ahora está en el horno, uno de ellos, por supuesto, es un texto dedicado a mi hombrecito de dos metros. ¡Qué nervios!
Me ha encantado verte por aquí. También tengo chocolate y un abrazo gigante esperando. Tu luz llega hasta aquí dentro, donde tú sabes.
Un beso enorme…
Mati
¡Hola, Matilde! Pues si me lo permites te mando un enorme abrazo virtual, pero no exento de afecto. Me alegra que tus letras vuelvan a volar y a hacernos volar.
Por supuesto, también me alegra que tu libro esté ya casi a punto de salir del horno y que seguro será fantástico.
Venga, otro abrazo de despedida!
Hola, David:
¡Qué alegría reencontrarme contigo! Por supuesto recibo encantada tu abrazo y te envío una de vuelta con la misma carga de sincero afecto.
Con respecto al libro, acaba de entrar en el horno, así que calcular el tiempo a partir de ahora puede parecerme desesperadamente lento o insufriblemente detenido en función de cómo me levante cada día. Me comenta la editorial que unos meses no me los quita nadie. Así que a esperar….
Mientras tanto debo recuperar un poco de disciplina y confianza porque las correcciones le dejan a una con la sensación de que el campo de mejora es enormemente amplio, no sé si me entiendes.
Voy a pasarme por «tu casa» en un ratito y a visitar a otros compañeros….
Feliz de regresar.
Un abrazo
Hola Matilde, qué bueno que regresas y qué bien que acabaste tu libro. Te deseo lo mejor y junto con ese deseo te mando un abrazo virtual desde mi rincón de la blogósfera.
Mil gracias Ana,
Un placer regresar a este escenario virtual con tantos amigos con los que compartir algo más que unas letras sueltas.
Un abrazo y nos leemos.
Bueno, que tengas infusiones, café y pastas de té para compartir está bien; gracias. Pero si también tuvieras cerveza…
Ja, ja, Qué poco considerada soy… Toda la razón del mundo. Venga, van también unas cervecitas bien fresquitas para cuando caiga la tarde.
Gracias por pasar.
Abrazos
Hola, Matilde, bienvenida de nuevo, y que bonito este reencuentro, en el que hablas del valor del abrazo, dado y recibido con el más auténtico sentimiento. Ese que sale del alma y no del compromiso o lo «normal». Tal vez ahora, valoremos de verdad los abrazos y sean estos sin estar en «automático». Hermosas letras…
Enhorabuena por tu libro, me alegra muchisísmo que ya esté en marcha el proyecto, de seguro trinufará.
Gracias por el abrazo, recibe otro igual de sincero, un “apapacho”.
Hola Mila,
Gracias por la bienvenida y siéntete en tu casa cada vez que pases por aquí. Es un placer leerte y tenerte de lectora.
Me doy por «apapachada»
Besos
Hola, Matilde. Un placer volver a leerte. Mucha suerte con tu nuevo libro y un abrazo.
Gracias Pedro,
Un placer ver que te has animado a participar en los retos literarios. Saludos