Reencuentro

por | Sep 30, 2021 | Blog | 12 Comentarios

Reencuentro

Imagen de Alan David Robb en Pixabay

 Hace unas semanas sorprendí a unas compañeras dándose un abrazo. Y el verbo sorprender, en este caso, es completamente bidireccional porque la sorpresa nos la llevamos las tres.

Lejos de sentirse incómodas ante mi inoportuna entrada en escena, se entregaron a lo que ya habían empezado con la dedicación que exige un gesto de esta categoría, sin importarles que unos ojos intrusos estuvieran ahí plantados, fisgoneando impúdicamente. ¿Qué podía hacer? Fueron tres segundos de deleite que acabaron de forma inesperada: ¿tú también quieres uno? Me preguntó una de ellas; y yo, que no estoy para escatimar afectos por muy fortuitos e intrascendentes que parezcan, me uní a la fiesta sin ningún pudor. Recibí sendos abrazos de dos personas con las que, hasta la fecha, había compartido poco más que unas austeras horas de oficina.

Tal vez debiéramos hacer del abrazo algo más cotidiano, sugerí yo poco después, a lo que una de ellas me respondió: siempre que no pierda su valor extraordinario… 

Supongo que, a los abrazos, como a los besos, o a cualquier otra muestra de cariño, hay que concederles la presunción de inocencia por decreto, dejar que ostenten de serie el privilegio de su exclusividad.

Somos nosotros quienes aportamos la carga emocional y de sinceridad, los que necesariamente les asignamos su matiz mediocre o sobrenatural. Vale, puede que exagere un poco…, o no. Me resulta muy difícil saber cómo encaja y dosifica cada uno el afecto, tan difícil como que alguien pueda afirmar que es inmume a él. Pero de todo hay en esta viña que dispensa vinos para el más abstemio.

Lo cierto es que a veces vamos tan “en automático” que lo repartimos como la sal desde el otro lado del comedor: “¿me pasas un beso, por favor?”, “toma”, “gracias”, “a ti”, y el beso viaja por ese protocolario intervalo tan huérfano de calor que muere de inanición: “a ver si hay más suerte con el próximo”.

En estos días en que la pandemia parece (digo, parece, con la boca muy pequeña) estar escribiendo las notas de su epitafio, los abrazos van a la desesperada, anémicos tras una hambruna tan prolongada, en busca de receptores necesitados de sol. Se me ha despertado la vena chismosa y me detengo cada vez que observo un abrazo en la calle, y me regocijo al comprobar que, en general, como decía la compañera, se regalan con esa excelencia propia únicamente de lo extraordinario.

Puertas abiertas

Pues bien, con ese espíritu me reencuentro contigo, con la vocación de regalarnos pequeños momentos extraordinarios. No porque yo sea una fuera de serie, ni tu un/una genio de las emociones o la interpretación, simplemente porque en algún trecho del camino nuestras voluntades coinciden y disfrutan de ese pequeño instante de comunión. Así que, como reza la palabra de la imagen, abro de nuevo el chiringuito. Te juro que sin sobresueldos ni corruptelas, básicamente porque es gratis; este chiringuito permanece siempre abierto, cada uno entra cuando quiere y se sienta donde le da la gana. Si te apetece, tengo infusiones, café y pastas de té para compartir.

La palabra reencuentro, que pronuncio con el respeto más absoluto, es como una botella de cava recién abierta, con su espiritosa carga de expectativas burbujeando alrededor.

Trataré de que mis propuestas sean las alas con las que puedas volar un ratito, a ver qué pasa, a ver si somos capaces de que el mundo gire al ralentí y podamos conmovernos sin llegar tarde a ningún sitio.

Así pues, vuelvo a ponerme en manos de mi piel creativa tras varios meses ausente concentrada en las tripas de mi libro, ya entregado, afortunadamente (esta es la parte que he obligado a mi ego a dejar para el final).

He sentido esa dificultad de la que hablan los autores a la hora de deshacerse de su manuscrito, es como estar en el umbral despidiéndose de un hijo; nunca es buen momento para decirle adiós. Una extraña combinación de impotencia y frustración porque en cada corrección ves nuevos campos de mejora, y esto es desesperadamente irritante. Hasta que un día te plantas, te das dos bofetadas de realidad, y lo entregas. Y ya está. A partir de ahora solo puedo decir: seguiré informando.

De modo que mientras el libro sigue el proceso de su génesis vuelvo a mi añorado blog con ese abrazo de reencuentro sincero que, casi, es más un “apapacho”, lo que en náhuatl (propio de México y otros lugares de Centro América) tiene el profundo significado de acariciar el alma. Si me lo permites….

 

 «No te pido que me ames siempre así, pero te pido que recuerdes. En algún lugar dentro de mí siempre estará la persona que soy esta noche»

«Suave es la noche» (1934)
F. Scott Fitzgerald

 

Reencuentro

Imagen de Alan David Robb en Pixabay

 Hace unas semanas sorprendí a unas compañeras dándose un abrazo. Y el verbo sorprender, en este caso, es completamente bidireccional porque la sorpresa nos la llevamos las tres.

Lejos de sentirse incómodas ante mi inoportuna entrada en escena, se entregaron a lo que ya habían empezado con la dedicación que exige un gesto de esta categoría, sin importarles que unos ojos intrusos estuvieran ahí plantados, fisgoneando impúdicamente. ¿Qué podía hacer? Fueron tres segundos de deleite que acabaron de forma inesperada: ¿tú también quieres uno? Me preguntó una de ellas; y yo, que no estoy para escatimar afectos por muy fortuitos e intrascendentes que parezcan, me uní a la fiesta sin ningún pudor. Recibí sendos abrazos de dos personas con las que, hasta la fecha, había compartido poco más que unas austeras horas de oficina.

Tal vez debiéramos hacer del abrazo algo más cotidiano, sugerí yo poco después, a lo que una de ellas me respondió: siempre que no pierda su valor extraordinario… 

Supongo que, a los abrazos, como a los besos, o a cualquier otra muestra de cariño, hay que concederles la presunción de inocencia por decreto, dejar que ostenten de serie el privilegio de su exclusividad.

Somos nosotros quienes aportamos la carga emocional y de sinceridad, los que necesariamente les asignamos su matiz mediocre o sobrenatural. Vale, puede que exagere un poco…, o no. Me resulta muy difícil saber cómo encaja y dosifica cada uno el afecto, tan difícil como que alguien pueda afirmar que es inmume a él. Pero de todo hay en esta viña que dispensa vinos para el más abstemio.

Lo cierto es que a veces vamos tan “en automático” que lo repartimos como la sal desde el otro lado del comedor: “¿me pasas un beso, por favor?”, “toma”, “gracias”, “a ti”, y el beso viaja por ese protocolario intervalo tan huérfano de calor que muere de inanición: “a ver si hay más suerte con el próximo”.

En estos días en que la pandemia parece (digo, parece, con la boca muy pequeña) estar escribiendo las notas de su epitafio, los abrazos van a la desesperada, anémicos tras una hambruna tan prolongada, en busca de receptores necesitados de sol. Se me ha despertado la vena chismosa y me detengo cada vez que observo un abrazo en la calle, y me regocijo al comprobar que, en general, como decía la compañera, se regalan con esa excelencia propia únicamente de lo extraordinario.

Puertas abiertas

Pues bien, con ese espíritu me reencuentro contigo, con la vocación de regalarnos pequeños momentos extraordinarios. No porque yo sea una fuera de serie, ni tu un/una genio de las emociones o la interpretación, simplemente porque en algún trecho del camino nuestras voluntades coinciden y disfrutan de ese pequeño instante de comunión. Así que, como reza la palabra de la imagen, abro de nuevo el chiringuito. Te juro que sin sobresueldos ni corruptelas, básicamente porque es gratis; este chiringuito permanece siempre abierto, cada uno entra cuando quiere y se sienta donde le da la gana. Si te apetece, tengo infusiones, café y pastas de té para compartir.

La palabra reencuentro, que pronuncio con el respeto más absoluto, es como una botella de cava recién abierta, con su espiritosa carga de expectativas burbujeando alrededor.

Trataré de que mis propuestas sean las alas con las que puedas volar un ratito, a ver qué pasa, a ver si somos capaces de que el mundo gire al ralentí y podamos conmovernos sin llegar tarde a ningún sitio.

Así pues, vuelvo a ponerme en manos de mi piel creativa tras varios meses ausente concentrada en las tripas de mi libro, ya entregado, afortunadamente (esta es la parte que he obligado a mi ego a dejar para el final).

He sentido esa dificultad de la que hablan los autores a la hora de deshacerse de su manuscrito, es como estar en el umbral despidiéndose de un hijo; nunca es buen momento para decirle adiós. Una extraña combinación de impotencia y frustración porque en cada corrección ves nuevos campos de mejora, y esto es desesperadamente irritante. Hasta que un día te plantas, te das dos bofetadas de realidad, y lo entregas. Y ya está. A partir de ahora solo puedo decir: seguiré informando.

De modo que mientras el libro sigue el proceso de su génesis vuelvo a mi añorado blog con ese abrazo de reencuentro sincero que, casi, es más un “apapacho”, lo que en náhuatl (propio de México y otros lugares de Centro América) tiene el profundo significado de acariciar el alma. Si me lo permites….

 

 «No te pido que me ames siempre así, pero te pido que recuerdes. En algún lugar dentro de mí siempre estará la persona que soy esta noche»

«Suave es la noche» (1934)
F. Scott Fitzgerald

 

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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