Espionaje fragante

por | Feb 15, 2023 | Ficción | 4 Comentarios

Esencia fragante

Llevaba  diez minutos de obnubilado espionaje. Entregado al deleite que le procuraban esas manos de finos dedos y diestra paciencia y ese rostro de perfil aniñado que en la concentración adquiría una belleza privilegiada, ajena a todo prosaísmo, Félix sintió en sus ingles un delator pellizco de su limerencia.

Esa adoración obsesiva por Romina azuzaba sus instintos más primarios, sí, pero lejos de ser un simple ardor adolescente elevaba la nobleza de sus sentimientos al punto de adamar a la joven con exacerbada vehemencia. Consciente de que muchos tildarían de inaccesible su propósito de hacerla suya, Félix mantenía su amor en secreto, y en secreto urdía el modo de engatusarla.

La avistó por primera vez en el mercadillo del pueblo, bebiendo de un botijo que graciosamente sujetaba con la cabeza inclinada mientras el agua se lanzaba excitada a por las dádivas de su boca. Y se enamoró sin tener conocimiento siquiera de lo que esa palabra significaba. Cierto es que ella lo superaba en madurez y perspicacia, en donaire y gracia; zarandajas que Félix creía poder superar en cuanto ella supiera de la bonhomía de su amor.

Y allí estaba su Romina, sentada junto al río, hilvanando una excelsa coreografía de ristras de ajos con subliminales mensajes sicalípticos, mientras él acechaba su quehacer.

Ahora sus manos amordazan varias cabezas en un primor de ramillete que anuda con soltura. Ahora desliza su atención a los tallos, friccionados entre sus dedos con mimoso tacto, arriba y abajo, abajo y arriba, domesticando los pliegues insurrectos para que ni una sola favila rompa la homogeneidad. Félix convulsiona con la escena y es tal el requiebro tras la bragueta que se obliga a apartar los ojos de aquella hoguera del demonio. Para calmar su pecaminosa alma camina en círculos pensando en los latigazos que le daría el padre Damián de conocer su bochornoso y envarado estado.

Podría parecer sinecura la tarea de Romina, piensa algo más relajado, pero aquellas piezas de orfebrería elaborabas con celosa prolijidad se le antojaban al muchacho la mejor muestra de la perfección y pasión que la joven ponía en todos sus empeños. Desde luego, no se veía Félix alcanzando tal nivel de refinamiento con aquellas manazas de úrsido con las que le había dotado la naturaleza, y con las que, por cierto, soñaba acariciar en breve las gloriosas curvas de Romina, con su permiso, claro está, que él no es ningún patán. Sometido a las exigencias de la actual carestía, sin embargo, el joven alimentaba sus fantasías periscopeando los movimientos de su amada bajo un anonimato que estaba harto de guardar.

Se fija Félix, de pronto, en la boca abstraída de Romina, dotada de un punto de insolencia que advierte en cómo se muerde los labios, dejando en ellos una insoslayable provocación con la punta de la lengua. Se moja sus propios labios y casi puede sentir el aliento abrasador de la joven. Arrecia el calentón que no hay forma de sofocar salvo con el porfiado ejercicio de andar en círculos pensando en los cuerazos que se tenía merecidos.

Romina entonces se despereza sensual curvando la espalda como un gato. Estira un brazo por la nuca, perfila la silueta de la clavícula y explora el nacimiento del pecho, inocente del incendio que, a su espalda, amaga con devorar el follaje. Desprovisto del razonamiento que serene su juicio, famélico de contacto y en estado de calentura delicuescente, Félix se descubre sin pensarlo siquiera.

—¡Romina! —irrumpe desbocado.

—¿De dónde sales tú? —increpa ella, arisca.

Encogido de hombros solo tiene una ocurrencia para salir airoso de tan trapisonda situación.

—Es que quiero aprender —dice inocentemente sin terminar la frase…

—¿A hacer ristras? —pregunta con los ojos fijos en él, bella como una Venus incandescente.

Félix vuelve a encogerse y entonces Romina le pide que se siente a su lado y le dedica una pequeña instrucción. Cuando las grandes manos del púber dominan el arte con pericia la muchacha se levanta.

—A ver si eres capaz de acabar todo el cesto —alienta mimosa mientras… ¿se está desnudando—? Las ristras bien enlazadas —ordena—, que no sobresalgan hilachas y retiras los ajos golpeados o de mal color, que los que tienen mala cara no gustan.

Y sin venir a cuento, Romina se queda como Dios la trajo al mundo provocando tal deslumbramiento en el joven que apenas puede contener la sublevación de su entrepierna.

Entonces escapa hacia el agua como una ninfa poderosa mientras los ojos de Félix la persiguen hambrientos hasta que reparan, perplejos, en la figura de otra mujer oculta en el río que sonríe lascivamente a Romina. Esta se lanza impúdicamente a sus brazos para iniciar un cortejo acuático de tórridos besos y voluptuosos manoseos. Se refriegan, se toquetean y jadean sonoramente.

Félix desahoga su chasco restregando los ajos con tal violencia que su azoramiento no resiste más y desparrama su frenesí dentro del pantalón.

—Tendré que darme un baño… —dice en voz alta con la vista clavada en esos cuerpos diabólicos y trenzando otra ristra con renovado primor.

#retoSanVaLLECtin2023

Interesante este ejercicio propuesto por el grupo LLEC de Facebook  en el que se nos invitaba a crear un relato utilizando una serie de palabras imprescindibles. 

Palabras a utilizar: Bonhomía, Trapisonda, Limerencia, Delicuescente Zarandajas, Subliminal, Excelso, Prosaísmo, Obnubilación, Chasco, Adamar, Dádiva, Periscopea, Azuzar, Favila, Avistar, Úrsido, Carestía, Sinecura, Requiebro, Inaccesible.

 

 

Esencia fragante

Llevaba  diez minutos de obnubilado espionaje. Entregado al deleite que le procuraban esas manos de finos dedos y diestra paciencia y ese rostro de perfil aniñado que en la concentración adquiría una belleza privilegiada, ajena a todo prosaísmo, Félix sintió en sus ingles un delator pellizco de su limerencia.

Esa adoración obsesiva por Romina azuzaba sus instintos más primarios, sí, pero lejos de ser un simple ardor adolescente elevaba la nobleza de sus sentimientos al punto de adamar a la joven con exacerbada vehemencia. Consciente de que muchos tildarían de inaccesible su propósito de hacerla suya, Félix mantenía su amor en secreto, y en secreto urdía el modo de engatusarla.

La avistó por primera vez en el mercadillo del pueblo, bebiendo de un botijo que graciosamente sujetaba con la cabeza inclinada mientras el agua se lanzaba excitada a por las dádivas de su boca. Y se enamoró sin tener conocimiento siquiera de lo que esa palabra significaba. Cierto es que ella lo superaba en madurez y perspicacia, en donaire y gracia; zarandajas que Félix creía poder superar en cuanto ella supiera de la bonhomía de su amor.

Y allí estaba su Romina, sentada junto al río, hilvanando una excelsa coreografía de ristras de ajos con subliminales mensajes sicalípticos, mientras él acechaba su quehacer.

Ahora sus manos amordazan varias cabezas en un primor de ramillete que anuda con soltura. Ahora desliza su atención a los tallos, friccionados entre sus dedos con mimoso tacto, arriba y abajo, abajo y arriba, domesticando los pliegues insurrectos para que ni una sola favila rompa la homogeneidad. Félix convulsiona con la escena y es tal el requiebro tras la bragueta que se obliga a apartar los ojos de aquella hoguera del demonio. Para calmar su pecaminosa alma camina en círculos pensando en los latigazos que le daría el padre Damián de conocer su bochornoso y envarado estado.

Podría parecer sinecura la tarea de Romina, piensa algo más relajado, pero aquellas piezas de orfebrería elaborabas con celosa prolijidad se le antojaban al muchacho la mejor muestra de la perfección y pasión que la joven ponía en todos sus empeños. Desde luego, no se veía Félix alcanzando tal nivel de refinamiento con aquellas manazas de úrsido con las que le había dotado la naturaleza, y con las que, por cierto, soñaba acariciar en breve las gloriosas curvas de Romina, con su permiso, claro está, que él no es ningún patán. Sometido a las exigencias de la actual carestía, sin embargo, el joven alimentaba sus fantasías periscopeando los movimientos de su amada bajo un anonimato que estaba harto de guardar.

Se fija Félix, de pronto, en la boca abstraída de Romina, dotada de un punto de insolencia que advierte en cómo se muerde los labios, dejando en ellos una insoslayable provocación con la punta de la lengua. Se moja sus propios labios y casi puede sentir el aliento abrasador de la joven. Arrecia el calentón que no hay forma de sofocar salvo con el porfiado ejercicio de andar en círculos pensando en los cuerazos que se tenía merecidos.

Romina entonces se despereza sensual curvando la espalda como un gato. Estira un brazo por la nuca, perfila la silueta de la clavícula y explora el nacimiento del pecho, inocente del incendio que, a su espalda, amaga con devorar el follaje. Desprovisto del razonamiento que serene su juicio, famélico de contacto y en estado de calentura delicuescente, Félix se descubre sin pensarlo siquiera.

—¡Romina! —irrumpe desbocado.

—¿De dónde sales tú? —increpa ella, arisca.

Encogido de hombros solo tiene una ocurrencia para salir airoso de tan trapisonda situación.

—Es que quiero aprender —dice inocentemente sin terminar la frase…

—¿A hacer ristras? —pregunta con los ojos fijos en él, bella como una Venus incandescente.

Félix vuelve a encogerse y entonces Romina le pide que se siente a su lado y le dedica una pequeña instrucción. Cuando las grandes manos del púber dominan el arte con pericia la muchacha se levanta.

—A ver si eres capaz de acabar todo el cesto —alienta mimosa mientras… ¿se está desnudando—? Las ristras bien enlazadas —ordena—, que no sobresalgan hilachas y retiras los ajos golpeados o de mal color, que los que tienen mala cara no gustan.

Y sin venir a cuento, Romina se queda como Dios la trajo al mundo provocando tal deslumbramiento en el joven que apenas puede contener la sublevación de su entrepierna.

Entonces escapa hacia el agua como una ninfa poderosa mientras los ojos de Félix la persiguen hambrientos hasta que reparan, perplejos, en la figura de otra mujer oculta en el río que sonríe lascivamente a Romina. Esta se lanza impúdicamente a sus brazos para iniciar un cortejo acuático de tórridos besos y voluptuosos manoseos. Se refriegan, se toquetean y jadean sonoramente.

Félix desahoga su chasco restregando los ajos con tal violencia que su azoramiento no resiste más y desparrama su frenesí dentro del pantalón.

—Tendré que darme un baño… —dice en voz alta con la vista clavada en esos cuerpos diabólicos y trenzando otra ristra con renovado primor.

#retoSanVaLLECtin2023

Interesante este ejercicio propuesto por el grupo LLEC de Facebook  en el que se nos invitaba a crear un relato utilizando una serie de palabras imprescindibles. 

Palabras a utilizar: Bonhomía, Trapisonda, Limerencia, Delicuescente Zarandajas, Subliminal, Excelso, Prosaísmo, Obnubilación, Chasco, Adamar, Dádiva, Periscopea, Azuzar, Favila, Avistar, Úrsido, Carestía, Sinecura, Requiebro, Inaccesible.

 

 

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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