Reclamaciones de una optimista

por | Ene 13, 2022 | Blog | 6 Comentarios

Reclamaciones de una optimista

Imagen de Pixabay

Este tiempo  de tránsito de un año a otro me ha dejado en la lengua cierto sabor a estafa, como si el calendario hubiera pegado un brinco al galope mientras yo hacía punto de cruz. Extraño, porque no tengo ni idea de esta digna labor, pero creo que la imagen representa bien el alcance de mi inconsciencia.

Supongo que la mente está hasta los mismísimos de esta pandemia que en noviembre parecía exhalar su último aliento y, de pronto, como si estuviera de coña, pega un arreón del carajo con la bandera del “sálvese quien pueda que a mí me da la risa”. Y así nos metió en un diciembre “repe”, con la misma mascarilla, los mismos botellones libertarios, los mismos saludos de puño previo pasaporte antigénico, y con la misma cara de bobos de antaño. No. No es la cara de tonto que canta Aitana y Zoilo que, oye, por reiteración contumaz y obsesiva ha de ser una jeta de esas de flipar en colores. Yo hablo de una cara… cómo te diría…, como de sonámbulo. Para qué te voy a engañar, no he conocido nunca a un sonámbulo, pero es eso ¿no? Estar, pero no estar.

En fin, que me gustaría saber dónde hay hojas de reclamaciones para quejarme de esta Navidad fraudulenta que se anunció a golpe de cotillón y luego se quedó espiando por la mirilla como una fisgona: Noche Buena a medio gas, Noche Vieja a puerta cerrada y Reyes por televisión; los amigos a una distancia de 500 megas y el cuñado en modo reposo, que en nada se convertirá en una especie en extinción.

Hasta las felicitaciones digitales se han quedado sin ideas, o tal vez es que con lo que ha subido la luz no nos da para cargar el móvil porque, no sé tú, pero ese tono del teléfono cantando holas ha estado miserablemente tacaño estas fiestas, tanto que me he llegado a preocupar. Ya sabes “¿soy yo, o…?”.

Al calor de la encuesta

Para acallar las elucubraciones groseras de mi conciencia y, como buena reportera que contrasta la información, he hecho un sondeo doméstico. Un rastreo por diferentes grupos de Whattsapp de diversas zonas geográficas peninsulares que ha dado como resultado lo siguiente: el 90% de los participantes confiesa haber recibido menos mensajes navideños, por Whatsapp o por cualquier otra vía digital. Nadie ha recibido más, y solo un 10% manifiesta haber tenido, aproximadamente, el mismo volumen de mensajes que el año pasado. Léase bien: Doméstico. Sin valor científico. Pero curioso, ¿no?

La pregunta es ¿por qué? ¿Nos hemos vuelto muy selectivos o estamos del Merry Christmas de la Carey hasta las amígdalas?

Veamos, diría que tenemos unos cuatro grupos de contactos definidos: conocidos, allegados (¿recuerdas…je, je…?), familiares y amigos. En los dos primeros cabe desde un compañero de trabajo a un impresentable que no sabes por qué demonios está todavía en tu agenda; desde un vecino que una vez te dio su teléfono en una reunión de la comunidad, hasta un nombre que te suena, pero no recuerdas si del gimnasio o del banco. Si no me crees echa un vistazo y luego me cuentas. Esa monstruosa memoria en forma de chip tiene unas tragaderas ilimitadas. A los miembros de estos grupos nos los hemos pasado, directamente, por el arco del triunfo de la indiferencia. Ni felicitación, ni tono, ni escapulario.

En los otros dos grupos se supone que están los “elegidos”. Los nombres de esas personas con las que te sientas a gusto a tomar una cerveza; a las que acudes por el placer de su compañía, para escuchar y que te escuchen; las que sabes que te conocen y que van a aguantar esos sapos que a veces se nos caen de la boca. Pero claro, no por el hecho de ser familia o amigos responden, siempre y en todo momento, a este catálogo de prebendas del que nos gusta beneficiarnos. Se les quiere de un modo diferente, pero orbitan por universos por los que no siempre coincidimos. Así es como reducimos esos seres especiales a los dedos de una mano…

Y resulta que incluso con esos, los de los dedos de una mano, hemos sido precarios en nuestra manifestación de buenos deseos. Y cuando lo hemos hecho (me dicen) ha sido más a través de grupos que de forma personalizada. Es decir, este año hemos practicado la racanería navideña online sin contemplaciones, y eso que, de momento, el ciberespacio nos sale gratis. ¡Qué inocente soy!

Mejor ser optimista

Conclusión: Hemos tocado fondo. La vida digital es un auténtico coñazo. Hasta las videollamadas han perdido ese flow del principio que nos hacía pasar por maquillaje antes de una conexión. Estamos tan hartos de besos, felicitaciones, compras, vacaciones, lecturas, trabajo, y achuchones vía web que este año la Navidad se ha auto reseteado provocando una especie de agujero negro sideral. Sin los “clinc clinc” del happy new year; sin los brindis por Zoom, sin las app para el amigo invisible online, la Navidad se ha quedado en cueros y el nuevo año ha entrado casi de puntillas, a pesar de los zapatos de la Pedroche, generando unas turbulencias espacio temporales de efectos impredecibles: a unos no nos consta, otros custodiarán el Belén hasta que florezcan los cerezos.

Total, que de pronto tengo a este 2022 encima, tan par, tan redondo, tan lozano y expectante que claro, a una persona optimista como yo le pega un subidón que para qué te voy a contar. Me da por pensar que tal vez es un punto de inflexión. Y hasta me emociono. Así que, por si acaso, decido volver a vivir la Navidad en diferido, que si no me he enterado es porque tengo la cabeza en mil cosas.

Encima leo que la numerología abrevia este 2022 en el número 6, (la suma de todos sus dígitos) y predice un año de grandes transformaciones y nuevos rumbos. ¡Buff! Ahora sí que me quedo mucho más tranquila.

¡Qué bien, oye!

Nota: Mi agradecimiento a todos los que habéis participado en el sondeo y habéis compartido vuestras impresiones conmigo.

 

 «Quien volviendo a hacer el camino viejo aprende el nuevo, puede considerarse un maestro.«

CONFUCIO

 

Reclamaciones de una optimista

Imagen de Pixabay

Este tiempo  de tránsito de un año a otro me ha dejado en la lengua cierto sabor a estafa, como si el calendario hubiera pegado un brinco al galope mientras yo hacía punto de cruz. Extraño, porque no tengo ni idea de esta digna labor, pero creo que la imagen representa bien el alcance de mi inconsciencia.

Supongo que la mente está hasta los mismísimos de esta pandemia que en noviembre parecía exhalar su último aliento y, de pronto, como si estuviera de coña, pega un arreón del carajo con la bandera del “sálvese quien pueda que a mí me da la risa”. Y así nos metió en un diciembre “repe”, con la misma mascarilla, los mismos botellones libertarios, los mismos saludos de puño previo pasaporte antigénico, y con la misma cara de bobos de antaño. No. No es la cara de tonto que canta Aitana y Zoilo que, oye, por reiteración contumaz y obsesiva ha de ser una jeta de esas de flipar en colores. Yo hablo de una cara… cómo te diría…, como de sonámbulo. Para qué te voy a engañar, no he conocido nunca a un sonámbulo, pero es eso ¿no? Estar, pero no estar.

En fin, que me gustaría saber dónde hay hojas de reclamaciones para quejarme de esta Navidad fraudulenta que se anunció a golpe de cotillón y luego se quedó espiando por la mirilla como una fisgona: Noche Buena a medio gas, Noche Vieja a puerta cerrada y Reyes por televisión; los amigos a una distancia de 500 megas y el cuñado en modo reposo, que en nada se convertirá en una especie en extinción.

Hasta las felicitaciones digitales se han quedado sin ideas, o tal vez es que con lo que ha subido la luz no nos da para cargar el móvil porque, no sé tú, pero ese tono del teléfono cantando holas ha estado miserablemente tacaño estas fiestas, tanto que me he llegado a preocupar. Ya sabes “¿soy yo, o…?”.

Al calor de la encuesta

Para acallar las elucubraciones groseras de mi conciencia y, como buena reportera que contrasta la información, he hecho un sondeo doméstico. Un rastreo por diferentes grupos de Whattsapp de diversas zonas geográficas peninsulares que ha dado como resultado lo siguiente: el 90% de los participantes confiesa haber recibido menos mensajes navideños, por Whatsapp o por cualquier otra vía digital. Nadie ha recibido más, y solo un 10% manifiesta haber tenido, aproximadamente, el mismo volumen de mensajes que el año pasado. Léase bien: Doméstico. Sin valor científico. Pero curioso, ¿no?

La pregunta es ¿por qué? ¿Nos hemos vuelto muy selectivos o estamos del Merry Christmas de la Carey hasta las amígdalas?

Veamos, diría que tenemos unos cuatro grupos de contactos definidos: conocidos, allegados (¿recuerdas…je, je…?), familiares y amigos. En los dos primeros cabe desde un compañero de trabajo a un impresentable que no sabes por qué demonios está todavía en tu agenda; desde un vecino que una vez te dio su teléfono en una reunión de la comunidad, hasta un nombre que te suena, pero no recuerdas si del gimnasio o del banco. Si no me crees echa un vistazo y luego me cuentas. Esa monstruosa memoria en forma de chip tiene unas tragaderas ilimitadas. A los miembros de estos grupos nos los hemos pasado, directamente, por el arco del triunfo de la indiferencia. Ni felicitación, ni tono, ni escapulario.

En los otros dos grupos se supone que están los “elegidos”. Los nombres de esas personas con las que te sientas a gusto a tomar una cerveza; a las que acudes por el placer de su compañía, para escuchar y que te escuchen; las que sabes que te conocen y que van a aguantar esos sapos que a veces se nos caen de la boca. Pero claro, no por el hecho de ser familia o amigos responden, siempre y en todo momento, a este catálogo de prebendas del que nos gusta beneficiarnos. Se les quiere de un modo diferente, pero orbitan por universos por los que no siempre coincidimos. Así es como reducimos esos seres especiales a los dedos de una mano…

Y resulta que incluso con esos, los de los dedos de una mano, hemos sido precarios en nuestra manifestación de buenos deseos. Y cuando lo hemos hecho (me dicen) ha sido más a través de grupos que de forma personalizada. Es decir, este año hemos practicado la racanería navideña online sin contemplaciones, y eso que, de momento, el ciberespacio nos sale gratis. ¡Qué inocente soy!

Mejor ser optimista

Conclusión: Hemos tocado fondo. La vida digital es un auténtico coñazo. Hasta las videollamadas han perdido ese flow del principio que nos hacía pasar por maquillaje antes de una conexión. Estamos tan hartos de besos, felicitaciones, compras, vacaciones, lecturas, trabajo, y achuchones vía web que este año la Navidad se ha auto reseteado provocando una especie de agujero negro sideral. Sin los “clinc clinc” del happy new year; sin los brindis por Zoom, sin las app para el amigo invisible online, la Navidad se ha quedado en cueros y el nuevo año ha entrado casi de puntillas, a pesar de los zapatos de la Pedroche, generando unas turbulencias espacio temporales de efectos impredecibles: a unos no nos consta, otros custodiarán el Belén hasta que florezcan los cerezos.

Total, que de pronto tengo a este 2022 encima, tan par, tan redondo, tan lozano y expectante que claro, a una persona optimista como yo le pega un subidón que para qué te voy a contar. Me da por pensar que tal vez es un punto de inflexión. Y hasta me emociono. Así que, por si acaso, decido volver a vivir la Navidad en diferido, que si no me he enterado es porque tengo la cabeza en mil cosas.

Encima leo que la numerología abrevia este 2022 en el número 6, (la suma de todos sus dígitos) y predice un año de grandes transformaciones y nuevos rumbos. ¡Buff! Ahora sí que me quedo mucho más tranquila.

¡Qué bien, oye!

Nota: Mi agradecimiento a todos los que habéis participado en el sondeo y habéis compartido vuestras impresiones conmigo.

 

 «Quien volviendo a hacer el camino viejo aprende el nuevo, puede considerarse un maestro.«

CONFUCIO

 

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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