Reclamaciones de una optimista
Imagen de Pixabay
Este tiempo de tránsito de un año a otro me ha dejado en la lengua cierto sabor a estafa, como si el calendario hubiera pegado un brinco al galope mientras yo hacía punto de cruz. Extraño, porque no tengo ni idea de esta digna labor, pero creo que la imagen representa bien el alcance de mi inconsciencia.
Supongo que la mente está hasta los mismísimos de esta pandemia que en noviembre parecía exhalar su último aliento y, de pronto, como si estuviera de coña, pega un arreón del carajo con la bandera del “sálvese quien pueda que a mí me da la risa”. Y así nos metió en un diciembre “repe”, con la misma mascarilla, los mismos botellones libertarios, los mismos saludos de puño previo pasaporte antigénico, y con la misma cara de bobos de antaño. No. No es la cara de tonto que canta Aitana y Zoilo que, oye, por reiteración contumaz y obsesiva ha de ser una jeta de esas de flipar en colores. Yo hablo de una cara… cómo te diría…, como de sonámbulo. Para qué te voy a engañar, no he conocido nunca a un sonámbulo, pero es eso ¿no? Estar, pero no estar.
En fin, que me gustaría saber dónde hay hojas de reclamaciones para quejarme de esta Navidad fraudulenta que se anunció a golpe de cotillón y luego se quedó espiando por la mirilla como una fisgona: Noche Buena a medio gas, Noche Vieja a puerta cerrada y Reyes por televisión; los amigos a una distancia de 500 megas y el cuñado en modo reposo, que en nada se convertirá en una especie en extinción.
Hasta las felicitaciones digitales se han quedado sin ideas, o tal vez es que con lo que ha subido la luz no nos da para cargar el móvil porque, no sé tú, pero ese tono del teléfono cantando holas ha estado miserablemente tacaño estas fiestas, tanto que me he llegado a preocupar. Ya sabes “¿soy yo, o…?”.
Al calor de la encuesta
Para acallar las elucubraciones groseras de mi conciencia y, como buena reportera que contrasta la información, he hecho un sondeo doméstico. Un rastreo por diferentes grupos de Whattsapp de diversas zonas geográficas peninsulares que ha dado como resultado lo siguiente: el 90% de los participantes confiesa haber recibido menos mensajes navideños, por Whatsapp o por cualquier otra vía digital. Nadie ha recibido más, y solo un 10% manifiesta haber tenido, aproximadamente, el mismo volumen de mensajes que el año pasado. Léase bien: Doméstico. Sin valor científico. Pero curioso, ¿no?
La pregunta es ¿por qué? ¿Nos hemos vuelto muy selectivos o estamos del Merry Christmas de la Carey hasta las amígdalas?
Veamos, diría que tenemos unos cuatro grupos de contactos definidos: conocidos, allegados (¿recuerdas…je, je…?), familiares y amigos. En los dos primeros cabe desde un compañero de trabajo a un impresentable que no sabes por qué demonios está todavía en tu agenda; desde un vecino que una vez te dio su teléfono en una reunión de la comunidad, hasta un nombre que te suena, pero no recuerdas si del gimnasio o del banco. Si no me crees echa un vistazo y luego me cuentas. Esa monstruosa memoria en forma de chip tiene unas tragaderas ilimitadas. A los miembros de estos grupos nos los hemos pasado, directamente, por el arco del triunfo de la indiferencia. Ni felicitación, ni tono, ni escapulario.
En los otros dos grupos se supone que están los “elegidos”. Los nombres de esas personas con las que te sientas a gusto a tomar una cerveza; a las que acudes por el placer de su compañía, para escuchar y que te escuchen; las que sabes que te conocen y que van a aguantar esos sapos que a veces se nos caen de la boca. Pero claro, no por el hecho de ser familia o amigos responden, siempre y en todo momento, a este catálogo de prebendas del que nos gusta beneficiarnos. Se les quiere de un modo diferente, pero orbitan por universos por los que no siempre coincidimos. Así es como reducimos esos seres especiales a los dedos de una mano…
Y resulta que incluso con esos, los de los dedos de una mano, hemos sido precarios en nuestra manifestación de buenos deseos. Y cuando lo hemos hecho (me dicen) ha sido más a través de grupos que de forma personalizada. Es decir, este año hemos practicado la racanería navideña online sin contemplaciones, y eso que, de momento, el ciberespacio nos sale gratis. ¡Qué inocente soy!
Mejor ser optimista
Conclusión: Hemos tocado fondo. La vida digital es un auténtico coñazo. Hasta las videollamadas han perdido ese flow del principio que nos hacía pasar por maquillaje antes de una conexión. Estamos tan hartos de besos, felicitaciones, compras, vacaciones, lecturas, trabajo, y achuchones vía web que este año la Navidad se ha auto reseteado provocando una especie de agujero negro sideral. Sin los “clinc clinc” del happy new year; sin los brindis por Zoom, sin las app para el amigo invisible online, la Navidad se ha quedado en cueros y el nuevo año ha entrado casi de puntillas, a pesar de los zapatos de la Pedroche, generando unas turbulencias espacio temporales de efectos impredecibles: a unos no nos consta, otros custodiarán el Belén hasta que florezcan los cerezos.
Total, que de pronto tengo a este 2022 encima, tan par, tan redondo, tan lozano y expectante que claro, a una persona optimista como yo le pega un subidón que para qué te voy a contar. Me da por pensar que tal vez es un punto de inflexión. Y hasta me emociono. Así que, por si acaso, decido volver a vivir la Navidad en diferido, que si no me he enterado es porque tengo la cabeza en mil cosas.
Encima leo que la numerología abrevia este 2022 en el número 6, (la suma de todos sus dígitos) y predice un año de grandes transformaciones y nuevos rumbos. ¡Buff! Ahora sí que me quedo mucho más tranquila.
¡Qué bien, oye!
Nota: Mi agradecimiento a todos los que habéis participado en el sondeo y habéis compartido vuestras impresiones conmigo.
«Quien volviendo a hacer el camino viejo aprende el nuevo, puede considerarse un maestro.«
CONFUCIO
Imagen de Pixabay
Este tiempo de tránsito de un año a otro me ha dejado en la lengua cierto sabor a estafa, como si el calendario hubiera pegado un brinco al galope mientras yo hacía punto de cruz. Extraño, porque no tengo ni idea de esta digna labor, pero creo que la imagen representa bien el alcance de mi inconsciencia.
Supongo que la mente está hasta los mismísimos de esta pandemia que en noviembre parecía exhalar su último aliento y, de pronto, como si estuviera de coña, pega un arreón del carajo con la bandera del “sálvese quien pueda que a mí me da la risa”. Y así nos metió en un diciembre “repe”, con la misma mascarilla, los mismos botellones libertarios, los mismos saludos de puño previo pasaporte antigénico, y con la misma cara de bobos de antaño. No. No es la cara de tonto que canta Aitana y Zoilo que, oye, por reiteración contumaz y obsesiva ha de ser una jeta de esas de flipar en colores. Yo hablo de una cara… cómo te diría…, como de sonámbulo. Para qué te voy a engañar, no he conocido nunca a un sonámbulo, pero es eso ¿no? Estar, pero no estar.
En fin, que me gustaría saber dónde hay hojas de reclamaciones para quejarme de esta Navidad fraudulenta que se anunció a golpe de cotillón y luego se quedó espiando por la mirilla como una fisgona: Noche Buena a medio gas, Noche Vieja a puerta cerrada y Reyes por televisión; los amigos a una distancia de 500 megas y el cuñado en modo reposo, que en nada se convertirá en una especie en extinción.
Hasta las felicitaciones digitales se han quedado sin ideas, o tal vez es que con lo que ha subido la luz no nos da para cargar el móvil porque, no sé tú, pero ese tono del teléfono cantando holas ha estado miserablemente tacaño estas fiestas, tanto que me he llegado a preocupar. Ya sabes “¿soy yo, o…?”.
Al calor de la encuesta
Para acallar las elucubraciones groseras de mi conciencia y, como buena reportera que contrasta la información, he hecho un sondeo doméstico. Un rastreo por diferentes grupos de Whattsapp de diversas zonas geográficas peninsulares que ha dado como resultado lo siguiente: el 90% de los participantes confiesa haber recibido menos mensajes navideños, por Whatsapp o por cualquier otra vía digital. Nadie ha recibido más, y solo un 10% manifiesta haber tenido, aproximadamente, el mismo volumen de mensajes que el año pasado. Léase bien: Doméstico. Sin valor científico. Pero curioso, ¿no?
La pregunta es ¿por qué? ¿Nos hemos vuelto muy selectivos o estamos del Merry Christmas de la Carey hasta las amígdalas?
Veamos, diría que tenemos unos cuatro grupos de contactos definidos: conocidos, allegados (¿recuerdas…je, je…?), familiares y amigos. En los dos primeros cabe desde un compañero de trabajo a un impresentable que no sabes por qué demonios está todavía en tu agenda; desde un vecino que una vez te dio su teléfono en una reunión de la comunidad, hasta un nombre que te suena, pero no recuerdas si del gimnasio o del banco. Si no me crees echa un vistazo y luego me cuentas. Esa monstruosa memoria en forma de chip tiene unas tragaderas ilimitadas. A los miembros de estos grupos nos los hemos pasado, directamente, por el arco del triunfo de la indiferencia. Ni felicitación, ni tono, ni escapulario.
En los otros dos grupos se supone que están los “elegidos”. Los nombres de esas personas con las que te sientas a gusto a tomar una cerveza; a las que acudes por el placer de su compañía, para escuchar y que te escuchen; las que sabes que te conocen y que van a aguantar esos sapos que a veces se nos caen de la boca. Pero claro, no por el hecho de ser familia o amigos responden, siempre y en todo momento, a este catálogo de prebendas del que nos gusta beneficiarnos. Se les quiere de un modo diferente, pero orbitan por universos por los que no siempre coincidimos. Así es como reducimos esos seres especiales a los dedos de una mano…
Y resulta que incluso con esos, los de los dedos de una mano, hemos sido precarios en nuestra manifestación de buenos deseos. Y cuando lo hemos hecho (me dicen) ha sido más a través de grupos que de forma personalizada. Es decir, este año hemos practicado la racanería navideña online sin contemplaciones, y eso que, de momento, el ciberespacio nos sale gratis. ¡Qué inocente soy!
Mejor ser optimista
Conclusión: Hemos tocado fondo. La vida digital es un auténtico coñazo. Hasta las videollamadas han perdido ese flow del principio que nos hacía pasar por maquillaje antes de una conexión. Estamos tan hartos de besos, felicitaciones, compras, vacaciones, lecturas, trabajo, y achuchones vía web que este año la Navidad se ha auto reseteado provocando una especie de agujero negro sideral. Sin los “clinc clinc” del happy new year; sin los brindis por Zoom, sin las app para el amigo invisible online, la Navidad se ha quedado en cueros y el nuevo año ha entrado casi de puntillas, a pesar de los zapatos de la Pedroche, generando unas turbulencias espacio temporales de efectos impredecibles: a unos no nos consta, otros custodiarán el Belén hasta que florezcan los cerezos.
Total, que de pronto tengo a este 2022 encima, tan par, tan redondo, tan lozano y expectante que claro, a una persona optimista como yo le pega un subidón que para qué te voy a contar. Me da por pensar que tal vez es un punto de inflexión. Y hasta me emociono. Así que, por si acaso, decido volver a vivir la Navidad en diferido, que si no me he enterado es porque tengo la cabeza en mil cosas.
Encima leo que la numerología abrevia este 2022 en el número 6, (la suma de todos sus dígitos) y predice un año de grandes transformaciones y nuevos rumbos. ¡Buff! Ahora sí que me quedo mucho más tranquila.
¡Qué bien, oye!
Nota: Mi agradecimiento a todos los que habéis participado en el sondeo y habéis compartido vuestras impresiones conmigo.
«Quien volviendo a hacer el camino viejo aprende el nuevo, puede considerarse un maestro.«
CONFUCIO
¡Hola, Matilde! La verdad es que no sabría decirte al respecto de las felicitaciones vía móvil dado que no tengo ni móvil ni por tanto tampoco el guasap ese de las narices. Pero suscribo tu opinión acerca de la vida digital. Cuando escucho esas palabras grandilocuentes como «Transformación digital», «Metaverso», y demás chorradas tengo la sensación de que estamos ya en el tecnocentrismo, en el culto a la tecnología, a su concepción como fin en sí mismo que desplaza al ser humano del centro para colocarlo como un simple complemento del que se sirve el sistema.
Y jamás, repito jamás, la vida virtual podrá ni acercarse a la vida real. Y si pensamos lo contrario, sin duda acabaremos perdidos en un vacío de bytes de información. Ojalá sea una moda, ojalá que en unos años aparezcan movimientos culturales y de pensamiento que defienda nuestro derecho a vivir una vida real, nuestro derecho a no depender de móviles ni de inteligencias tan artificiales como su existencia. A volver al tiempo en el que los abrazos y besos, en los que una conversación cara a cara eran la esencia de lo que es ser humano y no un quebranto de la normativa sanitaria. Un fuerte abrazo, en este caso digital pero que espero recibas como analógico.
Hola, David:
Es admirable que hayas podido sustraerte de esa adictiva influencia que es el móvil. Yo me resistí largo tiempo (en sus comienzos) pero la presión profesional pudo conmigo. Ahora, aunque no de forma obsesiva, forma parte de mi anatomía.
Suscribo todo lo que dices. La vida digital debe hacernos la vida más fácil, no sustituir nuestras capacidades. Así nos va. Ya hay varios estudios que concluyen las consecuencias, sobre todo en los jóvenes, en forma de menoscabo de las habilidades sociales.
Yo, como «optimista» que soy, confío en que estemos a tiempo de corregir esos excesos y favorecer una relación más humana, más cercana y por supuesto más analógica. Así que me doy por abrazada por tu gesto y agradezco infinito que compartas tu reflexión conmigo.
Un abrazo, compañero
Hola Mati
Felicitar, ya sea los cumpleaños, los santos, las fiestas importantes del año y, como no, la Navidad es algo q hacemos con cariño, con educación u obligación y de manera automática.
Yo soy un desastre para las fechas y casi siempre voy a remolque de la persona q primero felicita. También he de decir a mi favor q no tengo en cuenta quien no me felicita los cumpleaños, para mí un día como cualquier otro. Sin embargo y centrándonos en tu encuesta doméstica sobre las felicitaciones de Navidad y un Nuevo Año,ahora q me paro a pensarlo, me dolería no tener esa Felicitación de las personas q más te importan y la alegría de ver q tbn lo hacen personas q tan solo son conocidas. Aunque sea un automatismo, quiero q cada año se acuerden de mí y de mi familia.
Y en todo tiempo lo q más valoro y me emociona es felicitar las buenas nuevas de recobrar la salud y los triunfos y conquistas vitales para los queridos/@s, amigus/@s, conocidos/@s.
Vaya coñazo lo de añadir » @s»
una q está acostumbrada a escribir como le enseñaron, en masculino incluyendo el femenino. A ver si me acostumbro a escribir en femenino. Podría ser un propósito de este año.
Mati, te felicito x tu sabia colocación de las palabras.
Gracias
Hola Eulalia,
Acordarnos sinceramente de nuestros seres queridos es algo que no deberíamos perder nunca. El problema es cuando una rutina se automatiza tanto que pierde su autenticidad y es incapaz de transmitir nada.
Antes buscábamos postales: tres, cuatro, cinco para esas personas de «los dedos de una mano» de las que hablaba en el artículo. Elegíamos para cada destinatario la que mejor se adaptaba, escribíamos cuatro líneas, o cuatro palabras en función de nuestra destreza con la pluma, y firmábamos pensando en esa persona. Aunque parezca una nostálgica me interesa más la verdad que había en el gesto que el hecho de perder la bonita tradición del correo postal.
La era digital ha convertido la felicitación navideña en un chocolate con churros que cuando se toma está tan frío que no sabe a nada. Y reconozco que, como a ti, me gusta saber que se han acordado de mi, aunque sea con un reenvío de última hora….
Del tema de la inclusión del lenguaje sí, realmente a veces es muy engorroso. Yo no lo utilizo siempre, sí en bienvenidas o saludos, luego dejo que fluya la naturalidad.
Me encanta tenerte por aquí. Ya lo sabes.
Un beso enorme
Pues si, es cierto, estas navidades han sido un poco frías en cuanto a felicitaciones.
Pero siempre hay alguien q con su gesto nos regala un poquito de calor.En mi caso cada año recibo una postal de esas de toda la vida..,y de verdad q te llenan el alma.
También he sido muy afortunada, de haber podido reunirme con mi familia, dejando a un lado a ese invitado q nos viene acompañando últimamente.
Ahora a empezar un año nuevo con propósitos renovados.
Ahh!! Ya tengo “ganitas”, de tener tu libro entre mis manos. Y espero pacientemente tus nuevos relatos y los q estan por acabar.
Gracias por seguir ahí en este nuevo año.
Ciertamente, la familia es la mejor fuente de calor… ahí está la mejor postal navideña.
Seguro que tus propósitos están a la altura de todo lo que te mereces y los ves hechos realidad muy pronto.
Y voy a eso…a mis relatos…que están esperando.
Gracias a ti, por estar siempre ahí, tan generosa y tan complaciente.
Un abrazo de esos apretaditos…