Invierno de azúcar

por | Ene 14, 2021 | Blog | 6 Comentarios

invierno, nieve, azúcar

Imagen de Dan Fador en Pixabay

Comprobado. Desde que he edulcorado mi vida me nace a borbotones el verano y la lluvia palpita tibia cuando me deja su huella en los labios. Me doy atracones de cariño, no dejo nada en el plato; embarco abrazos calentitos que aguardan en la despensa, abrazados, listos para descargar un día su incombustible fuego sagrado.

Me he desvestido de todos los “peros” que perforaban mi garganta con su mala costumbre de buscar atajos; no quiero conjunciones groseras que estropean sin remedio lo que bien había empezado. Hasta allí se han trasladado emoticonos de neón que mueven las caderas, asaltan lindes y cruzan fronteras, me sacan la lengua  al frente de un motín de afectos sublevados.

Quiero risas despatarradas calentando este invierno estrafalario y música navideña cuando el ruido me haga daño; quiero tizas pintando salvavidas en ojos solitarios y nubes en las aceras para amortiguar el dolor de mis pies descalzos. Que vengan ya las golondrinas con sus bufandas negras y sus pescuezos colorados, que traigan la primavera en sus majestuosos vuelos acrobáticos.

Confirmado. Las arrugas se cosen a la piel con hilos misteriosos que se enjabonan de recuerdos y despiden su perfume a diario. Son como ríos por donde fluye la energía de nuestro presente y pasado,  trazos manuscritos que transcriben cuidadosamente el impulso de un corazón a veces torpe y marchito, otras vivaz y alborozado, a veces intrépido y melodramático, indefectiblemente arrebatado.

Mis cicatrices huelen a sándalo, a rosas de abril en un macetero que se desborda de flores sobre su cuerpo de barro. Guardo la nostalgia, bien relajada, en un mar de Jacinto en el que con frecuencia me baño, endulzada con miel de ortigas a veces saca las uñas y me regala arañazos, pero su espuma envolvente pone en mi alma un emoliente aroma en forma de esparadrapo.

Quiero saludos apretaditos y encuentros sorpresa martes y sábados, música de circo que atraiga a los niños de nuestra inconsciencia a una mesa generosa en helados. Quiero estufas calentando mis sueños mientras el invierno deja la vida suspendida en un apacible letargo,  que la nieve sea de azúcar, que solo el desaliento quede congelado, que arda la pasión en los corazones de los hombres hasta que los vencejos de marzo nos anuncien días más cálidos.

 «Y yo te amo, invierno
Yo te imagino viejo, te imagino sabio,
con un divino cuerpo de mármol palpitante
que arrastra como un manto regio el peso del Tiempo…
Invierno, yo te amo y soy la primavera…
Yo sonroso, tú nievas: tú porque todo lo sabes
yo porque todo sueño…»

Delmira Agustini

 

invierno, nieve, azúcar

Imagen de Dan Fador en Pixabay

Comprobado. Desde que he edulcorado mi vida me nace a borbotones el verano y la lluvia palpita tibia cuando me deja su huella en los labios. Me doy atracones de cariño, no dejo nada en el plato; embarco abrazos calentitos que aguardan en la despensa, abrazados, listos para descargar un día su incombustible fuego sagrado.

Me he desvestido de todos los “peros” que perforaban mi garganta con su mala costumbre de buscar atajos; no quiero conjunciones groseras que estropean sin remedio lo que bien había empezado. Hasta allí se han trasladado emoticonos de neón que mueven las caderas, asaltan lindes y cruzan fronteras, me sacan la lengua  al frente de un motín de afectos sublevados.

Quiero risas despatarradas calentando este invierno estrafalario y música navideña cuando el ruido me haga daño; quiero tizas pintando salvavidas en ojos solitarios y nubes en las aceras para amortiguar el dolor de mis pies descalzos. Que vengan ya las golondrinas con sus bufandas negras y sus pescuezos colorados, que traigan la primavera en sus majestuosos vuelos acrobáticos.

Confirmado. Las arrugas se cosen a la piel con hilos misteriosos que se enjabonan de recuerdos y despiden su perfume a diario. Son como ríos por donde fluye la energía de nuestro presente y pasado,  trazos manuscritos que transcriben cuidadosamente el impulso de un corazón a veces torpe y marchito, otras vivaz y alborozado, a veces intrépido y melodramático, indefectiblemente arrebatado.

Mis cicatrices huelen a sándalo, a rosas de abril en un macetero que se desborda de flores sobre su cuerpo de barro. Guardo la nostalgia, bien relajada, en un mar de Jacinto en el que con frecuencia me baño, endulzada con miel de ortigas a veces saca las uñas y me regala arañazos, pero su espuma envolvente pone en mi alma un emoliente aroma en forma de esparadrapo.

Quiero saludos apretaditos y encuentros sorpresa martes y sábados, música de circo que atraiga a los niños de nuestra inconsciencia a una mesa generosa en helados. Quiero estufas calentando mis sueños mientras el invierno deja la vida suspendida en un apacible letargo,  que la nieve sea de azúcar, que solo el desaliento quede congelado, que arda la pasión en los corazones de los hombres hasta que los vencejos de marzo nos anuncien días más cálidos.

 «Y yo te amo, invierno
Yo te imagino viejo, te imagino sabio,
con un divino cuerpo de mármol palpitante
que arrastra como un manto regio el peso del Tiempo…
Invierno, yo te amo y soy la primavera…
Yo sonroso, tú nievas: tú porque todo lo sabes
yo porque todo sueño…»

Delmira Agustini

 

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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