Recuérdame
Recuérdame cuando el otoño inunde mis ojos y en su luz dorada duerma mi memoria. Sé que entonces abrirás de par en par las ventanas para que pueda abandonar la vista allá donde el silencio no pese, donde la esperanza no sea descubierta en retirada. Sé que me leerás despacio y tu voz resbalará dulce en mi piel, y me acunaré en tu mimosa cadencia aunque mi gesto navegue perdido entre sombras que no arraigan.
A través de una cerradura me veo abrazada a pensamientos que dibujan jeroglíficos de humo con una tiza mojada. Veo los recuerdos dispersos en un paisaje de amapolas, saltando entre el Cantábrico de mis veinte años y el trigo de mi infancia. Quiero atraparlos con la mano pero se escabullen, huyen por los huecos del descuido y, cuando estoy a punto de tocarlos con los dedos, me olvido de ellos. Se escapan.
Te veo arrinconando demonios para que no te delaten cuando me prestas tus alas, quieres que me llene de cielo antes de que las nubes colonicen mi mente con una niebla pesada. Te esfuerzas en darme motivos para sonreír, y quiero morir cuando de pronto no consigo pronunciar el nombre que durante tantos años fluía de mis labios como río en busca de morada.
Todavía me reconozco en las palabras que caminan ansiosas tras el ocaso, como si no hubiera en el horizonte un alba. Viajan embriagadas de promesas etéreas con mi identidad vagando sobre un futuro difuso que silba, sutil, una canción inacabada. Cargan con un presente que se descose de mi alma, una conciencia escurridiza que se desvanece persiguiendo la lucidez, tan ligera como la voz en la que nadan.
Déjame decirte te quiero ahora que todavía entiendo el alcance de tus lágrimas. Nadaré desnuda en ellas hasta que la angustia se ahogue en los surcos de las arrugas que deletrean esta vida que se diluye, emborronada. Siento que me acurruco, que me arrulla el viento con su brisa cálida y, como dijo el poeta, me encierro dentro de mí misma con tranca. Tal vez mañana esta que soy se olvide de quién era y se me atasquen las emociones en la garganta, pero no me cabe duda que habrá días que me recuperes y como una polilla atraída por la luz volveré a ti con alguna de las llaves que guardas.
No dejes que el miedo siembre incertidumbre aunque el dolor a veces hiera como alfileres hincando el diente en zona sagrada, porque vendrán amaneceres nuevos, con sus quebrantos y sus nostalgias, con ilusiones germinando en alegres macetas azules y blancas, y yo estaré viva en tus manos, y en los geranios que siempre florecen por mucho que el invierno haya dejado su aliento en las frías heladas.
Recuérdame cuando mi nombre me suene extraño y mi reflejo sea ceniza desordenada, porque sabré que soy yo si me veo, nítida, en el fondo de tu mirada.
«Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos»
Jorge Luis Borges
Te invito a leer el relato de ficción y en clave de humor a la octogenaria Guillermina, enferma de Alzheimer y confinada con su hijo en casa.
Capítulo 1: Y de pronto, mi madre…
Capítulo 2: Del llanto a la risa y luego a misa
Capítulo 3: Lo que daría por unos huevos…
Capítulo 4: ¿Por qué no te lo pones tú…?
Capítulo 5: El pueblo tras la ventana
Capítulo 6: Guillermina, siempre tan divina
Recuérdame cuando el otoño inunde mis ojos y en su luz dorada duerma mi memoria. Sé que entonces abrirás de par en par las ventanas para que pueda abandonar la vista allá donde el silencio no pese, donde la esperanza no sea descubierta en retirada. Sé que me leerás despacio y tu voz resbalará dulce en mi piel, y me acunaré en tu mimosa cadencia aunque mi gesto navegue perdido entre sombras que no arraigan.
A través de una cerradura me veo abrazada a pensamientos que dibujan jeroglíficos de humo con una tiza mojada. Veo los recuerdos dispersos en un paisaje de amapolas, saltando entre el Cantábrico de mis veinte años y el trigo de mi infancia. Quiero atraparlos con la mano pero se escabullen, huyen por los huecos del descuido y, cuando estoy a punto de tocarlos con los dedos, me olvido de ellos. Se escapan.
Te veo arrinconando demonios para que no te delaten cuando me prestas tus alas, quieres que me llene de cielo antes de que las nubes colonicen mi mente con una niebla pesada. Te esfuerzas en darme motivos para sonreír, y quiero morir cuando de pronto no consigo pronunciar el nombre que durante tantos años fluía de mis labios como río en busca de morada.
Todavía me reconozco en las palabras que caminan ansiosas tras el ocaso, como si no hubiera en el horizonte un alba. Viajan embriagadas de promesas etéreas con mi identidad vagando sobre un futuro difuso que silba, sutil, una canción inacabada. Cargan con un presente que se descose de mi alma, una conciencia escurridiza que se desvanece persiguiendo la lucidez, tan ligera como la voz en la que nadan.
Déjame decirte te quiero ahora que todavía entiendo el alcance de tus lágrimas. Nadaré desnuda en ellas hasta que la angustia se ahogue en los surcos de las arrugas que deletrean esta vida que se diluye, emborronada. Siento que me acurruco, que me arrulla el viento con su brisa cálida y, como dijo el poeta, me encierro dentro de mí misma con tranca. Tal vez mañana esta que soy se olvide de quién era y se me atasquen las emociones en la garganta, pero no me cabe duda que habrá días que me recuperes y como una polilla atraída por la luz volveré a ti con alguna de las llaves que guardas.
No dejes que el miedo siembre incertidumbre aunque el dolor a veces hiera como alfileres hincando el diente en zona sagrada, porque vendrán amaneceres nuevos, con sus quebrantos y sus nostalgias, con ilusiones germinando en alegres macetas azules y blancas, y yo estaré viva en tus manos, y en los geranios que siempre florecen por mucho que el invierno haya dejado su aliento en las frías heladas.
Recuérdame cuando mi nombre me suene extraño y mi reflejo sea ceniza desordenada, porque sabré que soy yo si me veo, nítida, en el fondo de tu mirada.
«Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos»
Jorge Luis Borges
Te invito a leer el relato de ficción y en clave de humor a la octogenaria Guillermina, enferma de Alzheimer y confinada con su hijo en casa.
Capítulo 1: Y de pronto, mi madre…
Capítulo 2: Del llanto a la risa y luego a misa
Capítulo 3: Lo que daría por unos huevos…
Capítulo 4: ¿Por qué no te lo pones tú…?
Capítulo 5: El pueblo tras la ventana
Capítulo 6: Guillermina, siempre tan divina
Que delicadeza hay en tus palabras..y esa sensibilidad que traspasa el alma
El olvido, el no reconocer a tus seres queridos es duro….
Amarlos, Cuidarlos y repetirles una y otra vez :»Te Quiero», aunque ya no estén a nuestro lado,me alivia el llanto.
No se me ocurre nada más difícil y desquiciante que olvidarse de si mismo. Ojalá la investigación avance en este terreno.