Sigo aquí
Foto: Pixabay
—¿Continúa con vida? —Le pregunto desde el fondo de mi voz.
—Sí señora —me dice tratando de acomodar su expresión corporal al embarazoso momento—. Se produce una pausa infinita. No le queda mucho tiempo —añade al fin buscando una reacción por mi parte—. ¿Quiere que la acompañe?
Hace casi dos años que no veo al hombre que ahora agoniza de un cáncer de páncreas galopante. ¿Quiere que la acompañe? Me repito, como si fuera un tentador salvavidas con luces de neón al que agarrarme.
—No, gracias. —Le digo al policía con una falsa convicción antes de cruzar la puerta 8022.
No necesito ayuda para esparcir el perfume de “puta barata” que despierte a la bestia.
Me deshago del abrigo y paseo por la habitación despacio, muy despacio, con la absoluta certeza de que sabe que estoy allí. El monitor que hay a su lado indica una leve alteración en su ritmo cardíaco.
Abre los ojos. El oxígeno de su respiración renquea como si fuera un motor gripado. ¡Qué ingenua! Creí que la cárcel habría abierto alguna espita por donde asomara el ser humano que una vez fue. Alguien a quien una vez quise. Pero no. Allí solo está su odio, tan violento que olvido que se está muriendo, tan infame que me intimida. Me sigue con la mirada como un lobo a su presa, satisfecho porque huele mi miedo, igual que la última vez que nos vimos. Él con los ojos en llamas, enajenado, acorralándome hasta descargar toda su furia sobre mi estéril resistencia. Yo doblegada y moribunda…
No funcionó. Sobreviví. Sigo aquí. Los pensamientos de ambos espesan el ambiente y lo dejan tan turbio que resulta irrespirable. Me observa con una perversión animal, culpándome, ¡cómo no! de su decadencia; dejándome bien claro la irracional repugnancia que le inspiro.
Vuelve a sonar un chasquido de su sistema de ventilación y aprovecho para liberarme de su amenazante vigilancia. Inspiro profundamente.
No tienes por qué ir me había dicho mi psicóloga, pero si decides hacerlo, que sea porque necesitas cerrar esa etapa de tu vida, que sea solo para salir de allí más fuerte.
Me centro en su vulnerabilidad y domino mi pánico. Me sorprende la oleada de patética lástima que siento por él.
—¿Sabes qué venía a decirte? —Susurro en su oído mientras le limpio un reguero baboso que aflora por su mandíbula—. Que te ibas a perder lo bien que me sienta tu muerte. Pero acabo de darme cuenta de que no necesito que mueras, —afirmo mientras algo parecido a un gruñido sale de su garganta— porque lo que siento por ti ni siquiera me llega para el desprecio. Soy libre. Hasta siempre.
No espero a que suene el pitido lúgubre. Salgo del hospital buscando la lluvia, pero ha cesado. El silencio ligero de la noche solo me deja el rotundo sonido de mis zapatos de tacón.
Foto: Pixabay
—¿Continúa con vida? —Le pregunto desde el fondo de mi voz.
—Sí señora —me dice tratando de acomodar su expresión corporal al embarazoso momento—. Se produce una pausa infinita. No le queda mucho tiempo —añade al fin buscando una reacción por mi parte—. ¿Quiere que la acompañe?
Hace casi dos años que no veo al hombre que ahora agoniza de un cáncer de páncreas galopante. ¿Quiere que la acompañe? Me repito, como si fuera un tentador salvavidas con luces de neón al que agarrarme.
—No, gracias. —Le digo al policía con una falsa convicción antes de cruzar la puerta 8022.
No necesito ayuda para esparcir el perfume de “puta barata” que despierte a la bestia.
Me deshago del abrigo y paseo por la habitación despacio, muy despacio, con la absoluta certeza de que sabe que estoy allí. El monitor que hay a su lado indica una leve alteración en su ritmo cardíaco.
Abre los ojos. El oxígeno de su respiración renquea como si fuera un motor gripado. ¡Qué ingenua! Creí que la cárcel habría abierto alguna espita por donde asomara el ser humano que una vez fue. Alguien a quien una vez quise. Pero no. Allí solo está su odio, tan violento que olvido que se está muriendo, tan infame que me intimida. Me sigue con la mirada como un lobo a su presa, satisfecho porque huele mi miedo, igual que la última vez que nos vimos. Él con los ojos en llamas, enajenado, acorralándome hasta descargar toda su furia sobre mi estéril resistencia. Yo doblegada y moribunda…
No funcionó. Sobreviví. Sigo aquí. Los pensamientos de ambos espesan el ambiente y lo dejan tan turbio que resulta irrespirable. Me observa con una perversión animal, culpándome, ¡cómo no! de su decadencia; dejándome bien claro la irracional repugnancia que le inspiro.
Vuelve a sonar un chasquido de su sistema de ventilación y aprovecho para liberarme de su amenazante vigilancia. Inspiro profundamente.
No tienes por qué ir me había dicho mi psicóloga, pero si decides hacerlo, que sea porque necesitas cerrar esa etapa de tu vida, que sea solo para salir de allí más fuerte.
Me centro en su vulnerabilidad y domino mi pánico. Me sorprende la oleada de patética lástima que siento por él.
—¿Sabes qué venía a decirte? —Susurro en su oído mientras le limpio un reguero baboso que aflora por su mandíbula—. Que te ibas a perder lo bien que me sienta tu muerte. Pero acabo de darme cuenta de que no necesito que mueras, —afirmo mientras algo parecido a un gruñido sale de su garganta— porque lo que siento por ti ni siquiera me llega para el desprecio. Soy libre. Hasta siempre.
No espero a que suene el pitido lúgubre. Salgo del hospital buscando la lluvia, pero ha cesado. El silencio ligero de la noche solo me deja el rotundo sonido de mis zapatos de tacón.
Todavía no había leido el primer relato para el microrreto de El Tintero de Oro y, cuando llego, me encuentro con una continuación que da carpetazo a la historia. Si la primera parte me ha gustado mucho, esta segunda, el desenlace, me ha parecido brillante. Una historia trágica que acaba en una gran liberación para una de las partes, la afectada por el trato vejatorio del moribundo. Que descasen en paz los dos, cada uno a su manera, je,je.
Me ha encantado.
Un saludo.
Hola Josep Mª,
Ja, ja «qué descansen en paz los dos», me ha encantado. Una buena forma de resumirlo.
Gracias por dejarme tu crítica que, como todas, agradezco muchísimo. Ha sido una interesante aventura participar en este reto y supongo que, aunque ha sido la primera, no será la última.
Un abrazo
Que buen final, Matilde, reza un dicho; «Quién la hace la paga» aquí puedo entender la frialdad de la mujer, y su trato con aquel hombre que poco bien le hizo. Hay una parte reflexiva en tu relato y que también me ha encantado. Hay que cerrar etapas, episodios dolorosos, ella se recuperó y le fue bien visitar a su maltratador, salió fuerte, se venció a ella misma. Las secuelas se van diluyendo con el tiempo.
Un abrazo, y feliz semana.
Hola Mila
Efectivamente el retrato que quise hacer de la mujer no solo era de una mujer fría que parecía no tener sentimientos, sino empoderada. Una mujer que por fin se sentía libre para ser ella misma. Muchas gracias por pasarte por aquí.
Un beso
Tremendo, Matilde.
Escrito con solvencia. Tengo la impresión de que cada palabra la has escogido con precisión para provocar lo que quieras provocar: odio, miedo, y finalmente, liberación.
Me ha encantado desde el inicio, al final.
¡Enhorabuena, Carmen! Unos micros magníficos.
Gracias Isabel
Efectivamente tuve mucho cuidado en escoger cada palabra. Al principio para no dejar demasiadas pistas sobre las motivaciones de la protagonista, jugando con la ambigüedad, y después para trasladar su evolución psicológica hasta el momento de la liberación.
Gracias por compartir tu opinión.
Un abrazo
Si la primera parte me ha gustado creo que esta segunda es fantástica, te felicito,… con la continuación es como si una luz se encendiese en una habitación a oscuras.
Enhorabuena!
Una luz que precisamente hoy 25 de noviembre, #DíaInternacionalContraLaViolenciaDeGénero me gusta mucho que describas así.
Muchas gracias
Hola, Matilde:
Se aprecia tu gran trabajo eligiendo los términos adecuados para transmitir al lector cada detalle de esta escena tan visual y plena de matices sentimentales, como el profundo proceso de liberación psicológica por parte de la protagonista.
Me ha gustado mucho tu estilo de contarnos un relato complejo y diferente, aunque el tema, por desgracia, continúe siendo de actualidad.
Un abrazo.
Hola Estrella
Es insoportable el número de víctimas que se van acumulando año tras año y sorprendente el silencio en el que muchas de ellas viven.
Sin duda quería darle a nuestra protagonista un carácter definitivamente empoderado y liberado, como muy bien dices.
Gracias por tus palabras
Un abrazo
¡Hola, Matilde! Me vino a la mente ese dicho de «tanta paz lleves como descanso dejas». Una reveladora segunda parte en la que se muestra la clase de relación que había entre los dos y justifica esa reacción de la mujer. Me ha resultado deliciosa esta manera de cerrar una etapa y me encantó esa intervención cuando ella dice que ha venido a verlo para decirle que se iba a perder lo bien que ella le iba a sentar su muerte.
Un historia dura pero que has envuelto con una narrativa muy sensible y en la que logras dar visibilidad a las emociones a través de los gestos y los sentidos. ¡Reto requetesuperado! Un abrazo!
Gracias David
Al principio quise buscar una salida digna a ambos protagonistas, pero con el perfil del marido finalmente no pude, ella se lo ha merendado. En fin, me alegra que te haya gustado. Yo también muy contenta de haber participado en uno de tus retos.
Un abrazo
Excelente desenlace Matilde, ojala y todas las historias de maltrato tuvieran un final justo y tan liberador como esta.
Un gusto leerte de nuevo.
Gracias Idalia. Al menos en la literatura tenemos libertad de elegir los finales que nos gustaría fueran más comunes de lo que son.
Un abrazo