Mi No Cumpleaños

por | Abr 15, 2021 | Ficción | 4 Comentarios

Cumpleaños

Imagen Pixabay

Once de noviembre. Son las seis de la mañana. Mi NO cumpleaños se pasea en tacones por las lindes de mis pensamientos con el fin de torpedear mi buen humor. Lleva un buen rato de desleal ofensiva lanzando ideas improcedentes al colchón de paz interior que me acompaña desde hace unos días. ¡Lo siento, le digo a mi versión más teatral. Esta vez no funciona! Mis conjuras contra mí misma rebotan entre sí y, a falta de la carnaza con la que suelo alimentarlas, explotan igual que pompas de jabón en un pretencioso ¡plof!, como queriendo dejar una ridícula huella de su digna, pero, en este momento, insignificante existencia.

Estoy sorprendida de mi propia madurez. De algo ha de servir cumplir 31 años.

Javi no está. Cierto. Pero sí ha habido regalo. Quédate hasta el miércoles conmigo, me pidió el finde por aquello de que se iba a Madrid justo en mi cumpleaños. Y me quedé. Y descubrí lo agradable que es la normalidad cuando esta transita ligera dejando rutinas indelebles en la piel y confidencias cosidas a la memoria.

Me contó que iban a cumplirse dieciséis años del fallecimiento de su padre en accidente de trabajo, y de una forma natural, pero apasionada, nos pusimos a hablar de la vida y de la muerte, como si de pronto fuéramos capaces de dar luz a esas preguntas que todos nos hacemos cuando tenemos los arrestos de mirar hacia dentro. Nadie nos enseña a pensar en la muerte, me dijo mientras cenábamos el lunes, nadie nos dice que sobrevivirla abre una nueva oportunidad de vida, a pesar del dolor y la devastación que deja. A Javi le tocó asumir un rol tan inesperado como excesivo, pues su madre tardó años en recuperarse, y pasó de la tutela del marido a la del hijo sin ningún tipo de remordimiento. Depositó en él la responsabilidad forzosa de tomar todas las decisiones, a pesar de que solo era un joven de 20 años que en ese momento estudiaba económicas. Javi maduró exhortado por un destino caprichoso que le obligó a tomar las riendas de su casa, de su madre y de su propia vida hasta el día de hoy. Supongo que es una de las razones por las que a veces, aunque solo tiene cuatro años más que yo, lo siento como si estuviera a años luz de mí. ¡Y encima vas a dar con una jovencita de drama en vena y para colmo ciega! me compadezco de mi ausente novio. Realmente tienes pelotas…

Me emocioné con él cuando recordó lo bien que su padre sabía reírse de sí mismo. He conocido a poca gente con esa capacidad de divertirse a su propia costa, me explicó con la voz empañada. Y él se emocionó conmigo cuando le confesé que nunca había echado de menos a un padre hasta que llegó Roberto a mi vida y supe lo bonito que era tener uno. Así de fácil se gesta un recuerdo que queda prendido para siempre en la memoria.

Mi móvil canta con el aviso de un mensaje grabado de Javi.

—Quería ser el primero en felicitarte, Lucía. Que el día te arrope con el calor que te mereces… —Te ha quedado un poco cursi la frase, pienso. Luego se concede unas licencias a las que no me tiene acostumbrada—. Hace frío aquí sin ti. Pienso en ti. Mucho…. A la noche te llamo.

Eso está mucho mejor…. Sus palabras me llevan de cabeza a unas parecidas que pronunció ayer por la mañana, en la cama, cuando el amanecer se colaba por la persiana con la amenaza de la separación en los primeros rayos. Javi despertó con hiperactividad en las manos y urgencia en la boca. Se inmiscuyó en mi sueño con una lluvia de besos en la espalda, me mordió el lóbulo de la oreja desperezando mi libido, que bostezaba recostada con la barriga al aire. Me susurró, he soñado contigo, azuzando inmediatamente mi curiosidad; ¿el qué? le pregunté aún somnolienta. No prestas atención, te lo estoy contado…

—Gracias Javi —me guardo sus palabras donde sé que ya no se olvidan—.Te esperaba despierta…No habrá calor suficiente hasta que me llames —contesto a su frase cursi—. Te echo de menos.

Ayer, antes de despedirnos, me propuso quedarme en su casa. Podrías regarme las plantas, me suelta jocosamente, y digo jocosamente porque no tiene plantas. ¿Y qué pinto yo aquí sin ti, con el vértigo que tengo?, repuse pensando en ese séptimo piso del demonio. Esperarme, contestó, y me puso sutilmente las llaves en la mano. Claudicó en cuanto aduje que prefería pasar mi cumpleaños en casa con mi madre y Roberto. Tenía una buena excusa. Sin embargo, estoy empezando a replantearme lo de vivir juntos. Igual es hora de dar un paso más, parloteo conmigo misma.

Salto de la cama, son las seis y media. Hay que espabilar. Elijo mis pantalones tejanos favoritos y un suéter de una marca que he descubierto recientemente de dos hermanos estadounidenses ciegos. Hacen moda casual para todo el mundo, pero pensando en nosotros, todas las etiquetas llevan información en braille. Es un poco cara pero al menos los beneficios van destinados a la causa. Y me encanta.

—¡Felicidades! —me frena mi madre en el pasillo cuando me dirijo al baño.

—¡Gracias mamá! —me dejo abrazar. Tengo los brazos ocupados con la ropa así que no puedo hacer más.

—Te voy preparando el desayuno mientras te arreglas —me mima.

—¡Eres la mejor!

Me lanzo a la ducha con la energía a mil y salgo con la adrenalina a veinte mil. ¿Qué me pasa? Para pensar en un No cumpleaños estoy excitada como una niña pequeña. Desayuno a solas con mi madre. Roberto sigue en la cama. Me ha hecho un bizcocho de zanahoria y el café da una vuelta de rosca a mi efervescencia.

—Estás preciosa, Lucía —dice de pronto.

—¡Mamá! ¿Te estás poniendo tierna; tú? —la recrimino.

—No. Va en serio, hija. Tienes algo especial. No solo hoy, desde hace días… No sé… tal vez el animal que llevas dentro se está apaciguando y nos deja ver a una Lucía más serena, con una luz especial. Cuesta no mirarte….

—¡Vayaaaa….! —alucino en colores con mi madre, muy poco dada a estos derroches sensibleros—. ¿Y cómo convenzo a esta Lucía para que se haga con el mando de las demás? —ironizo, sin saber muy bien cómo encajar el cumplido.

—Tampoco te pases. No te digo que mates a la fiera —replica en un tono rotundo que devuelve a mi madre al escenario—, pero diría que Javi tiene mucho que ver en esa forma de flotar que tienes últimamente.

—¿Flotar?

—Sí, flotar. Como si te hubieras desprendido de un montón de piedras a la espalda —contesta con su habitual elocuencia.

—Es cierto que llevamos un tiempo muy bien —reconozco—, y estos últimos días en su casa han sido increíbles.

—¿Y…? —Se hace la interesante, sabiendo que he dejado la mejor información en el aire.

—Lo estoy pensando mamá —le digo con paciencia—. Cualquiera diría que quieres echarme de casa…

—Quiero verte feliz. Y ahora estás muy feliz.

—Ya veremos…. Tal vez a primeros de año, después de Navidad —dice mi boca tan naturalmente como si hablara de la llegada de la primavera. Ya está dicho. Es la primera vez que expreso en voz alta una necesidad que grita desde dentro. Quiero irme a vivir con Javi. —Por favor mamá, aún no lo he hablado con Javi, así que nada de comentarios inoportunos.

Me coge las manos, me las lleva a sus labios y con mi propio pulgar se hace una cruz sobre ellos al tiempo que dice.

—Soy una tumba hija, pero es una excelente noticia.

Entonces soy yo la que se pone ñoña. Aprovecho que tiene mi mano retenida, me levanto y me lanzo a un abrazo que recibe alegre en su silla.

—Te quiero, mamá.

¡Hoy estoy muy tonta! ¡Tontísima!

Alumbrando a Lord Byron

En la oficina Álex ha sido el primero en felicitarme. Tiene agendados los cumpleaños de todos sus empleados y no se olvida nunca. Aunque sea sábado. He encargado un almuerzo ligero en un catering y los he invitado, lo cual ha servido de excusa, además, para no tener que bajar a comer al bar y dedicarle a Byron todos nuestros esfuerzos.

—Lucía, ¿has leído mi parte? Lo dejé ayer en el servidor —pregunta Bond.

—Todavía no, Jandro. Me quedan algunas puntadas de lo mío y no quiero descentrarme. De todas formas este finde voy a venir a trabajar y me pondré al día con lo tuyo. Ya lo tengo en braille, aunque también lo escucharé con el lector de pantalla para no perderme nada —le informo, sabiendo que el traductor de braille a veces no es del todo fiable. Sin embargo, siento que no se mueve de mi lado—. ¿Hay algo más?

—¡Eh…, sí! Ya me ha comentado Álex que tenías intención de venir el finde a la oficina. ¿Te importa si aparezco por aquí yo también? —me pide permiso—. Si lo tuyo está casi acabado tal vez podríamos empezar a trabajar juntos en el empaste del guion —sugiere.

¡Anda mira, y yo que pensaba que James Bond no tenía buen fondo! Yo y mis prejuicios. La verdad es que el gesto le honra porque va más adelantado y no tiene por qué meter horas extras por mí.

—Por supuesto que no, Jandro. Yo no tengo que darte permiso, pero me sabe mal que pierdas tu fin de semana por mí —le ofrezco la posibilidad de recular.

—Ahora mismo lo primero es Lord Byron —afirma contundente.

—Pues entonces no hay nada más que hablar. Mañana viernes, con toda seguridad, habré finalizado el perfil. El sábado me dedicaré a revisar lo tuyo a primera hora, o sea que pásate, si quieres, sobre las once y nos ponemos manos a la obra.

—¡Genial! —dice él—. Ah y… Lucía, quería decirte que estás haciendo un trabajo increíble. He leído todo lo que has dejado en el servidor y… ¡eres muy buena! —me elogia.

¿En serio? ¿Se han confabulado los astros para que mi No cumpleaños sea un día genial o es que realmente estoy creciendo?

—Gracias, Jandro. De verdad  —titubeo, algo abrumada.

Mi cabeza no está para seguir desmenuzando la juventud del poeta que, por otra parte, tengo prácticamente liquidada. Son casi las seis y media y estoy colapsada. Trato de acabar la tarde buscando ideas para un titular con el que atrapar a nuestro cliente.

Byron: el hombre víctima de su libertad, ¡Hummm, flojo!, pienso
Byron: el ideal romántico hecho carne y literatura. Mejor, con fuerza. Sugerente.
Byron, el joven déspota contra el autor romántico…. No sé…
Byron: la caída de un mito. Vulgar…

—Lucía —reclama  Álex desde atrás—. Tus titulares y lo que sea que estés haciendo —dice espiando la pantalla de mi ordenador—, pueden esperar. No has salido en todo el día de la oficina y vas a pasarte el finde aquí. ¡Basta por hoy! —ordena. Me desplaza sobre la silla de ruedas separándome de mi sitio—. ¡Es tu cumpleaños. —me recuerda—. Vete y disfruta lo que queda del día. Es una orden!

El mejor, la mejor, los mejores…

Es noche cerrada cuando salgo. La forma en que la humedad se adhiere a la piel tras el ocaso es inconfundible para mis sentidos, sobre todo en esta época del año. Por la mañana el sol enseguida ejerce de anfitrión y amortigua las bajas temperaturas, pero por la noche forma una especie de velo pegajoso que a veces incluso me dificulta la respiración. Voy oculta bajo mi gorro de lana evitando los tentáculos brumosos de esa neblina, con el toc, toc de mi bastón abriéndose paso por una acera que se percibe prácticamente intransitada. Me llega el olor espeso de un puesto de castañas asadas y mi estómago grita como un poseso. ¡Parece que tengo hambre, caray! Me doy el gustazo, ¿acaso no es mi cumple? Me compro un cucurucho. Localizo la parada de bus y me siento a comerlas. Se me hace la boca agua mientras las pelo. Saco el móvil. Tiene quince mensajes y dos llamadas perdidas, de mamá y Marta. ¡Madre mía! Voy escuchando las felicitaciones mientras relamo las castañas que están increíblemente dulces: las chicas del gym y de natación; mis compañeros del Ceapat, (Centro de Autonomía Personal y Ayudas Técnicas) donde los últimos martes de cada mes voy como voluntaria para ayudar a niñas y niños ciegos; mi tía Esther (la hermana de mi madre) y mis primos; y de Roberto….¡Wow!, Roberto, esto es un mensajazo

—No conozco a ninguna mujer más dispuesta que tú a comerse el mundo a mordiscos y a retener en esas inteligentes manos la maravillosa vida que te estás forjando. ¡Felicidades cariño! Te quiero.

No me da tiempo a responder porque entra una llamada de mamá.

—Lucía ¿has salido? —pregunta.

—Estoy en el bus ¿por?

—No, por si querías que pasara Roberto a buscarte. Estás saliendo tan tarde estos días…

—No te preocupes mamá. En quince minutos estoy en casa.

Llamo a Marta pero ahora es ella quien no me coge el teléfono. Bueno, lo intentaré en casa de nuevo. Me acuerdo de pronto de mi abuela, de las fiestas de cumpleaños que me preparaba mientras mi madre se deslomaba a trabajar; de sus manos recogiendo el papel de los regalos que yo iba abriendo; de su voz fingiendo reñirnos cuando gritábamos demasiado; de lo feliz que me hacía que me vendara los ojos para la piñata, a pesar de mi ceguera, la tradición es la tradición, decía regalándome sonoros besos en las mejillas. Y recuerdo a mi abuela con una frase eterna en los labios: retírate el pelo para soplar las velas Lucía, que mantuvo inalterable siempre, incluso ya siendo adulta. Mi abuela querida que ahora se desvanece entre las sombras…

Llego por fin a casa. Casi las ocho. Tengo un hambre voraz. No sé qué me pasa hoy. Debe ser que estoy quemando muchas calorías de lo tonta, tontísima que estoy.

—¡Sorpresa! —Oigo de repente.

—¡Hostia! —me sale sin querer—. ¿En jueves? —Me rebuzna la boca ante una más que inesperada fiesta sorpresa.

—¡Ya está doña tiquismiquis poniendo pegas a su fiesta! —dice Marta.

—¿Pero qué haces tú aquí? —digo realmente contenta de tenerla en casa.

—Raúl está de guardia y ya que el finde te vas a enclaustrar tenía que buscar una excusa para darte un beso —esboza y me da un gran abrazo.

—¿Has ido al médico? —me intereso por su desvanecimiento del otro día.

—Estoy fuerte y sana como una roca. Fue una tontería —me tranquiliza.

Después de Marta mi madre me da un beso y luego busco a Roberto. Le doy un súper achuchón, de esos en los que te quedas enganchado un ratito de más absorbiendo el calor impagable que regalan los abrazos de un padre.

—Gracias —aludo a su mensaje—. ¡Eres el mejor….!

¿Otra vez? Pero bueno Lucía, ¿qué pasa con tu audaz oratoria y tu repertorio lingüístico? Me estoy repitiendo como el ajo. Parezco Coco balanceando alegremente la cabeza y soltando como una cacatúa: eres el mejor, eres la mejor, los mejores… ¡Joder con la ñoñez! ¿Dónde está la Lucía deslenguada, irreverente, infantil, inconformista, díscola y cabeza hueca? Hoy se me está yendo la olla con tanto membrillo, aunque pensándolo bien, solo han sido castañas.

Hacemos una merienda cena de lo más sencilla y especial. Los cuatro. Suficiente. Inigualable. Me retiro el pelo para soplar mi tarta de 31 velas. Brindamos. Me desean lo mejor. Risas. Calor.…¡Hummm, me siento afortunada!

Cuando se acaba la fiesta me sumerjo en la pausa de mi habitación. Le digo a Amstrong que susurre mientras me pongo el pijama, me tumbo en la cama, me relajo… Suena el teléfono…

—¿Todavía me recuerdas?  —Se hace el interesante, Javi.

—Déjame que piense —me encanta jugar con él—. ¿Eres el mismo que va por ahí en un Seat del siglo pasado escuchando música de Led Zeppelin, y luego se cuelga de Haendel en la Basílica del Mar? ¿Un tío que trabaja en deportivas en medio de  tiburones de la banca, que odia los emoticonos, las patatas chips y las series de policías, que le pierden las alturas y que se ducha con gel de chupachups?

—Puedes añadir a esa lista un nuevo descubrimiento. Odio el bocadillo de calamares. No entiendo el misterio. Los prefiero en un plato —se lamenta.

—Bueno, siempre puedes optar por el clásico de tortilla —rebato, y nos reímos los dos.

—¿Qué tal, cómo ha ido el día?

—Sorprendentemente bien.

—¿Qué es lo que te sorprende?

—Que me he sentido genial, serena, reconfortada, complacida y satisfecha. Daba por hecho que sería una mierda de día, al no estar tú, pero qué va… —le confieso.

—¡Hombre! Pues muchas gracias por la parte que me toca. Procuraré ausentarme más a menudo… —se hace el ofendido… —¿Me has sustituido por alguien?

—Sí, por Lord Byron. Ya te dije que te puse los cuernos con él y este fin de semana volveré a hacerlo. Es un amante extraordinario —indico de forma inocente.

—¿Tienes quejas de mis servicios?

¡Ay, los hombres y su intocable masculinidad!

—Tengo de-pen-den-cia de tus servicios —reconozco sin complejos—. Te empeñas en someterme a largos ayunos y llevo muy mal la intemperancia de mi cuerpo…

Rompe a reír a carcajadas

—Eres incorregible, Lucía! —brama ahora orgulloso. Eso de la dependencia creo que ha sido un golpe de suerte imprevisto para sus partes nobles—. Oye y, dime, ¿qué te han regalado? —se interesa.

—Mamá un bolso, Roberto un vale para comprar ropa y Marta unas entradas para el concierto de Rozalen que actúa en los Jardines de Pedrables el 26 de diciembre.

—Todos muy buenos, pero ninguno como el mío —se jacta.

—Y qué será, que lo tienes pensado desde hace un mes… —trato de sonsacar.

—No. Aquello que te insinué lo he anulado. He cambiado los planes, a no ser que te apetezca mucho lo del viaje en globo…

—¡Estás de broma, no! ¿Querías meterme en una caja voladora sabiendo el vértigo que tengo? —me sale la voz en un alarido estúpido.

Vuelve a partirse el pecho…. Se lo está pasando en grande a mi costa

—Ya no. Te acabo de decir que he cambiado de planes.

—Me estás acojonando….

—Tranquila. Te va a encantar —me pone los dientes largos —. Bueno Lucía, mañana tengo un día duro.

—No me has explicado nada. ¿Cómo te va?

—Bien, mucho estrés y mucho trabajo con un cliente exigente que a veces es un auténtico cretino. Pero llegaremos a tiempo al parquet que es lo que cuenta. Aburrido para contarlo por teléfono —se lamenta.

—Oye —le digo tras un segundo de silencio—. Gracias por estar ahí. ¡Eres el mejor!

Ya estoy otra vez con el mismo rollo. Parece el comodín del himno a la alegría. ¡Joder! Javi aguanta un segundo al otro lado y al final bromea:

—Supongo que no tendré que hablar con el patizambo ese de Byron, ¿no?

—No será necesario. Yo misma te contaré sus habilidades con las mujeres.

Nos reímos

—¡No vayas a olvidarte de mí! —amenaza

—Si ni siquiera te has presentado —retuerzo su intención—. ¿Quién has dicho que eras?

—Soy el que te dice quién eres cuando a ti se te olvida… —¡Wow! Eso sí que ha sido categoría fuera de serie.

—Pues vuelve pronto —susurro—, hoy ya me han dicho que parecía otra….

Continuará…

Capítulos anteriores

Capítulo 0 Preámbulo: Muda y Ciega

Capítulo 1: Casi perfecto

Capítulo 2: Huele a petricor

Capítulo 3: A contrapié

Capítulo 4: Mis ojos de ciega y mi cara de niña

Capítulo 5: Silencio catatónico

Capítulo 6: Mi melodrama y yo

Capítulo 7: Reencuentro atraganta ambientes

Capítulo 8: Mi te quiero errante

Capítulo 9: Minutos para enamorarse

Cumpleaños

Imagen Pixabay

Once de noviembre. Son las seis de la mañana. Mi NO cumpleaños se pasea en tacones por las lindes de mis pensamientos con el fin de torpedear mi buen humor. Lleva un buen rato de desleal ofensiva lanzando ideas improcedentes al colchón de paz interior que me acompaña desde hace unos días. ¡Lo siento, le digo a mi versión más teatral. Esta vez no funciona! Mis conjuras contra mí misma rebotan entre sí y, a falta de la carnaza con la que suelo alimentarlas, explotan igual que pompas de jabón en un pretencioso ¡plof!, como queriendo dejar una ridícula huella de su digna, pero, en este momento, insignificante existencia.

Estoy sorprendida de mi propia madurez. De algo ha de servir cumplir 31 años.

Javi no está. Cierto. Pero sí ha habido regalo. Quédate hasta el miércoles conmigo, me pidió el finde por aquello de que se iba a Madrid justo en mi cumpleaños. Y me quedé. Y descubrí lo agradable que es la normalidad cuando esta transita ligera dejando rutinas indelebles en la piel y confidencias cosidas a la memoria.

Me contó que iban a cumplirse dieciséis años del fallecimiento de su padre en accidente de trabajo, y de una forma natural, pero apasionada, nos pusimos a hablar de la vida y de la muerte, como si de pronto fuéramos capaces de dar luz a esas preguntas que todos nos hacemos cuando tenemos los arrestos de mirar hacia dentro. Nadie nos enseña a pensar en la muerte, me dijo mientras cenábamos el lunes, nadie nos dice que sobrevivirla abre una nueva oportunidad de vida, a pesar del dolor y la devastación que deja. A Javi le tocó asumir un rol tan inesperado como excesivo, pues su madre tardó años en recuperarse, y pasó de la tutela del marido a la del hijo sin ningún tipo de remordimiento. Depositó en él la responsabilidad forzosa de tomar todas las decisiones, a pesar de que solo era un joven de 20 años que en ese momento estudiaba económicas. Javi maduró exhortado por un destino caprichoso que le obligó a tomar las riendas de su casa, de su madre y de su propia vida hasta el día de hoy. Supongo que es una de las razones por las que a veces, aunque solo tiene cuatro años más que yo, lo siento como si estuviera a años luz de mí. ¡Y encima vas a dar con una jovencita de drama en vena y para colmo ciega! me compadezco de mi ausente novio. Realmente tienes pelotas…

Me emocioné con él cuando recordó lo bien que su padre sabía reírse de sí mismo. He conocido a poca gente con esa capacidad de divertirse a su propia costa, me explicó con la voz empañada. Y él se emocionó conmigo cuando le confesé que nunca había echado de menos a un padre hasta que llegó Roberto a mi vida y supe lo bonito que era tener uno. Así de fácil se gesta un recuerdo que queda prendido para siempre en la memoria.

Mi móvil canta con el aviso de un mensaje grabado de Javi.

—Quería ser el primero en felicitarte, Lucía. Que el día te arrope con el calor que te mereces… —Te ha quedado un poco cursi la frase, pienso. Luego se concede unas licencias a las que no me tiene acostumbrada—. Hace frío aquí sin ti. Pienso en ti. Mucho…. A la noche te llamo.

Eso está mucho mejor…. Sus palabras me llevan de cabeza a unas parecidas que pronunció ayer por la mañana, en la cama, cuando el amanecer se colaba por la persiana con la amenaza de la separación en los primeros rayos. Javi despertó con hiperactividad en las manos y urgencia en la boca. Se inmiscuyó en mi sueño con una lluvia de besos en la espalda, me mordió el lóbulo de la oreja desperezando mi libido, que bostezaba recostada con la barriga al aire. Me susurró, he soñado contigo, azuzando inmediatamente mi curiosidad; ¿el qué? le pregunté aún somnolienta. No prestas atención, te lo estoy contado…

—Gracias Javi —me guardo sus palabras donde sé que ya no se olvidan—.Te esperaba despierta…No habrá calor suficiente hasta que me llames —contesto a su frase cursi—. Te echo de menos.

Ayer, antes de despedirnos, me propuso quedarme en su casa. Podrías regarme las plantas, me suelta jocosamente, y digo jocosamente porque no tiene plantas. ¿Y qué pinto yo aquí sin ti, con el vértigo que tengo?, repuse pensando en ese séptimo piso del demonio. Esperarme, contestó, y me puso sutilmente las llaves en la mano. Claudicó en cuanto aduje que prefería pasar mi cumpleaños en casa con mi madre y Roberto. Tenía una buena excusa. Sin embargo, estoy empezando a replantearme lo de vivir juntos. Igual es hora de dar un paso más, parloteo conmigo misma.

Salto de la cama, son las seis y media. Hay que espabilar. Elijo mis pantalones tejanos favoritos y un suéter de una marca que he descubierto recientemente de dos hermanos estadounidenses ciegos. Hacen moda casual para todo el mundo, pero pensando en nosotros, todas las etiquetas llevan información en braille. Es un poco cara pero al menos los beneficios van destinados a la causa. Y me encanta.

—¡Felicidades! —me frena mi madre en el pasillo cuando me dirijo al baño.

—¡Gracias mamá! —me dejo abrazar. Tengo los brazos ocupados con la ropa así que no puedo hacer más.

—Te voy preparando el desayuno mientras te arreglas —me mima.

—¡Eres la mejor!

Me lanzo a la ducha con la energía a mil y salgo con la adrenalina a veinte mil. ¿Qué me pasa? Para pensar en un No cumpleaños estoy excitada como una niña pequeña. Desayuno a solas con mi madre. Roberto sigue en la cama. Me ha hecho un bizcocho de zanahoria y el café da una vuelta de rosca a mi efervescencia.

—Estás preciosa, Lucía —dice de pronto.

—¡Mamá! ¿Te estás poniendo tierna; tú? —la recrimino.

—No. Va en serio, hija. Tienes algo especial. No solo hoy, desde hace días… No sé… tal vez el animal que llevas dentro se está apaciguando y nos deja ver a una Lucía más serena, con una luz especial. Cuesta no mirarte….

—¡Vayaaaa….! —alucino en colores con mi madre, muy poco dada a estos derroches sensibleros—. ¿Y cómo convenzo a esta Lucía para que se haga con el mando de las demás? —ironizo, sin saber muy bien cómo encajar el cumplido.

—Tampoco te pases. No te digo que mates a la fiera —replica en un tono rotundo que devuelve a mi madre al escenario—, pero diría que Javi tiene mucho que ver en esa forma de flotar que tienes últimamente.

—¿Flotar?

—Sí, flotar. Como si te hubieras desprendido de un montón de piedras a la espalda —contesta con su habitual elocuencia.

—Es cierto que llevamos un tiempo muy bien —reconozco—, y estos últimos días en su casa han sido increíbles.

—¿Y…? —Se hace la interesante, sabiendo que he dejado la mejor información en el aire.

—Lo estoy pensando mamá —le digo con paciencia—. Cualquiera diría que quieres echarme de casa…

—Quiero verte feliz. Y ahora estás muy feliz.

—Ya veremos…. Tal vez a primeros de año, después de Navidad —dice mi boca tan naturalmente como si hablara de la llegada de la primavera. Ya está dicho. Es la primera vez que expreso en voz alta una necesidad que grita desde dentro. Quiero irme a vivir con Javi. —Por favor mamá, aún no lo he hablado con Javi, así que nada de comentarios inoportunos.

Me coge las manos, me las lleva a sus labios y con mi propio pulgar se hace una cruz sobre ellos al tiempo que dice.

—Soy una tumba hija, pero es una excelente noticia.

Entonces soy yo la que se pone ñoña. Aprovecho que tiene mi mano retenida, me levanto y me lanzo a un abrazo que recibe alegre en su silla.

—Te quiero, mamá.

¡Hoy estoy muy tonta! ¡Tontísima!

Alumbrando a Lord Byron

En la oficina Álex ha sido el primero en felicitarme. Tiene agendados los cumpleaños de todos sus empleados y no se olvida nunca. Aunque sea sábado. He encargado un almuerzo ligero en un catering y los he invitado, lo cual ha servido de excusa, además, para no tener que bajar a comer al bar y dedicarle a Byron todos nuestros esfuerzos.

—Lucía, ¿has leído mi parte? Lo dejé ayer en el servidor —pregunta Bond.

—Todavía no, Jandro. Me quedan algunas puntadas de lo mío y no quiero descentrarme. De todas formas este finde voy a venir a trabajar y me pondré al día con lo tuyo. Ya lo tengo en braille, aunque también lo escucharé con el lector de pantalla para no perderme nada —le informo, sabiendo que el traductor de braille a veces no es del todo fiable. Sin embargo, siento que no se mueve de mi lado—. ¿Hay algo más?

—¡Eh…, sí! Ya me ha comentado Álex que tenías intención de venir el finde a la oficina. ¿Te importa si aparezco por aquí yo también? —me pide permiso—. Si lo tuyo está casi acabado tal vez podríamos empezar a trabajar juntos en el empaste del guion —sugiere.

¡Anda mira, y yo que pensaba que James Bond no tenía buen fondo! Yo y mis prejuicios. La verdad es que el gesto le honra porque va más adelantado y no tiene por qué meter horas extras por mí.

—Por supuesto que no, Jandro. Yo no tengo que darte permiso, pero me sabe mal que pierdas tu fin de semana por mí —le ofrezco la posibilidad de recular.

—Ahora mismo lo primero es Lord Byron —afirma contundente.

—Pues entonces no hay nada más que hablar. Mañana viernes, con toda seguridad, habré finalizado el perfil. El sábado me dedicaré a revisar lo tuyo a primera hora, o sea que pásate, si quieres, sobre las once y nos ponemos manos a la obra.

—¡Genial! —dice él—. Ah y… Lucía, quería decirte que estás haciendo un trabajo increíble. He leído todo lo que has dejado en el servidor y… ¡eres muy buena! —me elogia.

¿En serio? ¿Se han confabulado los astros para que mi No cumpleaños sea un día genial o es que realmente estoy creciendo?

—Gracias, Jandro. De verdad  —titubeo, algo abrumada.

Mi cabeza no está para seguir desmenuzando la juventud del poeta que, por otra parte, tengo prácticamente liquidada. Son casi las seis y media y estoy colapsada. Trato de acabar la tarde buscando ideas para un titular con el que atrapar a nuestro cliente.

Byron: el hombre víctima de su libertad, ¡Hummm, flojo!, pienso
Byron: el ideal romántico hecho carne y literatura. Mejor, con fuerza. Sugerente.
Byron, el joven déspota contra el autor romántico…. No sé…
Byron: la caída de un mito. Vulgar…

—Lucía —reclama  Álex desde atrás—. Tus titulares y lo que sea que estés haciendo —dice espiando la pantalla de mi ordenador—, pueden esperar. No has salido en todo el día de la oficina y vas a pasarte el finde aquí. ¡Basta por hoy! —ordena. Me desplaza sobre la silla de ruedas separándome de mi sitio—. ¡Es tu cumpleaños. —me recuerda—. Vete y disfruta lo que queda del día. Es una orden!

El mejor, la mejor, los mejores…

Es noche cerrada cuando salgo. La forma en que la humedad se adhiere a la piel tras el ocaso es inconfundible para mis sentidos, sobre todo en esta época del año. Por la mañana el sol enseguida ejerce de anfitrión y amortigua las bajas temperaturas, pero por la noche forma una especie de velo pegajoso que a veces incluso me dificulta la respiración. Voy oculta bajo mi gorro de lana evitando los tentáculos brumosos de esa neblina, con el toc, toc de mi bastón abriéndose paso por una acera que se percibe prácticamente intransitada. Me llega el olor espeso de un puesto de castañas asadas y mi estómago grita como un poseso. ¡Parece que tengo hambre, caray! Me doy el gustazo, ¿acaso no es mi cumple? Me compro un cucurucho. Localizo la parada de bus y me siento a comerlas. Se me hace la boca agua mientras las pelo. Saco el móvil. Tiene quince mensajes y dos llamadas perdidas, de mamá y Marta. ¡Madre mía! Voy escuchando las felicitaciones mientras relamo las castañas que están increíblemente dulces: las chicas del gym y de natación; mis compañeros del Ceapat, (Centro de Autonomía Personal y Ayudas Técnicas) donde los últimos martes de cada mes voy como voluntaria para ayudar a niñas y niños ciegos; mi tía Esther (la hermana de mi madre) y mis primos; y de Roberto….¡Wow!, Roberto, esto es un mensajazo

—No conozco a ninguna mujer más dispuesta que tú a comerse el mundo a mordiscos y a retener en esas inteligentes manos la maravillosa vida que te estás forjando. ¡Felicidades cariño! Te quiero.

No me da tiempo a responder porque entra una llamada de mamá.

—Lucía ¿has salido? —pregunta.

—Estoy en el bus ¿por?

—No, por si querías que pasara Roberto a buscarte. Estás saliendo tan tarde estos días…

—No te preocupes mamá. En quince minutos estoy en casa.

Llamo a Marta pero ahora es ella quien no me coge el teléfono. Bueno, lo intentaré en casa de nuevo. Me acuerdo de pronto de mi abuela, de las fiestas de cumpleaños que me preparaba mientras mi madre se deslomaba a trabajar; de sus manos recogiendo el papel de los regalos que yo iba abriendo; de su voz fingiendo reñirnos cuando gritábamos demasiado; de lo feliz que me hacía que me vendara los ojos para la piñata, a pesar de mi ceguera, la tradición es la tradición, decía regalándome sonoros besos en las mejillas. Y recuerdo a mi abuela con una frase eterna en los labios: retírate el pelo para soplar las velas Lucía, que mantuvo inalterable siempre, incluso ya siendo adulta. Mi abuela querida que ahora se desvanece entre las sombras…

Llego por fin a casa. Casi las ocho. Tengo un hambre voraz. No sé qué me pasa hoy. Debe ser que estoy quemando muchas calorías de lo tonta, tontísima que estoy.

—¡Sorpresa! —Oigo de repente.

—¡Hostia! —me sale sin querer—. ¿En jueves? —Me rebuzna la boca ante una más que inesperada fiesta sorpresa.

—¡Ya está doña tiquismiquis poniendo pegas a su fiesta! —dice Marta.

—¿Pero qué haces tú aquí? —digo realmente contenta de tenerla en casa.

—Raúl está de guardia y ya que el finde te vas a enclaustrar tenía que buscar una excusa para darte un beso —esboza y me da un gran abrazo.

—¿Has ido al médico? —me intereso por su desvanecimiento del otro día.

—Estoy fuerte y sana como una roca. Fue una tontería —me tranquiliza.

Después de Marta mi madre me da un beso y luego busco a Roberto. Le doy un súper achuchón, de esos en los que te quedas enganchado un ratito de más absorbiendo el calor impagable que regalan los abrazos de un padre.

—Gracias —aludo a su mensaje—. ¡Eres el mejor….!

¿Otra vez? Pero bueno Lucía, ¿qué pasa con tu audaz oratoria y tu repertorio lingüístico? Me estoy repitiendo como el ajo. Parezco Coco balanceando alegremente la cabeza y soltando como una cacatúa: eres el mejor, eres la mejor, los mejores… ¡Joder con la ñoñez! ¿Dónde está la Lucía deslenguada, irreverente, infantil, inconformista, díscola y cabeza hueca? Hoy se me está yendo la olla con tanto membrillo, aunque pensándolo bien, solo han sido castañas.

Hacemos una merienda cena de lo más sencilla y especial. Los cuatro. Suficiente. Inigualable. Me retiro el pelo para soplar mi tarta de 31 velas. Brindamos. Me desean lo mejor. Risas. Calor.…¡Hummm, me siento afortunada!

Cuando se acaba la fiesta me sumerjo en la pausa de mi habitación. Le digo a Amstrong que susurre mientras me pongo el pijama, me tumbo en la cama, me relajo… Suena el teléfono…

—¿Todavía me recuerdas?  —Se hace el interesante, Javi.

—Déjame que piense —me encanta jugar con él—. ¿Eres el mismo que va por ahí en un Seat del siglo pasado escuchando música de Led Zeppelin, y luego se cuelga de Haendel en la Basílica del Mar? ¿Un tío que trabaja en deportivas en medio de  tiburones de la banca, que odia los emoticonos, las patatas chips y las series de policías, que le pierden las alturas y que se ducha con gel de chupachups?

—Puedes añadir a esa lista un nuevo descubrimiento. Odio el bocadillo de calamares. No entiendo el misterio. Los prefiero en un plato —se lamenta.

—Bueno, siempre puedes optar por el clásico de tortilla —rebato, y nos reímos los dos.

—¿Qué tal, cómo ha ido el día?

—Sorprendentemente bien.

—¿Qué es lo que te sorprende?

—Que me he sentido genial, serena, reconfortada, complacida y satisfecha. Daba por hecho que sería una mierda de día, al no estar tú, pero qué va… —le confieso.

—¡Hombre! Pues muchas gracias por la parte que me toca. Procuraré ausentarme más a menudo… —se hace el ofendido… —¿Me has sustituido por alguien?

—Sí, por Lord Byron. Ya te dije que te puse los cuernos con él y este fin de semana volveré a hacerlo. Es un amante extraordinario —indico de forma inocente.

—¿Tienes quejas de mis servicios?

¡Ay, los hombres y su intocable masculinidad!

—Tengo de-pen-den-cia de tus servicios —reconozco sin complejos—. Te empeñas en someterme a largos ayunos y llevo muy mal la intemperancia de mi cuerpo…

Rompe a reír a carcajadas

—Eres incorregible, Lucía! —brama ahora orgulloso. Eso de la dependencia creo que ha sido un golpe de suerte imprevisto para sus partes nobles—. Oye y, dime, ¿qué te han regalado? —se interesa.

—Mamá un bolso, Roberto un vale para comprar ropa y Marta unas entradas para el concierto de Rozalen que actúa en los Jardines de Pedrables el 26 de diciembre.

—Todos muy buenos, pero ninguno como el mío —se jacta.

—Y qué será, que lo tienes pensado desde hace un mes… —trato de sonsacar.

—No. Aquello que te insinué lo he anulado. He cambiado los planes, a no ser que te apetezca mucho lo del viaje en globo…

—¡Estás de broma, no! ¿Querías meterme en una caja voladora sabiendo el vértigo que tengo? —me sale la voz en un alarido estúpido.

Vuelve a partirse el pecho…. Se lo está pasando en grande a mi costa

—Ya no. Te acabo de decir que he cambiado de planes.

—Me estás acojonando….

—Tranquila. Te va a encantar —me pone los dientes largos —. Bueno Lucía, mañana tengo un día duro.

—No me has explicado nada. ¿Cómo te va?

—Bien, mucho estrés y mucho trabajo con un cliente exigente que a veces es un auténtico cretino. Pero llegaremos a tiempo al parquet que es lo que cuenta. Aburrido para contarlo por teléfono —se lamenta.

—Oye —le digo tras un segundo de silencio—. Gracias por estar ahí. ¡Eres el mejor!

Ya estoy otra vez con el mismo rollo. Parece el comodín del himno a la alegría. ¡Joder! Javi aguanta un segundo al otro lado y al final bromea:

—Supongo que no tendré que hablar con el patizambo ese de Byron, ¿no?

—No será necesario. Yo misma te contaré sus habilidades con las mujeres.

Nos reímos

—¡No vayas a olvidarte de mí! —amenaza

—Si ni siquiera te has presentado —retuerzo su intención—. ¿Quién has dicho que eras?

—Soy el que te dice quién eres cuando a ti se te olvida… —¡Wow! Eso sí que ha sido categoría fuera de serie.

—Pues vuelve pronto —susurro—, hoy ya me han dicho que parecía otra….

Continuará…

Capítulos anteriores

Capítulo 0 Preámbulo: Muda y Ciega

Capítulo 1: Casi perfecto

Capítulo 2: Huele a petricor

Capítulo 3: A contrapié

Capítulo 4: Mis ojos de ciega y mi cara de niña

Capítulo 5: Silencio catatónico

Capítulo 6: Mi melodrama y yo

Capítulo 7: Reencuentro atraganta ambientes

Capítulo 8: Mi te quiero errante

Capítulo 9: Minutos para enamorarse

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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