Silencio catatónico

por | Mar 8, 2021 | Ficción | 10 Comentarios

Silencio catatónico

Foto de Keenan Constance en Pexels

Como Javi me ningunea me he ido con otro. ¡Que le den!

Está utilizando el silencio para torturarme. ¡Y lo está consiguiendo! Tengo el cerebro en estado catatónico de tanto vacío contemplativo en el infierno ¿No news good news? No me jodas, no tener noticias me está matando. Me estoy muriendo de abulia. ¡Que me den a mí, me lo tengo merecido!

Ni un mensaje, ni una llamada, ni una tregua para esta indigente emocional… y ya es viernes. Nunca habíamos estado más de un día sin hablarnos, qué digo, de unas horas… ¿No te pedí perdón? Desconocía esta faceta tuya tan cruel, le reprocho a mi ausente novio.

Si hay algo que ya no soporto en mi vida es la mentira, me dijo muy serio tras contarme lo suyo con Vicky, una historia de serie B, categoría topicazo de fácil resumen: chico se enamora de chica, chico se va a vivir con chica, chica le pone los cuernos con amigo de chico. Si no se repitiera tantas veces a lo largo de la historia no sería un tópico. Yo recogí los pedacitos de Javi nueve meses después. Le tuve que hacer una cesárea para que escupiera la bilis, y aun así a veces me pregunto si está curado del todo.

¿Ni una mentirijilla piadosa? Le pregunté para quitar hierro al asunto. La piedad es para los cobardes, me soltó. Así me enamoró, a base de ganchos dialécticos y un sentido del humor impropio de frikis economistas… Gracias que él se encarga de tumbar mis prejuicios.

Así que me he ido con otro. Directa a los brazos de Lord Byron. Por muy maldito que esté y patizambo que sea al menos no me ningunea. En realidad me adora, porque le consiento sus excentricidades y doy alas a su frivolidad; y la verdad, verle corretear por el siglo XIX pasándose la puritana sociedad inglesa por el Big Ben de sus instintos más primarios, ¡es lo más!

Ahora mismo me estoy “merendando” en los cascos los Diarios que se dedicó a sí mismo, y me lo estoy pasando en grande, además de librarme del miserable mutismo de un supuesto novio casi perfecto. Descubre a la persona y llegarás al personaje, nos decían en las clases para guionizar. Y en esas estoy, conociendo a mi díscolo y rebelde poeta. Estamos hechos de la misma pasta George, tú y yo nos vamos a llevar bien. ¿Cómo es posible que nadie se haya puesto a serializarte antes? Le pregunto retóricamente a Byron, tienes en tu biografía toda esa carnaza morbosa que le gusta al público.

Mientras doy cancha al protagonista, a James Bond le he encomendado (bueno, yo y Álex, aunque el proyecto lo dirijo yo) el perfil de la madre de Byron, y Luck nos ayudará con la ambientación y la encuadernación del personaje en su contexto histórico. Luck es un argumentista excelente y un genio con los documentales, de hecho, es historiador, aprendo muchísimo a su lado. Hay clientes que no quieren otra firma que no sea la suya en sus guiones. Supera los 50 tacos pero da gusto trabajar con él. Es un crack.

—Lucía —siento unos toquecitos en el hombro. Me quito los cascos y oigo a mi jefe hablar bajito—. ¿Puedes venir a mi despacho un momento?

—Sí —le digo en el mismo tono—. ¿Por qué susurramos?

—Ah, perdona —normaliza su voz—. No quería asustarte, parecías muy concentrada.

Cuando me levanto siento un movimiento brusco de Álex y el ruido de una de las sillas con ruedas desplazándose.

—Jandro, cuando te levantes recuerda acercar la silla dentro de la mesa —amonesta a James Bond.

—No seas tan severo Álex —salgo en defensa del nuevo. Las cosas como son—. Solo lleva cinco días con nosotros, esta manía mía de no ver requiere un tiempo de adaptación.

Entramos en su despacho y cuando me siento suelto a bocajarro.

—¿Está bueno? —pregunto.

—¿A qué viene eso, te interesa? —bromea mi jefe.

—¡No gracias! —digo, pegando un manotazo al aire—. Pero una voz como la suya en una ciega como yo provoca proyecciones muy calenturientas…—me río con mi jefe.

—Pues ya que lo preguntas, sí, está bueno —me dice entonces.

—¿No serás tú el interesado? —le pregunto a Álex.

—Deja de maquinar Lucía y vamos a lo que vamos —regatea—. He estado hablando con nuestro inversor hace un rato y me ha pedido fechas para el guion del episodio piloto. Se lo hemos vendido tan bien que quiere tener algo entre manos más pronto que tarde ¿Cómo llevas a Lord Byron?

—Lord Byron está creciendo, pero necesito tiempo Álex. Quiero una evolución emocional del personaje consistente. Me estoy documentando.

—Bien, ¿previsión?

—Un par de meses, tal vez algo más, pero hay que tener en cuenta que están las Navidades en medio, yo no me pillaría los dedos.

—¿Finales de enero? Tengo que dar una fecha Lucía.

—Ok. Finales de enero o principios de febrero.

—Bien. Le diré a Sandra —nuestra administrativa y contable— que lo agende.

Con Álex siempre ha sido así de fácil trabajar. Es un currante nato y un creativo con mucho talento. Sabe escuchar a su gente, huele el negocio con una facilidad asombrosa y normalmente va un paso por delante de la competencia. El hecho de ser pequeños nos hace ser muy selectivos con nuestros proyectos pero está claro que tiene unas credenciales inapelables en el sector. Con él empezaron desde el principio Aina, Hugo y María, los más veteranos y los que llevan las cuentas de los pesos pesados de la productora.

—Lucía, quiero que hagas el personaje de tu vida. Si esto sale bien vamos a montar una fiesta de las gordas —me dice dando por zanjada la charla.

Marta

Salgo de trabajar alentada por las expectativas que ha puesto mi jefe en mí. ¡No vayas a joderla! Me digo a mí misma, es la oportunidad más grande que he tenido nunca.

Me abrocho la chaqueta hasta el cuello. Octubre está agonizando peleón, ¿de dónde salen estas temperaturas gélidas en pleno otoño? ¡Es una broma de mal gusto que el tiempo juegue al despiste con mis sentidos!

Avanzo por la avenida abriéndome paso con el bastón hasta localizar la parada del autobús. Saco el móvil y me preparo mentalmente para un nuevo silencio. No tiene mensajes nuevos, me desprecia el dichoso aparato. Me da un bajonazo del quince. ¡Castigada por patrañera hasta el fin de los tiempos! ¡Mierda! Javi te pedí perdón… me frustro mentalmente.

No parece que haya nadie para que pueda pedirle que me avise si llega el 56, así que abro la app y me dice que faltan diez minutos. Aprovecho para llamar a Marta y probar suerte. Los viernes hacemos jornada intensiva en el trabajo, son poco más de las dos y media y si paso la tarde sola lo mismo acabo a mordiscos con las paredes, como la Rebeca de Macondo…

—¿Lucía? ¡Qué pasa rajada! —me acusa según coge el teléfono.

Marta y yo hemos crecido prácticamente como hermanas. Vivíamos en la misma portería por lo que conocernos y ser amigas fue tan fácil como previsible. Ella interiorizó mi ceguera con esa espontaneidad patrimonio de los niños, y de forma natural aprendió a ser mis ojos cuando los necesité. Su actitud sobreprotectora, fruto de esa responsabilidad que arrastra conmigo desde siempre, a veces me saca de quicio, pero tengo que confesar que es el contrapunto perfecto a mis veleidades. Somos tan diferentes en lo personal como iguales en el afecto que nos profesamos.

Desde hace ya unos cuantos años salimos a correr juntas los miércoles, no hay mejor guía que ella, (irrumpe de pronto el recuerdo de Javi y su primera vez como runner guía…buffff, fuera, fuera, ahora no, por favor…) pero esta semana le di plantón. De ahí que me acuse de rajada. Mi yo melodramático es incompatible con el deporte.

—Te invito a comer —propongo de buenas a primeras.

—¿Y eso?

—Estoy sola, no sé nada de Javi y temo acabar como la Rebeca de Macondo…

—¡Hummm, es grave la cosa! —analiza mi situación—. No debería consentirte tanto pero voy para allá en un rato…

Mi memoria es terca como una burra y en cuanto subo al bus se lanza en picado a por el recuerdo de aquella primera carrera con Javi.

—La cuerda sirve para que yo no me desvíe y pueda correr a tu lado sin riesgo. Uno de los extremos es para ti y el otro para mí —le instruía mientras hacía un nudo alrededor de su muñeca derecha—. El secreto está en llevar el mismo ritmo y que tu comunicación sea lo más precisa posible ¿vale?

—Oye, ¿y podemos guardar la cuerda para después? —se mofaba—. Me servirá para tenerte quietecita mientras yo te…

—¡Javi! Si no prestas atención y me escogorcio, no habrá después que valga… —respondía divertida.

Habíamos elegido el paseo marítimo a una hora temprana de un domingo, por lo que realmente no tuvo que esmerarse mucho pues, ni había demasiada gente que esquivar. ni obstáculos que impedir. Así que Javi se puso en plan guasón: atención, atención, una gaviota viene directa hacia nosotros, teniendo en cuenta el tamaño de tu cabeza creo que deberías inclinarla 30 grados a la derecha… Yo me partía el pecho; o Lucía, pie derecho, da una zancada de un metro, tremendo zurullo de sospechosa pestilencia amenaza con invadir tu zapatilla… Hubo un momento que con la excusa de espantarme algo que, según él, tenía en la pierna, fue a darme un manotazo y nos fuimos los dos al suelo. Y varias veces se frenaba en seco, tiraba de la cuerda y me lanzaba a sus brazos… ¿sabes que me estás poniendo muy cachondo con tanto refregarte contra mí? Se ponía juguetón, No presumas tanto, machote, que te veo sin fuerzas, le provocaba yo y volvíamos a empezar….

Creo que conseguimos correr tres kilómetros en algo más de dos horas, ¡menudos fenómenos! Pero es uno de los recuerdos favoritos de mi vida.

He preparado unos espaguetis a la boloñesa de lo más convencional y una ensalada con queso de cabra cuando el timbre suena. ¡Justo a tiempo!

—¡A ver, ¿has empezado ya con los mordiscos?! —Me saluda jovial mi amiga.

—Necesito ayuda, ¿tabique o viga? —le sigo el juego.

—¡Que sepas que Raúl —su pareja, con quien vive desde hace un año—, ha preparado un delicioso pollo a la Pantoja que he desdeñado por ti —me echa en cara.

—¿Pero eso existe? —pregunto sin pensar.

—Sí que estás mal —sentencia—. ¡Era una broma, tonta!

Fue poner la pasta sobre la mesa y vomitar mi frustración como una cotorra. Le cuento toda la movida del fin de semana anterior, la mentira estúpida que le dije y por la que le pedí perdón, hasta llegar al momento actual de grillo cri cri zumbando en mis orejas.

—Cuando te pones en plan cría eres única —valora mi actitud.

—Esa parte ya me la sé. Sigue… —azuzo para que me resuelva lo de “qué hago”.

—¿Quieres mi opinión o que me ponga de tu lado? —se pone estupenda.

—¡Quiero que hables de una puta vez, Marta! —me impaciento.

—Es que no tengo nada nuevo que aportar. Javi ya te dio la clave de todo este asunto…

—Le pedí perdón…—vuelvo a repetir, y repetirme a mí misma por enésima vez.

—Y te perdonará…—dice—, seguramente… —vacila—, cuando tú le expliques, uno: por qué no le quisiste ver; dos: por qué necesitaste mentir, y tres: por qué le castigaste.

—Todas esas preguntas llevan a un mismo lugar… ¿Me estás diciendo que me sincere sobre lo que pienso de su madre, o, mejor dicho, sobre lo que creo que ella siente por mí?

Su voz se queda muda y solo la escucho masticar levemente.

—¿Marta? —insisto.

—Te estaba poniendo la cara típica de “elemental querido Watson”.

—¡Que le den a Watson! Si hago eso me va a decir que estoy paranoica, que le quiero poner contra su madre, y será todavía peor —farfullo, muy poco convencida.

—Él quiere la verdad, Lucía. Dásela. Igualmente vas a tener que abordar el tema tarde o temprano…

—¡Esto es demasiado temprano …! —me quejo.

—Luci —Marta solo me llama así cuando se pone en plan maternal, o fraternal, o lo que sea, y se dispone a regalarme una de sus reflexivas consideraciones—. Nunca te he visto tan colgada por un tío —¡vaya novedad!—. Me sorprende decirte esto porque tú no sueles necesitar que te animen a que des rienda suelta a tus impulsos, pero te veo algo, abro comillas —aclara— “contenida”, cierro comillas —termina—. Si quieres que funcione deja de ir por delante de los acontecimientos y relájate.

—Lo único que deseo es que funcione… —susurro. Como si no fuera evidente.

—¿Y por eso vas con el freno de mano puesto? —afirma mi sagaz amiga. Yo me callo porque no tengo nada que objetar. Se acepta la alegación—. No te escondas Lucía, deja que fluyan las cosas —y esta última frase la dice con una voz cantarina que me hace reír por primera vez en muchos días.

S.O.S

Le pido a Marta que me acerque a la piscina antes de despedirnos. Tengo que relajarme un poco. Mi cuerpo parece un conglomerado cartón piedra de tantos días sin hacer deporte…, y cuando digo deporte, digo deporte, todo tipo de deporte… en el más amplio, imaginativo y sucio sentido de la palabra.

De vuelta en casa ya he decidido, finalmente, enviar un mensaje a Javi. Mejor mensaje que llamada, así no corremos el riesgo de ponernos nerviosas, ¡eh Lucía!

—Estoy preparando tortilla de patatas ¿os apetece? —propone mi madre de buen humor, y me alegro, porque estos días he estado muy borde con ella.

Cenamos de forma distendida, hablamos de ir a ver a la abuela al día siguiente y me recluyo por fin en la habitación. Le digo a Amstrong que coloree un poco el ambiente, me recuesto en la cama envuelta en mi pijama y saco el móvil. Murmuro en voz alta a la vez que lo hace la voz metálica: No tiene mensajes nuevos ¡has entrado en bucle, amigo mío!, acuso al teléfono, y me dispongo a escribir.

Hola Javi, ¿hablamos?… Escribo¿Esto es todo lo que se te ocurre? ¡Vaya exhibición de labia…! Menos mal que me dedico a hacer guiones.

Hola Javi. No imaginaba que fueras capaz de enfadarte tanto tiempo. Supongo que hay muchas cosas que aún desconocemos del otro. Sé que no te gustan las mentiras, la cagué, vuelvo a decir que lo siento, pero entiendo que necesites entender, así que si quieres, hablamos. Cuando el lector de pantalla repite el mensaje me quedo a cuadros, si es que una ciega puede llegar a ese nivel. ¿Y esto? ¿Quién lo ha escrito Maggie Simpson?

A ver Lucía, céntrate. Frase simple: sujeto, verbo y predicado. No le hables sobre la extinción de los dinosaurios porque no es el momento…

Hola Javi, estoy dispuesta a explicar. Yo también necesito que entiendas. ¿Podemos hablar?

Esto ya es otra cosa. Lo vuelvo a escuchar. Claro, sin excusas y con propósito de enmienda. Un S.O.S. en toda regla. No podrá negarse, pienso. Y lo envío.

Y mastico el silencio  con el móvil en la mano, esperando esa dichosa vibración que descongestione tanta pesadumbre…

Capítulo siguiente: Mi melodrama y yo

 

Capítulos anteriores

Capítulo 0 Preámbulo: Muda y Ciega

Capítulo 1: Casi perfecto

Capítulo 2: Huele a petricor

Capítulo 3: A contrapié

Capítulo 4: Mis ojos de ciega y mi cara de niña

 

Silencio catatónico

Foto de Keenan Constance en Pexels

Como Javi me ningunea me he ido con otro. ¡Que le den!

Está utilizando el silencio para torturarme. ¡Y lo está consiguiendo! Tengo el cerebro en estado catatónico de tanto vacío contemplativo en el infierno ¿No news good news? No me jodas, no tener noticias me está matando. Me estoy muriendo de abulia. ¡Que me den a mí, me lo tengo merecido!

Ni un mensaje, ni una llamada, ni una tregua para esta indigente emocional… y ya es viernes. Nunca habíamos estado más de un día sin hablarnos, qué digo, de unas horas… ¿No te pedí perdón? Desconocía esta faceta tuya tan cruel, le reprocho a mi ausente novio.

Si hay algo que ya no soporto en mi vida es la mentira, me dijo muy serio tras contarme lo suyo con Vicky, una historia de serie B, categoría topicazo de fácil resumen: chico se enamora de chica, chico se va a vivir con chica, chica le pone los cuernos con amigo de chico. Si no se repitiera tantas veces a lo largo de la historia no sería un tópico. Yo recogí los pedacitos de Javi nueve meses después. Le tuve que hacer una cesárea para que escupiera la bilis, y aun así a veces me pregunto si está curado del todo.

¿Ni una mentirijilla piadosa? Le pregunté para quitar hierro al asunto. La piedad es para los cobardes, me soltó. Así me enamoró, a base de ganchos dialécticos y un sentido del humor impropio de frikis economistas… Gracias que él se encarga de tumbar mis prejuicios.

Así que me he ido con otro. Directa a los brazos de Lord Byron. Por muy maldito que esté y patizambo que sea al menos no me ningunea. En realidad me adora, porque le consiento sus excentricidades y doy alas a su frivolidad; y la verdad, verle corretear por el siglo XIX pasándose la puritana sociedad inglesa por el Big Ben de sus instintos más primarios, ¡es lo más!

Ahora mismo me estoy “merendando” en los cascos los Diarios que se dedicó a sí mismo, y me lo estoy pasando en grande, además de librarme del miserable mutismo de un supuesto novio casi perfecto. Descubre a la persona y llegarás al personaje, nos decían en las clases para guionizar. Y en esas estoy, conociendo a mi díscolo y rebelde poeta. Estamos hechos de la misma pasta George, tú y yo nos vamos a llevar bien. ¿Cómo es posible que nadie se haya puesto a serializarte antes? Le pregunto retóricamente a Byron, tienes en tu biografía toda esa carnaza morbosa que le gusta al público.

Mientras doy cancha al protagonista, a James Bond le he encomendado (bueno, yo y Álex, aunque el proyecto lo dirijo yo) el perfil de la madre de Byron, y Luck nos ayudará con la ambientación y la encuadernación del personaje en su contexto histórico. Luck es un argumentista excelente y un genio con los documentales, de hecho, es historiador, aprendo muchísimo a su lado. Hay clientes que no quieren otra firma que no sea la suya en sus guiones. Supera los 50 tacos pero da gusto trabajar con él. Es un crack.

—Lucía —siento unos toquecitos en el hombro. Me quito los cascos y oigo a mi jefe hablar bajito—. ¿Puedes venir a mi despacho un momento?

—Sí —le digo en el mismo tono—. ¿Por qué susurramos?

—Ah, perdona —normaliza su voz—. No quería asustarte, parecías muy concentrada.

Cuando me levanto siento un movimiento brusco de Álex y el ruido de una de las sillas con ruedas desplazándose.

—Jandro, cuando te levantes recuerda acercar la silla dentro de la mesa —amonesta a James Bond.

—No seas tan severo Álex —salgo en defensa del nuevo. Las cosas como son—. Solo lleva cinco días con nosotros, esta manía mía de no ver requiere un tiempo de adaptación.

Entramos en su despacho y cuando me siento suelto a bocajarro.

—¿Está bueno? —pregunto.

—¿A qué viene eso, te interesa? —bromea mi jefe.

—¡No gracias! —digo, pegando un manotazo al aire—. Pero una voz como la suya en una ciega como yo provoca proyecciones muy calenturientas…—me río con mi jefe.

—Pues ya que lo preguntas, sí, está bueno —me dice entonces.

—¿No serás tú el interesado? —le pregunto a Álex.

—Deja de maquinar Lucía y vamos a lo que vamos —regatea—. He estado hablando con nuestro inversor hace un rato y me ha pedido fechas para el guion del episodio piloto. Se lo hemos vendido tan bien que quiere tener algo entre manos más pronto que tarde ¿Cómo llevas a Lord Byron?

—Lord Byron está creciendo, pero necesito tiempo Álex. Quiero una evolución emocional del personaje consistente. Me estoy documentando.

—Bien, ¿previsión?

—Un par de meses, tal vez algo más, pero hay que tener en cuenta que están las Navidades en medio, yo no me pillaría los dedos.

—¿Finales de enero? Tengo que dar una fecha Lucía.

—Ok. Finales de enero o principios de febrero.

—Bien. Le diré a Sandra —nuestra administrativa y contable— que lo agende.

Con Álex siempre ha sido así de fácil trabajar. Es un currante nato y un creativo con mucho talento. Sabe escuchar a su gente, huele el negocio con una facilidad asombrosa y normalmente va un paso por delante de la competencia. El hecho de ser pequeños nos hace ser muy selectivos con nuestros proyectos pero está claro que tiene unas credenciales inapelables en el sector. Con él empezaron desde el principio Aina, Hugo y María, los más veteranos y los que llevan las cuentas de los pesos pesados de la productora.

—Lucía, quiero que hagas el personaje de tu vida. Si esto sale bien vamos a montar una fiesta de las gordas —me dice dando por zanjada la charla.

Marta

Salgo de trabajar alentada por las expectativas que ha puesto mi jefe en mí. ¡No vayas a joderla! Me digo a mí misma, es la oportunidad más grande que he tenido nunca.

Me abrocho la chaqueta hasta el cuello. Octubre está agonizando peleón, ¿de dónde salen estas temperaturas gélidas en pleno otoño? ¡Es una broma de mal gusto que el tiempo juegue al despiste con mis sentidos!

Avanzo por la avenida abriéndome paso con el bastón hasta localizar la parada del autobús. Saco el móvil y me preparo mentalmente para un nuevo silencio. No tiene mensajes nuevos, me desprecia el dichoso aparato. Me da un bajonazo del quince. ¡Castigada por patrañera hasta el fin de los tiempos! ¡Mierda! Javi te pedí perdón… me frustro mentalmente.

No parece que haya nadie para que pueda pedirle que me avise si llega el 56, así que abro la app y me dice que faltan diez minutos. Aprovecho para llamar a Marta y probar suerte. Los viernes hacemos jornada intensiva en el trabajo, son poco más de las dos y media y si paso la tarde sola lo mismo acabo a mordiscos con las paredes, como la Rebeca de Macondo…

—¿Lucía? ¡Qué pasa rajada! —me acusa según coge el teléfono.

Marta y yo hemos crecido prácticamente como hermanas. Vivíamos en la misma portería por lo que conocernos y ser amigas fue tan fácil como previsible. Ella interiorizó mi ceguera con esa espontaneidad patrimonio de los niños, y de forma natural aprendió a ser mis ojos cuando los necesité. Su actitud sobreprotectora, fruto de esa responsabilidad que arrastra conmigo desde siempre, a veces me saca de quicio, pero tengo que confesar que es el contrapunto perfecto a mis veleidades. Somos tan diferentes en lo personal como iguales en el afecto que nos profesamos.

Desde hace ya unos cuantos años salimos a correr juntas los miércoles, no hay mejor guía que ella, (irrumpe de pronto el recuerdo de Javi y su primera vez como runner guía…buffff, fuera, fuera, ahora no, por favor…) pero esta semana le di plantón. De ahí que me acuse de rajada. Mi yo melodramático es incompatible con el deporte.

—Te invito a comer —propongo de buenas a primeras.

—¿Y eso?

—Estoy sola, no sé nada de Javi y temo acabar como la Rebeca de Macondo…

—¡Hummm, es grave la cosa! —analiza mi situación—. No debería consentirte tanto pero voy para allá en un rato…

Mi memoria es terca como una burra y en cuanto subo al bus se lanza en picado a por el recuerdo de aquella primera carrera con Javi.

—La cuerda sirve para que yo no me desvíe y pueda correr a tu lado sin riesgo. Uno de los extremos es para ti y el otro para mí —le instruía mientras hacía un nudo alrededor de su muñeca derecha—. El secreto está en llevar el mismo ritmo y que tu comunicación sea lo más precisa posible ¿vale?

—Oye, ¿y podemos guardar la cuerda para después? —se mofaba—. Me servirá para tenerte quietecita mientras yo te…

—¡Javi! Si no prestas atención y me escogorcio, no habrá después que valga… —respondía divertida.

Habíamos elegido el paseo marítimo a una hora temprana de un domingo, por lo que realmente no tuvo que esmerarse mucho pues, ni había demasiada gente que esquivar. ni obstáculos que impedir. Así que Javi se puso en plan guasón: atención, atención, una gaviota viene directa hacia nosotros, teniendo en cuenta el tamaño de tu cabeza creo que deberías inclinarla 30 grados a la derecha… Yo me partía el pecho; o Lucía, pie derecho, da una zancada de un metro, tremendo zurullo de sospechosa pestilencia amenaza con invadir tu zapatilla… Hubo un momento que con la excusa de espantarme algo que, según él, tenía en la pierna, fue a darme un manotazo y nos fuimos los dos al suelo. Y varias veces se frenaba en seco, tiraba de la cuerda y me lanzaba a sus brazos… ¿sabes que me estás poniendo muy cachondo con tanto refregarte contra mí? Se ponía juguetón, No presumas tanto, machote, que te veo sin fuerzas, le provocaba yo y volvíamos a empezar….

Creo que conseguimos correr tres kilómetros en algo más de dos horas, ¡menudos fenómenos! Pero es uno de los recuerdos favoritos de mi vida.

He preparado unos espaguetis a la boloñesa de lo más convencional y una ensalada con queso de cabra cuando el timbre suena. ¡Justo a tiempo!

—¡A ver, ¿has empezado ya con los mordiscos?! —Me saluda jovial mi amiga.

—Necesito ayuda, ¿tabique o viga? —le sigo el juego.

—¡Que sepas que Raúl —su pareja, con quien vive desde hace un año—, ha preparado un delicioso pollo a la Pantoja que he desdeñado por ti —me echa en cara.

—¿Pero eso existe? —pregunto sin pensar.

—Sí que estás mal —sentencia—. ¡Era una broma, tonta!

Fue poner la pasta sobre la mesa y vomitar mi frustración como una cotorra. Le cuento toda la movida del fin de semana anterior, la mentira estúpida que le dije y por la que le pedí perdón, hasta llegar al momento actual de grillo cri cri zumbando en mis orejas.

—Cuando te pones en plan cría eres única —valora mi actitud.

—Esa parte ya me la sé. Sigue… —azuzo para que me resuelva lo de “qué hago”.

—¿Quieres mi opinión o que me ponga de tu lado? —se pone estupenda.

—¡Quiero que hables de una puta vez, Marta! —me impaciento.

—Es que no tengo nada nuevo que aportar. Javi ya te dio la clave de todo este asunto…

—Le pedí perdón…—vuelvo a repetir, y repetirme a mí misma por enésima vez.

—Y te perdonará…—dice—, seguramente… —vacila—, cuando tú le expliques, uno: por qué no le quisiste ver; dos: por qué necesitaste mentir, y tres: por qué le castigaste.

—Todas esas preguntas llevan a un mismo lugar… ¿Me estás diciendo que me sincere sobre lo que pienso de su madre, o, mejor dicho, sobre lo que creo que ella siente por mí?

Su voz se queda muda y solo la escucho masticar levemente.

—¿Marta? —insisto.

—Te estaba poniendo la cara típica de “elemental querido Watson”.

—¡Que le den a Watson! Si hago eso me va a decir que estoy paranoica, que le quiero poner contra su madre, y será todavía peor —farfullo, muy poco convencida.

—Él quiere la verdad, Lucía. Dásela. Igualmente vas a tener que abordar el tema tarde o temprano…

—¡Esto es demasiado temprano …! —me quejo.

—Luci —Marta solo me llama así cuando se pone en plan maternal, o fraternal, o lo que sea, y se dispone a regalarme una de sus reflexivas consideraciones—. Nunca te he visto tan colgada por un tío —¡vaya novedad!—. Me sorprende decirte esto porque tú no sueles necesitar que te animen a que des rienda suelta a tus impulsos, pero te veo algo, abro comillas —aclara— “contenida”, cierro comillas —termina—. Si quieres que funcione deja de ir por delante de los acontecimientos y relájate.

—Lo único que deseo es que funcione… —susurro. Como si no fuera evidente.

—¿Y por eso vas con el freno de mano puesto? —afirma mi sagaz amiga. Yo me callo porque no tengo nada que objetar. Se acepta la alegación—. No te escondas Lucía, deja que fluyan las cosas —y esta última frase la dice con una voz cantarina que me hace reír por primera vez en muchos días.

S.O.S

Le pido a Marta que me acerque a la piscina antes de despedirnos. Tengo que relajarme un poco. Mi cuerpo parece un conglomerado cartón piedra de tantos días sin hacer deporte…, y cuando digo deporte, digo deporte, todo tipo de deporte… en el más amplio, imaginativo y sucio sentido de la palabra.

De vuelta en casa ya he decidido, finalmente, enviar un mensaje a Javi. Mejor mensaje que llamada, así no corremos el riesgo de ponernos nerviosas, ¡eh Lucía!

—Estoy preparando tortilla de patatas ¿os apetece? —propone mi madre de buen humor, y me alegro, porque estos días he estado muy borde con ella.

Cenamos de forma distendida, hablamos de ir a ver a la abuela al día siguiente y me recluyo por fin en la habitación. Le digo a Amstrong que coloree un poco el ambiente, me recuesto en la cama envuelta en mi pijama y saco el móvil. Murmuro en voz alta a la vez que lo hace la voz metálica: No tiene mensajes nuevos ¡has entrado en bucle, amigo mío!, acuso al teléfono, y me dispongo a escribir.

Hola Javi, ¿hablamos?… Escribo¿Esto es todo lo que se te ocurre? ¡Vaya exhibición de labia…! Menos mal que me dedico a hacer guiones.

Hola Javi. No imaginaba que fueras capaz de enfadarte tanto tiempo. Supongo que hay muchas cosas que aún desconocemos del otro. Sé que no te gustan las mentiras, la cagué, vuelvo a decir que lo siento, pero entiendo que necesites entender, así que si quieres, hablamos. Cuando el lector de pantalla repite el mensaje me quedo a cuadros, si es que una ciega puede llegar a ese nivel. ¿Y esto? ¿Quién lo ha escrito Maggie Simpson?

A ver Lucía, céntrate. Frase simple: sujeto, verbo y predicado. No le hables sobre la extinción de los dinosaurios porque no es el momento…

Hola Javi, estoy dispuesta a explicar. Yo también necesito que entiendas. ¿Podemos hablar?

Esto ya es otra cosa. Lo vuelvo a escuchar. Claro, sin excusas y con propósito de enmienda. Un S.O.S. en toda regla. No podrá negarse, pienso. Y lo envío.

Y mastico el silencio  con el móvil en la mano, esperando esa dichosa vibración que descongestione tanta pesadumbre…

Capítulo siguiente: Mi melodrama y yo

 

Capítulos anteriores

Capítulo 0 Preámbulo: Muda y Ciega

Capítulo 1: Casi perfecto

Capítulo 2: Huele a petricor

Capítulo 3: A contrapié

Capítulo 4: Mis ojos de ciega y mi cara de niña

 

Puedes hacer una consulta por Whatsapp

¡Hola! Haga clic en mi foto para iniciar un chat por Whatsapp

Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

online

Pin It on Pinterest

Share This