Muda y ciega

por | Ene 18, 2021 | Ficción | 47 Comentarios

Muda y ciega
Imagen de Anemone123 en Pixabay

Hay veces que agradezco no ver. Otras debería callar.

Soy un poco quisquillosa con los ruidos; algunos me desquician. La mujer de la mesa contigua, por ejemplo, carraspea compulsivamente como si tuviera una hormigonera en la garganta. No puedo evitarlo. Contrataco. Ella carraspea, yo doy la réplica. Si el sarcasmo pudiera pintarse sospecho que ahora tendría mi rostro. Sí. Mejor no verme así.

¡Suerte que estoy de buen humor! Me muerdo la lengua y me centro en el restaurante. Percibo mucho desparrame de perfume y clinc, clinc de abalorios y lentejuelas. Las expectativas andan desatadas.

De pronto siento una corriente eléctrica peinando mi nuca:

—Señorita, ¿tiene planes para el resto de su vida? —me susurran.

—No soy chica de planes —le sigo el juego—. Tendrá que ser más preciso.

Me rodea por detrás de la silla y se apoya en la mesa, sin tocarme. A mi nariz llega el rastro dulzón de un after shave. Se aproxima un poco más y su calor abre fuego en mi piel.

—Precisemos, pues —amenaza—: voy a desnudarte muy leeeeentamente; a besarte en el hueco de la garganta, y detrás de las rodillas. Voy a seguir el curso de tus venas hasta conquistar todas tus orillas… ¿Qué tal?

—Mejorable —le reto.

Entonces me muerde el lóbulo de la oreja y la descarga es tan traicionera que pego una sacudida provocando un desastre en la vajilla.

—¡Feliz aniversario! —se ríe de mí—. Perdona el retraso.

Por fin muda, pienso, además de ciega.

 Capítulo siguiente (1): Casi perfecto

  

Muda y ciega
Imagen de Anemone123 en Pixabay

Hay veces que agradezco no ver. Otras debería callar.

Soy un poco quisquillosa con los ruidos; algunos me desquician. La mujer de la mesa contigua, por ejemplo, carraspea compulsivamente como si tuviera una hormigonera en la garganta. No puedo evitarlo. Contrataco. Ella carraspea, yo doy la réplica. Si el sarcasmo pudiera pintarse sospecho que ahora tendría mi rostro. Sí. Mejor no verme así.

¡Suerte que estoy de buen humor! Me muerdo la lengua y me centro en el restaurante. Percibo mucho desparrame de perfume y clinc, clinc de abalorios y lentejuelas. Las expectativas andan desatadas.

De pronto siento una corriente eléctrica peinando mi nuca:

—Señorita, ¿tiene planes para el resto de su vida? —me susurran.

—No soy chica de planes —le sigo el juego—. Tendrá que ser más preciso.

Me rodea por detrás de la silla y se apoya en la mesa, sin tocarme. A mi nariz llega el rastro dulzón de un after shave. Se aproxima un poco más y su calor abre fuego en mi piel.

—Precisemos, pues —amenaza—: voy a desnudarte muy leeeeentamente; a besarte en el hueco de la garganta, y detrás de las rodillas. Voy a seguir el curso de tus venas hasta conquistar todas tus orillas… ¿Qué tal?

—Mejorable —le reto.

Entonces me muerde el lóbulo de la oreja y la descarga es tan traicionera que pego una sacudida provocando un desastre en la vajilla.

—¡Feliz aniversario! —se ríe de mí—. Perdona el retraso.

Por fin muda, pienso, además de ciega.

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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