Mi te quiero errante

por | Abr 1, 2021 | Ficción | 6 Comentarios

#DiariodeLucía

Imagen Pixabay

—Lucía, Luck, Jandro ¿podéis venir a mi despacho, por favor?

Álex rara vez se pone solemne pero si llama a las tres personas implicadas en el proyecto de Lord Byron es que algo pasa. Me pongo en guardia.

Cuando ya estamos todos sentados frente a nuestro jefe nos da la noticia.

—Acabo de recibir una llamada de Códice Cero —nuestro inversor—. La fecha que habíamos acordado para la entrega del guion del episodio piloto se adelanta un mes.

—¿Cómo? —me sale un grito mitad indignado, mitad entrada en pánico.

—No me ha dado las razones, aunque he oído rumores de cierta plataforma digital que ha abierto concurso para dos series el año que viene que podría tener algo ver. En cualquier caso, o tenemos antes de Navidad una propuesta en firme o  se echa para atrás.

—¿Y para qué sirven los acuerdos? —me resisto.

—Efectivamente, Lucía, los acuerdos están para cumplirlos, pero es un cliente que podría darnos mucho trabajo. No me gustaría acabar en pleitos por un tema de calendario. La pregunta es ¿lo podemos replanificar, o es imposible?

Por mi parte sin problema —dice Luck—. Ya le he entregado a Lucía buena parte de la ambientación histórica. Tenemos localizaciones en Aberdeen (Escocia) y en Nottingham (Inglaterra). Hablamos por supuesto de la infancia y primera juventud del poeta. Si el proyecto echa a andar la parte viajera del escritor requerirá ya un esfuerzo mucho mayor.

—Yo también voy a buen ritmo —apunta James Bond, o sea, Jandro—, aunque tenemos que terminar de dirimir el perfil de Byron para que yo lo pueda empastar bien con el de su madre —advierte.

Hace un par de días tuvimos un pequeño encontronazo a cuenta del perfil psicológico de Byron, que, por cierto, es cosa mía. A raíz de escuchar sus “Diarios”, he sugerido ofrecer una imagen alejada de la fama histriónica, donjuanesca y desaprensiva que tenemos de él. A Jandro no le hizo mucha gracia.

—¿Cuál es el problema? —quiere saber Álex. Cuando me dispongo a explicarme mi querido compañero se me adelanta con su seductora voz radiofónica.

—Parece que Lucía quiere construir un perfil mucho más sentimental que el Byron que todos conocemos.

—Si elaboramos el personaje “oficial” —defiendo mi postura—, no ofreceremos ninguna novedad con respecto a los Byron que ya hemos visto en el cine. En todo caso, lo que sí es una evidencia es que Catherin fue una mujer altanera que no supo amar a su hijo. Entre ellos había una relación de amor – odio, esa parte de tu trabajo no cambia por mucho que yo modifique a Byron.

—Pues no sé qué decirte —rebate él—. No me imagino a un Byron sensible en esa relación amor odio que dices. Habría sucumbido totalmente a la influencia materna…

—Sin sensibilidad no hay arte —me atrinchero—. Y no creo que vayamos a dudar de esa faceta suya… Solo apuesto por una versión más fidedigna basada en el retrato que él hace de sí mismo.

—Y también más arriesgada —apunta James Bond. ¡Gruggggg….! Me lo como.

—¿Por qué más arriesgada? — se asusta mi jefe.

—Porque si prescindimos de sus excentricidades, de su promiscuidad y de su libertinaje perderá el gancho. Así de claro. Será un pastelito de azúcar… —dice mi endiosado compañero.

—Vaya —refuto—, quieres decir que si un hombre no exhibe su poderío sexual queda desprovisto de encanto… ¡Qué bonito…! —refuto, irónica, aunque este argumento ahora no sirve de nada. Ceo que estoy perdiendo la disputa…

—Me refería al gancho con el público… ya sabemos lo que le gusta al público —esgrime sin perder la calma.

—¿Tú qué opinas, Luck? —pregunta Álex en busca de una opinión neutral.

—Yo creo que si no aportamos nada nuevo nuestro proyecto queda mediocre —señala Luck sabiamente. ¡Bien dicho, compañero!—. Ahora bien, no tenemos por qué prescindir de su lado más novelesco. Está claro que ofrecía al mundo una imagen que él no tenía de sí mismo. Pues mostremos esta ambivalencia. No hay  por qué elegir.

—¿Qué os parece? —consulta Álex

—Completamente de acuerdo —convengo—. Lo que trataba de explicar y al parecer no he sabido hacer.

—Bien —claudica Bond.

—¿Y las fechas? ¿Podrás llegar a tiempo Lucía? Sé que te estoy presionando…

—Estará listo, Álex —me comprometo—. Aunque tenga que hacer los días de 36 horas… —me envalentono….

—Bien, he habilitado un servidor común para que todos tengamos acceso al trabajo de los demás, se llama Byron. Dejad todo el material allí, por favor. Este fin de semana leeré lo que hayáis avanzado. En lo que yo pueda echaros una mano, no tenéis más que decírmelo. Y vosotros dos —se dirige a Bond y a mi—, en dos semanas quiero que empecéis ya a trabajar conjuntamente en el guion.

Arte culinario

Así termina este miércoles estresante en la oficina, con un gusano de inquietud obstruyéndome las arterias. Necesito hacer ejercicio. Saco el móvil para llamar a Marta. Tiene un mensaje nuevo, de Javi, hora, 15:30 horas, canta mi teléfono. He estado tan absorta que ni me había enterado. Llamo primero a mi amiga y quedamos para correr en el gym. Su habitual prudencia es incompatible con hacer deporte al aire libre de noche. Son las seis y estamos en noviembre, así que…

En el taxi escucho la voz de Javi:

—Voy a comer sushi. ¿Alguna sugerencia? —me dice así, sin más, con la voz cargada de intención.

El sábado, después de nuestra pipa de la paz, nos fuimos a comprar todos los ingredientes para hacer sushi para cenar. A él le encanta y además lo cocina muy bien. No puedo decir que nos entregáramos al arte culinario nada más llegar, había prioridades acuciantes que atender tras el largo ayuno y su enorme cama siempre está retándonos, la muy cabrona.

Ya en la cocina, y con Frank Sinatra de anfitrión, estuvimos un buen rato haciendo el payaso a lo grande, bailando con el delantal puesto sobre paños menores. Nos dividimos el trabajo: yo los de salmón, él los de atún y aguacate. ¡Mmmm, el ambiente se cargó de un olor afrodisíaco y tentador! ¿Qué te parece? Le pregunté poniéndole el primer sushi en la boca. Él se queda con mis dedos. Los relame sin prever las consecuencias. ¡Fiu, ahí va un latigazo por la espina dorsal! Se percata de la sacudida que ha provocado. Me agarra la barbilla y deja allí un mordisco con sabor a atún. Yo me lanzo a por el hoyuelo. Él pierde el norte, se hunde en mi garganta.

Acabamos pidiendo pizza.

—Sí —le digo a mi lascivo novio— procura no babear. Creo que la comida japonesa despierta cierta concupiscencia en ti que provoca graves daños colaterales, como la rotura de vajilla cara, por ejemplo  —me jacto, sobrada. No espero respuesta, hace rato que me envió el mensaje y ahora estará trabajando.

La radio del taxi me regala la voz quebrada de Pablo López, libera mis pensamientos de las recetas asiáticas y me manda a uno de esos momentos que últimamente chirrían en mi cerebro. Al mismo sitio, a la misma pausa, al mismo silencio…

—Hemos llegado —dice el conductor.

—¿Estamos en la puerta del gimnasio? —Trato de orientarme.

—Sí ¿no lo ve? —asiente el hombre extrañado—. Ahí enfrente tiene la entrada…

—No —respondo sin acritud—. No lo veo. Soy ciega —explico mientras le pago.

—Disculpe señorita, no me había dado cuenta —se excusa—. No parece usted… —murmura la misma historia de siempre. Nota mental, me digo, confeccionar un cartel fosforito que diga “Soy ciega, no veo tres en un burro”.

Mi primer te quiero

Una vez en la cinta de correr Marta está especialmente excitada. Al parecer esta mañana se ha presentado “Rommel” en su bufete, el actor más prometedor que ha dado el séptimo arte español en los últimos tiempos, y se lo han adjudicado a ella, que es una abogada estupenda, como cliente. Parece que el chaval tiene un problema de conflicto de intereses con su manager y representante.

—Se le ve muy buen tío, y además está como un queso —se le cae la baba a mi emocionada amiga.

—Sí, y también está saliendo de la pubertad —me cachondeo de ella…

—Tiene 24 años, no es tan imberbe.

—Demasiado tierno, en mi opinión, tal vez para un “aquí te pillo aquí te mato” —bromeo…

—O para una tarde de domingo sola en casa porque tu novio se ha ido a hacer una vía ferrata con sus colegas —refunfuña mencionando la afición de su pareja, y nos reímos las dos.

Después de 45 minutos concentradas en la carrera, por fin pregunta.

—Bueno, ¿me vas a contar o qué? Me tienes en ascuas desde el fin de semana. ¿Cómo fue la reconciliación?

Y es que el domingo Marta ya me envió un mensaje interesándose: ¿Lo habéis arreglado? preguntó. Todo en orden, le dije yo. Estoy en su casa, el miércoles te cuento.

—Bien —confirmo sin más.

—¿Y por qué suena sin fuegos artificiales?

Añado un poco de intensidad y me lanzo a un último esfuerzo. Marta hace lo mismo. Siempre esprintamos un poco antes de acabar. Cuando decido que ya es suficiente me agarro a la consola para no dar un traspié mientras voy aminorando la velocidad hasta parar. No sería la primera vez que me caigo intentando localizar los botones…

—Seguí tu consejo —explico encorvada, tratando de recuperar el aliento.

—A qué te refieres  —pregunta, despistada, recobrándose también del esfuerzo.

—Me besó. Me dejé llevar. Le dije te quiero… No sé si hice bien.

Nunca pensé que mi primer te quiero a Javi sería en un bar. Pero no es algo que se planifique, ¿no? ¿O sí? La primera vez que sentí el impulso de plantárselo fue al mes de conocernos, en mi cumpleaños del año pasado. Javi no quiso decirme adónde me llevaba hasta que estuvimos allí, estaba entrañablemente nervioso y encantador. ¿Estamos en un templo? Le pregunté al llegar. Esa solemnidad y el olor a incienso me lo pusieron muy fácil. Caliente, caliente, me dijo él, es la Basílica del Mar. Con once o doce años mi abuela me había llevado allí, esta iglesia es como hablar con Dios al aire libre, dijo, pero apenas recordaba nada más.

Aquel día había mucho murmullo y trasiego de gente. Yo estaba muy despistada, la verdad. ¿Íbamos a misa? Ni siquiera sospechaba que Javi fuera creyente. ¿Vamos a alguna boda? Bromeaba yo divertida. No me irás a presentar a tu familia sin decirme nada. Insistía contagiada por la emoción de la expectativa. ¡Schssss, ahora a callar! Me ordenó él todavía con ansiedad en la voz mientras tomábamos asiento.

Entonces empezó a sonar en directo la música y el coro del Aleluya de Haendel y a mí casi me da un pasmo. La fuerza con la que aquel sonido perforó mis sentidos fue inconmensurable. Indescriptible. Imborrable para el resto de la eternidad. Probablemente la experiencia sensorial más placentera de mi vida, si hablamos de un placer en el que no interviene el tacto. Sentía a Javi más pendiente de mi propia reacción que de su disfrute, percibía su respiración en mi cuello, y sus agitados movimientos en la silla me decían que estaba inquieto. Me observaba, no cabía duda. ¿Te ha gustado? Me preguntó al acabar. Jamás en toda mi vida he vivido nada parecido, ni siquiera puedo explicarlo. Me ha encantado, le respondí. ¡Bien —presumió él— así podremos volver...!

Luego me llevó por las terrazas del templo. Tengo vértigo, le recordé. Se te olvidará, me dijo él. ¡Qué carajo se me va a olvidar! Subimos por una escalera de caracol infinita hasta llegar al mirador principal. Yo avanzaba con la mano extendida como si quisiera atrapar tanto aire que burbujeaba a mi alrededor. Me condujo a la barandilla.  Me abrazó por detrás mientras yo sentía el suelo a cien años luz de mis pies. Mi estómago maullaba como un gato salvaje. Estaba aterrada. Me tapó los ojos con las manos. Gracias, le dije, las vistas me estaban mareando, llegué a bromear. Pero funcionó. Me relajé. Y disfruté. Fue en ese momento cuando las palabras llegaron en son de guerra hasta mi boca, armadas hasta los dientes para salir del agujero. Te quiero, te quiero, retumbaban rebotando de un lado al otro del paladar. Finalmente las convencí. El muchacho ha salido de una relación difícil, solo llevamos un mes y no queremos asustarlo para siempre ¿verdad? Así que se replegaron al diván de los impacientes a aprender compostura.

Después de aquello ha habido muchas otras ocasiones, también reprimidas. Aquella primera vez corriendo; durante las vacaciones de agosto; en el coche, en la playa,  paseando, y mil veces, ¡qué digo! treinta mil veces en la cama, haciendo el amor, después de hacer el amor, antes de hacer el amor, al despertar, incluso en la ducha…Pero nunca era buen momento. Cuando dejó de ser demasiado pronto, pensé que era demasiada presión para él y luego que mejor que fuera primero él quien me lo dijera a mí. Así, hasta que el otro día, en el bar, justo después de reconciliarnos, fluyó un te quiero tan natural y espontáneo como un amanecer tras toda una noche en vela.

—Claro que hiciste bien, Lucía. Decir te quiero nunca puede ser malo —secunda mi amiga ya en el vestuario, tras ducharnos. ¿Y él? ¿Qué?

—Nada.

—¿Qué quieres decir con nada?

—Nada significa nada.

Mi te quiero se quedó boqueando como un náufrago en mitad del océano, sin hacer pie y tratando de llegar desesperadamente a alguna orilla. Pero no había orilla a la que agarrarse y nadie salió a rescatarlo. Hubiera dado mi brazo derecho por ver la expresión de Javi en ese momento. Saber qué decían sus ojos, su rostro. Pero soy ciega. ¡Mala suerte! Llegó el camarero con la comanda y rompió aquel instante de silencio espeso para salvarnos a los dos. A mí porque tal vez me precipité, y a él porque no reaccionó. Puso los platos en la mesa y mi te quiero se ahogó en las profundidades de un “hasta pronto”. Los dos decidimos seguir charlando como si no hubiera sucedido, como si no hubiera sido el te quiero más importante que haya dicho nunca en mi vida.

—¿No dijo nada?

—No

—¿Ni siquiera un carraspeo?

—Por favor, si llega a carraspear salgo corriendo. A lo mejor no está preparado para decir lo que siente… Prefiero no pensar mucho en ello Marta. Supongo que necesita tiempo. Yo he necesitado un año, y Javi viene de una experiencia muy dolorosa. Ya surgirá —convenzo a mi amiga y me auto convenzo a mí misma—. No quiero abrumarme con esto. Como dices tú, hay que dejar que las cosas fluyan…

—¡Mmmm! Esta versión de Lucía la paciente me resulta extraña, pero estoy de acuerdo contigo. Ya surgirá…Bueno y ¿el resto del finde fue bien, entonces?

—¡Genial! Follamos como locos —suelto el exabrupto para destensar un poco la congoja que en realidad siento…

Capítulo siguiente: Minutos para enamorarse

 

Capítulos anteriores

Capítulo 0 Preámbulo: Muda y Ciega

Capítulo 1: Casi perfecto

Capítulo 2: Huele a petricor

Capítulo 3: A contrapié

Capítulo 4: Mis ojos de ciega y mi cara de niña

Capítulo 5: Silencio catatónico

Capítulo 6: Mi melodrama y yo

Capítulo 7: Reencuentro atraganta ambientes

#DiariodeLucía

Imagen Pixabay

—Lucía, Luck, Jandro ¿podéis venir a mi despacho, por favor?

Álex rara vez se pone solemne pero si llama a las tres personas implicadas en el proyecto de Lord Byron es que algo pasa. Me pongo en guardia.

Cuando ya estamos todos sentados frente a nuestro jefe nos da la noticia.

—Acabo de recibir una llamada de Códice Cero —nuestro inversor—. La fecha que habíamos acordado para la entrega del guion del episodio piloto se adelanta un mes.

—¿Cómo? —me sale un grito mitad indignado, mitad entrada en pánico.

—No me ha dado las razones, aunque he oído rumores de cierta plataforma digital que ha abierto concurso para dos series el año que viene que podría tener algo ver. En cualquier caso, o tenemos antes de Navidad una propuesta en firme o  se echa para atrás.

—¿Y para qué sirven los acuerdos? —me resisto.

—Efectivamente, Lucía, los acuerdos están para cumplirlos, pero es un cliente que podría darnos mucho trabajo. No me gustaría acabar en pleitos por un tema de calendario. La pregunta es ¿lo podemos replanificar, o es imposible?

Por mi parte sin problema —dice Luck—. Ya le he entregado a Lucía buena parte de la ambientación histórica. Tenemos localizaciones en Aberdeen (Escocia) y en Nottingham (Inglaterra). Hablamos por supuesto de la infancia y primera juventud del poeta. Si el proyecto echa a andar la parte viajera del escritor requerirá ya un esfuerzo mucho mayor.

—Yo también voy a buen ritmo —apunta James Bond, o sea, Jandro—, aunque tenemos que terminar de dirimir el perfil de Byron para que yo lo pueda empastar bien con el de su madre —advierte.

Hace un par de días tuvimos un pequeño encontronazo a cuenta del perfil psicológico de Byron, que, por cierto, es cosa mía. A raíz de escuchar sus “Diarios”, he sugerido ofrecer una imagen alejada de la fama histriónica, donjuanesca y desaprensiva que tenemos de él. A Jandro no le hizo mucha gracia.

—¿Cuál es el problema? —quiere saber Álex. Cuando me dispongo a explicarme mi querido compañero se me adelanta con su seductora voz radiofónica.

—Parece que Lucía quiere construir un perfil mucho más sentimental que el Byron que todos conocemos.

—Si elaboramos el personaje “oficial” —defiendo mi postura—, no ofreceremos ninguna novedad con respecto a los Byron que ya hemos visto en el cine. En todo caso, lo que sí es una evidencia es que Catherin fue una mujer altanera que no supo amar a su hijo. Entre ellos había una relación de amor – odio, esa parte de tu trabajo no cambia por mucho que yo modifique a Byron.

—Pues no sé qué decirte —rebate él—. No me imagino a un Byron sensible en esa relación amor odio que dices. Habría sucumbido totalmente a la influencia materna…

—Sin sensibilidad no hay arte —me atrinchero—. Y no creo que vayamos a dudar de esa faceta suya… Solo apuesto por una versión más fidedigna basada en el retrato que él hace de sí mismo.

—Y también más arriesgada —apunta James Bond. ¡Gruggggg….! Me lo como.

—¿Por qué más arriesgada? — se asusta mi jefe.

—Porque si prescindimos de sus excentricidades, de su promiscuidad y de su libertinaje perderá el gancho. Así de claro. Será un pastelito de azúcar… —dice mi endiosado compañero.

—Vaya —refuto—, quieres decir que si un hombre no exhibe su poderío sexual queda desprovisto de encanto… ¡Qué bonito…! —refuto, irónica, aunque este argumento ahora no sirve de nada. Ceo que estoy perdiendo la disputa…

—Me refería al gancho con el público… ya sabemos lo que le gusta al público —esgrime sin perder la calma.

—¿Tú qué opinas, Luck? —pregunta Álex en busca de una opinión neutral.

—Yo creo que si no aportamos nada nuevo nuestro proyecto queda mediocre —señala Luck sabiamente. ¡Bien dicho, compañero!—. Ahora bien, no tenemos por qué prescindir de su lado más novelesco. Está claro que ofrecía al mundo una imagen que él no tenía de sí mismo. Pues mostremos esta ambivalencia. No hay  por qué elegir.

—¿Qué os parece? —consulta Álex

—Completamente de acuerdo —convengo—. Lo que trataba de explicar y al parecer no he sabido hacer.

—Bien —claudica Bond.

—¿Y las fechas? ¿Podrás llegar a tiempo Lucía? Sé que te estoy presionando…

—Estará listo, Álex —me comprometo—. Aunque tenga que hacer los días de 36 horas… —me envalentono….

—Bien, he habilitado un servidor común para que todos tengamos acceso al trabajo de los demás, se llama Byron. Dejad todo el material allí, por favor. Este fin de semana leeré lo que hayáis avanzado. En lo que yo pueda echaros una mano, no tenéis más que decírmelo. Y vosotros dos —se dirige a Bond y a mi—, en dos semanas quiero que empecéis ya a trabajar conjuntamente en el guion.

Arte culinario

Así termina este miércoles estresante en la oficina, con un gusano de inquietud obstruyéndome las arterias. Necesito hacer ejercicio. Saco el móvil para llamar a Marta. Tiene un mensaje nuevo, de Javi, hora, 15:30 horas, canta mi teléfono. He estado tan absorta que ni me había enterado. Llamo primero a mi amiga y quedamos para correr en el gym. Su habitual prudencia es incompatible con hacer deporte al aire libre de noche. Son las seis y estamos en noviembre, así que…

En el taxi escucho la voz de Javi:

—Voy a comer sushi. ¿Alguna sugerencia? —me dice así, sin más, con la voz cargada de intención.

El sábado, después de nuestra pipa de la paz, nos fuimos a comprar todos los ingredientes para hacer sushi para cenar. A él le encanta y además lo cocina muy bien. No puedo decir que nos entregáramos al arte culinario nada más llegar, había prioridades acuciantes que atender tras el largo ayuno y su enorme cama siempre está retándonos, la muy cabrona.

Ya en la cocina, y con Frank Sinatra de anfitrión, estuvimos un buen rato haciendo el payaso a lo grande, bailando con el delantal puesto sobre paños menores. Nos dividimos el trabajo: yo los de salmón, él los de atún y aguacate. ¡Mmmm, el ambiente se cargó de un olor afrodisíaco y tentador! ¿Qué te parece? Le pregunté poniéndole el primer sushi en la boca. Él se queda con mis dedos. Los relame sin prever las consecuencias. ¡Fiu, ahí va un latigazo por la espina dorsal! Se percata de la sacudida que ha provocado. Me agarra la barbilla y deja allí un mordisco con sabor a atún. Yo me lanzo a por el hoyuelo. Él pierde el norte, se hunde en mi garganta.

Acabamos pidiendo pizza.

—Sí —le digo a mi lascivo novio— procura no babear. Creo que la comida japonesa despierta cierta concupiscencia en ti que provoca graves daños colaterales, como la rotura de vajilla cara, por ejemplo  —me jacto, sobrada. No espero respuesta, hace rato que me envió el mensaje y ahora estará trabajando.

La radio del taxi me regala la voz quebrada de Pablo López, libera mis pensamientos de las recetas asiáticas y me manda a uno de esos momentos que últimamente chirrían en mi cerebro. Al mismo sitio, a la misma pausa, al mismo silencio…

—Hemos llegado —dice el conductor.

—¿Estamos en la puerta del gimnasio? —Trato de orientarme.

—Sí ¿no lo ve? —asiente el hombre extrañado—. Ahí enfrente tiene la entrada…

—No —respondo sin acritud—. No lo veo. Soy ciega —explico mientras le pago.

—Disculpe señorita, no me había dado cuenta —se excusa—. No parece usted… —murmura la misma historia de siempre. Nota mental, me digo, confeccionar un cartel fosforito que diga “Soy ciega, no veo tres en un burro”.

Mi primer te quiero

Una vez en la cinta de correr Marta está especialmente excitada. Al parecer esta mañana se ha presentado “Rommel” en su bufete, el actor más prometedor que ha dado el séptimo arte español en los último tiempos, y se lo han adjudicado a ella, que es una abogada estupenda, como cliente. Parece que el chaval tiene un problema de conflicto de intereses con su manager y representante.

—Se le ve muy buen tío, y además está como un queso —se le cae la baba a mi emocionada amiga.

—Sí, y también está saliendo de la pubertad —me cachondeo de ella…

—Tiene 24 años, no es tan imberbe.

—Demasiado tierno, en mi opinión, tal vez para un “aquí te pillo aquí te mato” —bromeo…

—O para una tarde de domingo sola en casa porque tu novio se ha ido a hacer una vía ferrata con sus colegas —refunfuña mencionando la afición de su pareja, y nos reímos las dos.

Después de 45 minutos concentradas en la carrera, por fin pregunta.

—Bueno, ¿me vas a contar o qué? Me tienes en ascuas desde el fin de semana. ¿Cómo fue la reconciliación?

Y es que el domingo Marta ya me envió un mensaje interesándose: ¿Lo habéis arreglado? preguntó. Todo en orden, le dije yo. Estoy en su casa, el miércoles te cuento.

—Bien —confirmo sin más.

—¿Y por qué suena sin fuegos artificiales?

Añado un poco de intensidad y me lanzo a un último esfuerzo. Marta hace lo mismo. Siempre esprintamos un poco antes de acabar. Cuando decido que ya es suficiente me agarro a la consola para no dar un traspié mientras voy aminorando la velocidad hasta parar. No sería la primera vez que me caigo intentando localizar los botones…

—Seguí tu consejo —explico encorvada, tratando de recuperar el aliento.

—A qué te refieres  —pregunta, despistada, recobrándose también del esfuerzo.

—Me besó. Me dejé llevar. Le dije te quiero… No sé si hice bien.

Nunca pensé que mi primer te quiero a Javi sería en un bar. Pero no es algo que se planifique, ¿no? ¿O sí? La primera vez que sentí el impulso de plantárselo fue al mes de conocernos, en mi cumpleaños del año pasado. Javi no quiso decirme adónde me llevaba hasta que estuvimos allí, estaba entrañablemente nervioso y encantador. ¿Estamos en un templo? Le pregunté al llegar. Esa solemnidad y el olor a incienso me lo pusieron muy fácil. Caliente, caliente, me dijo él, es la Basílica del Mar. Con once o doce años mi abuela me había llevado allí, esta iglesia es como hablar con Dios al aire libre, dijo, pero apenas recordaba nada más.

Aquel día había mucho murmullo y trasiego de gente. Yo estaba muy despistada, la verdad. ¿Íbamos a misa? Ni siquiera sospechaba que Javi fuera creyente. ¿Vamos a alguna boda? Bromeaba yo divertida. No me irás a presentar a tu familia sin decirme nada. Insistía contagiada por la emoción de la expectativa. ¡Schssss, ahora a callar! Me ordenó él todavía con ansiedad en la voz mientras tomábamos asiento.

Entonces empezó a sonar en directo la música y el coro del Aleluya de Haendel y a mí casi me da un pasmo. La fuerza con la que aquel sonido perforó mis sentidos fue inconmensurable. Indescriptible. Imborrable para el resto de la eternidad. Probablemente la experiencia sensorial más placentera de mi vida, si hablamos de un placer en el que no interviene el tacto. Sentía a Javi más pendiente de mi propia reacción que de su disfrute, percibía su respiración en mi cuello, y sus agitados movimientos en la silla me decían que estaba inquieto. Me observaba, no cabía duda. ¿Te ha gustado? Me preguntó al acabar. Jamás en toda mi vida he vivido nada parecido, ni siquiera puedo explicarlo. Me ha encantado, le respondí. ¡Bien —presumió él— así podremos volver...!

Luego me llevó por las terrazas del templo. Tengo vértigo, le recordé. Se te olvidará, me dijo él. ¡Qué carajo se me va a olvidar! Subimos por una escalera de caracol infinita hasta llegar al mirador principal. Yo avanzaba con la mano extendida como si quisiera atrapar tanto aire que burbujeaba a mi alrededor. Me condujo a la barandilla.  Me abrazó por detrás mientras yo sentía el suelo a cien años luz de mis pies. Mi estómago maullaba como un gato salvaje. Estaba aterrada. Me tapó los ojos con las manos. Gracias, le dije, las vistas me estaban mareando, llegué a bromear. Pero funcionó. Me relajé. Y disfruté. Fue en ese momento cuando las palabras llegaron en son de guerra hasta mi boca, armadas hasta los dientes para salir del agujero. Te quiero, te quiero, retumbaban rebotando de un lado al otro del paladar. Finalmente las convencí. El muchacho ha salido de una relación difícil, solo llevamos un mes y no queremos asustarlo para siempre ¿verdad? Así que se replegaron al diván de los impacientes a aprender compostura.

Después de aquello ha habido muchas otras ocasiones, también reprimidas. Aquella primera vez corriendo; durante las vacaciones de agosto; en el coche, en la playa,  paseando, y mil veces, ¡qué digo! treinta mil veces en la cama, haciendo el amor, después de hacer el amor, antes de hacer el amor, al despertar, incluso en la ducha…Pero nunca era buen momento. Cuando dejó de ser demasiado pronto, pensé que era demasiada presión para él y luego que mejor que fuera primero él quien me lo dijera a mí. Así, hasta que el otro día, en el bar, justo después de reconciliarnos, fluyó un te quiero tan natural y espontáneo como un amanecer tras toda una noche en vela.

—Claro que hiciste bien, Lucía. Decir te quiero nunca puede ser malo —secunda mi amiga ya en el vestuario, tras ducharnos. ¿Y él? ¿Qué?

—Nada.

—¿Qué quieres decir con nada?

—Nada significa nada.

Mi te quiero se quedó boqueando como un náufrago en mitad del océano, sin hacer pie y tratando de llegar desesperadamente a alguna orilla. Pero no había orilla a la que agarrarse y nadie salió a rescatarlo. Hubiera dado mi brazo derecho por ver la expresión de Javi en ese momento. Saber qué decían sus ojos, su rostro. Pero soy ciega. ¡Mala suerte! Llegó el camarero con la comanda y rompió aquel instante de silencio espeso para salvarnos a los dos. A mí porque tal vez me precipité, y a él porque no reaccionó. Puso los platos en la mesa y mi te quiero se ahogó en las profundidades de un “hasta pronto”. Los dos decidimos seguir charlando como si no hubiera sucedido, como si no hubiera sido el te quiero más importante que haya dicho nunca en mi vida.

—¿No dijo nada?

—No

—¿Ni siquiera un carraspeo?

—Por favor, si llega a carraspear salgo corriendo. A lo mejor no está preparado para decir lo que siente… Prefiero no pensar mucho en ello Marta. Supongo que necesita tiempo. Yo he necesitado un año, y Javi viene de una experiencia muy dolorosa. Ya surgirá —convenzo a mi amiga y me auto convenzo a mí misma—. No quiero abrumarme con esto. Como dices tú, hay que dejar que las cosas fluyan…

—¡Mmmm! Esta versión de Lucía la paciente me resulta extraña, pero estoy de acuerdo contigo. Ya surgirá…Bueno y ¿el resto del finde fue bien, entonces?

—¡Genial! Follamos como locos —suelto el exabrupto para destensar un poco la congoja que en realidad siento…

Capítulo siguiente: Minutos para enamorarse

 

Capítulos anteriores

Capítulo 0 Preámbulo: Muda y Ciega

Capítulo 1: Casi perfecto

Capítulo 2: Huele a petricor

Capítulo 3: A contrapié

Capítulo 4: Mis ojos de ciega y mi cara de niña

Capítulo 5: Silencio catatónico

Capítulo 6: Mi melodrama y yo 

Capítulo 7: Reencuentro atraganta ambientes

Puedes hacer una consulta por Whatsapp

¡Hola! Haga clic en mi foto para iniciar un chat por Whatsapp

Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

online

Pin It on Pinterest

Share This