Reencuentro atraganta ambientes

por | Mar 22, 2021 | Ficción | 8 Comentarios

#DiariodeLucía Reencuentro

Imagen PXHere

Su austero y distante saludo es como un dardo directo a la diana de mi confianza. Sin la calidez con la que habitualmente viste su entonación me manda en viaje de ida a Groenlandia y, por una alquimia cuyo secreto desconozco, consigue que mi sangre hierva por dentro mientras yo soy una montaña de pedregal por fuera. No puedo enhebrar una miserable sílaba. Mi no respuesta se columpia alegremente por la entrada de casa y da pataditas al aire, envaneciéndose de lo bien que funciona a veces el silencio como atraganta ambientes.

Javi carraspea

¿Tú también Javi?, pienso. ¿Te has unido a esa confabulación mundial contra mí? Pero funciona. Esos derrapajes de la garganta humana son como alfileres en mi cerebro. Reacciono. Breve, pero reacciono.

—Hola Javi

Viendo que la tensión está a punto de carcomer el recibidor y se bambolea por allí haciendo la conga en taparrabos, mi madre me echa un capote.

—Javi, hoy tenemos paella, ¿te apetece comer con nosotros?

—Te lo agradezco Elena, de veras —responde mi siempre bien educado y por el momento novio—, pero en realidad quería invitar a Lucía a comer fuera.

Bueno, ya hemos arrancado. Al menos ahora no parece un trozo de hielo abandonado a pleno sol. Mi cuerpo sigue en modo mármol de Carrara, mi mente se licúa a sí misma fruto de la ebullición interior. Algún día tendrás que explicarme cómo consigues esto, le digo mentalmente a mi hechicero. Te toca hablar Lucía, pregunta, respuesta, ¿recuerdas?

—Ehh, sí claro —acepto—. Voy a…—empiezo a explicar, pero me arrepiento—, vuelvo enseguida.

Correteo hasta el cuarto de baño del modo que un ciego lo hace, o sea, con las manos dando grandes zancadas por la pared. Hago un pipí rápido. Me lavo las manos y los dientes. Me cepillo un poco el pelo y me echo unas gotitas de “Agua” de Tom Ford, regalo de Navidad de Roberto, detrás de las orejas. A Javi le encanta merodear por ahí… ¡Dame suerte, Tom! Le hablo al frasco como una idiota.

Me escabullo a mi habitación. Me cambio los zapatos por las botas y la chaqueta por el abrigo. Hace frío. No sé cuánto tiempo voy a estar fuera. ¿Iremos a su casa? Igual tendría que coger algo de ropa. Lucía por favor, ¿y si te envía a paseo? Nada de ropa. Busco el bolso más pequeño. Meto el monedero, el móvil, mi bastón y las gafas de ciega… decir gafas de sol sonaría muy petulante ¿no? Nunca las llevo, no me gustan y no sirven para mucho, pero las cojo… por si me da por llorar, o por si llueve arena del desierto, que nunca se sabe. Lucía te está patinando mucho la azotea…

Cuando me acerco de nuevo al descansillo de casa le digo a mi ojo izquierdo que deje el tembleque, me está poniendo histérica, y oigo a Javi que dice:

—Sí, volví anoche, aunque creo que tendré que regresar…

—¿Ya estás lista? —hace la pregunta del siglo mi madre.

—Sí —es mi elocuente respuesta. Abro la puerta y voy saliendo en dirección al ascensor.

—Pues nada Javi, ¡queda pendiente una paella con nosotros eh! —reclama mi madre.

—Gracias Elena —es todo a lo que se compromete, lo que quiere decir que no sabe si volverá por aquí. ¡Estupendo! Me flagelo. Y entonces me gustaría poner un esparadrapo a mi cargante y descosida mente….

Cuando entramos en el ascensor lo llenamos con nuestro pastoso silencio. Es como colocarse de adrenalina en una nube tóxica. Casi no le oigo respirar, de hecho diría que está aguantando la respiración. ¡Tú también sufres, eh! Me congratulo. Pues ya somos dos. Como dos penitentes en acto de contrición. ¿Absolución o muerte? ¡Bufff, Lucía la fantástica está desatada…

Se reclina sobre el fondo. Eso, distancia, distancia. Está claro que mi presencia le perturba. Al menos sientes algo, le digo sin hablar. ¿Te pongo nervioso?…Pues es lo que hay, señor orgulloso. ¡Espera! Se mueve. Cambia de postura. Se yergue. Está más cerca. ¡Wow! Ese olor me desarma. Huele a naranja amarga, a un día de otoño en pleno diluvio; su Hermès azuza a mi libido que se quita los tacones y descorcha una botella de cava. ¡Toma retortijón de los buenos! ¿Qué ha sido eso? Cruzo las piernas y retengo el aire. Algún día te mataré por esto….

¡Planta baja!, dice la voz metálica que vive en el cubículo.

Salimos a la calle con la sensualidad quitándose las legañas pero la sombra que llevamos en los talones la arrincona, y con el dedo índice le dice, ¡no, no, no, a callar! Así que nuestros cuerpos se contraen de nuevo a la posición piedra, atragantados, todavía, con el ambiente corrosivo que hay. Gracias que este inaudito frío me pega un sopapo en la cara y me acuerdo de respirar.

—¿Dónde te apetece comer? —sondea Javi.

—Donde quieras, me da igual —respondo mansamente.

Entonces… ¡Por fin! ¡Por Dios! un gesto, un contacto con el que mi intuición acceda a algo de información. Me coge de la mano y empezamos a caminar. Me agarra con firmeza y eso no da muchas pistas de su estado de ánimo… Entre eso y que tengo la mano helada solo puedo percibir, tal vez, algo de incertidumbre; ¿o son nervios? No nervios no. A lo mejor es urgencia, si, es eso. Pero urgencia ¿en qué? ¿En hablar, en solucionar, en romper….? ¡Fuera! ¡Borra, borra, borra….!

Cambio el curso de mis pensamientos y aprovecho para preguntar mientras caminamos:

—¿Has estado fuera?

—El miércoles tuve que viajar a Madrid. Un problema con un cliente —explica someramente—. Regresé anoche.

Me quedo con ganas de reprocharle, me lo podías haber dicho, pero me muerdo la lengua, porque si estamos enfadados, ¿qué va a decirme? Así que un nuevo silencio.

—Estamos en el Juli, —me informa después de unos minutos andando. Un restaurante italiano cercano a mi casa al que ya hemos ido en alguna ocasión. Está bien, es tranquilo. Se puede hablar. No percibo mucha gente, y no me extraña con este tiempo.

Nos sentamos. Apenas me da tiempo a quitarme el abrigo. Javi tiene prisa y dispara a bocajarro como si llevara el peso de todos los infiernos a cuestas y ya no pudiera más.

—Bien Lucía. Cuéntame.

¡Hombre, pues dicho así, la verdad, me siento como una bruja ante la Santa Inquisición! El camarero se presenta en nuestra mesa con un buenas tardes, y supongo que con las cartas, pero Javi se anticipa.

—Pediremos más tarde. Traiga una cerveza para mí, y tú qué quieres…

—Lo mismo —respondo, pensando que está acelerado y mandón—, sin alcohol.

Me incomoda un poco esa actitud tan expeditiva. Trago saliva.

—No sabía que podías llegar a enfadarte tanto, Javi —abro un paréntesis antes de las explicaciones, porque realmente me ha sorprendido lo lejos que ha llegado.

—Yo no sabía que te gustaba mentir por placer —¡Toma ya! Gancho directo al estómago! Vale, vamos allá.

—No me gusta mentir Javi, ni por placer, ni por nada. Pero lo hice, estuvo mal y soy consciente de que no te ha gustado… de que te he hecho daño —rectifico para no banalizar su enfado, tal y como me sugirió mi madre—. Estoy muy lejos de ser perfecta…

—¿Por qué…? —Hace la pregunta del millón y obvia mi victimismo.

—Porque se jodió el fin de semana con la visita de tu madre y te culpé por ello. Y como te culpé, te quise castigar, por eso te mentí para  no verte.

—Esa parte ya me la sé, y ya te dije que no la entiendo. ¿Cuál es el problema, crees que te estoy suplantando por mi madre, que me importas menos o algo así?

—No

—Pues es un alivio, porque hubiera sido de chiste. Pero sigo sin entender nada… —Ya lo sé Javi, ya sé que no me entiendes.

En ese momento el camarero deja los botellines en la mesa y el silencio se convierte en un chicle empalagoso que hace globos de inquietud y pesar entre nosotros.

—A ver Javi, no sé cómo explicarte esto sin parecer una paranoica. No quiero complicar aún más las cosas, pero como necesitas entender, no me queda más remedio que sincerarme sobre algo que no tenía previsto contarte… todavía —expongo algo críptica.

—Adelante —me invita ante mi pequeña vacilación y se revuelve en la silla…creo que intranquilo.

—Bien —musito, y avanzo mi mano sobre la mesa en busca del botellín. Javi me ayuda a localizarlo. Me lo sirvo. Bebo. La cerveza está helada. Me da un escalofrío. Tenía que haber pedido vino, pienso…Venga, vamos allá

— Verás, tengo el presentimiento, o quizás debiera decir el convencimiento, de que no soy santo de devoción de tu madre. No estoy diciendo —me apresuro a aclarar— que no sea súper correcta conmigo y que no me trate siempre con mucho cariño. De hecho, no puede ser más amable. Pero percibo cierta “incomodidad” en ella, o tal vez sea “desencanto” ante el hecho de que una chica “como yo”, subrayo con la voz todo lo entrecomillado, esté con su hijo. No la culpo…

—Lucía…

—No por favor, no me interrumpas. Déjame terminar. Lo que quiero decir es que entiendo que ella quiera lo mejor para ti y que yo no sea la opción que había… imaginado —digo con cautela—. De verdad que lo entiendo. Pero como creo que no se siente cómoda en mi presencia pues preferí no ir con vosotros. A partir de ahí vino todo lo demás; la cagada de no querer quedar contigo el viernes, la doble cagada de mentirte y… bueno…. Pues toda la mierda de después —concluyo, asombrándome de que mi incapacidad dialéctica lo reduzca todo a la versión escatológica. ¡Estás hecha una crack! Me rindo ante mi brillante oratoria.

El chicle vuelve a estirarse y deja una pátina invisible de mutismo en la que oigo perfectamente los martillazos de mi corazón, en el pecho y las sienes. ¡Hombre, la melodramática anda por aquí también! Pasen todas las Lucías, por favor, la fiesta acaba de empezar….Javi no dice nada. Un segundo, dos, tres…Y como no puedo ver no sé si parpadea incrédulo con cara de “estás loca”, si está rojo de ira, o si le está dando un ictus. No me gusta….

—¿Javi?

—Definitivamente Lucía —dice, por fin, con la voz mucho más reconocible—, me has tenido muy confundido con esa mentira extraña, pensé que tenías celos de mi madre… y ¿al final resulta que todo este pollo es porque crees que no le gustas a mi madre? —suelta festivo, así como con dale alegría a tu cuerpo Macarena.

—¿Qué? No, no he dicho eso. He dicho que creo que no le gusto para ti. Es diferente —rechisto, aunque estoy un poco perdida. ¿Qué le hace tanta gracia?

—Mira Lucía; la próxima vez que tu intuición te avise de algo haz el favor de compartirlo, por el bien de los dos, y porque tengo la mala costumbre de subestimarte —sentencia, y me complace sentir cómo va regresando el Javi de siempre—.Tienes razón con lo de mi madre —admite, incluso jocoso—.  ¿Qué?¿Qué está pasando? ¿O sea, que le caigo mal a su madre y me lo suelta así, como si nada?

— ¡Pues qué bien…!… —me quejo en tono arisco porque a mí no me divierte.

—Pero no te lo tomes como algo personal, por favor, Lucía, no hagas un drama de esto. Mi madre siempre se muestra extremadamente cautelosa con mis relaciones. Siempre. Al principio tiene sus reservas, luego se va acostumbrando. Lo que no podía imaginar es que habías notado algo. Si incluso estoy sorprendido de lo extraordinariamente bien que te trata… Definitivamente tu radar sensorial está muy por encima de la media…

—¿Por qué no me habías dicho nada? —le recrimino—. No dar información es una forma sutil de mentir.

—No Lucía. No dar información es no dar información. No quería que te pusieras a la defensiva con ella. ¿Qué os habéis visto, tres veces?

—Cuatro —puntualizo.

—Si te hubiese prevenido no habrías sido tú misma, no quería forzar un ambiente raro sin razón. Aunque admito que, dadas las circunstancias, puede que tengas razón. Tenía que haberlo hablado contigo —recula—. De todas formas, no hay de qué preocuparse, de verdad.

—¿Y cuáles son sus reservas sobre mí? —Quiero saber. La pregunta no le hace mucha gracia, porque lanza una fuerte bocanada de aire como de ¡buff, ya estamos!

—El mismo morbo de todo el mundo, Lucía, pero en versión sobreprotectora. ¿Cómo es estar con una persona que no ve? ¿Cómo me influye a mí, que si lo tengo claro…?

Mmmmm, eso último me interesa…

—¿Y lo tienes claro…?

—Lucía, haz el favor de no dar importancia a las cosas de mi madre —esquiva el golpe—. De hecho, cuanto menos te escondas mejor.  Mi madre lo que necesita es descubrirte. Estoy seguro de que acabará adorándote… igual que yo.

Mi novio es un experto en el arte de la distracción. Y yo no tengo ganas de enzarzarme en otra batalla tan pronto, así que opto por transigir… de momento. Al ver que no rechisto llama al camarero en un inequívoco gesto de que lo da todo por zanjado. A mí también se me ha abierto el apetito. Hay que pasar página. Pedimos risotto para mí, espaguetis para él y una ensalada para compartir.

—Dime una cosa, Javi ¿tenías previsto castigarme hasta el fin de los tiempos?

—De hecho iba a llamarte el miércoles, pero surgió el viaje y lo dejé para la vuelta. Anoche cuando bajé del avión vi tu mensaje y… aquí estoy ¿no? —explica como diciendo, ¡no ha sido para tanto!

De pronto toda la tensión que tenía acumulada se me apoltrona en la garganta. La naturalidad con la que recupera su confianza hace que me sienta vulnerable. Está muy seguro de mí, y muy seguro de él. No jugamos en la misma liga. Me desasosiego. Bebo otro trago de cerveza. Solo una vez, que recuerde, he llorado delante de él y fue por la muerte de mi perra Selva hace unos meses.

Trato de recomponerme. Hago una inspiración profunda para tranquilizarme pero exhalo a trompicones. Algo nota Javi porque sus labios han salvado el limitado espacio que nos separa en la mesa y están mordiendo los míos. Es un beso ligero, de reconocimiento, de tranquila, todo está bien. Me apodero del lúpulo que la cerveza ha dejado en la superficie, paseo sobre ese territorio añorado de puntillas, recuperando los besos que no nos hemos dado estos días; se me escapa una lágrima… y la sorbemos los dos. Despega su boca de la mía tal vez sorprendido de ese sabor salado inusual en mí, pero no le dejo decir nada.

— ¡Chsss! —susurro—. Necesito verte —le digo—. Y acomodo su rostro en las cuencas de mis manos. Él se deja hacer. Sumiso. Esto le encanta.

Subo despacio por las sienes hasta alcanzar el nacimiento del pelo. Está más largo que de costumbre, Javi siempre lo lleva muy cortito. Me marco un tango en su nuca con dedos voluptuosos y hurgo, incisiva, en sus pensamientos, hasta conseguir un estremecimiento que llega, inconfundible, hasta mi tacto. Satisfecha, regreso a la cara. Dibujo sus cejas y noto que tiene los párpados cerrados. Está disfrutando. Bien. Perfilo con mis índices su nariz griega ¿por qué es griega?, me preguntó la primera vez que la tracé. Porque no tiene jorobas, es recta. En realidad es un poco impersonal le dije para que no se empachara de perfecto.

Siguiente parada, la boca. ¡Ayyyy esa zona de litigios! Nunca pensé que la aborrecería de tanto silencio hostil y desertor… Deslizo la yema de mi pulgar por su labio superior, es como repasar un mapa que me sé de memoria, me conozco todas sus grietas; todo su abanico de alientos con sus respectivas tentaciones siempre dispuestas; hago una parada en la comisura y siento que sonríe, le estoy haciendo cosquillas. Yo también sonrío. Bajo al labio inferior y me atrapa el dedo, me lo muerde. Noto la humedad de su boca. Mi estómago baila la danza del vientre. Suspiro. Libero sutilmente la presa de su cautiverio y desciendo hasta el mentón, donde me espera su mágico hoyuelo. Lo repaso, indago en esa extraña hendidura que aloja, inexplicablemente, una de sus zonas erógenas. Tanteo su profundidad, le doy toquecitos como si esperase que se borrara en cada toque, pero vuelve a aparecer…Javi entreabre la boca y sale el aire entrecortado; me está esperando, es superior a su voluntad… Me apiado de él, vuelvo a colocar mis manos alrededor de su mandíbula, perfectamente afeitada, lista para mi asalto, y cuando desciendo levemente por el cuello dejando la promesa de una caricia, él me detiene y me retiene, me besa las palmas…

—No empieces algo que no vas a poder acabar —me reprime con la voz empañada. ¿Y eso por qué? Calibra mi mente…

—¿Qué pasa, en mi ausencia te has vuelto asceta y has abrazado la castidad —atizo, resuelta—, o es que tu amiguito no se alegra de verme?

Javi, que todavía tiene mis manos retenidas, se las lleva a la frente, así puedo sentir sus repetidos movimientos negando con la cabeza, como diciendo “no tiene remedio”,  se ríe para dentro y tras unos segundos se marca una de sus ingeniosas respuestas.

—Mi amiguito, ya que lo preguntas, hace rato que lleva puesto el traje de samurái y está empuñando la espada —dice encantado de conocerse—. Yo te visualizaba desnuda en mi cama, con toda esta tarde invernal para recuperar el tiempo perdido, pero siempre vas un paso por delante Lucía, debes disculpar mi convencional torpeza. Podemos decirle al camarero que despeje la barra, se me ocurren unas ideas interesantes con los licores, a menos que prefieras una experiencia más sórdida en el aseo de señoras.

Y en ese momento sucede. Reconocer al Javi lengua suelta de siempre haciendo gala de su agudo sentido del humor; sentir otra vez esa cálida voz de bienvenida enredándose en mi piel hace que me arroje al vacío con todo el equipo; que quite el freno de mano, como me pidió Marta. Deja que las cosas fluyan. Y esas palabras secuestradas largo tiempo en mi garganta se lanzan a la aventura de la libertad, saltan al escenario sin saber si habrá ovación, correspondencia, o silencio, pero con la necesidad de entregarse, como el río se ofrece al mar sabiendo que ya nunca volverá a ser el mismo.

—Te quiero…

Capítulo siguiente: Mi te quiero errante

Capítulos anteriores

Capítulo 0 Preámbulo: Muda y Ciega

Capítulo 1: Casi perfecto

Capítulo 2: Huele a petricor

Capítulo 3: A contrapié

Capítulo 4: Mis ojos de ciega y mi cara de niña

Capítulo 5: Silencio catatónico

Capítulo 6: Mi melodrama y yo

#DiariodeLucía Reencuentro

Imagen PXHere

Su austero y distante saludo es como un dardo directo a la diana de mi confianza. Sin la calidez con la que habitualmente viste su entonación me manda en viaje de ida a Groenlandia y, por una alquimia cuyo secreto desconozco, consigue que mi sangre hierva por dentro mientras yo soy una montaña de pedregal por fuera. No puedo enhebrar una miserable sílaba. Mi no respuesta se columpia alegremente por la entrada de casa y da pataditas al aire, envaneciéndose de lo bien que funciona a veces el silencio como atraganta ambientes.

Javi carraspea

¿Tú también Javi?, pienso. ¿Te has unido a esa confabulación mundial contra mí? Pero funciona. Esos derrapajes de la garganta humana son como alfileres en mi cerebro. Reacciono. Breve, pero reacciono.

—Hola Javi

Viendo que la tensión está a punto de carcomer el recibidor y se bambolea por allí haciendo la conga en taparrabos, mi madre me echa un capote.

—Javi, hoy tenemos paella, ¿te apetece comer con nosotros?

—Te lo agradezco Elena, de veras —responde mi siempre bien educado y por el momento novio—, pero en realidad quería invitar a Lucía a comer fuera.

Bueno, ya hemos arrancado. Al menos ahora no parece un trozo de hielo abandonado a pleno sol. Mi cuerpo sigue en modo mármol de Carrara, mi mente se licúa a sí misma fruto de la ebullición interior. Algún día tendrás que explicarme cómo consigues esto, le digo mentalmente a mi hechicero. Te toca hablar Lucía, pregunta, respuesta, ¿recuerdas?

—Ehh, sí claro —acepto—. Voy a…—empiezo a explicar, pero me arrepiento—, vuelvo enseguida.

Correteo hasta el cuarto de baño del modo que un ciego lo hace, o sea, con las manos dando grandes zancadas por la pared. Hago un pipí rápido. Me lavo las manos y los dientes. Me cepillo un poco el pelo y me echo unas gotitas de “Agua” de Tom Ford, regalo de Navidad de Roberto, detrás de las orejas. A Javi le encanta merodear por ahí… ¡Dame suerte, Tom! Le hablo al frasco como una idiota.

Me escabullo a mi habitación. Me cambio los zapatos por las botas y la chaqueta por el abrigo. Hace frío. No sé cuánto tiempo voy a estar fuera. ¿Iremos a su casa? Igual tendría que coger algo de ropa. Lucía por favor, ¿y si te envía a paseo? Nada de ropa. Busco el bolso más pequeño. Meto el monedero, el móvil, mi bastón y las gafas de ciega… decir gafas de sol sonaría muy petulante ¿no? Nunca las llevo, no me gustan y no sirven para mucho, pero las cojo… por si me da por llorar, o por si llueve arena del desierto, que nunca se sabe. Lucía te está patinando mucho la azotea…

Cuando me acerco de nuevo al descansillo de casa le digo a mi ojo izquierdo que deje el tembleque, me está poniendo histérica, y oigo a Javi que dice:

—Sí, volví anoche, aunque creo que tendré que regresar…

—¿Ya estás lista? —hace la pregunta del siglo mi madre.

—Sí —es mi elocuente respuesta. Abro la puerta y voy saliendo en dirección al ascensor.

—Pues nada Javi, ¡queda pendiente una paella con nosotros eh! —reclama mi madre.

—Gracias Elena —es todo a lo que se compromete, lo que quiere decir que no sabe si volverá por aquí. ¡Estupendo! Me flagelo. Y entonces me gustaría poner un esparadrapo a mi cargante y descosida mente….

Cuando entramos en el ascensor lo llenamos con nuestro pastoso silencio. Es como colocarse de adrenalina en una nube tóxica. Casi no le oigo respirar, de hecho diría que está aguantando la respiración. ¡Tú también sufres, eh! Me congratulo. Pues ya somos dos. Como dos penitentes en acto de contrición. ¿Absolución o muerte? ¡Bufff, Lucía la fantástica está desatada…

Se reclina sobre el fondo. Eso, distancia, distancia. Está claro que mi presencia le perturba. Al menos sientes algo, le digo sin hablar. ¿Te pongo nervioso?…Pues es lo que hay, señor orgulloso. ¡Espera! Se mueve. Cambia de postura. Se yergue. Está más cerca. ¡Wow! Ese olor me desarma. Huele a naranja amarga, a un día de otoño en pleno diluvio; su Hermès azuza a mi libido que se quita los tacones y descorcha una botella de cava. ¡Toma retortijón de los buenos! ¿Qué ha sido eso? Cruzo las piernas y retengo el aire. Algún día te mataré por esto….

¡Planta baja!, dice la voz metálica que vive en el cubículo.

Salimos a la calle con la sensualidad quitándose las legañas pero la sombra que llevamos en los talones la arrincona, y con el dedo índice le dice, ¡no, no, no, a callar! Así que nuestros cuerpos se contraen de nuevo a la posición piedra, atragantados, todavía, con el ambiente corrosivo que hay. Gracias que este inaudito frío me pega un sopapo en la cara y me acuerdo de respirar.

—¿Dónde te apetece comer? —sondea Javi.

—Donde quieras, me da igual —respondo mansamente.

Entonces… ¡Por fin! ¡Por Dios! un gesto, un contacto con el que mi intuición acceda a algo de información. Me coge de la mano y empezamos a caminar. Me agarra con firmeza y eso no da muchas pistas de su estado de ánimo… Entre eso y que tengo la mano helada solo puedo percibir, tal vez, algo de incertidumbre; ¿o son nervios? No nervios no. A lo mejor es urgencia, si, es eso. Pero urgencia ¿en qué? ¿En hablar, en solucionar, en romper….? ¡Fuera! ¡Borra, borra, borra….!

Cambio el curso de mis pensamientos y aprovecho para preguntar mientras caminamos:

—¿Has estado fuera?

—El miércoles tuve que viajar a Madrid. Un problema con un cliente —explica someramente—. Regresé anoche.

Me quedo con ganas de reprocharle, me lo podías haber dicho, pero me muerdo la lengua, porque si estamos enfadados, ¿qué va a decirme? Así que un nuevo silencio.

—Estamos en el Juli, —me informa después de unos minutos andando. Un restaurante italiano cercano a mi casa al que ya hemos ido en alguna ocasión. Está bien, es tranquilo. Se puede hablar. No percibo mucha gente, y no me extraña con este tiempo.

Nos sentamos. Apenas me da tiempo a quitarme el abrigo. Javi tiene prisa y dispara a bocajarro como si llevara el peso de todos los infiernos a cuestas y ya no pudiera más.

—Bien Lucía. Cuéntame.

¡Hombre, pues dicho así, la verdad, me siento como una bruja ante la Santa Inquisición! El camarero se presenta en nuestra mesa con un buenas tardes, y supongo que con las cartas, pero Javi se anticipa.

—Pediremos más tarde. Traiga una cerveza para mí, y tú qué quieres…

—Lo mismo —respondo, pensando que está acelerado y mandón—, sin alcohol.

Me incomoda un poco esa actitud tan expeditiva. Trago saliva.

—No sabía que podías llegar a enfadarte tanto, Javi —abro un paréntesis antes de las explicaciones, porque realmente me ha sorprendido lo lejos que ha llegado.

—Yo no sabía que te gustaba mentir por placer —¡Toma ya! Gancho directo al estómago! Vale, vamos allá.

—No me gusta mentir Javi, ni por placer, ni por nada. Pero lo hice, estuvo mal y soy consciente de que no te ha gustado… de que te he hecho daño —rectifico para no banalizar su enfado, tal y como me sugirió mi madre—. Estoy muy lejos de ser perfecta…

—¿Por qué…? —Hace la pregunta del millón y obvia mi victimismo.

—Porque se jodió el fin de semana con la visita de tu madre y te culpé por ello. Y como te culpé, te quise castigar, por eso te mentí para  no verte.

—Esa parte ya me la sé, y ya te dije que no la entiendo. ¿Cuál es el problema, crees que te estoy suplantando por mi madre, que me importas menos o algo así?

—No

—Pues es un alivio, porque hubiera sido de chiste. Pero sigo sin entender nada… —Ya lo sé Javi, ya sé que no me entiendes.

En ese momento el camarero deja los botellines en la mesa y el silencio se convierte en un chicle empalagoso que hace globos de inquietud y pesar entre nosotros.

—A ver Javi, no sé cómo explicarte esto sin parecer una paranoica. No quiero complicar aún más las cosas, pero como necesitas entender, no me queda más remedio que sincerarme sobre algo que no tenía previsto contarte… todavía —expongo algo críptica.

—Adelante —me invita ante mi pequeña vacilación y se revuelve en la silla…creo que intranquilo.

—Bien —musito, y avanzo mi mano sobre la mesa en busca del botellín. Javi me ayuda a localizarlo. Me lo sirvo. Bebo. La cerveza está helada. Me da un escalofrío. Tenía que haber pedido vino, pienso…Venga, vamos allá

— Verás, tengo el presentimiento, o quizás debiera decir el convencimiento, de que no soy santo de devoción de tu madre. No estoy diciendo —me apresuro a aclarar— que no sea súper correcta conmigo y que no me trate siempre con mucho cariño. De hecho, no puede ser más amable. Pero percibo cierta “incomodidad” en ella, o tal vez sea “desencanto” ante el hecho de que una chica “como yo”, subrayo con la voz todo lo entrecomillado, esté con su hijo. No la culpo…

—Lucía…

—No por favor, no me interrumpas. Déjame terminar. Lo que quiero decir es que entiendo que ella quiera lo mejor para ti y que yo no sea la opción que había… imaginado —digo con cautela—. De verdad que lo entiendo. Pero como creo que no se siente cómoda en mi presencia pues preferí no ir con vosotros. A partir de ahí vino todo lo demás; la cagada de no querer quedar contigo el viernes, la doble cagada de mentirte y… bueno…. Pues toda la mierda de después —concluyo, asombrándome de que mi incapacidad dialéctica lo reduzca todo a la versión escatológica. ¡Estás hecha una crack! Me rindo ante mi brillante oratoria.

El chicle vuelve a estirarse y deja una pátina invisible de mutismo en la que oigo perfectamente los martillazos de mi corazón, en el pecho y las sienes. ¡Hombre, la melodramática anda por aquí también! Pasen todas las Lucías, por favor, la fiesta acaba de empezar….Javi no dice nada. Un segundo, dos, tres…Y como no puedo ver no sé si parpadea incrédulo con cara de “estás loca”, si está rojo de ira, o si le está dando un ictus. No me gusta….

—¿Javi?

—Definitivamente Lucía —dice, por fin, con la voz mucho más reconocible—, me has tenido muy confundido con esa mentira extraña, pensé que tenías celos de mi madre… y ¿al final resulta que todo este pollo es porque crees que no le gustas a mi madre? —suelta festivo, así como con dale alegría a tu cuerpo Macarena.

—¿Qué? No, no he dicho eso. He dicho que creo que no le gusto para ti. Es diferente —rechisto, aunque estoy un poco perdida. ¿Qué le hace tanta gracia?

—Mira Lucía; la próxima vez que tu intuición te avise de algo haz el favor de compartirlo, por el bien de los dos, y porque tengo la mala costumbre de subestimarte —sentencia, y me complace sentir cómo va regresando el Javi de siempre—.Tienes razón con lo de mi madre —admite, incluso jocoso—.  ¿Qué?¿Qué está pasando? ¿O sea, que le caigo mal a su madre y me lo suelta así, como si nada?

— ¡Pues qué bien…!… —me quejo en tono arisco porque a mí no me divierte.

—Pero no te lo tomes como algo personal, por favor, Lucía, no hagas un drama de esto. Mi madre siempre se muestra extremadamente cautelosa con mis relaciones. Siempre. Al principio tiene sus reservas, luego se va acostumbrando. Lo que no podía imaginar es que habías notado algo. Si incluso estoy sorprendido de lo extraordinariamente bien que te trata… Definitivamente tu radar sensorial está muy por encima de la media…

—¿Por qué no me habías dicho nada? —le recrimino—. No dar información es una forma sutil de mentir.

—No Lucía. No dar información es no dar información. No quería que te pusieras a la defensiva con ella. ¿Qué os habéis visto, tres veces?

—Cuatro —puntualizo.

—Si te hubiese prevenido no habrías sido tú misma, no quería forzar un ambiente raro sin razón. Aunque admito que, dadas las circunstancias, puede que tengas razón. Tenía que haberlo hablado contigo —recula—. De todas formas, no hay de qué preocuparse, de verdad.

—¿Y cuáles son sus reservas sobre mí? —Quiero saber. La pregunta no le hace mucha gracia, porque lanza una fuerte bocanada de aire como de ¡buff, ya estamos!

—El mismo morbo de todo el mundo, Lucía, pero en versión sobreprotectora. ¿Cómo es estar con una persona que no ve? ¿Cómo me influye a mí, que si lo tengo claro…?

Mmmmm, eso último me interesa…

—¿Y lo tienes claro…?

—Lucía, haz el favor de no dar importancia a las cosas de mi madre —esquiva el golpe—. De hecho, cuanto menos te escondas mejor.  Mi madre lo que necesita es descubrirte. Estoy seguro de que acabará adorándote… igual que yo.

Mi novio es un experto en el arte de la distracción. Y yo no tengo ganas de enzarzarme en otra batalla tan pronto, así que opto por transigir… de momento. Al ver que no rechisto llama al camarero en un inequívoco gesto de que lo da todo por zanjado. A mí también se me ha abierto el apetito. Hay que pasar página. Pedimos risotto para mí, espaguetis para él y una ensalada para compartir.

—Dime una cosa, Javi ¿tenías previsto castigarme hasta el fin de los tiempos?

—De hecho iba a llamarte el miércoles, pero surgió el viaje y lo dejé para la vuelta. Anoche cuando bajé del avión vi tu mensaje y… aquí estoy ¿no? —explica como diciendo, ¡no ha sido para tanto!

De pronto toda la tensión que tenía acumulada se me apoltrona en la garganta. La naturalidad con la que recupera su confianza hace que me sienta vulnerable. Está muy seguro de mí, y muy seguro de él. No jugamos en la misma liga. Me desasosiego. Bebo otro trago de cerveza. Solo una vez, que recuerde, he llorado delante de él y fue por la muerte de mi perra Selva hace unos meses.

Trato de recomponerme. Hago una inspiración profunda para tranquilizarme pero exhalo a trompicones. Algo nota Javi porque sus labios han salvado el limitado espacio que nos separa en la mesa y están mordiendo los míos. Es un beso ligero, de reconocimiento, de tranquila, todo está bien. Me apodero del lúpulo que la cerveza ha dejado en la superficie, paseo sobre ese territorio añorado de puntillas, recuperando los besos que no nos hemos dado estos días; se me escapa una lágrima… y la sorbemos los dos. Despega su boca de la mía tal vez sorprendido de ese sabor salado inusual en mí, pero no le dejo decir nada.

— ¡Chsss! —susurro—. Necesito verte —le digo—. Y acomodo su rostro en las cuencas de mis manos. Él se deja hacer. Sumiso. Esto le encanta.

Subo despacio por las sienes hasta alcanzar el nacimiento del pelo. Está más largo que de costumbre, Javi siempre lo lleva muy cortito. Me marco un tango en su nuca con dedos voluptuosos y hurgo, incisiva, en sus pensamientos, hasta conseguir un estremecimiento que llega, inconfundible, hasta mi tacto. Satisfecha, regreso a la cara. Dibujo sus cejas y noto que tiene los párpados cerrados. Está disfrutando. Bien. Perfilo con mis índices su nariz griega ¿por qué es griega?, me preguntó la primera vez que la tracé. Porque no tiene jorobas, es recta. En realidad es un poco impersonal le dije para que no se empachara de perfecto.

Siguiente parada, la boca. ¡Ayyyy esa zona de litigios! Nunca pensé que la aborrecería de tanto silencio hostil y desertor… Deslizo la yema de mi pulgar por su labio superior, es como repasar un mapa que me sé de memoria, me conozco todas sus grietas; todo su abanico de alientos con sus respectivas tentaciones siempre dispuestas; hago una parada en la comisura y siento que sonríe, le estoy haciendo cosquillas. Yo también sonrío. Bajo al labio inferior y me atrapa el dedo, me lo muerde. Noto la humedad de su boca. Mi estómago baila la danza del vientre. Suspiro. Libero sutilmente la presa de su cautiverio y desciendo hasta el mentón, donde me espera su mágico hoyuelo. Lo repaso, indago en esa extraña hendidura que aloja, inexplicablemente, una de sus zonas erógenas. Tanteo su profundidad, le doy toquecitos como si esperase que se borrara en cada toque, pero vuelve a aparecer…Javi entreabre la boca y sale el aire entrecortado; me está esperando, es superior a su voluntad… Me apiado de él, vuelvo a colocar mis manos alrededor de su mandíbula, perfectamente afeitada, lista para mi asalto, y cuando desciendo levemente por el cuello dejando la promesa de una caricia, él me detiene y me retiene, me besa las palmas…

—No empieces algo que no vas a poder acabar —me reprime con la voz empañada. ¿Y eso por qué? Calibra mi mente…

—¿Qué pasa, en mi ausencia te has vuelto asceta y has abrazado la castidad —atizo, resuelta—, o es que tu amiguito no se alegra de verme?

Javi, que todavía tiene mis manos retenidas, se las lleva a la frente, así puedo sentir sus repetidos movimientos negando con la cabeza, como diciendo “no tiene remedio”,  se ríe para dentro y tras unos segundos se marca una de sus ingeniosas respuestas.

—Mi amiguito, ya que lo preguntas, hace rato que lleva puesto el traje de samurái y está empuñando la espada —dice encantado de conocerse—. Yo te visualizaba desnuda en mi cama, con toda esta tarde invernal para recuperar el tiempo perdido, pero siempre vas un paso por delante Lucía, debes disculpar mi convencional torpeza. Podemos decirle al camarero que despeje la barra, se me ocurren unas ideas interesantes con los licores, a menos que prefieras una experiencia más sórdida en el aseo de señoras.

Y en ese momento sucede. Reconocer al Javi lengua suelta de siempre haciendo gala de su agudo sentido del humor; sentir otra vez esa cálida voz de bienvenida enredándose en mi piel hace que me arroje al vacío con todo el equipo; que quite el freno de mano, como me pidió Marta. Deja que las cosas fluyan. Y esas palabras secuestradas largo tiempo en mi garganta se lanzan a la aventura de la libertad, saltan al escenario sin saber si habrá ovación, correspondencia, o silencio, pero con la necesidad de entregarse, como el río se ofrece al mar sabiendo que ya nunca volverá a ser el mismo.

—Te quiero…

Capítulo siguiente: Mi te quiero errante

 

Capítulos anteriores

Capítulo 0 Preámbulo: Muda y Ciega

Capítulo 1: Casi perfecto

Capítulo 2: Huele a petricor

Capítulo 3: A contrapié

Capítulo 4: Mis ojos de ciega y mi cara de niña

Capítulo 5: Silencio catatónico

Capítulo 6: Mi melodrma y yo

Puedes hacer una consulta por Whatsapp

¡Hola! Haga clic en mi foto para iniciar un chat por Whatsapp

Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

online

Pin It on Pinterest

Share This