Cuestión de disponibilidad

por | Abr 22, 2021 | Ficción | 4 Comentarios

disponibilidad

Imagen de Anastasia Gepp en Pixabay

—Bueno, esto es lo que había pensado —le suelto a bocajarro a Jandro tras haber descubierto un material bastante bueno en su trabajo sobre la madre de Lord Byron—. Me imagino a un Byron ya adulto escribiendo las primeras páginas de sus Diarios, es decir, con 24 años, hablando en un tono muy íntimo, en plena introspección. De entrada nos permite arrancar con un personaje desconocido para el público…

—Sí, pero…—me interrumpe…

—Déjame acabar —refuto, algo seca…—, por favor —suavizo el tono. Nos conviene buen rollo a los dos.

—Está bien. Disculpa —y emite un carraspeo que me enciende. ¡Fuera! ¡No te distraigas, Lucía! Continúa con tu argumento.

—Bien. El contrapunto a este inicio “aburrido” —teatralizo las señales de las comillas para hacerle saber que sé por dónde va su resistencia—, es que inmediatamente jugaremos con los «flashback» a su infancia para poner el foco en esa tormentosa relación que tuvo con su madre.

Me quedo callada. Él aguanta unos segundos en silencio. Estoy esperando tu opinión, Bond, me impaciento mentalmente.

—¿Y si lo hacemos al revés? —sugiere.

—¿A qué te refieres?

—Empezar con la tensión dramática arriba. Con una de las reprimendas de Catherin al niño Byron donde se muestre, de forma rotunda e inequívoca, cómo ejercía la influencia materna. Haríamos el tránsito contrario, es decir, «flashforward» para encontrarnos con el poeta ya adulto.

Me quedo pensando y reconozco que no me parece mala idea. Es empezar de una forma tal vez más atractiva y con gancho para el público.

—Podríamos dejar que Catherin haga los honores de presentarse a sí misma antes de que nuestro escritor diga nada —pienso en voz alta.

—¡Eso es! —se entusiasma—. Ella gritando al niño Byron “¡eres como tu padre “El Loco”, peor que tu abuelo, “El Tormentoso”…!”

—Por no hablar del tío abuelo —apunto— a quien llamaban “el villano”…

—¡Joder! —exclama Bond—, ese no lo tenía fichado. ¡No es para presumir de estirpe, precisamente!

—No, al contrario, la madre se encargó de manejar esta información con maestría para inculcar en el crío un sentimiento de culpa que, a la larga, escondería toda su vida.

—Entonces —recapitula él—, ¿qué te parece si introducimos en esa primera escena el “cojo bribón” de Catherin y lo de “vieja viuda” que le llamaba él?  La tensión generará expectación inmediatamente —argumenta convencido Bond.

—No hay que olvidar que también fue ella quien le aficionó a la lectura, Jandro. Debemos mostrar esa relación de amor-odio en toda su amplitud.

Me quedo pensando en ese comienzo alternativo al que yo había elucubrado. Está bien, musito para mí misma, compro tu idea, pero también me clavo una nota mental en la frente para ir con cuidado con el excesivo gusto por los fuegos artificiales que manifiesta mi compañero.

—Vale —convengo, finalmente—, tenemos el arranque. Vamos a parir esos primeros años de su infancia; los de Aberdeen en Escocia, pero sobre todo los de la abadía Newstead en Nottingham que fue, además, donde surgieron los primeros versos.

—¿En este lugar se enamoró de su prima, no? —pregunta.

—Efectivamente. Mary Duff le mandó a paseo y este rechazo provocaría el nacimiento del poeta —digo visualizando ya buena parte del guion.

Nos ponemos a trabajar en estado casi de euforia en los diálogos de esa primera acalorada escena y en la estructura general del episodio piloto, con diversos saltos en el tiempo para mostrar la dualidad de la personalidad de Byron. Mientras la lluvia de ideas va fluyendo yo escribo en mi ordenador y Jandro está con las notas de ambos para que no se nos escape nada. Nos dan casi las tres de la tarde sin apenas darnos cuenta y, dado que hemos logrado avanzar bastante, decidimos que es hora de acabar la sesión. Él ha llegado a las once pero yo llevo desde las ocho de la mañana y estoy exhausta. Mientras Bond se levanta al baño aprovecho para estirarme y buscar noticias en mi móvil.

Tiene dos mensajes nuevos, parlotea. Decido ir al office y escucharlos allí para luego contestar con cierta intimidad. Me levanto y camino confiada por la deshabitada oficina cuando de pronto choco con la silla de Jandro, que se resiste al hábito de dejar la zona despejada cuando se mueve. El teléfono salta de mis manos con un sonoro plof y deduzco que la batería se independiza violentamente con varios click, clock, clock que suenan desperdigados por el suelo.

—¡Mierda! —resoplo.

—¡Vaya! ¡Qué torpe soy! —se lamenta Bond que, al parecer, justo sale del baño en ese momento. Se acerca a mi pequeño caos y se agacha junto a mí, que estoy en cuclillas tratando de localizar las tripas de mi sufrido aparato.

—Espera, deja que te ayude —ofrece su voz radiofónica.

No hay nada de inocente en cómo se aproxima por el lado derecho de mi rostro. Puedo sentir su respiración, incluso huelo el jabón de la oficina con el que se ha lavado las manos. Está invadiendo mi espacio vital de forma premeditada, no me cabe duda. Me está husmeando, literalmente. ¡No me vengas con gilipolleces Bond!, le increpo mentalmente. ¿Estás poniendo a prueba tus feromonas o qué…?. Me levanto. Mantengo la calma. Me parece tan pueril que casi me da la risa. ¿Cuántos años dijo Álex que tenías, 29? Pues esto es de patio de colegio…

—A ver, voy a poner la batería en su sitio —me informa cuando por fin se pone en pie.

—No es necesario, ya lo…

Tarde. No atiende a nada. Él, a lo suyo. Al instalarla salta el mensaje de Javi. O tal vez Jandro ha querido saber lo que tiene que decirme mi novio. Sea lo que sea, creo que le importa una mierda lo que yo piense.

Mensaje de Javi, sábado, hora 11:35.

—¿Qué se cuenta el patizambo? —curiosea Javi al principio de forma jocosa—. Madrid está gris, hace frío…, mucho frío…—murmura luego con voz más íntima y leo entre líneas ese modo que tiene de decirme “te echo de menos”; para terminar en un tono casi animal—: ¡no esperes misericordia a mi vuelta…! —dejando en el aire una sugerente promesa.

¿Ves?, reprendo sin hablar a mi compañero chismoso, este chico es quien despierta en mis hormonas un festival de lujuria con solo abrir la boca, aunque esté a 600 km de distancia. Me sale una sonrisa al pensarlo.

—¡Lo siento, Lucía! —vuelve a disculparse Bond con un carraspeo un tanto forzado. ¡Vamos que su disculpa suena más falsa que Judas!

—¡No pasa nada! —respondo desapasionada.

Me importa un pito que lo hayas escuchado. La verdad es que me está divirtiendo que justo haya saltado el mensaje después de su torpe maniobra de acercamiento.  Extiendo mi brazo al aire con solemne paciencia para que me devuelva mi móvil. Cuando lo recupero, no me puedo resistir, me cobro mi venganza:

—¡Te has dejado la bragueta abierta! —anuncio con la voz tan seria que es imposible intuir la broma. Escucho un respingo, un ¡¿qué!? y un manotazo instintivo que, supongo, se ha dirigido a sus partes nobles mientras yo ya estoy entrando en el office partiéndome el pecho.

—¡Por Dios Lucía…! —le oigo rebuznar cuando asume que ha caído en mi emboscada como un tonto.

¡Te lo tienes merecido, por hacerte el inocente conmigo!

Una vez allí vuelvo a escuchar a Javi, una vez, dos y otra más. Me doy un pequeño atracón lejos de testigos inoportunos rompiendo la magia. Al fin contesto: el patizambo progresa adecuadamente, está descubriendo su primer amor. En Barcelona también hace frío, pero el sol está incendiando las calles…. Y con respecto a tu amenaza, le digo riéndome, no recuerdo haber solicitado tu clemencia jamás, le suelta Lucía la fantástica. Para terminar me intereso por lo suyo: ¿Y tu cliente? ¿Le has puesto ya un bozal de pimienta en la boca? Sé que hoy también tenía un día duro.

Tras ver el mensaje de mi madre la llamo y quedamos en que pase a recogerme en una hora para ir juntas a ver a mi abuela. Es hora de irse.

Un bocata  rápido

Cuando me reúno con Jandro me dice que ya está todo apagado y listo para cerrar.

—¿Mi ordenador también?

—Sí, claro, por qué…

—Bueno, no te ofendas —refuto esta vez seria de verdad—, pero mi ordenador solo lo toco yo. Álex invirtió una gran suma de dinero en todo el software específico que lleva instalado para mí y prefiero ser la única responsable. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —acepta, se toma unos segundos—. Si ya has terminado de reírte de mí y de darme reprimendas, supongo que puedo invitarte a una cerveza. —Plantea con una seguridad en la voz que no parece contemplar una negativa como respuesta.

—Pues no, Jandro —Yo también sé modular mi tono de voz—. Verás, mi madre viene en un rato a buscarme. Voy a comer algo rápido y…

—Entonces te acompaño hasta que llegue tu madre —insiste, como si no hubiera dicho nada. ¿De dónde saca este chico esa soberbia?—. ¡Venga Lucía —dice ahora tratando de vencer mi resistencia— que solo es una cerveza, no seas tan arisca después de lo bien que hemos trabajado!

No me apetece entrar en un juego de dimes y diretes a ver quién puede más así que claudico. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana en el “Ajedrez”, el bar al que solemos ir junto a la oficina. Mientras nos sirven dejo que el sol se ponga las botas con mi mejilla izquierda, cierro los ojos un instante y absorbo ese chute de energía tan agradable meciéndome en su calor.

—¿Puedo hacerte una pregunta personal? —interrumpe mi fiesta privada.

—Adelante —le invito, mientras tanteo mi bocata para darle caza.

—¿Siempre has llevado tan bien lo de ser ciega?

—¿Comparado con qué? ¿Con no ser ciega? —rebato—. Vine así de serie, Jandro, no sé lo que significa ver tal y como tú lo entiendes. No tengo esas referencias que a ti te hacen concebir el mundo inimaginable sin el sentido de la vista. Yo no sé cómo es el color rojo que tú distingues en un parpadeo, solo puedo asociarlo a una sensación. Mis manos dibujan el mundo exterior y con eso hago un molde en mi cabeza, pero utilizo mis propias referencias. Así que, en ese sentido, sí, siempre lo he llevado bien. Mis limitaciones me ponen a prueba cada día para avanzar, eso es innegable, y trabajo a diario para ser autosuficiente, pero el hecho de ser ciega no ha intervenido de una forma determinante en que yo sea más o menos feliz.

—Tal vez sobredimensionamos nuestros propios sentidos —razona.

—No me malinterpretes. Me encantaría ver, pero no me puedo permitir ir por ahí quejándome de algo sobre lo que no tengo control.

—O sea que no es una fachada —suelta de pronto.

—¿Qué?

—Que tu fortaleza y toda esa mala leche son auténticas…. No es una máscara bajo la que se oculta una Lucía más insegura, más… no sé, dócil…

—Tan auténticas como tu arrogancia —rebato al insolente James Bond.

Si supieras todas las Lucías que llevo dentro te quedarías de piedra, pero ¿quién eres tú para cuestionarme?

—Tocado y hundido —alega sin sentirse ofendido—. Y cierto —asume. Este chico me confunde. Es arrogante, pero honesto.

—Oye, ahora que ya hemos confesado nuestros pecados, —cambio de tercio adrede— quería comentarte que no es necesario que vengas mañana. Creo que con las horas laborales oficiales nos podemos apañar —sugiero.

—¿Tú vas a venir?

—Sí, Jandro. Pero porque es mi proyecto y porque este finde tengo todo el tiempo del mundo disponible….

—Yo también estoy disponible —dice, jactancioso—. No hay más que hablar. Nos ha venido bien tener la oficina para nosotros. Hemos avanzado mucho así que me apunto, por supuesto.

Ahí está otra vez el arrogante Bond. Por supuesto que te apuntas. ¿No se te ha ocurrido pensar que tal vez no me apetece que vengas?

—¿Qué pasa, no te espera nadie en casa? ¿Una madre, una pareja, un perro…? —Le pregunto a bocajarro a ver si se da por aludido.

—No me gustan los perros. Vivo solo y no soy de parejas…

¿No soy de parejas? ¿Qué clase de afirmación es esa? ¿Qué eres, de tríos? ¿Tienes un harén? ¿No serás un perturbado? Cierro la boca a mis pensamientos porque a mi qué me importa si es de parejas o del Atlético de Madrid.

—Ya —emito sin más…

—Me refiero al sentido convencional de la palabra —aclara, sin yo pedírselo—. No tengo novias ni ese tipo de relaciones que hacen que las personas parezcan bienes patrimoniales.

Me descoloca. Y me insto a mí misma a no preguntar, a dejarlo estar.

—Bueno, tal vez un poco exagerada la definición pero cada cual busca la felicidad a su modo —replico sin mucho entusiasmo para no darle cuerda.

—La felicidad es un concepto ambiguo que no tiene que ir necesariamente unido al amor de pareja —me suelta—. Yo soy feliz con mi trabajo, por ejemplo.

—Sí —entro al trapo—. Pero el trabajo no te abraza, ni te besa, ni te cuenta chistes…—me pongo estupenda.

—Claro que no. Del mismo modo que esa persona que te abraza; si te abraza, y te hace el amor; cuando te lo hace, no siempre te hace feliz —sentencia—. Demasiados factores en la fórmula: compatibilidad, confianza, comunicación, por no hablar de la fidelidad y el sexo. A la larga siempre falla algo…

—Pero qué bueno mientras duró —refuto.

—O no, o vaya mierda —replica

—Suena a “he tenido una experiencia horrible y no quiero más”.

—Te equivocas. He tenido parejas convencionales y he decidido que no es lo mío.

—Vale, pues si así te va bien ¡enhorabuena! —suelto con todo el sarcasmo del mundo.

Disponible o no disponible

—Solo digo que deberíamos saber relacionarnos sin tanta mojigatería —se aventura a defender su posición—, entendiendo que nos pueden gustar distintas personas, de distinta manera sin criminalizar a nadie por ello. No entiendo que se entrometa el término traición en algo tan natural como el sexo, por ejemplo. Hay demasiados prejuicios, nos exigimos someternos a unas normas que luego somos incapaces de cumplir ¿por qué? Porque es anti natural —expone con vehemencia—. Podemos sentir atracción por alguien, acostarnos con diferentes personas sin dejar de amar a otro alguien. La fidelidad y la monogamia son conceptos culturales autoimpuestos, contrarios per se, al instinto humano.

De repente, no sé por qué, me parece estar en una encerrona, como si toda esa conversación hubiera sido una trampa para conducirme a algún sitio al que me ha llevado tan a ciegas que me siento estúpida. ¿Adónde quieres ir a parar, Bond? Me cuestiono calladita.

—Bueno —digo, decidida a zanjar el tema—. También podríamos dar rienda suelta a nuestros instintos violentos, o asesinos, y los reprimimos. En cualquier caso, Jandro, supongo que es una forma de entender las relaciones tan lícita como cualquiera. Es tu opción. No tengo nada que decir.

Se hace un pequeño silencio que ambos aprovechamos para dar un trago.

—¿Puedo hacerte otra pregunta personal, Lucía? —me pregunta, sin esperar mi autorización, por supuesto—. ¿Le darías una segunda oportunidad si se va con otra? –juega con la información que ha obtenido del mensaje del teléfono—. ¿Te la daría él a ti? Eres una mujer muy atractiva, seguro que no te faltan oportunidades para…

—¿Para acostarme con otros, por ejemplo contigo? —Le corto muy seca porque ya me he hartado—. ¿Es lo que tratas de insinuar, que cuando tenga un bajonazo tú estarás ahí disponible para un polvo sin compromiso?

—¡Hostia, Lucía! Saltas como una gata salvaje a la mínima, ¿ves cómo ya estás retorciendo la conversación? ¿Puedo acabar…?

Pues si supieras los juramentos que se han quedado en la retaguardia te sorprenderías, refunfuño para dentro.

—¡Por supuesto que yo estaría disponible si un día quieres! —confirma abiertamente. ¡Pues qué bien, pienso con ironía—. Que lo reconozca no cambia nada para mí, me acuesto con muchas amigas y amigos —anda, y además bisexual. Hoy es mi día de suerte con las confidencias—. Que un día pudiéramos acostarnos no significa, al menos para mí, que te vaya a perder el respeto, ni mi admiración como compañero, ni sería diferente mi confianza hacia ti. Tampoco lo he dado por hecho en ningún momento, así que guarda tus uñas de loba. Pero te pido por favor que no me mires como a un pervertido simplemente porque admita haberlo pensado.

—Bien, Jandro, cómo yo te mire y lo que vea o deje de ver es cosa mía —juego con esos verbos y toda su segunda intención a mala leche—;  lo que tú pienses y tu presunta disponibilidad para las actividades que tú quieras es cosa tuya, pero no vuelvas a mencionar, ni sugerir, ni proponer ni insinuar nada entre nosotros que no sea estrictamente profesional. ¿Entendido?

—Entendido. De verdad que no te estaba proponiendo nada parecido…

—Simplemente me estabas informando de tu disponibilidad ¿no?

Si tu disponibilidad para dar felicidad es limitada, tu disponibilidad para recibirla también lo será, decía creo que Lao-Tsé. Me gusta pensar que soy generoso.

—Pues yo estoy servida, puedes ahorrarte tu generosidad conmigo.

—Solo es una conversación, Lucía, no la lleves al terreno personal —sentencia él haciéndose el gracioso, o no, no lo sé, la verdad.

—¿Cómo no llevarla si mi compañero me habla de echar un polvo inocente bajo un pretendido disfraz de “viva la libertad sexual”. Somos compañeros y nos conocemos de hace dos meses. Es improcedente.

—Está bien, Lucía. Veo que no vamos a ponernos de acuerdo. Si te he ofendido te pido disculpas…otra vez. De verdad que no pretendía incomodarte. Dime que esto no afectará a nuestro trabajo….

Este chico tiene la capacidad de sorprenderme cada dos frases.

—¿Dudas de mi profesionalidad? —defiendo ahora mi integridad.

—No, claro que no. Temo tu visceralidad, pero sé al mismo tiempo que serás sincera gracias a ella así que todo zanjado. No más “libertad sexual” —clama con sorna, y tengo la sensación de que se cachondea de mí como si realmente yo fuera una mojigata que no ha visto la luz. ¿No ver la luz? Pues sí que tengo el día cachondo….

—Deja que yo controle mis vísceras, Jandro, y tú mantén a raya tu “disponibilidad”. A ti y a mí lo único que tiene que preocuparnos es Byron. Teniéndolo los dos claro no habrá ningún problema

—Entendido, Lucía —asevera con su voz varonil—. Sin problemas.

Llega el camarero con los cafés. Saco un momento el móvil para consultar la hora. Las 16:20, me canta. Bien, en quince minutos llega mi madre y finiquito la comida más surrealista que he tenido en mi vida con un casi desconocido compañero de trabajo.

—¿Conoces a una chica de unos veintitantos, morena, con el pelo corto, delgadita y con unos ojos increíblemente azules? —advierte ahora Bond.

—¡Mmmmm, no me suena! ¿Por qué?

—Porque te está mirando del otro lado del ventanal como si te conociera.

—Se estará confundiendo con otra —cuestiono.

—Por la forma en que te observa dudo mucho que te confunda con nadie, Lucía. Te está escudriñando, casi diría que hay ansiedad en sus ojos. ¡Pedazo ojazos que tiene la niña!

Entonces oigo el característico ¡clock clock! de unos nudillos en el cristal. Al parecer Jandro está tratando de llamar la atención de la joven. ¿Por qué hará eso? Me pregunto. Quien quiera que sea puede sentirse intimidada.

—¡Se ha ido! —informa mi compañero—. Me ha mirado como un conejillo asustado y ha salido corriendo…

—No me extraña. Se habrá sorprendido por tu…

—Por fin estoy aquí —interrumpe la voz inconfundible de mi madre—, pensé que llegaba tarde, no me arrancaba el coche.

—Hola mamá. No te he sentido llegar… —confieso aliviada con la presencia de alguien más en esa mesa.

—¿Has comido? —se interesa por mi alimentación.

—Claro, mamá —confirmo—. Mira este es Jandro, el compañero con el que estoy en el proyecto de Lord Byron.

—Encantada —saluda mi madre.

—Un placer —murmura Bond—. ¡Caray Lucía, ahora veo de quién has heredado tu atractivo. Tu madre es un bellezón!

¡Será pelota!

—¡Mira qué mono! Me acabas de alegrar el día —exclama mi madre que supongo se ha inflado como un globo y orbita satisfecha fuera de la atmósfera terrestre ante semejante piropo.

¿No pensará en mi madre también como…? ¡Buf! Me da un sofoco repentino. Mi conversación con Jandro me nubla las ideas de un modo oscuro. Se me va la pinza. Así que me levanto de golpe, recojo rápidamente mi bolso, pido la cuenta y decido que lo mejor es alejarse del señor don “arrogante disponible”. No vaya a ser que se le antoje echar la caña a los 50 apetecibles años que luce mi madre todavía….

Capítulo siguiente: Inspiración poética

Capítulos anteriores

Capítulo 0 Preámbulo: Muda y Ciega

Capítulo 1: Casi perfecto

Capítulo 2: Huele a petricor

Capítulo 3: A contrapié

Capítulo 4: Mis ojos de ciega y mi cara de niña

Capítulo 5: Silencio catatónico

Capítulo 6: Mi melodrama y yo

Capítulo 7: Reencuentro atraganta ambientes

Capítulo 8: Mi te quiero errante

Capítulo 9: Minutos para enamorarse

Capítulo 10: Mi No Cumpleaños

disponibilidad

Imagen de Anastasia Gepp en Pixabay

—Bueno, esto es lo que había pensado —le suelto a bocajarro a Jandro tras haber descubierto un material bastante bueno en su trabajo sobre la madre de Lord Byron—. Me imagino a un Byron ya adulto escribiendo las primeras páginas de sus Diarios, es decir, con 24 años, hablando en un tono muy íntimo, en plena introspección. De entrada nos permite arrancar con un personaje desconocido para el público…

—Sí, pero…—me interrumpe…

—Déjame acabar —refuto, algo seca…—, por favor —suavizo el tono. Nos conviene buen rollo a los dos.

—Está bien. Disculpa —y emite un carraspeo que me enciende. ¡Fuera! ¡No te distraigas, Lucía! Continúa con tu argumento.

—Bien. El contrapunto a este inicio “aburrido” —teatralizo las señales de las comillas para hacerle saber que sé por dónde va su resistencia—, es que inmediatamente jugaremos con los «flashback» a su infancia para poner el foco en esa tormentosa relación que tuvo con su madre.

Me quedo callada. Él aguanta unos segundos en silencio. Estoy esperando tu opinión, Bond, me impaciento mentalmente.

—¿Y si lo hacemos al revés? —sugiere.

—¿A qué te refieres?

—Empezar con la tensión dramática arriba. Con una de las reprimendas de Catherin al niño Byron donde se muestre, de forma rotunda e inequívoca, cómo ejercía la influencia materna. Haríamos el tránsito contrario, es decir, «flashforward» para encontrarnos con el poeta ya adulto.

Me quedo pensando y reconozco que no me parece mala idea. Es empezar de una forma tal vez más atractiva y con gancho para el público.

—Podríamos dejar que Catherin haga los honores de presentarse a sí misma antes de que nuestro escritor diga nada —pienso en voz alta.

—¡Eso es! —se entusiasma—. Ella gritando al niño Byron “¡eres como tu padre “El Loco”, peor que tu abuelo, “El Tormentoso”…!”

—Por no hablar del tío abuelo —apunto— a quien llamaban “el villano”…

—¡Joder! —exclama Bond—, ese no lo tenía fichado. ¡No es para presumir de estirpe, precisamente!

—No, al contrario, la madre se encargó de manejar esta información con maestría para inculcar en el crío un sentimiento de culpa que, a la larga, escondería toda su vida.

—Entonces —recapitula él—, ¿qué te parece si introducimos en esa primera escena el “cojo bribón” de Catherin y lo de “vieja viuda” que le llamaba él?  La tensión generará expectación inmediatamente —argumenta convencido Bond.

—No hay que olvidar que también fue ella quien le aficionó a la lectura, Jandro. Debemos mostrar esa relación de amor-odio en toda su amplitud.

Me quedo pensando en ese comienzo alternativo al que yo había elucubrado. Está bien, musito para mí misma, compro tu idea, pero también me clavo una nota mental en la frente para ir con cuidado con el excesivo gusto por los fuegos artificiales que manifiesta mi compañero.

—Vale —convengo, finalmente—, tenemos el arranque. Vamos a parir esos primeros años de su infancia; los de Aberdeen en Escocia, pero sobre todo los de la abadía Newstead en Nottingham que fue, además, donde surgieron los primeros versos.

—¿En este lugar se enamoró de su prima, no? —pregunta.

—Efectivamente. Mary Duff le mandó a paseo y este rechazo provocaría el nacimiento del poeta —digo visualizando ya buena parte del guion.

Nos ponemos a trabajar en estado casi de euforia en los diálogos de esa primera acalorada escena y en la estructura general del episodio piloto, con diversos saltos en el tiempo para mostrar la dualidad de la personalidad de Byron. Mientras la lluvia de ideas va fluyendo yo escribo en mi ordenador y Jandro está con las notas de ambos para que no se nos escape nada. Nos dan casi las tres de la tarde sin apenas darnos cuenta y, dado que hemos logrado avanzar bastante, decidimos que es hora de acabar la sesión. Él ha llegado a las once pero yo llevo desde las ocho de la mañana y estoy exhausta. Mientras Bond se levanta al baño aprovecho para estirarme y buscar noticias en mi móvil.

Tiene dos mensajes nuevos, parlotea. Decido ir al office y escucharlos allí para luego contestar con cierta intimidad. Me levanto y camino confiada por la deshabitada oficina cuando de pronto choco con la silla de Jandro, que se resiste al hábito de dejar la zona despejada cuando se mueve. El teléfono salta de mis manos con un sonoro plof y deduzco que la batería se independiza violentamente con varios click, clock, clock que suenan desperdigados por el suelo.

—¡Mierda! —resoplo.

—¡Vaya! ¡Qué torpe soy! —se lamenta Bond que, al parecer, justo sale del baño en ese momento. Se acerca a mi pequeño caos y se agacha junto a mí, que estoy en cuclillas tratando de localizar las tripas de mi sufrido aparato.

—Espera, deja que te ayude —ofrece su voz radiofónica.

No hay nada de inocente en cómo se aproxima por el lado derecho de mi rostro. Puedo sentir su respiración, incluso huelo el jabón de la oficina con el que se ha lavado las manos. Está invadiendo mi espacio vital de forma premeditada, no me cabe duda. Me está husmeando, literalmente. ¡No me vengas con gilipolleces Bond!, le increpo mentalmente. ¿Estás poniendo a prueba tus feromonas o qué…?. Me levanto. Mantengo la calma. Me parece tan pueril que casi me da la risa. ¿Cuántos años dijo Álex que tenías, 29? Pues esto es de patio de colegio…

—A ver, voy a poner la batería en su sitio —me informa cuando por fin se pone en pie.

—No es necesario, ya lo…

Tarde. No atiende a nada. Él, a lo suyo. Al instalarla salta el mensaje de Javi. O tal vez Jandro ha querido saber lo que tiene que decirme mi novio. Sea lo que sea, creo que le importa una mierda lo que yo piense.

Mensaje de Javi, sábado, hora 11:35.

—¿Qué se cuenta el patizambo? —curiosea Javi al principio de forma jocosa—. Madrid está gris, hace frío…, mucho frío…—murmura luego con voz más íntima y leo entre líneas ese modo que tiene de decirme “te echo de menos”; para terminar en un tono casi animal—: ¡no esperes misericordia a mi vuelta…! —dejando en el aire una sugerente promesa.

¿Ves?, reprendo sin hablar a mi compañero chismoso, este chico es quien despierta en mis hormonas un festival de lujuria con solo abrir la boca, aunque esté a 600 km de distancia. Me sale una sonrisa al pensarlo.

—¡Lo siento, Lucía! —vuelve a disculparse Bond con un carraspeo un tanto forzado. ¡Vamos que su disculpa suena más falsa que Judas!

—¡No pasa nada! —respondo desapasionada.

Me importa un pito que lo hayas escuchado. La verdad es que me está divirtiendo que justo haya saltado el mensaje después de su torpe maniobra de acercamiento.  Extiendo mi brazo al aire con solemne paciencia para que me devuelva mi móvil. Cuando lo recupero, no me puedo resistir, me cobro mi venganza:

—¡Te has dejado la bragueta abierta! —anuncio con la voz tan seria que es imposible intuir la broma. Escucho un respingo, un ¡¿qué!? y un manotazo instintivo que, supongo, se ha dirigido a sus partes nobles mientras yo ya estoy entrando en el office partiéndome el pecho.

—¡Por Dios Lucía…! —le oigo rebuznar cuando asume que ha caído en mi emboscada como un tonto.

¡Te lo tienes merecido, por hacerte el inocente conmigo!

Una vez allí vuelvo a escuchar a Javi, una vez, dos y otra más. Me doy un pequeño atracón lejos de testigos inoportunos rompiendo la magia. Al fin contesto: el patizambo progresa adecuadamente, está descubriendo su primer amor. En Barcelona también hace frío, pero el sol está incendiando las calles…. Y con respecto a tu amenaza, le digo riéndome, no recuerdo haber solicitado tu clemencia jamás, le suelta Lucía la fantástica. Para terminar me intereso por lo suyo: ¿Y tu cliente? ¿Le has puesto ya un bozal de pimienta en la boca? Sé que hoy también tenía un día duro.

Tras ver el mensaje de mi madre la llamo y quedamos en que pase a recogerme en una hora para ir juntas a ver a mi abuela. Es hora de irse.

Un bocata  rápido

Cuando me reúno con Jandro me dice que ya está todo apagado y listo para cerrar.

—¿Mi ordenador también?

—Sí, claro, por qué…

—Bueno, no te ofendas —refuto esta vez seria de verdad—, pero mi ordenador solo lo toco yo. Álex invirtió una gran suma de dinero en todo el software específico que lleva instalado para mí y prefiero ser la única responsable. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —acepta, se toma unos segundos—. Si ya has terminado de reírte de mí y de darme reprimendas, supongo que puedo invitarte a una cerveza. —Plantea con una seguridad en la voz que no parece contemplar una negativa como respuesta.

—Pues no, Jandro —Yo también sé modular mi tono de voz—. Verás, mi madre viene en un rato a buscarme. Voy a comer algo rápido y…

—Entonces te acompaño hasta que llegue tu madre —insiste, como si no hubiera dicho nada. ¿De dónde saca este chico esa soberbia?—. ¡Venga Lucía —dice ahora tratando de vencer mi resistencia— que solo es una cerveza, no seas tan arisca después de lo bien que hemos trabajado!

No me apetece entrar en un juego de dimes y diretes a ver quién puede más así que claudico. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana en el “Ajedrez”, el bar al que solemos ir junto a la oficina. Mientras nos sirven dejo que el sol se ponga las botas con mi mejilla izquierda, cierro los ojos un instante y absorbo ese chute de energía tan agradable meciéndome en su calor.

—¿Puedo hacerte una pregunta personal? —interrumpe mi fiesta privada.

—Adelante —le invito, mientras tanteo mi bocata para darle caza.

—¿Siempre has llevado tan bien lo de ser ciega?

—¿Comparado con qué? ¿Con no ser ciega? —rebato—. Vine así de serie, Jandro, no sé lo que significa ver tal y como tú lo entiendes. No tengo esas referencias que a ti te hacen concebir el mundo inimaginable sin el sentido de la vista. Yo no sé cómo es el color rojo que tú distingues en un parpadeo, solo puedo asociarlo a una sensación. Mis manos dibujan el mundo exterior y con eso hago un molde en mi cabeza, pero utilizo mis propias referencias. Así que, en ese sentido, sí, siempre lo he llevado bien. Mis limitaciones me ponen a prueba cada día para avanzar, eso es innegable, y trabajo a diario para ser autosuficiente, pero el hecho de ser ciega no ha intervenido de una forma determinante en que yo sea más o menos feliz.

—Tal vez sobredimensionamos nuestros propios sentidos —razona.

—No me malinterpretes. Me encantaría ver, pero no me puedo permitir ir por ahí quejándome de algo sobre lo que no tengo control.

—O sea que no es una fachada —suelta de pronto.

—¿Qué?

—Que tu fortaleza y toda esa mala leche son auténticas…. No es una máscara bajo la que se oculta una Lucía más insegura, más… no sé, dócil…

—Tan auténticas como tu arrogancia —rebato al insolente James Bond.

Si supieras todas las Lucías que llevo dentro te quedarías de piedra, pero ¿quién eres tú para cuestionarme?

—Tocado y hundido —alega sin sentirse ofendido—. Y cierto —asume. Este chico me confunde. Es arrogante, pero honesto.

—Oye, ahora que ya hemos confesado nuestros pecados, —cambio de tercio adrede— quería comentarte que no es necesario que vengas mañana. Creo que con las horas laborales oficiales nos podemos apañar —sugiero.

—¿Tú vas a venir?

—Sí, Jandro. Pero porque es mi proyecto y porque este finde tengo todo el tiempo del mundo disponible….

—Yo también estoy disponible —dice, jactancioso—. No hay más que hablar. Nos ha venido bien tener la oficina para nosotros. Hemos avanzado mucho así que me apunto, por supuesto.

Ahí está otra vez el arrogante Bond. Por supuesto que te apuntas. ¿No se te ha ocurrido pensar que tal vez no me apetece que vengas?

—¿Qué pasa, no te espera nadie en casa? ¿Una madre, una pareja, un perro…? —Le pregunto a bocajarro a ver si se da por aludido.

—No me gustan los perros. Vivo solo y no soy de parejas…

¿No soy de parejas? ¿Qué clase de afirmación es esa? ¿Qué eres, de tríos? ¿Tienes un harén? ¿No serás un perturbado? Cierro la boca a mis pensamientos porque a mi qué me importa si es de parejas o del Atlético de Madrid.

—Ya —emito sin más…

—Me refiero al sentido convencional de la palabra —aclara, sin yo pedírselo—. No tengo novias ni ese tipo de relaciones que hacen que las personas parezcan bienes patrimoniales.

Me descoloca. Y me insto a mí misma a no preguntar, a dejarlo estar.

—Bueno, tal vez un poco exagerada la definición pero cada cual busca la felicidad a su modo —replico sin mucho entusiasmo para no darle cuerda.

—La felicidad es un concepto ambiguo que no tiene que ir necesariamente unido al amor de pareja —me suelta—. Yo soy feliz con mi trabajo, por ejemplo.

—Sí —entro al trapo—. Pero el trabajo no te abraza, ni te besa, ni te cuenta chistes…—me pongo estupenda.

—Claro que no. Del mismo modo que esa persona que te abraza; si te abraza, y te hace el amor; cuando te lo hace, no siempre te hace feliz —sentencia—. Demasiados factores en la fórmula: compatibilidad, confianza, comunicación, por no hablar de la fidelidad y el sexo. A la larga siempre falla algo…

—Pero qué bueno mientras duró —refuto.

—O no, o vaya mierda —replica

—Suena a “he tenido una experiencia horrible y no quiero más”.

—Te equivocas. He tenido parejas convencionales y he decidido que no es lo mío.

—Vale, pues si así te va bien ¡enhorabuena! —suelto con todo el sarcasmo del mundo.

Disponible o no disponible

—Solo digo que deberíamos saber relacionarnos sin tanta mojigatería —se aventura a defender su posición—, entendiendo que nos pueden gustar distintas personas, de distinta manera sin criminalizar a nadie por ello. No entiendo que se entrometa el término traición en algo tan natural como el sexo, por ejemplo. Hay demasiados prejuicios, nos exigimos someternos a unas normas que luego somos incapaces de cumplir ¿por qué? Porque es anti natural —expone con vehemencia—. Podemos sentir atracción por alguien, acostarnos con diferentes personas sin dejar de amar a otro alguien. La fidelidad y la monogamia son conceptos culturales autoimpuestos, contrarios per se, al instinto humano.

De repente, no sé por qué, me parece estar en una encerrona, como si toda esa conversación hubiera sido una trampa para conducirme a algún sitio al que me ha llevado tan a ciegas que me siento estúpida. ¿Adónde quieres ir a parar, Bond? Me cuestiono calladita.

—Bueno —digo, decidida a zanjar el tema—. También podríamos dar rienda suelta a nuestros instintos violentos, o asesinos, y los reprimimos. En cualquier caso, Jandro, supongo que es una forma de entender las relaciones tan lícita como cualquiera. Es tu opción. No tengo nada que decir.

Se hace un pequeño silencio que ambos aprovechamos para dar un trago.

—¿Puedo hacerte otra pregunta personal, Lucía? —me pregunta, sin esperar mi autorización, por supuesto—. ¿Le darías una segunda oportunidad si se va con otra? –juega con la información que ha obtenido del mensaje del teléfono—. ¿Te la daría él a ti? Eres una mujer muy atractiva, seguro que no te faltan oportunidades para…

—¿Para acostarme con otros, por ejemplo contigo? —Le corto muy seca porque ya me he hartado—. ¿Es lo que tratas de insinuar, que cuando tenga un bajonazo tú estarás ahí disponible para un polvo sin compromiso?

—¡Hostia, Lucía! Saltas como una gata salvaje a la mínima, ¿ves cómo ya estás retorciendo la conversación? ¿Puedo acabar…?

Pues si supieras los juramentos que se han quedado en la retaguardia te sorprenderías, refunfuño para dentro.

—¡Por supuesto que yo estaría disponible si un día quieres! —confirma abiertamente. ¡Pues qué bien, pienso con ironía—. Que lo reconozca no cambia nada para mí, me acuesto con muchas amigas y amigos —anda, y además bisexual. Hoy es mi día de suerte con las confidencias—. Que un día pudiéramos acostarnos no significa, al menos para mí, que te vaya a perder el respeto, ni mi admiración como compañero, ni sería diferente mi confianza hacia ti. Tampoco lo he dado por hecho en ningún momento, así que guarda tus uñas de loba. Pero te pido por favor que no me mires como a un pervertido simplemente porque admita haberlo pensado.

—Bien, Jandro, cómo yo te mire y lo que vea o deje de ver es cosa mía —juego con esos verbos y toda su segunda intención a mala leche—;  lo que tú pienses y tu presunta disponibilidad para las actividades que tú quieras es cosa tuya, pero no vuelvas a mencionar, ni sugerir, ni proponer ni insinuar nada entre nosotros que no sea estrictamente profesional. ¿Entendido?

—Entendido. De verdad que no te estaba proponiendo nada parecido…

—Simplemente me estabas informando de tu disponibilidad ¿no?

Si tu disponibilidad para dar felicidad es limitada, tu disponibilidad para recibirla también lo será, decía creo que Lao-Tsé. Me gusta pensar que soy generoso.

—Pues yo estoy servida, puedes ahorrarte tu generosidad conmigo.

—Solo es una conversación, Lucía, no la lleves al terreno personal —sentencia él haciéndose el gracioso, o no, no lo sé, la verdad.

—¿Cómo no llevarla si mi compañero me habla de echar un polvo inocente bajo un pretendido disfraz de “viva la libertad sexual”. Somos compañeros y nos conocemos de hace dos meses. Es improcedente.

—Está bien, Lucía. Veo que no vamos a ponernos de acuerdo. Si te he ofendido te pido disculpas…otra vez. De verdad que no pretendía incomodarte. Dime que esto no afectará a nuestro trabajo….

Este chico tiene la capacidad de sorprenderme cada dos frases.

—¿Dudas de mi profesionalidad? —defiendo ahora mi integridad.

—No, claro que no. Temo tu visceralidad, pero sé al mismo tiempo que serás sincera gracias a ella así que todo zanjado. No más “libertad sexual” —clama con sorna, y tengo la sensación de que se cachondea de mí como si realmente yo fuera una mojigata que no ha visto la luz. ¿No ver la luz? Pues sí que tengo el día cachondo….

—Deja que yo controle mis vísceras, Jandro, y tú mantén a raya tu “disponibilidad”. A ti y a mí lo único que tiene que preocuparnos es Byron. Teniéndolo los dos claro no habrá ningún problema

—Entendido, Lucía —asevera con su voz varonil—. Sin problemas.

Llega el camarero con los cafés. Saco un momento el móvil para consultar la hora. Las 16:20, me canta. Bien, en quince minutos llega mi madre y finiquito la comida más surrealista que he tenido en mi vida con un casi desconocido compañero de trabajo.

—¿Conoces a una chica de unos veintitantos, morena, con el pelo corto, delgadita y con unos ojos increíblemente azules? —advierte ahora Bond.

—¡Mmmmm, no me suena! ¿Por qué?

—Porque te está mirando del otro lado del ventanal como si te conociera.

—Se estará confundiendo con otra —cuestiono.

—Por la forma en que te observa dudo mucho que te confunda con nadie, Lucía. Te está escudriñando, casi diría que hay ansiedad en sus ojos. ¡Pedazo ojazos que tiene la niña!

Entonces oigo el característico ¡clock clock! de unos nudillos en el cristal. Al parecer Jandro está tratando de llamar la atención de la joven. ¿Por qué hará eso? Me pregunto. Quien quiera que sea puede sentirse intimidada.

—¡Se ha ido! —informa mi compañero—. Me ha mirado como un conejillo asustado y ha salido corriendo…

—No me extraña. Se habrá sorprendido por tu…

—Por fin estoy aquí —interrumpe la voz inconfundible de mi madre—, pensé que llegaba tarde, no me arrancaba el coche.

—Hola mamá. No te he sentido llegar… —confieso aliviada con la presencia de alguien más en esa mesa.

—¿Has comido? —se interesa por mi alimentación.

—Claro, mamá —confirmo—. Mira este es Jandro, el compañero con el que estoy en el proyecto de Lord Byron.

—Encantada —saluda mi madre.

—Un placer —murmura Bond—. ¡Caray Lucía, ahora veo de quién has heredado tu atractivo. Tu madre es un bellezón!

¡Será pelota!

—¡Mira qué mono! Me acabas de alegrar el día —exclama mi madre que supongo se ha inflado como un globo y orbita satisfecha fuera de la atmósfera terrestre ante semejante piropo.

¿No pensará en mi madre también como…? ¡Buf! Me da un sofoco repentino. Mi conversación con Jandro me nubla las ideas de un modo oscuro. Se me va la pinza. Así que me levanto de golpe, recojo rápidamente mi bolso, pido la cuenta y decido que lo mejor es alejarse del señor don “arrogante disponible”. No vaya a ser que se le antoje echar la caña a los 50 apetecibles años que luce mi madre todavía….

Capítulo siguiente: Inspiración poética

Capítulos anteriores

Capítulo 0 Preámbulo: Muda y Ciega

Capítulo 1: Casi perfecto

Capítulo 2: Huele a petricor

Capítulo 3: A contrapié

Capítulo 4: Mis ojos de ciega y mi cara de niña

Capítulo 5: Silencio catatónico

Capítulo 6: Mi melodrama y yo

Capítulo 7: Reencuentro atraganta ambientes

Capítulo 8: Mi te quiero errante

Capítulo 9: Minutos para enamorarse

Capítulo 10: Mi No Cumpleaños

Puedes hacer una consulta por Whatsapp

¡Hola! Haga clic en mi foto para iniciar un chat por Whatsapp

Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

online

Pin It on Pinterest

Share This