Despedidas
La ternura es uno de esos afectos que viste sus esquinas con tan conmovedora calidez que me da rabia tener que asociarla a la inminente despedida. Hoy ya es domingo, seis de enero. Javi se marcha mañana.
Se ha despertado audaz y aventurero, a la caza de territorios sin colonizar para dejar testimonio de su presencia y, cómplice de sus propósitos, me he sometido a sus designios con devota abnegación. Pensé que toda mi geografía ya había superado el examen de su escrutinio, pero me equivocaba.
Ha descubierto tierras ignotas en los recovecos de mis tobillos, donde se ha deleitado con golosa paciencia hasta lograr unos pocos versos sueltos de mi boca ¿cómo es posible abrir fuego en tan desamparado lugar? Ha medido al milímetro la línea de mis hombros, mordiendo, con alevosía, algunos de sus trechos; ha auscultado con los labios el tic tac que vive en mis muñecas, turbando su frenético ritmo; y ha jugado con los límites de arqueo de mi espalda, hostigada por su insaciable aliento.
Nos hemos atiborrado de placer tierno y exaltado hasta que nuestra voracidad nos ha dejado sin reservas y, riéndonos de esa pasión desbocada, hemos tenido que parar. En ese momento de placidez en el que he frenado otro urgente te quiero (que dosifico como una idiota para no asustarlo) noto que Javi acomoda su peso sobre un codo en la almohada, y tengo la certeza de que está observándome.
—¿Qué miras? —le desafío.
—Me encantan las tres pecas que tienes junto a esa nariz altiva tan adorable —me dice con la voz todavía brumosa por nuestra última contienda.
—¿Altiva?
—Sí, tu nariz ligeramente respingona viene a decir “aquí estoy yo”. Va muy bien con tu personalidad —y me deja un beso en la puntita.
—¿O sea que me consideras altiva?
—Tu nariz tiene presencia en tu cara como tu carácter en tu persona. Tu nariz es altiva, —argumenta, mientras desliza un dedo por ella—, tú eres…, eh… ¡briosa, bizarra!
—Como un caballo salvaje ¿quieres decir? ¡Ummmm, no sé si ofenderme o sentirme halagada!
—Verdaderamente, a veces me cuesta tenerte quietecita —y de repente me hace cosquillas provocando una sacudida en todo el cuerpo. Me encojo sobre mi cintura y pataleo como una cría mientras me entrego al juego—. De hecho todavía no he probado a atarte para degustar, como es debido, esas tres morbosas pecas que tienes…
—¡Vaya! Así que mis pecas te ponen eh…. —bromeo, todavía riéndome.
—Ya lo creo —confirma—. Y doy fe de que no tienes más en el resto del cuerpo. He investigado a fondo —se jacta—. No hay más.
—No daría para más la genética de mi padre —bufo ya recuperada del arranque cosquillero.
—¿Las pecas te vienen de tu padre biológico? —pregunta sorprendido.
—Las pecas y el pelo medio rojo es todo lo que le debo a ese señor de cuyo nombre no quiero acordarme —le informo con el tono agrio.
—Tú no eres pelirroja —me contradice.
—He dicho medio rojo, que es lo que dice mi madre, y no debe de ser lo mismo que pelirrojo, por mucho que yo me pierda en las mil tonalidades entre el rojo y el castaño que vosotros diferenciáis. Aunque si te digo la verdad, preferiría no tener ni una sola seña de identidad suya.
—Pues a mí me encantan tus pecas chisposas, ni se te ocurra deshacerte de ellas. Por lo demás no te preocupes, eres clavadita a tu madre, salvo por las orejas de Dumbo —se burla.
—¿Cómo que orejas de Dumbo? Pero ¡mira quién fue a hablar!, ¿quién te crees tú, Brad Pitt, don petulante señor engreído? —le empujo bordando mi papel de ofendida. Javi se tira de la cama, como si realmente mi fuerza le hubiera derribado.
—¡Ahora verás! —me amenaza.
De pronto me saca del calorcito de las sábanas y echa a correr conmigo en brazos. En la carrera me desoriento, como si estuviera en una montaña rusa. No sé qué pretende, pero nos divertimos como niños y la escena de los dos en pelota picada debe ser digna de dibujos animados. Lástima de ceguera.
¡Cómo puedo ser tan inocente! Su plan era aparcarme de forma malévola y cruel en el plato de la ducha, abrir el grifo, y provocar el aullido felino más agudo de la historia contemporánea. Mi piel, relajadita, caliente y melosa, se ve violentada por el hielo contra el que chocó el Titanic.
—¡Aughhhhrrrrruuggggggg!
Gritamos al unísono porque, obviamente, no le he dejado escapar. Me enrosco a su cintura para robarle su calor hasta que el agua caliente apacigua mi tiritona. Luego debió pasar algo terrible que me dejó inconsciente, porque no recuerdo nada….
Carrera de fondo
Nos hemos ido a estirar las piernas, a despejar la mente y a preparar el alma para la despedida. Hemos hecho cerca de ocho kilómetros por la Carretera de les Aigües a un ritmo bastante fuerte. Javi ya es todo un experto en el arte de guiarme y hoy ha decidido aumentar las pulsaciones sin piedad, tal vez espoleado por los escasos siete grados que registra el termómetro.
La carrera nos ha abierto el apetito así que nos trasladamos al Paseo Marítimo para buscar un bar. Me acuno en el arrullador pálpito infantil que suena como un hilo musical desprendido de las aceras. Se nota que es el Día de Reyes. Oigo la excitación de cientos de niños con sus juguetes en plena puesta de largo para su estreno.
Algo que parece ser un coche teledirigido se topa con mi pie derecho, y enseguida retoma la marcha perseguido por un ser diminuto que también se enreda en mis piernas. Me freno. No quisiera herir a ningún duende extraviado. Se oyen bocinas de bicicletas gobernadas por sus entusiastas nuevos propietarios, patines, risas y ese murmullo exclusivo de las edades tempranas, de la inocencia desplegando su impetuosa bandera al viento. Me siento como si estuviera en el país de las hadas y millones de gnomos celebraran un gran festival.
—Hoy es uno de esos días en que la ilusión gana la batalla a la desesperanza —susurro a Javi cuando por fin entramos en un bar que, a tenor del ruido ambiental, también parece estar atestado de público.
—Debería ser así siempre ¿no? —me responde—. ¿Nos sentamos en la barra? —propone.
—Vale —acepto, encantada de descansar un rato.
—¿Qué te apetece?
—Hola, Javi —interrumpe una voz femenina que percibo a la espalda de Javi, y que no reconozco.
El instante de silencio que se produce a continuación carga con meteoritos de alta tensión el aire. La voz de Javi sale gélida, procedente de lo más profundo de la mismísima Groenlandia.
—Hola Vicky
¿La ex? ¡Hay que joderse!, pienso, y no puedo evitar ponerme en guardia.
—Te veo bien —dice ella. ¡Ni te lo imaginas, guapa! ¡Está de rechupete! Mucho cuidadito con esas zarpas infieles que tienes o Lucía la fantástica saca el cuchillo jamonero para hacer foie con tus higadillos.
… ¿Javi? Mi novio se ha quedado mudo. Muy bien, Javi. Déjala que diga lo que quiera. Indiferencia. ¡Qué le den!
—Me encontré hace unas semanas con Adriá —un amigo de Javi, compañero del básket—, ya me comentó que te iban bien las cosas, y que estabas saliendo con… —hace una pausa en la que intuyo que me está mirando y se me calientan las amígdalas.
—¿Con una chica ciega? —pregunto retóricamente con todo mi morro porque está claro que se refiere a mí. Muy sutil no eres, guapa—. Lucía —digo para hacerme presente—. Encantada.
—Vicky —saluda con su nombre regalándome un tono mucho más seco que a él.
—Disculpe —se oye por fin la voz de Javi—. ¿Podría ponernos un par de botellines de agua para llevar, por favor? —Lo que quiere decir que nos vamos a ir de allí pitando. ¡Genial, a mí tampoco me apetece alternar con esta lechuza rebozada en O de Cuernos!
—Estuvimos hablando de quedar toda el grupo un día de estos —insiste la muy bruja—. De hacer una cena o algo así para…
—No me interesa —corta Javi por lo sano desde algún lugar recóndito de Alaska. ¡Toma bola de nieve en toda la cara! ¡Pica, eh…!
—¡Ya! —responde ella y percibo cierta incredulidad.
—Lucía, ¿quieres alguna cosa más? Si no, nos vamos.
—¡Lástima…! —me brota la palabra con sorna sin poder remediarlo—, me estaba divirtiendo —suelto con todo el cinismo del mundo.
—Mira, ¡qué graciosa! —repone ella con un desdén evidente.
—¡Buf! Y porque no me has visto contando chistes… —le sigo el rollo—. Soy la monda, te sorprenderías…
—A mí ya no me sorprende nada, “querida” —brama enfatizando el “querida” como si estuviera en lo alto de un pedestal y llevara la banda de reina de las fiestas.
—Pues tienes suerte, “querida” —emulo su tono con desaire—, a mí todos los días me dejan de piedra —le cierro la boca pensando que sería un buen momento para cogerla de los pelos y hacerle un buen moño.
—Mira, Javi —decide ignorarme. Buena chica…—. Nos vamos a reunir igualmente. Ha pasado mucho tiempo y… muchas cosas —informa de forma críptica para inmediatamente aclarar—; si es por Óscar ya no estoy con él. Yo… —A ver, o esta tía es tonta y en su casa la han dado por perdida, o es demasiado lista y lanza la información con una mala hostia que… Diría que más bien es esto último…
—Vicky —interrumpe Javi—. Hace ya mucho tiempo que me importa una mierda con quién estés y lo que hagas con tu vida —¡Wow! ¿Cómo lo hace? La está hiriendo en lo más profundo de su amor propio pero lo hace en un tono casi misericordioso, tan condescendiente que su ex parece una pobre niña pillada en un renuncio—. Me importa muy poco que te enrolles con el mismísimo Drácula —¡uhhh, qué miedo. Drácula y Doña Croqueta—, o que te quedes para vestir santos —teniendo en cuenta su historial, va a ser que no—. De hecho, no sé ni qué hago hablando contigo.
¿Te ha quedado claro, pichimosqui? Apostillo en silencio… Me lo estoy pasando en grande.
—Ya veo —responde ella ofendida y mostrando unos nervios que hasta ahora mantenía a raya—. Tampoco hace falta ser maleducado —se revuelve.
—La educación nos la perdimos hace mucho tiempo, Vicky —refuta Javi con la paciencia a punto de agotarse— ¿Me cobra, por favor? —solicita al camarero.
—¡Pues nada, oye! Ya que no hay tregua ni para la cortesía ¡mucha suerte en esta nueva vida de Lazarillo! —ladra la muy cabrona.
—¿A ti qué te pasa, gilipollas? —Pierdo el oremus.
—¡Lucía, no vale la pena! —corta mi arranque Javi poniendo su mano en mi brazo—. Veo que no has perdido tu capacidad de atacar con golpes bajos —le dice a ella—. Pero estás muy equivocada si crees que me ofendes, Vicky, ni te imaginas lo privilegiado que me siento de estar a su lado; ojala en algún momento tú hubieras sabido mirarme como ella me ve —¡Toma ya! A eso le llamo yo un K.O. técnico. ¡Ese es mi chico! —Te agradecería que la próxima vez que te cruces conmigo pases de largo, desde luego es lo que haré yo.
¡Bien dicho, sí señor! El público se ha puesto en pie en una ovación sin precedentes mientras a mí se me queda dibujada una sonrisa que exhibo toda fanfarrona.
Oigo un carraspeo derrapando en su garganta que solivianta todos mis demonios. ¡Vete de una puta vez! ¿Qué hace todavía aquí clavada?
—No sé de qué te ríes guapa —embiste invadiendo mi espacio vital—, y estoy siendo muy generosa con lo de guapa. Eres poco más que una cara lavada sin gracia —me menosprecia.
¡Ja! Me parto el higo contigo. Así que quieres salir del escenario pegando un portazo eh… me arremango en mi subconsciente.
—Verás, querida —susurro en un tono íntimo aprovechando su proximidad—. ¿Ves estas tres pecas junto a mi nariz? —digo señalándome la zona y recuperando la conversación matutina—, pues ellas solitas tienen más gracia que toda tu patética exhibición de intenciones para llamar la atención de Javi. Las tres pecas de esta cara lavada le ponen tan cachondo que nos falta tiempo para follar —me pitorreo de ella—. Follamos como putos animales —insisto, por si no le ha quedado claro, y lo hago tan cerca de su oreja que cualquiera diría que me la quiero merendar—. Compartiría gustosa mi secreto, pero… ¿sabes qué pasa? —me ufano—, que no suele funcionar con quien mete el morro en nidos ajenos… —Termino mi actuación estelar relamiéndome los labios y saludando al público.
—Pues ten cuidado guapa —gruñe envanecida separándose de mí— no fui la única en meter el morro en nidos ajenos —suelta a bocajarro y me pega un meneo que me deja fuera de combate. ¿Qué? ¿Qué está diciendo? ¿Se está tirando un farol? ¿Cómo que…? —Y por la cara que se te ha quedado veo que “nuestro Javi” —ahora es ella la que se pitorrea— no te ha contado toda la historia ¿verdad?
Se sabe triunfal. No es que me haya vencido, es que me ha noqueado y me desangro en la lona por el efecto sorpresa. Sus tacones se alejan victoriosos y me la imagino sonriendo y enseñándome los dientes, orgullosa, desde el trono de los listos, sabiendo que finalmente ha conseguido desestabilizarnos.
Tiempos de mentiras
Durante todo el trayecto de regreso a su casa, que hacemos en metro, soy incapaz de articular una sola palabra. Toda mi verborrea ha quedado aplastada con la cornada de Vicky. Javi me arrastra por los andenes esquivando la vorágine de personas que corretea en un Día de Reyes irremediablemente torcido. No intenta romper mi silencio. No procede entre ese tumulto. De vez en cuando me frota la mano que tiene asida como si quisiera escribir en mi palma alguna explicación que un día olvidó en la cartera.
Cuando entramos en el piso sus llaves esgrimen un clinc clinc lastimero al ser arrojadas con indolencia sobre el mueble de la entrada. Se desprende de mí y se adentra en el salón. Me quedo clavada ahí un instante, escuchando cómo se desvanece ese sonido que abre la puerta de una casa en la que me he comprometido a vivir. De repente me siento sola y desubicada. Como si estuviera en medio de un gran puzle en el que todas las piezas deambularan desorientadas buscando su sitio.
—Fue una noche que salimos a celebrar el fin del campeonato los chicos del básket y yo —empieza a hablar Javi desde el salón. Su voz me hace reaccionar, extiendo los brazos y cubro lentamente los cinco pasos que tengo memorizados hasta el sofá. Me quedo allí de pie. No tengo ganas de sentarme.
—Bebimos mucho, demasiado, de hecho juraría que alguien me metió algo en la bebida —continúa. Su voz suena neutra, sin emoción ninguna, y me llega de espaldas, como si estuviera admirando el paisaje a través de la terraza. ¿No me quieres mirar, Javi?, pienso—. Perdí el control. Y cuando digo que perdí el control es literal —entonces se gira sobre sí mismo porque, ahora sí, su voz viaja clara y de frente—. Amanecí en la cama de una desconocida de la que no recuerdo absolutamente nada: ni cómo la conocí, ni lo que fuera que sea que hicimos. No tengo consciencia de nada de aquella noche desde las cuatro de la mañana. Solo sé que desperté desnudo junto a alguien que no sabía quién era pero con quien resultaba evidente que había pasado la noche. Se lo conté a Vicky inmediatamente. A los pocos meses ella se enrolló con Óscar y jugó a dos bandas hasta que me enteré.
Digerir sus palabras no me resulta complicado, al fin y al cabo yo no estaba implicada en nada de aquello. ¿Así que esta la historia completa? Vale, Javi, eso no es lo que duele. Vayamos a lo importante.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Le oigo exhalar un profundo suspiro.
—Cuando te conté esto yo estaba jodido. No creí que tú y yo fuéramos a tener más de dos citas —dice de carrerilla como si tuviera la respuesta preparada—. Supongo que quise ofrecer una versión maquillada de mí mismo….
—Llevamos más de un año —informo de lo obvio.
—Ya… No creí que fuera importante para nosotros —sigue su explicación sin titubear—. No te lo dije en su día y luego me pareció absurdo volver sobre ese asunto —sus excusas me chirrían en la piel.
—Javi, trato de entenderte, de verdad. Me estoy esforzando —indico, vehemente—, pero es que tú eres el chico de “no soporto una mentira más en mi vida” ¿recuerdas? Esto me ha descolocado por completo…
—Para mí esto no es mentir
—¡Hostia, Javi! ¡No me tomes por estúpida! —le reprocho levantando la voz.
—Jamás he hecho tal cosa —mantiene el control él.
—Pues no empieces a hacerlo ahora. Deja de decir que omitir una información no es mentir. Es edulcorar la verdad, manipularla en función de tus intereses. ¿Qué más da el nombre que le pongas?
—Para mí resulta difícil sentirme culpable de algo que no recuerdo, por eso no lo consideré importante —se justifica en ese tono imperturbable.
Inspiro profundamente.
—Yo no quiero la verdad para buscar culpables, Javi. Solo quiero entender, entenderte. Y tú de esto sabes bastante porque no hace mucho te mosqueaste conmigo porque no entendías. Pues bien, ahora soy yo la que está completamente fuera de juego.
—No quería perder tu respeto… —se explica y guarda un instante de silencio—. Lucía, cuando antes le he dicho a Vicky lo de la forma en que tú me ves lo decía en serio. Nadie jamás me ha mirado como lo haces tú. Supongo que temía que dejaras de hacerlo, temía perder tu… admiración —concluye, y me descoloca de nuevo—. Puede que quede muy vanidoso pero es una de las cosas por las que me gusta estar contigo.
Una de las cosas por las que le gusta estar conmigo… me taladra la frase en el cerebro. Estar conmigo por mi admiración…. Me siento como la sobrina a la que su tío ha dado unas palmaditas en la espalda por buena chica.
¡Por Dios! Las fichas de mi puzle chocan unas con otras a toda velocidad totalmente enajenadas. ¿Puede alguien dar la luz, por favor?
—Así que te gusta estar conmigo porque te admiro —repito como un papagayo atolondrado. ¿Se da cuenta de lo hiriente que es?—. Dime una cosa, Javi. Si yo no te hubiera pedido para salir tú no habrías salido conmigo jamás, ¿verdad? —Se me ocurre indagar para ir colocando cada pieza en su sitio.
—¿Y esto ahora a qué viene? —rezonga tras otro gran suspiro—. ¿Qué es una pregunta trampa o algo así?
Me callo. No estoy haciendo preguntas tan difíciles.
—¿No crees que de no haber querido salir contigo, sencillamente, no lo habría hecho? —me responde con otra pregunta.
—No es lo mismo tomar la iniciativa que dejarse llevar —argumento.
—Lucía, estoy perdido. Adónde quieres ir a parar. Sobre qué estamos discutiendo ahora exactamente —me deja el campo abierto.
—Sobre tus sentimientos —disparo.
—¿Qué pasa con mis sentimientos? —cuestiona, y esta vez sí percibo cierta vacilación en el tono. Javi, conozco tu voz como si fuera el oxígeno que respiro y sé que ahora mismo estás cagado de miedo.
—Es lo que me gustaría saber, qué pasa con tus sentimientos.
—¿Acaso no te demuestro lo que siento? —se escabulle.
Como veo que le cuesta mucho se me ocurre dar un pequeño rodeo a ver si se desatasca.
—Javi, ¿tú a Vicky la querías?
—¿Qué? Lucía, me estás volviendo loco. Y eso qué tiene que ver…
—¿La querías? —vuelvo a preguntar con paciencia.
—Estuvimos juntos casi cuatro años. ¡Pues claro que la quería! —confirma en un tono que me indica que se está alterando.
—¿Ves cómo no es tan difícil? —digo, refiriéndome a que no cuesta tanto expresar lo que uno siente. ¡Joder, Javi! ¡Háblame, por favor!
—La quería, Lucía. En pasado —refuta.
—Bien. ¿Y cuál es tu presente, Javi?
A cada paso que voy avanzando mi estómago se cierra un poco más. El mal presentimiento de esta Navidad vuelve con su bandera negra.
—¿Dudas de mí?
—Te agradecería que dejaras de contestarme con preguntas.
Se produce un silencio espeso entre nosotros y luego escucho como si se frotara enérgicamente la cara con las manos antes de soltar una exhalación.
—Tú eres mi presente, Lucía. —Se acerca unos pasos a mí y me alejo instintivamente. No, Javi. No trates de distraerme con tu proximidad.
—¿Pero…? —le invito a seguir.
—No hay peros, Lucía. Eres mi presente. ¿Qué más quieres de mí? —protesta desarmado.
—Quiero exactamente lo mismo que yo te doy a ti.
—Que no pronuncie ciertas palabras no significa que no las sienta.
—¿Qué significa, entonces?
—Que necesito tiempo.
—Tiempo para aclararte, para aprender a conjugar el verbo, tiempo para qué…
—Tiempo para llegar a tu nivel, Lucía —eleva el tono desesperado.
—¿Para llegar a mi nivel? Pero qué clase de mierda me estás vendiendo —vocifero derrumbada porque la conversación me está asfixiando—.¡Por Dios, Javi, suéltalo de una puta vez… —le grito ya con los nervios totalmente fuera de sí.
—¡Joder, Lucía! —rompe a gritar también él—. Necesito tiempo para quererte a ti como parece que tú… me quieres a mí —revienta por fin diciendo lo que a todas luces guardaba a buen recaudo en la caja de los truenos—. Yo… —envuelve ahora la dureza de esa frase en un tono de seda sabiendo que ha dejado a su paso un campo de minas— quizás voy a un ritmo más moderado —se inhibe.
Sus palabras me aplastan, me conmocionan, me humillan…Martillean mi dignidad desde arriba hasta quedar totalmente hundida en medio de un barrizal.
Pensaba que se guardaba sus sentimientos para protegerse, no porque tuviera dudas. ¿Cómo he podido estar tan ciega?
—¿Por qué cojones quieres que viva contigo si no tienes las cosas claras? —digo arrastrando la voz, intentando iluminar todas las zonas de oscuridad que me están devorando.
—No vayas por ahí, Lucía. No he dicho tal cosa —me contradice recuperando el control— Tengo claro que quiero estar contigo, solo digo que tal vez tú vas al galope y yo al trote…
—Te estás defendiendo con pura basura, lo sabes ¿no? —le interrumpo otra vez alterada—. ¿Crees que lo que no sientes ahora te va a nacer por ciencia infusa cuando vivamos juntos? Es increíble —me quejo descompuesta—. ¿Es el sexo? ¿Lo que te une a mí es el sexo, Javi? —Le acuso, aunque ya no sé muy bien qué trato de averiguar porque el golpe ha sido tan duro que aún lo estoy asimilando.
—¿Qué? Pero te estás escuchando, Lucía —se ofende—. Estás retorciendo la conversación de tal forma que parezco un cretino —chilla de nuevo.
—¿Ah sí? A mí me parece que solo estoy poniéndote ante tu espejo
—¿Qué espejo?
—El de tus sentimientos, ¡qué coño de espejo va a ser! —ladro irritada—. Y lo único que refleja ahora mismo es a un desconocido con un montón de mierda alrededor —bufo dolida—. Para no gustarte las mentiras, Javi, te acaba de estallar en toda la cara la puta y jodida mentira del siglo. ¡Enhorabuena! —ironizo exhibiendo mi repertorio de improperios.
Mis exabruptos y mi arranque violento ensucian el ambiente y eleva la tensión un nivel más. Permanecemos unos segundos en silencio. Yo totalmente derrotada. Él… no tengo ni idea….De pronto mi admirado Javi ha bajado de su pedestal y el hombre que tengo ante mí me resulta tan extraño que no soporto su presencia.
—Lucía —dice mi nombre en un tono que trata de recuperar la cordura—. Estás sacando las cosas completamente de quicio. ¿Tan grave es que te pida un poco de tiempo? —trata de convencerme mientras se acerca y me intenta coger la mano.
—¡No….—aúllo como si me quemara el contacto—. ¡No vuelvas a tocarme…jamás! —rujo mostrando un rechazo tan visceral que me sorprendo de mí misma.
—Dios, no me lo puedo creer —brama Javi fuera de sí otra vez—. ¿De verdad crees que soy un capullo sin sentimientos?
—Eres tú quien lo ha dicho —musito derrotada y accedo a la habitación para coger mi bolso. Necesito escapar de allí, de él, de ese lugar falso plagado de mentiras.
—Lucía, por favor, no te vayas —ruega—. No me hagas esto. Hablemos con calma las cosas —intenta negociar.
—Creo que ya está todo dicho, Javi —expongo tratando de evitarle—. Cuando te vayas vendré a por el resto de mis cosas —le informo para que deje unas llaves al portero.
—Lucía, yo… te quiero… —prueba a la desesperada—, solo que… —lo estropea más.
—Javi, no me humilles más, por favor, porque yo sí te quiero, con toda mi alma. Como nunca he querido a nadie en mi vida —le regalo mis sentimientos de despedida—. Te amo de una forma salvaje, es cierto, sin reservas, sin peros, sin condiciones y sin miedo. Y ¿sabes por qué lo sé? Porque cuando amas así el alma adquiere una tonalidad nueva inequívoca hasta para una chica ciega como yo. Así que quédate tus te quieros llenos de esos peros tan hirientes. Tus migajas me denigran y me ofenden profundamente. Si a estas alturas no sabes si me amas, no podrás amarme jamás. Mucha suerte en Madrid, Javi.
Y me voy de allí con el corazón destripado y la sangre detenida en las venas. Dejo que el aire de enero anide en mi piel. Levanto la cabeza y abro mi abrigo para que el frío juegue a placer conmigo. Le doy la bienvenida a ver si es capaz de reactivar un latido que parece inerte. Nada. No siento nada. Camino sin rumbo arrastrando los pies hacia algún lugar en el infierno. Ni siquiera utilizo mi bastón de ciega. Me da igual si me choco, me empujan, me caigo o me mata un meteorito. Alguien me da un codazo al pasar. No siento nada. No puedo llorar. ¿Estoy respirando?
Se me ocurre que al menos esta vez no me han dejado a mí y me río de lo patética que soy. Oigo a un crío eufórico mientras su padre le enseña a ir en bicicleta. Me acuerdo de una frase de esta mañana. Finalmente parece que la desesperanza ha vencido a la ilusión, digo en voz alta algo aturdida. Y la vuelvo a repetir; parece que la desesperanza ha vencido a la ilusión….
Y me sigo preguntando por qué no siento nada…
Continuará
Capítulos anteriores
Capítulo 0 Preámbulo: Muda y Ciega
Capítulo 4: Mis ojos de ciega y mi cara de niña
Capítulo 5: Silencio catatónico
Capítulo 7: Reencuentro atraganta ambientes
Capítulo 8: Mi te quiero errante
Capítulo 9: Minutos para enamorarse
Capítulo 11: Cuestión de disponibilidad
Capítulo 12: Inspiración poética
La ternura es uno de esos afectos que viste sus esquinas con tan conmovedora calidez que me da rabia tener que asociarla a la inminente despedida. Hoy ya es domingo, seis de enero. Javi se marcha mañana.
Se ha despertado audaz y aventurero, a la caza de territorios sin colonizar para dejar testimonio de su presencia y, cómplice de sus propósitos, me he sometido a sus designios con devota abnegación. Pensé que toda mi geografía ya había superado el examen de su escrutinio, pero me equivocaba.
Ha descubierto tierras ignotas en los recovecos de mis tobillos, donde se ha deleitado con golosa paciencia hasta lograr unos pocos versos sueltos de mi boca ¿cómo es posible abrir fuego en tan desamparado lugar? Ha medido al milímetro la línea de mis hombros, mordiendo, con alevosía, algunos de sus trechos; ha auscultado con los labios el tic tac que vive en mis muñecas, turbando su frenético ritmo; y ha jugado con los límites de arqueo de mi espalda, hostigada por su insaciable aliento.
Nos hemos atiborrado de placer tierno y exaltado hasta que nuestra voracidad nos ha dejado sin reservas y, riéndonos de esa pasión desbocada, hemos tenido que parar. En ese momento de placidez en el que he frenado otro urgente te quiero (que dosifico como una idiota para no asustarlo) noto que Javi acomoda su peso sobre un codo en la almohada, y tengo la certeza de que está observándome.
—¿Qué miras? —le desafío.
—Me encantan las tres pecas que tienes junto a esa nariz altiva tan adorable —me dice con la voz todavía brumosa por nuestra última contienda.
—¿Altiva?
—Sí, tu nariz ligeramente respingona viene a decir “aquí estoy yo”. Va muy bien con tu personalidad —y me deja un beso en la puntita.
—¿O sea que me consideras altiva?
—Tu nariz tiene presencia en tu cara como tu carácter en tu persona. Tu nariz es altiva, —argumenta, mientras desliza un dedo por ella—, tú eres…, eh… ¡briosa, bizarra!
—Como un caballo salvaje ¿quieres decir? ¡Ummmm, no sé si ofenderme o sentirme halagada!
—Verdaderamente, a veces me cuesta tenerte quietecita —y de repente me hace cosquillas provocando una sacudida en todo el cuerpo. Me encojo sobre mi cintura y pataleo como una cría mientras me entrego al juego—. De hecho todavía no he probado a atarte para degustar, como es debido, esas tres morbosas pecas que tienes…
—¡Vaya! Así que mis pecas te ponen eh…. —bromeo, todavía riéndome.
—Ya lo creo —confirma—. Y doy fe de que no tienes más en el resto del cuerpo. He investigado a fondo —se jacta—. No hay más.
—No daría para más la genética de mi padre —bufo ya recuperada del arranque cosquillero.
—¿Las pecas te vienen de tu padre biológico? —pregunta sorprendido.
—Las pecas y el pelo medio rojo es todo lo que le debo a ese señor de cuyo nombre no quiero acordarme —le informo con el tono agrio.
—Tú no eres pelirroja —me contradice.
—He dicho medio rojo, que es lo que dice mi madre, y no debe de ser lo mismo que pelirrojo, por mucho que yo me pierda en las mil tonalidades entre el rojo y el castaño que vosotros diferenciáis. Aunque si te digo la verdad, preferiría no tener ni una sola seña de identidad suya.
—Pues a mí me encantan tus pecas chisposas, ni se te ocurra deshacerte de ellas. Por lo demás no te preocupes, eres clavadita a tu madre, salvo por las orejas de Dumbo —se burla.
—¿Cómo que orejas de Dumbo? Pero ¡mira quién fue a hablar!, ¿quién te crees tú, Brad Pitt, don petulante señor engreído? —le empujo bordando mi papel de ofendida. Javi se tira de la cama, como si realmente mi fuerza le hubiera derribado.
—¡Ahora verás! —me amenaza.
De pronto me saca del calorcito de las sábanas y echa a correr conmigo en brazos. En la carrera me desoriento, como si estuviera en una montaña rusa. No sé qué pretende, pero nos divertimos como niños y la escena de los dos en pelota picada debe ser digna de dibujos animados. Lástima de ceguera.
¡Cómo puedo ser tan inocente! Su plan era aparcarme de forma malévola y cruel en el plato de la ducha, abrir el grifo, y provocar el aullido felino más agudo de la historia contemporánea. Mi piel, relajadita, caliente y melosa, se ve violentada por el hielo contra el que chocó el Titanic.
—¡Aughhhhrrrrruuggggggg!
Gritamos al unísono porque, obviamente, no le he dejado escapar. Me enrosco a su cintura para robarle su calor hasta que el agua caliente apacigua mi tiritona. Luego debió pasar algo terrible que me dejó inconsciente, porque no recuerdo nada….
Carrera de fondo
Nos hemos ido a estirar las piernas, a despejar la mente y a preparar el alma para la despedida. Hemos hecho cerca de ocho kilómetros por la Carretera de les Aigües a un ritmo bastante fuerte. Javi ya es todo un experto en el arte de guiarme y hoy ha decidido aumentar las pulsaciones sin piedad, tal vez espoleado por los escasos siete grados que registra el termómetro.
La carrera nos ha abierto el apetito así que nos trasladamos al Paseo Marítimo para buscar un bar. Me acuno en el arrullador pálpito infantil que suena como un hilo musical desprendido de las aceras. Se nota que es el Día de Reyes. Oigo la excitación de cientos de niños con sus juguetes en plena puesta de largo para su estreno.
Algo que parece ser un coche teledirigido se topa con mi pie derecho, y enseguida retoma la marcha perseguido por un ser diminuto que también se enreda en mis piernas. Me freno. No quisiera herir a ningún duende extraviado. Se oyen bocinas de bicicletas gobernadas por sus entusiastas nuevos propietarios, patines, risas y ese murmullo exclusivo de las edades tempranas, de la inocencia desplegando su impetuosa bandera al viento. Me siento como si estuviera en el país de las hadas y millones de gnomos celebraran un gran festival.
—Hoy es uno de esos días en que la ilusión gana la batalla a la desesperanza —susurro a Javi cuando por fin entramos en un bar que, a tenor del ruido ambiental, también parece estar atestado de público.
—Debería ser así siempre ¿no? —me responde—. ¿Nos sentamos en la barra? —propone.
—Vale —acepto, encantada de descansar un rato.
—¿Qué te apetece?
—Hola, Javi —interrumpe una voz femenina que percibo a la espalda de Javi, y que no reconozco.
El instante de silencio que se produce a continuación carga con meteoritos de alta tensión el aire. La voz de Javi sale gélida, procedente de lo más profundo de la mismísima Groenlandia.
—Hola Vicky
¿La ex? ¡Hay que joderse!, pienso, y no puedo evitar ponerme en guardia.
—Te veo bien —dice ella. ¡Ni te lo imaginas, guapa! ¡Está de rechupete! Mucho cuidadito con esas zarpas infieles que tienes o Lucía la fantástica saca el cuchillo jamonero para hacer foie con tus higadillos.
… ¿Javi? Mi novio se ha quedado mudo. Muy bien, Javi. Déjala que diga lo que quiera. Indiferencia. ¡Qué le den!
—Me encontré hace unas semanas con Adriá —un amigo de Javi, compañero del básket—, ya me comentó que te iban bien las cosas, y que estabas saliendo con… —hace una pausa en la que intuyo que me está mirando y se me calientan las amígdalas.
—¿Con una chica ciega? —pregunto retóricamente con todo mi morro porque está claro que se refiere a mí. Muy sutil no eres, guapa—. Lucía —digo para hacerme presente—. Encantada.
—Vicky —saluda con su nombre regalándome un tono mucho más seco que a él.
—Disculpe —se oye por fin la voz de Javi—. ¿Podría ponernos un par de botellines de agua para llevar, por favor? —Lo que quiere decir que nos vamos a ir de allí pitando. ¡Genial, a mí tampoco me apetece alternar con esta lechuza rebozada en O de Cuernos!
—Estuvimos hablando de quedar toda el grupo un día de estos —insiste la muy bruja—. De hacer una cena o algo así para…
—No me interesa —corta Javi por lo sano desde algún lugar recóndito de Alaska. ¡Toma bola de nieve en toda la cara! ¡Pica, eh…!
—¡Ya! —responde ella y percibo cierta incredulidad.
—Lucía, ¿quieres alguna cosa más? Si no, nos vamos.
—¡Lástima…! —me brota la palabra con sorna sin poder remediarlo—, me estaba divirtiendo —suelto con todo el cinismo del mundo.
—Mira, ¡qué graciosa! —repone ella con un desdén evidente.
—¡Buf! Y porque no me has visto contando chistes… —le sigo el rollo—. Soy la monda, te sorprenderías…
—A mí ya no me sorprende nada, “querida” —brama enfatizando el “querida” como si estuviera en lo alto de un pedestal y llevara la banda de reina de las fiestas.
—Pues tienes suerte, “querida” —emulo su tono con desaire—, a mí todos los días me dejan de piedra —le cierro la boca pensando que sería un buen momento para cogerla de los pelos y hacerle un buen moño.
—Mira, Javi —decide ignorarme. Buena chica…—. Nos vamos a reunir igualmente. Ha pasado mucho tiempo y… muchas cosas —informa de forma críptica para inmediatamente aclarar—; si es por Óscar ya no estoy con él. Yo… —A ver, o esta tía es tonta y en su casa la han dado por perdida, o es demasiado lista y lanza la información con una mala hostia que… Diría que más bien es esto último…
—Vicky —interrumpe Javi—. Hace ya mucho tiempo que me importa una mierda con quién estés y lo que hagas con tu vida —¡Wow! ¿Cómo lo hace? La está hiriendo en lo más profundo de su amor propio pero lo hace en un tono casi misericordioso, tan condescendiente que su ex parece una pobre niña pillada en un renuncio—. Me importa muy poco que te enrolles con el mismísimo Drácula —¡uhhh, qué miedo. Drácula y Doña Croqueta—, o que te quedes para vestir santos —teniendo en cuenta su historial, va a ser que no—. De hecho, no sé ni qué hago hablando contigo.
¿Te ha quedado claro, pichimosqui? Apostillo en silencio… Me lo estoy pasando en grande.
—Ya veo —responde ella ofendida y mostrando unos nervios que hasta ahora mantenía a raya—. Tampoco hace falta ser maleducado —se revuelve.
—La educación nos la perdimos hace mucho tiempo, Vicky —refuta Javi con la paciencia a punto de agotarse— ¿Me cobra, por favor? —solicita al camarero.
—¡Pues nada, oye! Ya que no hay tregua ni para la cortesía ¡mucha suerte en esta nueva vida de Lazarillo! —ladra la muy cabrona.
—¿A ti qué te pasa, gilipollas? —Pierdo el oremus.
—¡Lucía, no vale la pena! —corta mi arranque Javi poniendo su mano en mi brazo—. Veo que no has perdido tu capacidad de atacar con golpes bajos —le dice a ella—. Pero estás muy equivocada si crees que me ofendes, Vicky, ni te imaginas lo privilegiado que me siento de estar a su lado; ojala en algún momento tú hubieras sabido mirarme como ella me ve —¡Toma ya! A eso le llamo yo un K.O. técnico. ¡Ese es mi chico! —Te agradecería que la próxima vez que te cruces conmigo pases de largo, desde luego es lo que haré yo.
¡Bien dicho, sí señor! El público se ha puesto en pie en una ovación sin precedentes mientras a mí se me queda dibujada una sonrisa que exhibo toda fanfarrona.
Oigo un carraspeo derrapando en su garganta que solivianta todos mis demonios. ¡Vete de una puta vez! ¿Qué hace todavía aquí clavada?
—No sé de qué te ríes guapa —embiste invadiendo mi espacio vital—, y estoy siendo muy generosa con lo de guapa. Eres poco más que una cara lavada sin gracia —me menosprecia.
¡Ja! Me parto el higo contigo. Así que quieres salir del escenario pegando un portazo eh… me arremango en mi subconsciente.
—Verás, querida —susurro en un tono íntimo aprovechando su proximidad—. ¿Ves estas tres pecas junto a mi nariz? —digo señalándome la zona y recuperando la conversación matutina—, pues ellas solitas tienen más gracia que toda tu patética exhibición de intenciones para llamar la atención de Javi. Las tres pecas de esta cara lavada le ponen tan cachondo que nos falta tiempo para follar —me pitorreo de ella—. Follamos como putos animales —insisto, por si no le ha quedado claro, y lo hago tan cerca de su oreja que cualquiera diría que me la quiero merendar—. Compartiría gustosa mi secreto, pero… ¿sabes qué pasa? —me ufano—, que no suele funcionar con quien mete el morro en nidos ajenos… —Termino mi actuación estelar relamiéndome los labios y saludando al público.
—Pues ten cuidado guapa —gruñe envanecida separándose de mí— no fui la única en meter el morro en nidos ajenos —suelta a bocajarro y me pega un meneo que me deja fuera de combate. ¿Qué? ¿Qué está diciendo? ¿Se está tirando un farol? ¿Cómo que…? —Y por la cara que se te ha quedado veo que “nuestro Javi” —ahora es ella la que se pitorrea— no te ha contado toda la historia ¿verdad?
Se sabe triunfal. No es que me haya vencido, es que me ha noqueado y me desangro en la lona por el efecto sorpresa. Sus tacones se alejan victoriosos y me la imagino sonriendo y enseñándome los dientes, orgullosa, desde el trono de los listos, sabiendo que finalmente ha conseguido desestabilizarnos.
Tiempos de mentiras
Durante todo el trayecto de regreso a su casa, que hacemos en metro, soy incapaz de articular una sola palabra. Toda mi verborrea ha quedado aplastada con la cornada de Vicky. Javi me arrastra por los andenes esquivando la vorágine de personas que corretea en un Día de Reyes irremediablemente torcido. No intenta romper mi silencio. No procede entre ese tumulto. De vez en cuando me frota la mano que tiene asida como si quisiera escribir en mi palma alguna explicación que un día olvidó en la cartera.
Cuando entramos en el piso sus llaves esgrimen un clinc clinc lastimero al ser arrojadas con indolencia sobre el mueble de la entrada. Se desprende de mí y se adentra en el salón. Me quedo clavada ahí un instante, escuchando cómo se desvanece ese sonido que abre la puerta de una casa en la que me he comprometido a vivir. De repente me siento sola y desubicada. Como si estuviera en medio de un gran puzle en el que todas las piezas deambularan desorientadas buscando su sitio.
—Fue una noche que salimos a celebrar el fin del campeonato los chicos del básket y yo —empieza a hablar Javi desde el salón. Su voz me hace reaccionar, extiendo los brazos y cubro lentamente los cinco pasos que tengo memorizados hasta el sofá. Me quedo allí de pie. No tengo ganas de sentarme.
—Bebimos mucho, demasiado, de hecho juraría que alguien me metió algo en la bebida —continúa. Su voz suena neutra, sin emoción ninguna, y me llega de espaldas, como si estuviera admirando el paisaje a través de la terraza. ¿No me quieres mirar, Javi?, pienso—. Perdí el control. Y cuando digo que perdí el control es literal —entonces se gira sobre sí mismo porque, ahora sí, su voz viaja clara y de frente—. Amanecí en la cama de una desconocida de la que no recuerdo absolutamente nada: ni cómo la conocí, ni lo que fuera que sea que hicimos. No tengo consciencia de nada de aquella noche desde las cuatro de la mañana. Solo sé que desperté desnudo junto a alguien que no sabía quién era pero con quien resultaba evidente que había pasado la noche. Se lo conté a Vicky inmediatamente. A los pocos meses ella se enrolló con Óscar y jugó a dos bandas hasta que me enteré.
Digerir sus palabras no me resulta complicado, al fin y al cabo yo no estaba implicada en nada de aquello. ¿Así que esta la historia completa? Vale, Javi, eso no es lo que duele. Vayamos a lo importante.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Le oigo exhalar un profundo suspiro.
—Cuando te conté esto yo estaba jodido. No creí que tú y yo fuéramos a tener más de dos citas —dice de carrerilla como si tuviera la respuesta preparada—. Supongo que quise ofrecer una versión maquillada de mí mismo….
—Llevamos más de un año —informo de lo obvio.
—Ya… No creí que fuera importante para nosotros —sigue su explicación sin titubear—. No te lo dije en su día y luego me pareció absurdo volver sobre ese asunto —sus excusas me chirrían en la piel.
—Javi, trato de entenderte, de verdad. Me estoy esforzando —indico, vehemente—, pero es que tú eres el chico de “no soporto una mentira más en mi vida” ¿recuerdas? Esto me ha descolocado por completo…
—Para mí esto no es mentir
—¡Hostia, Javi! ¡No me tomes por estúpida! —le reprocho levantando la voz.
—Jamás he hecho tal cosa —mantiene el control él.
—Pues no empieces a hacerlo ahora. Deja de decir que omitir una información no es mentir. Es edulcorar la verdad, manipularla en función de tus intereses. ¿Qué más da el nombre que le pongas?
—Para mí resulta difícil sentirme culpable de algo que no recuerdo, por eso no lo consideré importante —se justifica en ese tono imperturbable.
Inspiro profundamente.
—Yo no quiero la verdad para buscar culpables, Javi. Solo quiero entender, entenderte. Y tú de esto sabes bastante porque no hace mucho te mosqueaste conmigo porque no entendías. Pues bien, ahora soy yo la que está completamente fuera de juego.
—No quería perder tu respeto… —se explica y guarda un instante de silencio—. Lucía, cuando antes le he dicho a Vicky lo de la forma en que tú me ves lo decía en serio. Nadie jamás me ha mirado como lo haces tú. Supongo que temía que dejaras de hacerlo, temía perder tu… admiración —concluye, y me descoloca de nuevo—. Puede que quede muy vanidoso pero es una de las cosas por las que me gusta estar contigo.
Una de las cosas por las que le gusta estar conmigo… me taladra la frase en el cerebro. Estar conmigo por mi admiración…. Me siento como la sobrina a la que su tío ha dado unas palmaditas en la espalda por buena chica.
¡Por Dios! Las fichas de mi puzle chocan unas con otras a toda velocidad totalmente enajenadas. ¿Puede alguien dar la luz, por favor?
—Así que te gusta estar conmigo porque te admiro —repito como un papagayo atolondrado. ¿Se da cuenta de lo hiriente que es?—. Dime una cosa, Javi. Si yo no te hubiera pedido para salir tú no habrías salido conmigo jamás, ¿verdad? —Se me ocurre indagar para ir colocando cada pieza en su sitio.
—¿Y esto ahora a qué viene? —rezonga tras otro gran suspiro—. ¿Qué es una pregunta trampa o algo así?
Me callo. No estoy haciendo preguntas tan difíciles.
—¿No crees que de no haber querido salir contigo, sencillamente, no lo habría hecho? —me responde con otra pregunta.
—No es lo mismo tomar la iniciativa que dejarse llevar —argumento.
—Lucía, estoy perdido. Adónde quieres ir a parar. Sobre qué estamos discutiendo ahora exactamente —me deja el campo abierto.
—Sobre tus sentimientos —disparo.
—¿Qué pasa con mis sentimientos? —cuestiona, y esta vez sí percibo cierta vacilación en el tono. Javi, conozco tu voz como si fuera el oxígeno que respiro y sé que ahora mismo estás cagado de miedo.
—Es lo que me gustaría saber, qué pasa con tus sentimientos.
—¿Acaso no te demuestro lo que siento? —se escabulle.
Como veo que le cuesta mucho se me ocurre dar un pequeño rodeo a ver si se desatasca.
—Javi, ¿tú a Vicky la querías?
—¿Qué? Lucía, me estás volviendo loco. Y eso qué tiene que ver…
—¿La querías? —vuelvo a preguntar con paciencia.
—Estuvimos juntos casi cuatro años. ¡Pues claro que la quería! —confirma en un tono que me indica que se está alterando.
—¿Ves cómo no es tan difícil? —digo, refiriéndome a que no cuesta tanto expresar lo que uno siente. ¡Joder, Javi! ¡Háblame, por favor!
—La quería, Lucía. En pasado —refuta.
—Bien. ¿Y cuál es tu presente, Javi?
A cada paso que voy avanzando mi estómago se cierra un poco más. El mal presentimiento de esta Navidad vuelve con su bandera negra.
—¿Dudas de mí?
—Te agradecería que dejaras de contestarme con preguntas.
Se produce un silencio espeso entre nosotros y luego escucho como si se frotara enérgicamente la cara con las manos antes de soltar una exhalación.
—Tú eres mi presente, Lucía. —Se acerca unos pasos a mí y me alejo instintivamente. No, Javi. No trates de distraerme con tu proximidad.
—¿Pero…? —le invito a seguir.
—No hay peros, Lucía. Eres mi presente. ¿Qué más quieres de mí? —protesta desarmado.
—Quiero exactamente lo mismo que yo te doy a ti.
—Que no pronuncie ciertas palabras no significa que no las sienta.
—¿Qué significa, entonces?
—Que necesito tiempo.
—Tiempo para aclararte, para aprender a conjugar el verbo, tiempo para qué…
—Tiempo para llegar a tu nivel, Lucía —eleva el tono desesperado.
—¿Para llegar a mi nivel? Pero qué clase de mierda me estás vendiendo —vocifero derrumbada porque la conversación me está asfixiando—.¡Por Dios, Javi, suéltalo de una puta vez… —le grito ya con los nervios totalmente fuera de sí.
—¡Joder, Lucía! —rompe a gritar también él—. Necesito tiempo para quererte a ti como parece que tú… me quieres a mí —revienta por fin diciendo lo que a todas luces guardaba a buen recaudo en la caja de los truenos—. Yo… —envuelve ahora la dureza de esa frase en un tono de seda sabiendo que ha dejado a su paso un campo de minas— quizás voy a un ritmo más moderado —se inhibe.
Sus palabras me aplastan, me conmocionan, me humillan…Martillean mi dignidad desde arriba hasta quedar totalmente hundida en medio de un barrizal.
Pensaba que se guardaba sus sentimientos para protegerse, no porque tuviera dudas. ¿Cómo he podido estar tan ciega?
—¿Por qué cojones quieres que viva contigo si no tienes las cosas claras? —digo arrastrando la voz, intentando iluminar todas las zonas de oscuridad que me están devorando.
—No vayas por ahí, Lucía. No he dicho tal cosa —me contradice recuperando el control— Tengo claro que quiero estar contigo, solo digo que tal vez tú vas al galope y yo al trote…
—Te estás defendiendo con pura basura, lo sabes ¿no? —le interrumpo otra vez alterada—. ¿Crees que lo que no sientes ahora te va a nacer por ciencia infusa cuando vivamos juntos? Es increíble —me quejo descompuesta—. ¿Es el sexo? ¿Lo que te une a mí es el sexo, Javi? —Le acuso, aunque ya no sé muy bien qué trato de averiguar porque el golpe ha sido tan duro que aún lo estoy asimilando.
—¿Qué? Pero te estás escuchando, Lucía —se ofende—. Estás retorciendo la conversación de tal forma que parezco un cretino —chilla de nuevo.
—¿Ah sí? A mí me parece que solo estoy poniéndote ante tu espejo
—¿Qué espejo?
—El de tus sentimientos, ¡qué coño de espejo va a ser! —ladro irritada—. Y lo único que refleja ahora mismo es a un desconocido con un montón de mierda alrededor —bufo dolida—. Para no gustarte las mentiras, Javi, te acaba de estallar en toda la cara la puta y jodida mentira del siglo. ¡Enhorabuena! —ironizo exhibiendo mi repertorio de improperios.
Mis exabruptos y mi arranque violento ensucian el ambiente y eleva la tensión un nivel más. Permanecemos unos segundos en silencio. Yo totalmente derrotada. Él… no tengo ni idea….De pronto mi admirado Javi ha bajado de su pedestal y el hombre que tengo ante mí me resulta tan extraño que no soporto su presencia.
—Lucía —dice mi nombre en un tono que trata de recuperar la cordura—. Estás sacando las cosas completamente de quicio. ¿Tan grave es que te pida un poco de tiempo? —trata de convencerme mientras se acerca y me intenta coger la mano.
—¡No….—aúllo como si me quemara el contacto—. ¡No vuelvas a tocarme…jamás! —rujo mostrando un rechazo tan visceral que me sorprendo de mí misma.
—Dios, no me lo puedo creer —brama Javi fuera de sí otra vez—. ¿De verdad crees que soy un capullo sin sentimientos?
—Eres tú quien lo ha dicho —musito derrotada y accedo a la habitación para coger mi bolso. Necesito escapar de allí, de él, de ese lugar falso plagado de mentiras.
—Lucía, por favor, no te vayas —ruega—. No me hagas esto. Hablemos con calma las cosas —intenta negociar.
—Creo que ya está todo dicho, Javi —expongo tratando de evitarle—. Cuando te vayas vendré a por el resto de mis cosas —le informo para que deje unas llaves al portero.
—Lucía, yo… te quiero… —prueba a la desesperada—, solo que… —lo estropea más.
—Javi, no me humilles más, por favor, porque yo sí te quiero, con toda mi alma. Como nunca he querido a nadie en mi vida —le regalo mis sentimientos de despedida—. Te amo de una forma salvaje, es cierto, sin reservas, sin peros, sin condiciones y sin miedo. Y ¿sabes por qué lo sé? Porque cuando amas así el alma adquiere una tonalidad nueva inequívoca hasta para una chica ciega como yo. Así que quédate tus te quieros llenos de esos peros tan hirientes. Tus migajas me denigran y me ofenden profundamente. Si a estas alturas no sabes si me amas, no podrás amarme jamás. Mucha suerte en Madrid, Javi.
Y me voy de allí con el corazón destripado y la sangre detenida en las venas. Dejo que el aire de enero anide en mi piel. Levanto la cabeza y abro mi abrigo para que el frío juegue a placer conmigo. Le doy la bienvenida a ver si es capaz de reactivar un latido que parece inerte. Nada. No siento nada. Camino sin rumbo arrastrando los pies hacia algún lugar en el infierno. Ni siquiera utilizo mi bastón de ciega. Me da igual si me choco, me empujan, me caigo o me mata un meteorito. Alguien me da un codazo al pasar. No siento nada. No puedo llorar. ¿Estoy respirando?
Se me ocurre que al menos esta vez no me han dejado a mí y me río de lo patética que soy. Oigo a un crío eufórico mientras su padre le enseña a ir en bicicleta. Me acuerdo de una frase de esta mañana. Finalmente parece que la desesperanza ha vencido a la ilusión, digo en voz alta algo aturdida. Y la vuelvo a repetir; parece que la desesperanza ha vencido a la ilusión….
Y me sigo preguntando por qué no siento nada…
Continuará
Capítulos anteriores
Capítulo 0 Preámbulo: Muda y Ciega
Capítulo 4: Mis ojos de ciega y mi cara de niña
Capítulo 5: Silencio catatónico
Capítulo 7: Reencuentro atraganta ambientes
Capítulo 8: Mi te quiero errante
Capítulo 9: Minutos para enamorarse
Capítulo 11: Cuestión de disponibilidad
Capítulo 12: Inspiración poética
¡Hola, Matilde! Lo que parecía ser un capítulo en el que Lucía y Javi aprovecharan sus últimas horas juntos deviene en un clímax en toda regla. Una Despedida con mayúsculas, una discusión de pareja de altísima tensión, una tensión que quién sabe si habrá terminado por romper la cuerda de su relación. Si de una serie de televisión se tratara, este continuará sería el de final de temporada por su especial trascendencia y por remover todas las bases de la historia redirigiéndola a otros caminos.
Capítulo nuclear de la novela, sin duda. Un abrazo!!
Hola David,
Eso mismo me pregunto yo, si no se habrá roto la cuerda de su relación.
Gracias por pasarte David,
Un abrazo
Hola, Matilde. Vaya capítulo de giros, madre mía. Al final la Vicky hizo más daño del que se presuponía. Tener a alguien malo en tu vida tiene sus consecuencias. Sin embargo, esa despedida… Yo confío mucho en Javi, pero hasta los más grandes tienen sus defectos, y por muy crack que sea, no veo la manera de que lo arregle.
Muy bueno, dejamos a Byron y sin respiro nos adentras en otro estropicio. Y encima con la larga ausencia por delante.
A ver cómo se resuelve, o no, la cosa.
Hola Pepe,
Tu confianza en Javi es admirable. Tal vez confías en él más que la propia Lucía….
Ya veremos…
Gracias por comentar Pepe,
Un abrazo
Madre mía !!!
Este continuará, me ha dejado sin aliento y con muchos????
Vuelve pronto, te estaremos esperando…
Hola Rosa
Espero poder volver pronto…
Un fuerte abrazo