Navidad sin tiempo

por | May 13, 2021 | Ficción | 4 Comentarios

Navidad sin tiempo

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“Muchas veces regreso con la imaginación a los días de mi infancia y me asombro de la intensidad de mis sentimientos en aquel tiempo: su recuerdo permanece imborrable aun hoy día. Mi pobre madre y después mis compañeros de colegio, con sus burlas, me habían acostumbrado a considerar mi defecto como una terrible desgracia; después nunca he logrado superar este triste sentimiento. Es menester una gran bondad natural para poder vencer la amargura corrosiva que una deformidad física genera en el alma y que indispone contra todos”.

—Este primer párrafo correspondería —expongo— a los Diarios de Byron escritos en Londres entre 1813 y 1814, sería la forma de conectar al poeta adulto con el niño y, metafóricamente hablando, como iremos viendo, podríamos decir que también sería el modo de confrontar al Lord Byron de la máscara con el que vivía en su interior —hago la primera alocución en la sala de reuniones de la productora. Justo ahora, en este instante en que el universo está decidiendo si mi carrera profesional da un salto interestelar.

El señor De las Heras, mandamás de Códice Cero, llegaba puntual a la oficina a las nueve de la mañana desplegando una energía algo desconcertante. Ha venido solo, lo cual ya nos ha extrañado pues para esta toma de decisiones es normal que se presenten, al menos, dos personas. Enseguida nos damos cuenta de que su carácter resolutivo prescinde de escudos para protegerse. Es de esa clase de tipos que no necesita una segunda opinión para tomar sus decisiones, confía plenamente en la fiabilidad de la suya, lo cual puede ser muy bueno, o muy malo, según cómo se tercie el asunto.

Antes de las presentaciones, mientras departía a solas con nuestro jefe lejos de nuestro alcance, pero a la vista de quienes tienen vista, mi compañero le dedicaba un infantil cotilleo.

—Lleva un traje impoluto en gris marengo y una corbata verde con jirafas amarillas, ¿qué dices Lucía, quiere decirnos algo míster elegancia? —me sopla al oído Jandro y percibo un sutil esfuerzo por controlar la tensión. Así que el señor arrogante, punto disponible, punto Bond, también se pone nervioso ¡eh! Me tranquiliza saber que no soy la única en estado de ignición espontánea inminente.

—Cómo comprenderássusurro con la voz rígidasoy incapaz de diferenciar entre el gris marengo y el gris humo chimenea, pero sin duda ninguna las jirafas son una señal inequívoca de que ama a los animales, igual que Byron. Todo va a salir bien.

—No sé si ama a los animales —murmura Bond—, pero está flirteando descaradamente con Álex.

—Mejor para nosotros —aseguro—, así querrá pasar más tiempo por aquí.

Como responsable del proyecto me veo en la obligación de infundir una confianza con la que también pretendo apaciguarme a mí misma, porque lo cierto es que los nervios me están devorando los intestinos. Parece que llevo un león dentro a punto de sacar la zarpa por el ombligo.

—Pase lo que pase ahí dentro —espoleo a mi equipo—, hemos hecho un gran trabajo, chicos.

El señor De las Heras no ha perdido el tiempo en ponernos en guardia una vez hechas las presentaciones. Álex me ha dicho que no me arrepentiré, así que espero algo fuera de serie, asevera con un timbre aflautado que no cuadra para nada con el tremendo apretón de manos que me ha dado. Casi me rompe los huesos el muy bestia.

Ya en la sala de reuniones, mientras encuadro la historia en su contexto histórico y explico los objetivos que nos hemos marcado en torno a la figura de Lord Byron, Luck pasa por la pantalla algunos de los escenarios reales para que nuestro cliente se sitúe visualmente. Un recurso que nos relaja a todos y sirve para despertar la curiosidad.

—Conozco algo de Byron —aclara el señor De las Heras tras la breve introducción—, supongo que no se ha omitido nada —cuestiona en esa clase de tono que advierte de que solo aceptará por válida una respuesta.

—¿Omitir? —su recelo me ofende profundamente. Contengo la ira y la mando al rincón de pensar—, ¿sobre qué cree que podríamos haber omitido algo? —pregunto directamente disfrazando mi voz de una exquisita corrección.

—Sobre su homosexualidad y el desenfreno de su vida, por supuesto —indica muy seguro de su observación—. No quisiera que por el hecho de tratarse de un escritor, hayan decidido ustedes darle un enfoque más…, cómo diría yo, tal vez más familiar….

—Parece bastante claro —me apresuro a despejar sus dudas— que en la naturaleza de Lord Byron no cabía la discriminación de género en lo que a apetitos sexuales se refiere —Así se corrige a alguien con elegancia, me envanezco en silencio desde mi trono ficticio—,  tuvo tendencias claramente bisexuales y, por supuesto, todas las facetas de su vida, incluidas las más escabrosas —enfatizo esta palabra con brillantina y purpurina—, están incluidas en el presente guion —confirmo. ¡Así que quieres morbo eh! reprendo por dentro a míster quebrantahuesos, pues tranquilo, también hay de eso—. Si nos lo permite, se lo mostramos enseguida.

—Bien, adelante, adelante —exhorta entonces más convencido.

La lectura del guion, en la que participamos Jandro y yo en función de los pasajes, discurre sin contratiempos, sin apenas interrupciones, salvo un escueto comentario al descubrir que nuestro díscolo poeta perdió la virginidad a los nueve años con su institutriz Mary Gray.

—Por cómo lo cuenta no parece que se traumatizara mucho  —apunta, y leo entre líneas cierta satisfacción por lo que oye.

—Su educadora siguió en su vida durante varios años, por lo que hay que deducir que no, no quedó traumatizado —cierro la interrupción.

Salvo ese pequeño paréntesis, no ha hecho ni más observaciones ni más comentarios. Para haberse mostrado tan parlanchín en los preámbulos, durante la presentación ha adoptado una actitud de escucha bastante respetuosa, lo cual le honra. Pero ahora mismo estoy completamente perdida. Soy incapaz de saber si eso significa que le ha gustado, o que le ha parecido un bodrio. Apenas tengo unas pocas referencias, una leve sonrisita cuando el sentido del humor se hacía presente, algún suspiro en las escenas de tensión…, poco más. No sé si mis compañeros disponen de pistas más concluyentes a través de la información visual de la que yo carezco. Me siento muy sola ahora mismo tratando de hacer una hipótesis.

Al final interviene Álex para ofrecer los datos de estudio de mercado, el público objetivo y las fases del proceso de producción junto con el Plan Económico en caso de ser aceptado el proyecto.

—¿Y bien, qué le ha parecido? —ataca directamente mi jefe una vez cerrado el capítulo engorroso de los números.

El silencio que se produce a continuación es agónico. El señor De las Heras se regodea en un insólito mutismo que deja una tensión asfixiante en la sala de reuniones. Ni siquiera un miserable carraspeo con el que interpretar su estado de ánimo. Los demás contenemos la respiración como víctimas a expensas de nuestro verdugo. Las manos me sudan, el cuello lo tengo tan rígido que en cualquier momento la cabeza va a salir a la fuga; hasta los dedos de los pies están enroscados de la tensión….¡Joder, di algo de una puta vez o reviento!

—Disculpe… eh, Lucia ¿verdad?

¡Por fin! Pensé que se había tragado la lengua…

—Sí. Dígame.

—¿Pueden repetir ese párrafo con el que usted se ha imaginado, ¿cómo ha dicho?, una voz en off mientras la cámara sobrevuela cenitalmente la Abadía de Newstead.

—¿Quiere que lea ese párrafo de nuevo? —Tengo toda mi presentación en braille así que solo he de rescatar ese texto en cuestión. No hay problema.

—No. Sí. Es decir, me gustaría escucharlo en una voz masculina, ya que se supone que sería Byron hablando. ¿Puede leerlo su compañero?

¿Por qué no me sorprende esa petición? Me río entre dientes y me atizo mentalmente por no haber previsto mejor la distribución de los textos.

—Por supuesto —decimos al unísono Jandro y yo. Y a continuación mi compañero hace la mejor interpretación de su vida con su excepcional voz radiofónica:

—“Cuando me toma las lecciones cae en crisis de cólera, me dirige reproches como si yo fuese el crápula más desobediente del mundo, remueve las cenizas de mi padre, lo cubre de denuestos y asegura que yo seré un verdadero Byrrone -este epíteto es el peor que puede encontrar-. En verdad, ¿es preciso que llame madre a esa mujer? Ningún cautivo negro, ningún prisionero de guerra ha ansiado su liberación con más alegría y más transida ansiedad que yo cuando sueño con escapar de estos lazos maternos y de este lugar maldito”.

—¡Tiene usted una voz soberbia! —halaga a mi compañero—. Me he imaginado a Byron escribiéndolo, mientras la imagen va enfocando esa magnífica primera discusión entre madre e hijo que he de reconocer que me ha impactado.

—Señorita —se dirige a mí—, será usted ciega pero créame si le digo que recrea las escenas con una plasticidad que ya quisieran muchos de esos guionistas consagrados y endiosados —brama.

—Le agradezco el cumplido, señor De las Heras, pero créame si le digo que el trabajo ha sido de todo el equipo —me niego a recibir en exclusiva las felicitaciones.

—Sí, por supuesto, por supuesto, pero en su caso el mérito es doble, ¿no le parece? —refuta. Pues no. No me lo parece. Pero no voy a discutir con él, que además parece que ha recuperado su talante dicharachero—. Estoy gratamente sorprendido con la calidad de los diálogos, señores —exclama con una efusividad que no deja lugar a dudas de lo complacido que está con el guion—. Debo felicitarles. El resultado es sencillamente magnífico, cautivador, con un protagonista turbulento que levanta las alfombras del vicio de ese siglo XVIII y al mismo tiempo con una sensibilidad exquisita. Francamente, excelente —finaliza.

—¿Acepta entonces el proyecto? —pregunta Álex, que necesita un sí oficial.

—Adelante con ello. Excelente trabajo —confirma—. Alex, ¿podría hablar un momento a solas contigo?

Luck, Jandro y yo nos escapamos de allí con los nervios explotando en miles de fuegos artificiales. Diría que, por una vez, casi soy capaz de visualizar las mil tonalidades de color que mi propio estado de embriaguez desprende.

Cita con mi novio

El tiempo es implacable. Tiene esa capacidad de detenerse en mitad de un naufragio y de huir de sí mismo en pleno éxtasis de felicidad. Ahora mismo es como una enredadera que sale al sol y se esconde de él como si jugara al escondite. Tampoco soy capaz de explicarlo exactamente, pero siento como si jugara conmigo.

El día del éxito de Byron salimos de la oficina con dos semanas de vacaciones ganadas a pulso para pasar las Navidades. Esa misma noche, Javi y yo celebramos mi éxito con una cena que preparó a base de hummus con aguacate, verduritas frescas y pan de pita caliente. En ese momento el tiempo sonreía risueño y desacomplejado. Ella Fitzerald fue cómplice de nuestras confidencias, testigo de excepción del esfuerzo de Javi por mimarme. Aunque mis demonios forcejean por salir los voy manteniendo a raya, pero él sabe están ahí y desde que su marcha es oficial trata de dominarlos con un fuego encendido a base de ilusión y buenas intenciones.

—Tal vez podrías pensar en cómo quieres adaptar el piso a tu gusto —me sugirió—. No sé, a lo mejor te apetece cambiar la habitación, o el baño. Lo único que es intocable es mi despacho, tengo un nido de arañas que me entretiene cuando trabajo me advirtió entre risas.

—¡Como soy ciega no me hago responsable si un día las espachurro limpiando el polvo! —bromeé. Luego me puse seria—. Ya habrá tiempo para eso, Javi. Sabes que no me gusta mucho hacer planes.

—La verdad es que siempre he dado por hecho que viviríamos aquí, pero igual prefieres que busquemos otro piso.

—Sí, uno más bajito no estaría mal ¿por qué elegiste un séptimo, no lo había más alto? —ironicé.

—En realidad me eligió el piso a mí. Cuando entré aquí, después de mi ruptura con Vicky, no lo puedo explicar exactamente pero sentí como si perteneciera a este lugar. Por primera vez en muchos meses me sentí tranquilo y en paz. Además, mis vecinos son muy majos —se tiró un farol.

—¡Venga ya! Pero si no conoces a tus vecinos… —nos reímos los dos—. Tranquilo. Sé que esta casa te encanta, y en verdad es un chollazo. Tan céntrica, tan apañada. Es fácil vivir aquí, solo que la muy cabrona esto muy alejada del suelo. Pero me adaptaré —entonces supe que tenía que encomendarme a vencer mi vértigo definitivamente.

Tras la cena nos dedicamos a conquistar nuevas zonas de esa enorme cama que tiene y que si no la atendemos se pone celosa, la condenada. El sexo entre nosotros fluye con tanta naturalidad que a veces me pregunto por qué otras cosas…, en fin, no voy a utilizar eufemismos ahora, por qué está costando tanto que afloren sus sentimientos. Soy consciente de dónde viene, me riño por impacientarme…, pero me impaciento. ¡Hay que joderse! ¿Existe alguien a quien no le guste que le digan te quiero? Pues eso….

Javi y yo nos acostamos en la segunda cita, y si no lo hicimos en la primera fue porque supongo que ninguno de los dos tomó la iniciativa, porque entre nosotros la química es pura verbena desde el minuto uno. En nuestro segundo encuentro ya conocía toda su historia con su ex, sabía que miraba al mundo con cierta desconfianza y que el engaño y los cuernos le habían dejado herido de muerte. No sabía si lo nuestro tendría futuro, pero en aquel momento a mi cuerpo eso le importaba un carajo, siempre he respondido a la presencia de Javi con una irreprimible combustión instantánea. El hecho de enamorarme tan descontrolada y apasionadamente solo ha generado aún más fuego a esa atracción sexual que, al menos en este asunto, sí que nos mantiene a ambos en el mismo nivel.

Ahora Javi está con su madre, se ha ido a pasar la Navidad al pueblo, y el tiempo vuelve a cruzarse de brazos y a poner cara de circunstancias cuando le miro de frente amedrentada por las malas profecías que rebotan por los edificios.

Me invitó a ir con él, incluso su madre me llamó para pasar la Nochebuena con ellos, pero pensé que ella también iba a quedarse sin su hijo unos meses. Tiene todo el derecho del mundo a disfrutar de él a solas, ¿o no?  Mañana regresa, vamos a pasar la Nochevieja con Marta y Raúl y Año Nuevo con mi madre y Roberto. Todos los días de esta puñetera Navidad son una irritante cuenta atrás que me está tocando mucho los cojones.

Tiempo de Nochevieja

Habíamos pensado irnos de cotillón los cuatro, como el año pasado, pero Marta me llamó para preguntarme si nos importaba cambiar los planes, que les apetecía algo más tranquilo, y que fuéramos a cenar a casa de Raúl. Entonces Javi se arrancó ofreciendo la suya, lo cual no deja de saberme aún más a despedida. Estoy en pleno bajonazo camuflado por las lentejuelas de la Nochevieja. Lucía la melodramática canta Ne me quitte pas con voz grave y con todas las luces del escenario sobre su cabeza. El problema es que abajo, donde debería estar el público, no hay nadie. ¡Pues nada….! Ya me aplaudo yo sola, es mi fiesta privada. Pero si le vas a ver igualmente, me recrimino, ¿qué problema tienes, Lucía? Y me recorre un escalofrío de pies a cabeza, de esos que te ponen los pelos como escarpias… Otra vez ese mal presentimiento… ¡Estoy fatal!

—¿Dónde has aprendido a cocinar así? —pregunta Marta ensalzando el magnífico pato a la naranja que ha cocinado.

—En realidad solo me apaño con algunos platos, con otros soy un auténtico cafre —responde con modestia—, pero este, concretamente, me lo enseñó mi madre. Mi padre odiaba el pollo y en casa nos acostumbramos a sustituirlo por el pato de forma habitual. Así que tengo varias recetas. Hoy he elegido esta que le encanta a Lucía.

Javi sigue con la estrategia “yo y Lucía”. Parece que se ha acostumbrado al “nosotros” tras mi pequeña reprimenda por no haberme dicho a tiempo lo de su oferta de trabajo. No deja de hacerme saber que “está conmigo”. Me deja caricias en la nuca si pasa por mi lado y me regala mil besos de esos fugaces que apenas se posan en los labios salen volando satisfechos. Ahora estamos los dos en la cocina, él preparando los turrones y yo metiendo los platos en el lavavajillas.

—Señorita, si está queriendo ponerme a prueba sometiendo sus posaderas a mi calenturienta imaginación sepa que este pobre hombre tiene un límite —bromea, guasón.

—Sepa usted, caballero, que mis posaderas quedarán libre de su reclamo una vez se encuentre usted desparecido. De modo que no censure mi interés en el arte de la insinuación, por si fuera menester satisfacer mis necesidades —respondo siguiéndole el juego apoyada en la máquina, que ya ha empezado su programa de lavado.

—¿Quiere la señorita que le dé candela sobre el friegaplatos? —se anima.

—Mejor no —me opongo—, A ver si te va a dar un calambrazo y te quedas fuera de combate antes de comerte las uvas.

Cuando terminamos el ritual de las doce campanadas, brindamos y nos besuqueamos todos. Marta me ha abrazado como si supiera que mi cabeza está lejos de esa noche, de esa cena y de ese tiempo. Yo pongo mi mejor sonrisa y voluntad para tratar de disfrutar.

—¿Qué le pasa a Raúl? —le pregunto a mi amiga.

—¿A Raúl? Nada —responde contundente—. ¿Por qué lo dices?

—Le noto súper excitado. No sé, efervescente, como una botella de cava a punto de ser descorchada…. Igual es la Navidad…—presupongo.

—Algún día me tienes que prestar esa intuición tuya, Lucía —asevera Marta ahora, y no tengo ni idea de qué me habla—. Chicos —reclama ahora nuestra atención con un clinc, clinc, clinc que suena a toquecitos en la copa con el tenedor, porque si hubiera utilizado una cuchara gorda sonaría como clonc clonc, ¿no? pero ha sido clinc clinc, así que debe haber usado un tenedor. ¡Buf…!—. Un poquito de atención, por favor, antes de que estéis borrachos del todo…

—Pues no será por el vino —se queja Javi—. Voy a tener que revenderlo…

—Bueno, pues antes de que vosotros dos os pongáis a hablar de los problemas del cultivo de la patata en el Himalaya —apunta Marta—, qué os conozco.

—¡Hoy creo que hablaban de la oportunidad de invertir en drones mensajeros…! —me uno a mi amiga.

—¿Qué os pasa a vosotras? ¿Tenéis envidia? —se queja Raúl.

—No vayas a comparar la crítica política de sus viperinas lenguas con nuestras insulsas conversaciones futuristas —añade sarcástico Javi.

—¡Vale, vale chicos! —corta Marta— ¿puedo hablar, o tengo que pedir la venia de su señorías?

—Marta, no es por nada, pero creo que lo de querer jugar al póker sex lo vas a tener que dejar para otro momento.

—¡Hostia! Ya os vale a los tres. Tened piedad de mí. ¡Estoy embarazada.

—¿Qué?

—Estamos embarazados —repite ahora en plural y… ¿está llorando?

—¡No!

—¡Sí! —gritan los dos.

—¡Dios! ¡Dios! —me tiemblan las piernas, la voz sale torcida en mil gallos agudos y el estómago se ha puesto a saltar a la comba—. ¡Marta!

—¡Sí….!

Me levanto porque necesito tocarla, porque es evidente que se sienten tan felices por la noticia que no hace falta saber nada más.

—¡Así que papas… eh! —le oigo a Javi, algo fuera de juego.

—¡Ya ves tío! Estoy como loco. ¡Todavía casi ni me lo creo pero si todo va bien el próximo verano tendré un churumbel correteando por ahí! —se jacta Raúl—. ¿Te acuerdas cuando se desmayó? Pues ya sabéis por qué fue.

—Me alegro mucho por vosotros, de verdad. Sois una pareja increíble. Me encanta veros tan felices —apunta Javi, y sigo sintiendo en su voz cierto titubeo. No sabe cómo manejarse con este tipo de noticias.

Mientras los hombres se palmean y hablan abiertamente Marta y yo hemos detenido el mundo en un abrazo silencioso, apretadito y súper reconfortante. El tiempo, en este momento, vuelve a estar de mi parte. Estrujo con fuerza a mi amiga, mi compañera, mi hermana. No puedo ser más feliz por ella. Nos achuchamos como si no hubiera un mañana.

—Todavía no te hago daño, ¿no? —pregunto de repente consciente de su estado.

—Anda no seas tonta. Solo estoy de siete semanas. Apenas es un garbancito.

Le cojo el rostro a mi amiga para guardar en mi memoria un digno y solemne recuerdo del momento. Trazo el contorno de sus cejas y acaricio los párpados cerrados de esos grandes ojos grises que siempre imagino como dos curiosas nubes saltando por el cielo. Limpio sus lágrimas con suavidad y perfilo su nariz chata y sus gruesos labios ahora en eterna sonrisa. Dibujo la media melena que lleva ahora al ras del cuello y luego bajo mi mano derecha a su vientre.

—Hola, garbancito. Soy tu tía Lucía… No sé cómo explicarte lo que ya siento por ti, lo muchísimo que te quiero…—susurro con la otra mano todavía en su rostro recogiendo su silencioso llanto.

Nos volvemos a abrazar. Me hace profundamente feliz saber que mi amiga va escribiendo nuevos capítulos de su vida con tanta entereza y confianza. Me alegra saber que a su lado tiene un compañero enamorado, comprometido y completamente entregado. Y en este momento de extraña y reconfortante paz me pregunto si el tiempo se ha detenido o solo está soplando un poco de aire fresco a mi espalda….

Capítulo siguiente: Despedidas

 

Capítulos anteriores

Capítulo 0 Preámbulo: Muda y Ciega

Capítulo 1: Casi perfecto

Capítulo 2: Huele a petricor

Capítulo 3: A contrapié

Capítulo 4: Mis ojos de ciega y mi cara de niña

Capítulo 5: Silencio catatónico

Capítulo 6: Mi melodrama y yo

Capítulo 7: Reencuentro atraganta ambientes

Capítulo 8: Mi te quiero errante

Capítulo 9: Minutos para enamorarse

Capítulo 10: Mi No Cumpleaños

Capítulo 11: Cuestión de disponibilidad

Capítulo 12: Inspiración poética 

Capítulo 13: Acuerdo de intenciones

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“Muchas veces regreso con la imaginación a los días de mi infancia y me asombro de la intensidad de mis sentimientos en aquel tiempo: su recuerdo permanece imborrable aun hoy día. Mi pobre madre y después mis compañeros de colegio, con sus burlas, me habían acostumbrado a considerar mi defecto como una terrible desgracia; después nunca he logrado superar este triste sentimiento. Es menester una gran bondad natural para poder vencer la amargura corrosiva que una deformidad física genera en el alma y que indispone contra todos”.

—Este primer párrafo correspondería —expongo— a los Diarios de Byron escritos en Londres entre 1813 y 1814, sería la forma de conectar al poeta adulto con el niño y, metafóricamente hablando, como iremos viendo, podríamos decir que también sería el modo de confrontar al Lord Byron de la máscara con el que vivía en su interior —hago la primera alocución en la sala de reuniones de la productora. Justo ahora, en este instante en que el universo está decidiendo si mi carrera profesional da un salto interestelar.

El señor De las Heras, mandamás de Códice Cero, llegaba puntual a la oficina a las nueve de la mañana desplegando una energía algo desconcertante. Ha venido solo, lo cual ya nos ha extrañado pues para esta toma de decisiones es normal que se presenten, al menos, dos personas. Enseguida nos damos cuenta de que su carácter resolutivo prescinde de escudos para protegerse. Es de esa clase de tipos que no necesita una segunda opinión para tomar sus decisiones, confía plenamente en la fiabilidad de la suya, lo cual puede ser muy bueno, o muy malo, según cómo se tercie el asunto.

Antes de las presentaciones, mientras departía a solas con nuestro jefe lejos de nuestro alcance, pero a la vista de quienes tienen vista, mi compañero le dedicaba un infantil cotilleo.

—Lleva un traje impoluto en gris marengo y una corbata verde con jirafas amarillas, ¿qué dices Lucía, quiere decirnos algo míster elegancia? —me sopla al oído Jandro y percibo un sutil esfuerzo por controlar la tensión. Así que el señor arrogante, punto disponible, punto Bond, también se pone nervioso ¡eh! Me tranquiliza saber que no soy la única en estado de ignición espontánea inminente.

—Cómo comprenderássusurro con la voz rígidasoy incapaz de diferenciar entre el gris marengo y el gris humo chimenea, pero sin duda ninguna las jirafas son una señal inequívoca de que ama a los animales, igual que Byron. Todo va a salir bien.

—No sé si ama a los animales —murmura Bond—, pero está flirteando descaradamente con Álex.

—Mejor para nosotros —aseguro—, así querrá pasar más tiempo por aquí.

Como responsable del proyecto me veo en la obligación de infundir una confianza con la que también pretendo apaciguarme a mí misma, porque lo cierto es que los nervios me están devorando los intestinos. Parece que llevo un león dentro a punto de sacar la zarpa por el ombligo.

—Pase lo que pase ahí dentro —espoleo a mi equipo—, hemos hecho un gran trabajo, chicos.

El señor De las Heras no ha perdido el tiempo en ponernos en guardia una vez hechas las presentaciones. Álex me ha dicho que no me arrepentiré, así que espero algo fuera de serie, asevera con un timbre aflautado que no cuadra para nada con el tremendo apretón de manos que me ha dado. Casi me rompe los huesos el muy bestia.

Ya en la sala de reuniones, mientras encuadro la historia en su contexto histórico y explico los objetivos que nos hemos marcado en torno a la figura de Lord Byron, Luck pasa por la pantalla algunos de los escenarios reales para que nuestro cliente se sitúe visualmente. Un recurso que nos relaja a todos y sirve para despertar la curiosidad.

—Conozco algo de Byron —aclara el señor De las Heras tras la breve introducción—, supongo que no se ha omitido nada —cuestiona en esa clase de tono que advierte de que solo aceptará por válida una respuesta.

—¿Omitir? —su recelo me ofende profundamente. Contengo la ira y la mando al rincón de pensar—, ¿sobre qué cree que podríamos haber omitido algo? —pregunto directamente disfrazando mi voz de una exquisita corrección.

—Sobre su homosexualidad y el desenfreno de su vida, por supuesto —indica muy seguro de su observación—. No quisiera que por el hecho de tratarse de un escritor, hayan decidido ustedes darle un enfoque más…, cómo diría yo, tal vez más familiar….

—Parece bastante claro —me apresuro a despejar sus dudas— que en la naturaleza de Lord Byron no cabía la discriminación de género en lo que a apetitos sexuales se refiere —Así se corrige a alguien con elegancia, me envanezco en silencio desde mi trono ficticio—,  tuvo tendencias claramente bisexuales y, por supuesto, todas las facetas de su vida, incluidas las más escabrosas —enfatizo esta palabra con brillantina y purpurina—, están incluidas en el presente guion —confirmo. ¡Así que quieres morbo eh! reprendo por dentro a míster quebrantahuesos, pues tranquilo, también hay de eso—. Si nos lo permite, se lo mostramos enseguida.

—Bien, adelante, adelante —exhorta entonces más convencido.

La lectura del guion, en la que participamos Jandro y yo en función de los pasajes, discurre sin contratiempos, sin apenas interrupciones, salvo un escueto comentario al descubrir que nuestro díscolo poeta perdió la virginidad a los nueve años con su institutriz Mary Gray.

—Por cómo lo cuenta no parece que se traumatizara mucho  —apunta, y leo entre líneas cierta satisfacción por lo que oye.

—Su educadora siguió en su vida durante varios años, por lo que hay que deducir que no, no quedó traumatizado —cierro la interrupción.

Salvo ese pequeño paréntesis, no ha hecho ni más observaciones ni más comentarios. Para haberse mostrado tan parlanchín en los preámbulos, durante la presentación ha adoptado una actitud de escucha bastante respetuosa, lo cual le honra. Pero ahora mismo estoy completamente perdida. Soy incapaz de saber si eso significa que le ha gustado, o que le ha parecido un bodrio. Apenas tengo unas pocas referencias, una leve sonrisita cuando el sentido del humor se hacía presente, algún suspiro en las escenas de tensión…, poco más. No sé si mis compañeros disponen de pistas más concluyentes a través de la información visual de la que yo carezco. Me siento muy sola ahora mismo tratando de hacer una hipótesis.

Al final interviene Álex para ofrecer los datos de estudio de mercado, el público objetivo y las fases del proceso de producción junto con el Plan Económico en caso de ser aceptado el proyecto.

—¿Y bien, qué le ha parecido? —ataca directamente mi jefe una vez cerrado el capítulo engorroso de los números.

El silencio que se produce a continuación es agónico. El señor De las Heras se regodea en un insólito mutismo que deja una tensión asfixiante en la sala de reuniones. Ni siquiera un miserable carraspeo con el que interpretar su estado de ánimo. Los demás contenemos la respiración como víctimas a expensas de nuestro verdugo. Las manos me sudan, el cuello lo tengo tan rígido que en cualquier momento la cabeza va a salir a la fuga; hasta los dedos de los pies están enroscados de la tensión….¡Joder, di algo de una puta vez o reviento!

—Disculpe… eh, Lucia ¿verdad?

¡Por fin! Pensé que se había tragado la lengua…

—Sí. Dígame.

—¿Pueden repetir ese párrafo con el que usted se ha imaginado, ¿cómo ha dicho?, una voz en off mientras la cámara sobrevuela cenitalmente la Abadía de Newstead.

—¿Quiere que lea ese párrafo de nuevo? —Tengo toda mi presentación en braille así que solo he de rescatar ese texto en cuestión. No hay problema.

—No. Sí. Es decir, me gustaría escucharlo en una voz masculina, ya que se supone que sería Byron hablando. ¿Puede leerlo su compañero?

¿Por qué no me sorprende esa petición? Me río entre dientes y me atizo mentalmente por no haber previsto mejor la distribución de los textos.

—Por supuesto —decimos al unísono Jandro y yo. Y a continuación mi compañero hace la mejor interpretación de su vida con su excepcional voz radiofónica:

—“Cuando me toma las lecciones cae en crisis de cólera, me dirige reproches como si yo fuese el crápula más desobediente del mundo, remueve las cenizas de mi padre, lo cubre de denuestos y asegura que yo seré un verdadero Byrrone -este epíteto es el peor que puede encontrar-. En verdad, ¿es preciso que llame madre a esa mujer? Ningún cautivo negro, ningún prisionero de guerra ha ansiado su liberación con más alegría y más transida ansiedad que yo cuando sueño con escapar de estos lazos maternos y de este lugar maldito”.

—¡Tiene usted una voz soberbia! —halaga a mi compañero—. Me he imaginado a Byron escribiéndolo, mientras la imagen va enfocando esa magnífica primera discusión entre madre e hijo que he de reconocer que me ha impactado.

—Señorita —se dirige a mí—, será usted ciega pero créame si le digo que recrea las escenas con una plasticidad que ya quisieran muchos de esos guionistas consagrados y endiosados —brama.

—Le agradezco el cumplido, señor De las Heras, pero créame si le digo que el trabajo ha sido de todo el equipo —me niego a recibir en exclusiva las felicitaciones.

—Sí, por supuesto, por supuesto, pero en su caso el mérito es doble, ¿no le parece? —refuta. Pues no. No me lo parece. Pero no voy a discutir con él, que además parece que ha recuperado su talante dicharachero—. Estoy gratamente sorprendido con la calidad de los diálogos, señores —exclama con una efusividad que no deja lugar a dudas de lo complacido que está con el guion—. Debo felicitarles. El resultado es sencillamente magnífico, cautivador, con un protagonista turbulento que levanta las alfombras del vicio de ese siglo XVIII y al mismo tiempo con una sensibilidad exquisita. Francamente, excelente —finaliza.

—¿Acepta entonces el proyecto? —pregunta Álex, que necesita un sí oficial.

—Adelante con ello. Excelente trabajo —confirma—. Alex, ¿podría hablar un momento a solas contigo?

Luck, Jandro y yo nos escapamos de allí con los nervios explotando en miles de fuegos artificiales. Diría que, por una vez, casi soy capaz de visualizar las mil tonalidades de color que mi propio estado de embriaguez desprende.

Cita con mi novio

El tiempo es implacable. Tiene esa capacidad de detenerse en mitad de un naufragio y de huir de sí mismo en pleno éxtasis de felicidad. Ahora mismo es como una enredadera que sale al sol y se esconde de él como si jugara al escondite. Tampoco soy capaz de explicarlo exactamente, pero siento como si jugara conmigo.

El día del éxito de Byron salimos de la oficina con dos semanas de vacaciones ganadas a pulso para pasar las Navidades. Esa misma noche, Javi y yo celebramos mi éxito con una cena que preparó a base de hummus con aguacate, verduritas frescas y pan de pita caliente. En ese momento el tiempo sonreía risueño y desacomplejado. Ella Fitzerald fue cómplice de nuestras confidencias, testigo de excepción del esfuerzo de Javi por mimarme. Aunque mis demonios forcejean por salir los voy manteniendo a raya, pero él sabe están ahí y desde que su marcha es oficial trata de dominarlos con un fuego encendido a base de ilusión y buenas intenciones.

—Tal vez podrías pensar en cómo quieres adaptar el piso a tu gusto —me sugirió—. No sé, a lo mejor te apetece cambiar la habitación, o el baño. Lo único que es intocable es mi despacho, tengo un nido de arañas que me entretiene cuando trabajo me advirtió entre risas.

—¡Como soy ciega no me hago responsable si un día las espachurro limpiando el polvo! —bromeé. Luego me puse seria—. Ya habrá tiempo para eso, Javi. Sabes que no me gusta mucho hacer planes.

—La verdad es que siempre he dado por hecho que viviríamos aquí, pero igual prefieres que busquemos otro piso.

—Sí, uno más bajito no estaría mal ¿por qué elegiste un séptimo, no lo había más alto? —ironicé.

—En realidad me eligió el piso a mí. Cuando entré aquí, después de mi ruptura con Vicky, no lo puedo explicar exactamente pero sentí como si perteneciera a este lugar. Por primera vez en muchos meses me sentí tranquilo y en paz. Además, mis vecinos son muy majos —se tiró un farol.

—¡Venga ya! Pero si no conoces a tus vecinos… —nos reímos los dos—. Tranquilo. Sé que esta casa te encanta, y en verdad es un chollazo. Tan céntrica, tan apañada. Es fácil vivir aquí, solo que la muy cabrona esto muy alejada del suelo. Pero me adaptaré —entonces supe que tenía que encomendarme a vencer mi vértigo definitivamente.

Tras la cena nos dedicamos a conquistar nuevas zonas de esa enorme cama que tiene y que si no la atendemos se pone celosa, la condenada. El sexo entre nosotros fluye con tanta naturalidad que a veces me pregunto por qué otras cosas…, en fin, no voy a utilizar eufemismos ahora, por qué está costando tanto que afloren sus sentimientos. Soy consciente de dónde viene, me riño por impacientarme…, pero me impaciento. ¡Hay que joderse! ¿Existe alguien a quien no le guste que le digan te quiero? Pues eso….

Javi y yo nos acostamos en la segunda cita, y si no lo hicimos en la primera fue porque supongo que ninguno de los dos tomó la iniciativa, porque entre nosotros la química es pura verbena desde el minuto uno. En nuestro segundo encuentro ya conocía toda su historia con su ex, sabía que miraba al mundo con cierta desconfianza y que el engaño y los cuernos le habían dejado herido de muerte. No sabía si lo nuestro tendría futuro, pero en aquel momento a mi cuerpo eso le importaba un carajo, siempre he respondido a la presencia de Javi con una irreprimible combustión instantánea. El hecho de enamorarme tan descontrolada y apasionadamente solo ha generado aún más fuego a esa atracción sexual que, al menos en este asunto, sí que nos mantiene a ambos en el mismo nivel.

Ahora Javi está con su madre, se ha ido a pasar la Navidad al pueblo, y el tiempo vuelve a cruzarse de brazos y a poner cara de circunstancias cuando le miro de frente amedrentada por las malas profecías que rebotan por los edificios.

Me invitó a ir con él, incluso su madre me llamó para pasar la Nochebuena con ellos, pero pensé que ella también iba a quedarse sin su hijo unos meses. Tiene todo el derecho del mundo a disfrutar de él a solas, ¿o no?  Mañana regresa, vamos a pasar la Nochevieja con Marta y Raúl y Año Nuevo con mi madre y Roberto. Todos los días de esta puñetera Navidad son una irritante cuenta atrás que me está tocando mucho los cojones.

Tiempo de Nochevieja

Habíamos pensado irnos de cotillón los cuatro, como el año pasado, pero Marta me llamó para preguntarme si nos importaba cambiar los planes, que les apetecía algo más tranquilo, y que fuéramos a cenar a casa de Raúl. Entonces Javi se arrancó ofreciendo la suya, lo cual no deja de saberme aún más a despedida. Estoy en pleno bajonazo camuflado por las lentejuelas de la Nochevieja. Lucía la melodramática canta Ne me quitte pas con voz grave y con todas las luces del escenario sobre su cabeza. El problema es que abajo, donde debería estar el público, no hay nadie. ¡Pues nada….! Ya me aplaudo yo sola, es mi fiesta privada. Pero si le vas a ver igualmente, me recrimino, ¿qué problema tienes, Lucía? Y me recorre un escalofrío de pies a cabeza, de esos que te ponen los pelos como escarpias… Otra vez ese mal presentimiento… ¡Estoy fatal!

—¿Dónde has aprendido a cocinar así? —pregunta Marta ensalzando el magnífico pato a la naranja que ha cocinado.

—En realidad solo me apaño con algunos platos, con otros soy un auténtico cafre —responde con modestia—, pero este, concretamente, me lo enseñó mi madre. Mi padre odiaba el pollo y en casa nos acostumbramos a sustituirlo por el pato de forma habitual. Así que tengo varias recetas. Hoy he elegido esta que le encanta a Lucía.

Javi sigue con la estrategia “yo y Lucía”. Parece que se ha acostumbrado al “nosotros” tras mi pequeña reprimenda por no haberme dicho a tiempo lo de su oferta de trabajo. No deja de hacerme saber que “está conmigo”. Me deja caricias en la nuca si pasa por mi lado y me regala mil besos de esos fugaces que apenas se posan en los labios salen volando satisfechos. Ahora estamos los dos en la cocina, él preparando los turrones y yo metiendo los platos en el lavavajillas.

—Señorita, si está queriendo ponerme a prueba sometiendo sus posaderas a mi calenturienta imaginación sepa que este pobre hombre tiene un límite —bromea, guasón.

—Sepa usted, caballero, que mis posaderas quedarán libre de su reclamo una vez se encuentre usted desparecido. De modo que no censure mi interés en el arte de la insinuación, por si fuera menester satisfacer mis necesidades —respondo siguiéndole el juego apoyada en la máquina, que ya ha empezado su programa de lavado.

—¿Quiere la señorita que le dé candela sobre el friegaplatos? —se anima.

—Mejor no —me opongo—, A ver si te va a dar un calambrazo y te quedas fuera de combate antes de comerte las uvas.

Cuando terminamos el ritual de las doce campanadas, brindamos y nos besuqueamos todos. Marta me ha abrazado como si supiera que mi cabeza está lejos de esa noche, de esa cena y de ese tiempo. Yo pongo mi mejor sonrisa y voluntad para tratar de disfrutar.

—¿Qué le pasa a Raúl? —le pregunto a mi amiga.

—¿A Raúl? Nada —responde contundente—. ¿Por qué lo dices?

—Le noto súper excitado. No sé, efervescente, como una botella de cava a punto de ser descorchada…. Igual es la Navidad…—presupongo.

—Algún día me tienes que prestar esa intuición tuya, Lucía —asevera Marta ahora, y no tengo ni idea de qué me habla—. Chicos —reclama ahora nuestra atención con un clinc, clinc, clinc que suena a toquecitos en la copa con el tenedor, porque si hubiera utilizado una cuchara gorda sonaría como clonc clonc, ¿no? pero ha sido clinc clinc, así que debe haber usado un tenedor. ¡Buf…!—. Un poquito de atención, por favor, antes de que estéis borrachos del todo…

—Pues no será por el vino —se queja Javi—. Voy a tener que revenderlo…

—Bueno, pues antes de que vosotros dos os pongáis a hablar de los problemas del cultivo de la patata en el Himalaya —apunta Marta—, qué os conozco.

—¡Hoy creo que hablaban de la oportunidad de invertir en drones mensajeros…! —me uno a mi amiga.

—¿Qué os pasa a vosotras? ¿Tenéis envidia? —se queja Raúl.

—No vayas a comparar la crítica política de sus viperinas lenguas con nuestras insulsas conversaciones futuristas —añade sarcástico Javi.

—¡Vale, vale chicos! —corta Marta— ¿puedo hablar, o tengo que pedir la venia de su señorías?

—Marta, no es por nada, pero creo que lo de querer jugar al póker sex lo vas a tener que dejar para otro momento.

—¡Hostia! Ya os vale a los tres. Tened piedad de mí. ¡Estoy embarazada.

—¿Qué?

—Estamos embarazados —repite ahora en plural y… ¿está llorando?

—¡No!

—¡Sí! —gritan los dos.

—¡Dios! ¡Dios! —me tiemblan las piernas, la voz sale torcida en mil gallos agudos y el estómago se ha puesto a saltar a la comba—. ¡Marta!

—¡Sí….!

Me levanto porque necesito tocarla, porque es evidente que se sienten tan felices por la noticia que no hace falta saber nada más.

—¡Así que papas… eh! —le oigo a Javi, algo fuera de juego.

—¡Ya ves tío! Estoy como loco. ¡Todavía casi ni me lo creo pero si todo va bien el próximo verano tendré un churumbel correteando por ahí! —se jacta Raúl—. ¿Te acuerdas cuando se desmayó? Pues ya sabéis por qué fue.

—Me alegro mucho por vosotros, de verdad. Sois una pareja increíble. Me encanta veros tan felices —apunta Javi, y sigo sintiendo en su voz cierto titubeo. No sabe cómo manejarse con este tipo de noticias.

Mientras los hombres se palmean y hablan abiertamente Marta y yo hemos detenido el mundo en un abrazo silencioso, apretadito y súper reconfortante. El tiempo, en este momento, vuelve a estar de mi parte. Estrujo con fuerza a mi amiga, mi compañera, mi hermana. No puedo ser más feliz por ella. Nos achuchamos como si no hubiera un mañana.

—Todavía no te hago daño, ¿no? —pregunto de repente consciente de su estado.

—Anda no seas tonta. Solo estoy de siete semanas. Apenas es un garbancito.

Le cojo el rostro a mi amiga para guardar en mi memoria un digno y solemne recuerdo del momento. Trazo el contorno de sus cejas y acaricio los párpados cerrados de esos grandes ojos grises que siempre imagino como dos curiosas nubes saltando por el cielo. Limpio sus lágrimas con suavidad y perfilo su nariz chata y sus gruesos labios ahora en eterna sonrisa. Dibujo la media melena que lleva ahora al ras del cuello y luego bajo mi mano derecha a su vientre.

—Hola, garbancito. Soy tu tía Lucía… No sé cómo explicarte lo que ya siento por ti, lo muchísimo que te quiero…—susurro con la otra mano todavía en su rostro recogiendo su silencioso llanto.

Nos volvemos a abrazar. Me hace profundamente feliz saber que mi amiga va escribiendo nuevos capítulos de su vida con tanta entereza y confianza. Me alegra saber que a su lado tiene un compañero enamorado, comprometido y completamente entregado. Y en este momento de extraña y reconfortante paz me pregunto si el tiempo se ha detenido o solo está soplando un poco de aire fresco a mi espalda….

Capítulo siguiente: Despedidas

 

Capítulos anteriores

Capítulo 0 Preámbulo: Muda y Ciega

Capítulo 1: Casi perfecto

Capítulo 2: Huele a petricor

Capítulo 3: A contrapié

Capítulo 4: Mis ojos de ciega y mi cara de niña

Capítulo 5: Silencio catatónico

Capítulo 6: Mi melodrama y yo

Capítulo 7: Reencuentro atraganta ambientes

Capítulo 8: Mi te quiero errante

Capítulo 9: Minutos para enamorarse

Capítulo 10: Mi No Cumpleaños

Capítulo 11: Cuestión de disponibilidad

Capítulo 12: Inspiración poética 

Capítulo 13: Acuerdo de intenciones

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Matilde Bello

Matilde Bello

Periodista y escritora

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